sábado, 31 de diciembre de 2011

La vida de Aman Ray


Aman Ray recogió su vieja gabardina y se dirigió hasta la puerta con aire resuelto y el pelo desbocado. Se apoyó al recuadro, miró lentamente hacia atrás y replicó firmemente:
-Los cabrones como tu mueren en cunetas y enterrados en maleteros.
Y de un portazo se despidió de él y de mi.
Aman Ray no llegó a la salida y fue asesinado y enterrado en un maletero adelantándose a su profecía. Y aquí llegamos a nuestra historia,  la persona que asesinó a Aman Ray era Coco Chanel, eso es señores, porque antes de dedicarse a la moda era la matona de un tal Al Papino y además soñaba con hacerle cosquillas y con una casita pequeña en la bahía de Guantánamo. 
Esta faceta de su vida nunca fue tratada, ni en películas, ni en biografías, ni en la boca de mendigos. Su paso por los bajos fondos fue muy efímero pero las palomas parisinas volaban espantadas al verla pasar con un revolver bajo sus sombreros (siempre llevaba 3, decía que así se protegería mejor si en una mudanza algún piano de cola caía sin piedad hacia ella).
Pero no deberíamos hablar tanto de Coco Chanel, porque de nuevo no va a ser ella la que marque estos minutos de su no tan valioso tiempo. De hecho no sé porque empecé a hablar de Coco, será por nostalgias de mi país, “x”, volviendo a Aman Ray y a su atropellada vida.
Nació en un Día Lluvioso pequeña localidad de la preciosa y desconocida (por lo menos para mí) ciudad de Seattle. Vivía en una casita a 30 minutos de la cuidad que poseía lo que todo psicópata nórdico deseaba, tejas rojas y radiantes, chimenea de piedra, ventanas con móviles extravagantes, pluralidad de cerámicas en todo el interior de la casa, jardines dignos de Louis XIV,  y 19 enanitos esparcidos por éste que atormentaron su niñez y parte de su adolescencia. En su niñez sentía fobia hacia estos bichitos malignos que parecían tomar vida por las noches, pero ya en su adolescencia se enamoró locamente de uno de ellos que hacía llamar Bernarda en honor a su autor favorito inglés.
Sus padres lo educaron bajo la más estricta negligencia y a la edad de 18 años lo mandaron a un internado en una pequeña localidad danesa en la que fabricaban las mejores galletas de mantequilla que Aman había probado jamás (más adelante, en unas vacaciones en Hungría probaría unas mejores, cocinadas por una polaca llamada Sra. Wusciclaw). El joven Ray pasó unos años de gran soledad y amargura lejos de Bernarda y empezó a coquetear con otros chicos del internado, lo que le valió soberanas reprimendas de la cocinera del lugar que era abiertamente homófoba y poseía un dominio increíble del rodillo austríaco también llamado “aurrrstriaaaaaaco rrrrrrodillooooo” por alemanes con graves discapacidades de habla.
El caso es que una vez graduado a los 26 años, decidió volver a Seattle y dedicarse a su verdadera vocación, escribir. El año siguiente terminó de escribir su primera novela la cual tildaron de “gran basura navideña”, “peor que un guantazo dormido” y “de la octava maravilla mundial” por un grupo de intelectuales parisinos que dos años después se suicidaron todos en grupo en lo que fue sin duda alguna su obra maestra.  Desolado por tan fría acogida de su novela decidió dedicarse a su segunda gran pasión y a su tercera, por si la anterior fracasaba. El cine y las mujeres, ya que en un viaje a España, Lorca le dio su primer beso y éste dice haber vomitado las patatas al alioli de aquél bar y se declaró pese a él, heterosexual. Tras enviarle una grosera felicitación navideña a su antigua cocinera irlandesa, empezó a escribir su primer guión cinematográfico que fue recibido con gran entusiasmo por los críticos de cine porno de los años 30 y posteriores. Una vez rodado “Los pecados de los pequeños enanitos de jardín y Bernarda” su vida se colapsó de cartas de aficionados y detractores de la entonces industria adulta. Ganó algo de dinero con el que financió su segunda película, “Una princesa en Nueva York” que además de horriblemente aburrida, no tenía ningún desnudo significativo. Perdió el dinero y el cariño de sus fans y se fue a vivir de nuevo con sus padres que después de ver su primera película habían quemado y enterrado (en una emotiva ceremonia en la que se reunieron todos los habitantes de Día Lluvioso) a sus enanitos de jardín. Al llegar y ver el panorama de su antigua morada entró en una gran depresión que solo pudo superar, años después, al conocer a Lupina, una inmigrante boliviana que no hablaba ni papa de inglés y que asentía a sus acotaciones con una dulzura y cariño nunca vistos por Aman. Ahí empezó su tercera vocación, las mujeres.
