Aman
Ray recogió su vieja gabardina y se dirigió hasta la puerta con aire resuelto y
el pelo desbocado. Se apoyó al recuadro, miró lentamente hacia atrás y replicó
firmemente:
-Los
cabrones como tu mueren en cunetas y enterrados en maleteros.
Y de
un portazo se despidió de él y de mi.
Aman
Ray no llegó a la salida y fue asesinado y enterrado en un maletero
adelantándose a su profecía. Y aquí llegamos a nuestra historia, la
persona que asesinó a Aman Ray era Coco Chanel, eso es señores, porque antes de
dedicarse a la moda era la matona de un tal Al Papino y además soñaba con
hacerle cosquillas y con una casita pequeña en la bahía de Guantánamo.
Esta
faceta de su vida nunca fue tratada, ni en películas, ni en biografías, ni en
la boca de mendigos. Su paso por los bajos fondos fue muy efímero pero las
palomas parisinas volaban espantadas al verla pasar con un revolver bajo sus
sombreros (siempre llevaba 3, decía que así se protegería mejor si en una
mudanza algún piano de cola caía sin piedad hacia ella).
Pero
no deberíamos hablar tanto de Coco Chanel, porque de nuevo no va a ser ella la
que marque estos minutos de su no tan valioso tiempo. De hecho no sé porque
empecé a hablar de Coco, será por nostalgias de mi país, “x”, volviendo a Aman
Ray y a su atropellada vida.
Nació
en un Día Lluvioso pequeña localidad de la preciosa y desconocida (por lo menos
para mí) ciudad de Seattle. Vivía en una casita a 30 minutos de la cuidad que
poseía lo que todo psicópata nórdico deseaba, tejas rojas y radiantes, chimenea
de piedra, ventanas con móviles extravagantes, pluralidad de cerámicas en todo
el interior de la casa, jardines dignos de Louis XIV, y 19 enanitos esparcidos por éste que
atormentaron su niñez y parte de su adolescencia. En su niñez sentía fobia
hacia estos bichitos malignos que parecían tomar vida por las noches, pero ya
en su adolescencia se enamoró locamente de uno de ellos que hacía llamar
Bernarda en honor a su autor favorito inglés.
Sus
padres lo educaron bajo la más estricta negligencia y a la edad de 18 años lo
mandaron a un internado en una pequeña localidad danesa en la que fabricaban
las mejores galletas de mantequilla que Aman había probado jamás (más adelante,
en unas vacaciones en Hungría probaría unas mejores, cocinadas por una polaca
llamada Sra. Wusciclaw). El joven Ray pasó unos años de gran soledad y amargura
lejos de Bernarda y empezó a coquetear con otros chicos del internado, lo que
le valió soberanas reprimendas de la cocinera del lugar que era abiertamente
homófoba y poseía un dominio increíble del rodillo austríaco también llamado
“aurrrstriaaaaaaco rrrrrrodillooooo” por alemanes con graves discapacidades de
habla.
El
caso es que una vez graduado a los 26 años, decidió volver a Seattle y
dedicarse a su verdadera vocación, escribir. El año siguiente terminó de
escribir su primera novela la cual tildaron de “gran basura navideña”, “peor
que un guantazo dormido” y “de la octava maravilla mundial” por un grupo de
intelectuales parisinos que dos años después se suicidaron todos en grupo en lo
que fue sin duda alguna su obra maestra. Desolado por tan fría acogida de
su novela decidió dedicarse a su segunda gran pasión y a su tercera, por si la
anterior fracasaba. El cine y las mujeres, ya que en un viaje a España, Lorca
le dio su primer beso y éste dice haber vomitado las patatas al alioli de aquél
bar y se declaró pese a él, heterosexual. Tras enviarle una grosera
felicitación navideña a su antigua cocinera irlandesa, empezó a escribir su
primer guión cinematográfico que fue recibido con gran entusiasmo por los
críticos de cine porno de los años 30 y posteriores. Una vez rodado “Los
pecados de los pequeños enanitos de jardín y Bernarda” su vida se colapsó de
cartas de aficionados y detractores de la entonces industria adulta. Ganó algo
de dinero con el que financió su segunda película, “Una princesa en Nueva York”
que además de horriblemente aburrida, no tenía ningún desnudo significativo.
Perdió el dinero y el cariño de sus fans y se fue a vivir de nuevo con sus
padres que después de ver su primera película habían quemado y enterrado (en una
emotiva ceremonia en la que se reunieron todos los habitantes de Día Lluvioso) a
sus enanitos de jardín. Al llegar y ver el panorama de su antigua morada entró
en una gran depresión que solo pudo superar, años después, al conocer a Lupina,
una inmigrante boliviana que no hablaba ni papa de inglés y que asentía a sus
acotaciones con una dulzura y cariño nunca vistos por Aman. Ahí empezó su
tercera vocación, las mujeres.