Una vez Lupina aprendió a hablar inglés, se marchó con el padre de Aman dejando a éste de nuevo deprimido y a su madre religiosamente contenta. Ésta empezó a frecuentar bares de mala muerte y a llevarse a casa a los capos de las mafias más sangrientas de Seattle. Uno de ellos había matado una golondrina con un palo caído y no lloró hasta 4 horas más tarde, cuando el espíritu de esta se le apareció mientras pasaba el rato en el baño. Así Aman tuvo sus primeros contactos, a la edad de 33 años, con el crimen organizado y el tráfico de estatuillas de indios amazónicos. Pero de momento siguió buscando y buscando la mujer que colmaría su vacío y quisiese casarse con él pese a todo. En vez de ello conoció a Billy Ramm, un ex golfista amateur que fue expulsado de su club de golf al cavar una fosa en el hoyo 15 y construir 4 chalets adosados que luego vendió por doscientos mil dólares a los abuelos de Donald Trump.
Éste fue una gran fuente de inspiración para Aman, cada vez que recaía en su depresión éste lo animaba con su pronunciación incorrecta de eructo, que decía molusco. Salían todos los días por los bares de la ciudad hasta que decidieron irse juntos a Nueva York y empezar una nueva vida vendiendo perros calientes en frente de un puesto de perros calientes en Central Park. Al ser apaleados por una banda persa de venta al por menor de salchichas, empezaron a trabajar en el Yankee Stadium vendiendo casquería diversa, desde patas, callos, morros, orejas, etc… El negocio iba mal, dos tejanos les abrieron la cabeza al rehusarse estos a devolverles el dinero por unas patitas de cordero poco hechas. Pero fue ahí donde conoció a Beatriz. Esta joven aristócrata Española vivía desde hacía 2 años en Nueva York y se enamoró del morro al ajillo que preparaba Aman todos los días. Empezó a ir a todos los partidos de los Yankees pese a su gran odio por este deporte al que tachaba de sopífero, machista y para gordos escupidores. Aman confesó más adelante en su biografía nunca publicada (por falta de biógrafo) que esa fue una de las razones por las que se enamoró de ella, además de parecer un torero con vestido (uno de sus sueños homosexuales).  Así empezó su relación. Ya nada podía frenar el desenfreno amoroso que vivían estos dos, hacían el amor a todas horas y en todas partes. Ella lo obligaba a desvestirse y ponerse dos limones en el lugar de los pezones y un pomelo cubriéndole el pene. Esto a él le irritaba mucho, pero aún así no se atrevía a contradecir a una española. Una vez lo hizo y a partir de ahí todo el mundo lo empezó a llamar cabeza de paellera. Así pasaron su 36 y 37 cumpleaños hasta que un día Bobby lo encontró atado a la caldera de gas y se lo llevó en un barco a España.
Allí se fueron directamente a Madrid en donde la casquería era casi una religión. Empezaron ambos la escuela superior de cocina madrileña en donde se hicieron grandes amigos de su profesor, Paco Bogavant Gracia Ferró. Este catalán había viajado por todo el mundo hasta que en el Tíbet halló la mejor manera de hacer los callos a la madrileña. 10 gramos más de tomillo. Al volver a Madrid inauguró su propio restaurant en la calle Quevedo y en seguida revolucionó este tipo de comida. Al conocer a estos se vio rápidamente identificado por la cicatriz de paellera y supo que Beatriz había apaleado a Aman. Les enseñó todo lo que sabía y 3 años más tarde los dos amigos volvieron a Seattle y montaron, con la ayuda de algunos amantes de la anciana madre (que aún causaba furor en la ciudad), un precioso restaurant Español que llamarón “Beatriz Zorra” pero que por la presión política tuvieron que llamar “Beatriz Animal de Compañía”. Les fue bien y saldaron sus deudas con la mafia y vivieron juntos en un gran apartamento hasta que Bobby se casó con una neoyorkina a la que Aman odiaba. Se tuvo que ir del apartamento y de nuevo con el dinero de la mafia se compró una palacete de 1 millón de dólares. A los 2 años la mafia le pisaba los talones y con 53 años su única salida fue ingresar en el mundo del hampa.
Aquí llegamos al último capítulo de la vida de Aman Ray, un capítulo que se diluyó en los últimos 10 años de su vida, a lo mejor los más estresantes e interesantes en la vida de este hombrecito de bigote fino y cara de paellera. Se reunían todos los días en el cabaret de Al Papino o como lo llamaba su hija, Al Papito. Ahí se encontraban todas las estrellas del submundo, desde Jacqueline Fierro, mujer de diversos hombres con una habilidad increíble para fumar con boquillas infinitas y por las orejas hasta Johnny “el cuchara”, llamado así por la forma en que comía el yogur  con la cuchara al revés. Estaba el joven Peter Peterssen, el inmigrante noruego más duro de la ciudad, podía partir nueces con sus orificios nasales, el gran “Chapusclo” que sobresalía por ser el único en haberse leído Mark Twain traducido al alemán antiguo y por supuesto Casimiro Legrand que dominaba todos los puestos de churro de la ciudad. Se sentaban siempre en la misma mesa encabezada por Al Papino y escuchaban gran variedad de músicos de Jazz que traían especialmente de Nueva Orleans, Chicago y Nueva York con promesas de la mejor pasta al pesto, aunque solo les daban una buena bolognesa. Fumaban todos bajo las lamparitas anaranjadas que flotaban desde el techo y que alumbraban las copas y las cartas de los ahí presentes pero obscureciendo sus caras, lo que creaba gran confusión al no saber quien hablaba. Al Papino tuvo que establecer como regla que todos debían agacharse al momento de hablar y esto ocasionó más de un golpe entre cabezas. Salían tarde y completamente borrachos y se dirigían con 3 o 4 mujeres hasta sus casitas con jardín de bromelias.
Aman se sentía bien, tenía poder, chicas y una pistolita de aire comprimido que una vez espanto a un perro grosero cerca de la licorería del tío Jam. Poco a poco, robo tras robo, extorsión tras extorsión, fue pagando su deuda ante la organización y fue ganando galones atropelladamente. El jefe lo quería como a un hijo pese a que su madre llevase un par de años muerta y no dudaba en recomendarlo para las misiones más sencillas y siempre le daba algún caramelo si la misión llegaba a buen fin. Esto suplía los muchos años de negligencia que había vivido de pequeño y volaba en un mar de felicidad cada vez que Al metía su mano en el bolsillo, aunque fuese para sacarse un cigarrillo o las llaves. El tiempo fue pasando y Aman se convirtió en la mano derecha del gran capo de Seattle, todos lo respetaban y temían, caminaba por el medio de las aceras y la gente se retorcía de miedo al verlo. Tenía a las mujeres que deseaba, el dinero que deseaba, el poder que deseaba. Pero llegó el buen día en que Al Papino, enfermo y en sus últimos días, le delegó el poder en una reunión con los capos de las otras mafias. Todos lo felicitaron, en su grupo se quitaron el  sombrero al verlo, Coco se quitó los tres que llevaba.  Se sentó presidiendo por primera vez. La silla se rompió dejándolo caer ante las carcajadas de todos. Su furia fue enorme, cogió a Peterssen y le apuntó con la pistolita en el ojo y gritó “¿Quién ríe ahora noruego cabrón?”. No sentó muy bien en el grupo y Peterssen lo denunció a las autoridades laborales alegando discriminación por razón de origen.
A la siguiente cumbre entre capos logró negociar a su favor el monopolio de restaurantes indios de la ciudad (eran sólo 2 y en uno hacían el pollo al curry con demasiadas uvas pasas entonces no iba nadie), en vez de la droga, la prostitución y los contactos políticos. Al llegar de nuevo a su restaurant con la gran noticia y con una sonrisa enorme en la cara fue convocado de inmediato a casa de Al Papino. Tenía ya 64 años. Tumbado en la cama tuvieron ésta conversación:
-Aman, ¿te quedaste con los restaurantes indios?