Una
vez Lupina aprendió a hablar inglés, se marchó con el padre de Aman dejando a
éste de nuevo deprimido y a su madre religiosamente contenta. Ésta empezó a
frecuentar bares de mala muerte y a llevarse a casa a los capos de las mafias
más sangrientas de Seattle. Uno de ellos había matado una golondrina con un
palo caído y no lloró hasta 4 horas más tarde, cuando el espíritu de esta se le
apareció mientras pasaba el rato en el baño. Así Aman tuvo sus primeros
contactos, a la edad de 33 años, con el crimen organizado y el tráfico de
estatuillas de indios amazónicos. Pero de momento siguió buscando y buscando la
mujer que colmaría su vacío y quisiese casarse con él pese a todo. En vez de
ello conoció a Billy Ramm, un ex golfista amateur que fue expulsado de su club
de golf al cavar una fosa en el hoyo 15 y construir 4 chalets adosados que
luego vendió por doscientos mil dólares a los abuelos de Donald Trump.
Éste
fue una gran fuente de inspiración para Aman, cada vez que recaía en su
depresión éste lo animaba con su pronunciación incorrecta de eructo, que decía molusco.
Salían todos los días por los bares de la ciudad hasta que decidieron irse
juntos a Nueva York y empezar una nueva vida vendiendo perros calientes en
frente de un puesto de perros calientes en Central Park. Al ser apaleados por
una banda persa de venta al por menor de salchichas, empezaron a trabajar en el
Yankee Stadium vendiendo casquería diversa, desde patas, callos, morros,
orejas, etc… El negocio iba mal, dos tejanos les abrieron la cabeza al rehusarse estos a devolverles el dinero por unas patitas de cordero poco hechas. Pero fue
ahí donde conoció a Beatriz. Esta joven aristócrata Española vivía desde hacía
2 años en Nueva York y se enamoró del morro al ajillo que preparaba Aman todos
los días. Empezó a ir a todos los partidos de los Yankees pese a su gran odio
por este deporte al que tachaba de sopífero, machista y para gordos
escupidores. Aman confesó más adelante en su biografía nunca publicada (por
falta de biógrafo) que esa fue una de las razones por las que se enamoró de
ella, además de parecer un torero con vestido (uno de sus sueños
homosexuales). Así empezó su relación. Ya nada podía frenar el desenfreno
amoroso que vivían estos dos, hacían el amor a todas horas y en todas partes.
Ella lo obligaba a desvestirse y ponerse dos limones en el lugar de los pezones
y un pomelo cubriéndole el pene. Esto a él le irritaba mucho, pero aún así no
se atrevía a contradecir a una española. Una vez lo hizo y a partir de ahí todo
el mundo lo empezó a llamar cabeza de paellera. Así pasaron su 36 y 37
cumpleaños hasta que un día Bobby lo encontró atado a la caldera de gas y se lo
llevó en un barco a España.
Allí
se fueron directamente a Madrid en donde la casquería era casi una religión. Empezaron
ambos la escuela superior de cocina madrileña en donde se hicieron grandes
amigos de su profesor, Paco Bogavant Gracia Ferró. Este catalán había viajado
por todo el mundo hasta que en el Tíbet halló la mejor manera de hacer los
callos a la madrileña. 10 gramos más de tomillo. Al volver a Madrid inauguró su
propio restaurant en la calle Quevedo y en seguida revolucionó este tipo de
comida. Al conocer a estos se vio rápidamente identificado por la cicatriz de
paellera y supo que Beatriz había apaleado a Aman. Les enseñó todo lo que sabía
y 3 años más tarde los dos amigos volvieron a Seattle y montaron, con la ayuda
de algunos amantes de la anciana madre (que aún causaba furor en la ciudad), un
precioso restaurant Español que llamarón “Beatriz Zorra” pero que por la
presión política tuvieron que llamar “Beatriz Animal de Compañía”. Les fue bien
y saldaron sus deudas con la mafia y vivieron juntos en un gran apartamento
hasta que Bobby se casó con una neoyorkina a la que Aman odiaba. Se tuvo que ir
del apartamento y de nuevo con el dinero de la mafia se compró una palacete de
1 millón de dólares. A los 2 años la mafia le pisaba los talones y con 53 años
su única salida fue ingresar en el mundo del hampa.
Aquí
llegamos al último capítulo de la vida de Aman Ray, un capítulo que se diluyó
en los últimos 10 años de su vida, a lo mejor los más estresantes e
interesantes en la vida de este hombrecito de bigote fino y cara de paellera.
Se reunían todos los días en el cabaret de Al Papino o como lo llamaba su hija,
Al Papito. Ahí se encontraban todas las estrellas del submundo, desde
Jacqueline Fierro, mujer de diversos hombres con una habilidad increíble para
fumar con boquillas infinitas y por las orejas hasta Johnny “el cuchara”,
llamado así por la forma en que comía el yogur con la cuchara al revés.