-Si jefe, me costó pero al final me los dejaron a dos mil dólares, una ganga.
-Aman, eres un estúpido-dijo débilmente.
-Pero Al ¡esto será una bomba en algunos años, todo el mundo querrá ser dueño de uno, querrá comer en uno, habrá una gran población india en el mundo.
-Eres muy, muy estúpido.
-Ya verás que ganaremos a largo plazo, las drogas no tienen futuro, las mujeres están muy vistas y lo hacen gratis, además acabaremos en una sociedad autorregulada por el pueblo, a los políticos le quedan dos primaveras ¡¿para qué sobornarlos!?
-De verdad, piénsalo, eres demasiado estúpido. Tardaremos años en recuperar la supremacía entre las bandas y ¡tú te vas a atragantar con arroz al curry! He decidido nombrar a Peterssen mi sucesor y así además nos quita la denuncia. Estas fuera Aman y ten mucho cuidado que Peter te tiene ganas.  
-Lo mataré, siempre quise matarlo, y a ti también te mataré Al.
-Anda vete y no digas tonterías, que por lo que yo sé estas más muerto tu que yo. 
- Los cabrones como tu mueren en cunetas y enterrados en maleteros.
Y estas fueron las ya famosas últimas palabras de Aman Ray, aunque Coco dice haber oído algo así como “Bernarda… pronto estaremos juntos…” cuando yacía en el suelo esperando las balas finales. Y así acaba la triste historia de un hombre que nunca encontró una mujer que supliese la belleza de la barba de su enanito de jardín, la suavidad de su cerámica, las curvas de sus pantalones anchos. 

lunes, 12 de diciembre de 2011

Razones


La vida es una larga y angustiosa nota de suicidio que a veces se ejecuta, otras veces no. Escribimos nuestros males en este papel reseco,  los guardamos en pequeños cajones junto a millones de sueños y dolores y lo cerramos con una minúscula llave de azúcar y puerro que deslizamos por el bajante de nuestra conciencia y escondemos del alma para no llorar ante cada reflejo de nuestra inusitada existencia. Todas nuestras sutilezas vagan por el roble del cajón sin dejarnos ver su color marrón, nuestras mentiras,  las historias, la envidia, la melancolía, los miedos, la incertidumbre, el futuro y el pasado, los amores, las obligaciones, los tatuajes indelebles, la muerte, la soledad rocosa que embobados aceptamos, las lágrimas, las miradas verdaderas, los estereotipos, los pezones y culos y penes y coños y pelos que sobresalen de las camisas arrugadas y molestan al pronunciarlos.
Somos esos exámenes a los que no vamos, los que confirman nuestra estupidez y los que sin quererlo la desmienten, los besos que nos hacen adúlteros, los que siendo románticos no son menos inconsistentes que un cuento yankee o que los poros de una adolescente. Nuestra moral que llora a cada paso y que es nuestra inconsciencia barriendo la dignidad de estar vivos, de respirar profundamente, de bailar al ritmo de tres tambores y sudar como un perro en una orgía que bien podría ser la más hermosa de las misas.
Somos los granitos de piel que quedaron tras un accidente, desgarrados entre el parachoques y el cielo, los gritos de madres con velo que tiemblan al sentir a los dioses  bajando en busca de un alma, el terrible sonido de dos ojos que se cierran y dejan caer la maravillosa muestra de vida en forma de bellota cristalina, la tierra húmeda, la seca que sacudimos tras embarrarnos junto a ella, la falta de aire, la falta de amor, de vida, de un guía allá arriba, de sexo, de gritos apasionados en un bar gay, en un bar hetero, en mi casa que no es mía, en la vida bajo un puente, en las miradas esquivas en las esquinas de los países de mierda, en los perros retrasados que tanto quiero, en las ganas de vivir que a veces nos faltan, en todo lo que me cago, abrazándolo todo en una única y resplandeciente verdad, estamos vivos y no lo sabemos, y no queremos saberlo.
                   

jueves, 8 de diciembre de 2011

Cuarto para las doce en París


Y a lo mejor no encontraré otro placer más grande que el sentarme con una copa de vino, muchos cigarros, un poco de risa auxiliada y una noche entera de libertad frente a una pantalla viendo y escuchando tu absoluta genialidad subiendo y bajando con graciosa humanidad sobre las líneas de tu historia. Pero una vez me pasó algo fantástico, algo que siempre recordaré con un cariño y amor especial, algo que estoy seguro tu también recordarás.
Mientras reía a carcajadas viendo aquella película tuya bajo los efectos de un toque de alcohol, me dejé llevar demasiado por el entusiasmo y al tocarme el pelo quedé totalmente espantado al notar que tenía pelo por toda mi cabeza, un pelo robusto y más corto, tenía de repente barba prominente y no medía ese metro sesenta, pero un metro noventa con el que soñaba todos los días de joven.
Empecé a hablar rápido y a atragantarme al querer explicarme a mí mismo que había pasado, pero no podía, busqué mis medicinas para la artritis y la ansiedad pero no pude encontrarlas en aquel pequeño cubículo de esa ciudad que ni me sonaba. Estaba inevitablemente atrapado en aquel cuerpo de joven veinteañero con aliento a tabaco y vino, con lo que en seguida me emborraché y no tenía ni siquiera el número de mi psicoanalista.
Tenía el cuerpo de otro. Aquello era aterrador, ¿Qué sería de mi vida, mi verdadera vida? ¿Qué le pasaría al verdadero dueño del cuerpo? ¿Volveríamos a nuestros estados normales? Me asomé por la ventana y vi un inmenso rayo de luz volando por la ciudad nocturna, pintando las gotitas de lluvia que caían. Estaba en París. Qué hermoso es París con lluvia, qué suerte tuve de no haber renacido en el cuerpo de algún tejano republicano o de algún mafioso ucraniano.
Me miré al espejo, me peiné como pensé que estaba a la moda en Europa (mucha gomina y el pelo muy pegado de las orejas, dejando siempre un hilo de respiración en el medio) y salí de la puerta con la que peleé hasta 15 veces hasta convencerla de cerrarse con llave. Y en ese momento apareció una joven que me besó apasionadamente y empezó a juguetear con mi pelo y a reírse de mi peinado que juraba era la cosa más espeluznante que había visto. 
-Si… lo siento es que se me estropeó el peine y tuve que plancharlo con la puerta del armario.
-¿No me digas? ¿No te apetece que entremos y me lo explicas mejor? -dijo tocándome el pelo y disfrutando de él casi tanto como había hecho yo pocos segundos antes.
-Disculpe señorita, verá es que tengo que irme…
-¿Señorita? Hahaha deja de fumar mi amor- dijo con cierto acento que no supe descifrar, pero juraría andaluz.
Y de repente caí que hablaba y pensaba en un perfecto español digno del mismísimo Buñuel.
-Claro amorcito, te estaba tomando el pelo, pero me tengo que ir.
Me escapé como pude de la muchacha que por lo visto nunca había sido rechazada por aquél muchacho. Caminaba haciendo eses y riéndome de lo que la suerte me deparaba en este viernes de enero parisino, en el que el frío helaba las patillas de las ratas del barrio judío. Estuve vagando hasta llegar a un cine donde proyectaban una película mía. Entré como total anónimo en la sala y me senté a lado de un señor gordo con sombrero de hongo y bastón de madera. Empezaron las primeras notas del principio de la canción y escuché como dijo:
-Pfff encore la même merde que d’habitude…
No pude estar más de acuerdo pero me limité a tocarle el pelo y a sonreírle rogándole una oportunidad para el artista. El hombre se lo tomó mal, se levantó y se cambió de sitio. Así transcurrió la película y sólo el honguito se levantó a los veinte minutos para irse dedicándome una mirada de satisfacción y una sonrisa ambigua.
Al salir de la sala paseé por unos canales en el doceavo “arrondissement” hasta sentarme al borde del agua cerca de un par de borrachos que no se percataron de mi presencia. Al cabo de un rato llegaron cuatro personas con un trombón, un clarinete, una trompeta y un contrabajo y empezaron a tocar un poco de jazz que se estrellaba como el cielo en esa noche. Me fui acercando y me senté a lado de una joven hermosa, de pelo marrón liso y de labios prominentemente apabullantes, ojos oscuros y altura apta para mi nuevo cuerpo.