Estaba el joven Peter Peterssen, el inmigrante noruego más duro de la ciudad,
podía partir nueces con sus orificios nasales, el gran “Chapusclo” que
sobresalía por ser el único en haberse leído Mark Twain traducido al alemán
antiguo y por supuesto Casimiro Legrand que dominaba todos los puestos de
churro de la ciudad. Se sentaban siempre en la misma mesa encabezada por Al
Papino y escuchaban gran variedad de músicos de Jazz que traían especialmente
de Nueva Orleans, Chicago y Nueva York con promesas de la mejor pasta al pesto,
aunque solo les daban una buena bolognesa. Fumaban todos bajo las lamparitas
anaranjadas que flotaban desde el techo y que alumbraban las copas y las cartas
de los ahí presentes pero obscureciendo sus caras, lo que creaba gran confusión
al no saber quien hablaba. Al Papino tuvo que establecer como regla que todos
debían agacharse al momento de hablar y esto ocasionó más de un golpe entre
cabezas. Salían tarde y completamente borrachos y se dirigían con 3 o 4 mujeres
hasta sus casitas con jardín de bromelias.
Aman
se sentía bien, tenía poder, chicas y una pistolita de aire comprimido que una
vez espanto a un perro grosero cerca de la licorería del tío Jam. Poco a poco,
robo tras robo, extorsión tras extorsión, fue pagando su deuda ante la
organización y fue ganando galones atropelladamente. El jefe lo quería como a
un hijo pese a que su madre llevase un par de años muerta y no dudaba en
recomendarlo para las misiones más sencillas y siempre le daba algún caramelo
si la misión llegaba a buen fin. Esto suplía los muchos años de negligencia que
había vivido de pequeño y volaba en un mar de felicidad cada vez que Al metía
su mano en el bolsillo, aunque fuese para sacarse un cigarrillo o las llaves.
El tiempo fue pasando y Aman se convirtió en la mano derecha del gran capo de
Seattle, todos lo respetaban y temían, caminaba por el medio de las aceras y la
gente se retorcía de miedo al verlo. Tenía a las mujeres que deseaba, el dinero
que deseaba, el poder que deseaba. Pero llegó el buen día en que Al Papino,
enfermo y en sus últimos días, le delegó el poder en una reunión con los capos
de las otras mafias. Todos lo felicitaron, en su grupo se quitaron el sombrero al verlo, Coco se quitó los tres que
llevaba. Se sentó presidiendo por
primera vez. La silla se rompió dejándolo caer ante las carcajadas de todos. Su
furia fue enorme, cogió a Peterssen y le apuntó con la pistolita en el ojo y
gritó “¿Quién ríe ahora noruego cabrón?”. No sentó muy bien en el grupo y
Peterssen lo denunció a las autoridades laborales alegando discriminación por
razón de origen.
A la
siguiente cumbre entre capos logró negociar a su favor el monopolio de
restaurantes indios de la ciudad (eran sólo 2 y en uno hacían el pollo al curry
con demasiadas uvas pasas entonces no iba nadie), en vez de la droga, la
prostitución y los contactos políticos. Al llegar de nuevo a su restaurant con
la gran noticia y con una sonrisa enorme en la cara fue convocado de inmediato
a casa de Al Papino. Tenía ya 64 años. Tumbado en la cama tuvieron ésta conversación:
-Aman,
¿te quedaste con los restaurantes indios?
-Si
jefe, me costó pero al final me los dejaron a dos mil dólares, una ganga.
-Aman,
eres un estúpido-dijo débilmente.
-Pero
Al ¡esto será una bomba en algunos años, todo el mundo querrá ser dueño de uno,
querrá comer en uno, habrá una gran población india en el mundo.
-Eres
muy, muy estúpido.
-Ya
verás que ganaremos a largo plazo, las drogas no tienen futuro, las mujeres están
muy vistas y lo hacen gratis, además acabaremos en una sociedad autorregulada por el pueblo, a los políticos le quedan dos primaveras ¡¿para qué sobornarlos!?
-De
verdad, piénsalo, eres demasiado estúpido. Tardaremos años en recuperar la
supremacía entre las bandas y ¡tú te vas a atragantar con arroz al curry! He
decidido nombrar a Peterssen mi sucesor y así además nos quita la denuncia.
Estas fuera Aman y ten mucho cuidado que Peter te tiene ganas.
-Lo mataré, siempre quise matarlo, y a ti también te mataré Al.
-Anda
vete y no digas tonterías, que por lo que yo sé estas más muerto tu que yo.
- Los
cabrones como tu mueren en cunetas y enterrados en maleteros.
Y
estas fueron las ya famosas últimas palabras de Aman Ray, aunque Coco dice
haber oído algo así como “Bernarda… pronto estaremos juntos…” cuando yacía en
el suelo esperando las balas finales. Y así acaba la triste historia de un
hombre que nunca encontró una mujer que supliese la belleza de la barba de su
enanito de jardín, la suavidad de su cerámica, las curvas de sus pantalones
anchos.