-Son buenos ¿eh?
-Sí, muy buenos- me respondió forzando una sonrisa y mirando rápidamente al grupo.
- Yo toco el clarinete.
-Que bien, pídeles que seguro a la siguiente canción de dejan tocar.
-Uff no sé, no soy muy bueno sabes. Soy mejor hablando con chicas- le dije sonriendo.
-Eso tendrás que demostrarlo tocando el clarinete- me dijo ya más interesada en la conversación.
Hablamos de un par de banalidades hasta que le gritó a un tal Michel que me prestará su clarinete y éste con aire preocupado escupió un trozo de croissant, me miró y me lanzó el clarinete desafiándome.
Empezamos a tocar un jazz que desconocía pero pronto me sentí como pez en el agua, toqué y toqué hasta que me cedieron el solo en el que me afané como pocas veces, hasta quedarme casi sin aliento. Este chico fuma demasiado pensaba. Pero al ver la sonrisa que brillaba en la cara de la joven olvidaba eso y el hecho de que otra persona hubiese puesto su boca llena de croissant y regaliz en ese mismo lugar, minutos antes.
-Uau… eres bueno, muy bueno…
-No… soy del montón.
-¡No, de verdad eres muy bueno! ¿Nos tomamos algo?
-Oh, claro, claro, por supuesto, ¿donde quieres ir? Que yo no conozco esta zona de la cuidad.
-¿Y dónde vives?
-Ahí en frente.
Sonrío y nos fuimos dejando atrás a los músicos que siguieron tocando y al clarinetista un poco dolido por llevarme a su chica, y su clarinete.
Llegamos a un hermoso bar rojo y dorado, y nos sentamos a tomarnos algo. Ella pidió una cerveza y yo le dije que ya estaba borracho así que me decidí por un agua con gas.
-¿De dónde eres? - me preguntó.
-Puede que de España o puede que Francia. Hablo muy bien ambos idiomas.
-Yo soy de aquí de París, nací en el palacio de Versalles. Mi madre estaba de visita en la sala de parto del palacio y nací sin previo aviso. Hacía 100 años que nadie nacía allí.
-Eso es… eso es fabuloso. Vaya no tenía ni idea que hace veinte años estaba todavía activa la maternidad en algún palacio europeo. Fascinante, yo en cambio nací en Brooklyn, nada extravagante ¿sabe? sólo uno más de mi colegio.
-¿Brooklyn? ¿No eras de Francia o España?
-Si claro, Brooklyn es un pequeño pueblo cerca de Oviedo, de él se tomó el nombre para el famoso puente y todo eso, allí estamos todos muy orgullosos de nuestro nombre, ¡ah! y de nuestra fabada, todo sea dicho.
-Eres muy divertido… ¿Cómo te llamas por cierto?
-Mmmm yo, yo nunca doy mi nombre antes de la quinta cita, perdona. Mi madre me crío así… Sabes, éramos pobres y teníamos que cuidarnos de los estafadores, porque si nos quitaban cualquier cosa nos quedábamos sin nada.
-Bueno, habrá que esperar entonces- dijo sonriendo y terminando de enamorarme bajo esa luz tenue que resaltaba ese lunar sobre su ojo derecho.
Sabía que no era mi cuerpo, ni mi vida pero seguro le hacía un favor al propietario de este cuerpo. Yo sólo gozo del usufructo de estos nuevos veinte años, pero prefiero esta chica a la andaluza de antes.
Me encendí un cigarro casi por instinto, mi cuerpo me lo pedía, pero rápidamente expulse todo el humo en una tos que asustó a mi bella francesita.
-No fumo sabe, pero siempre quise parecerme un poquito a Humphrey Bogart y no he dejado de intentarlo desde que soy un niño. Incluso mi padre me compraba paquetes que yo tenía que esconder para que pensase que me los fumaba.
-Vaya… eso es…extraño.
-Sí, en los años cuarenta era distinto.
- Sí claro- dijo riéndose de mí.
Toda la noche tuvo ese tinte mágico que te regala París enamorado, paseamos por la pirámide del Louvre, por los Champs Elysées hasta llegar a la Tour Eiffel en donde nos sentamos a comer unas castañas asadas que nos calentaron por lo menos las manos. Le toqué un par de canciones con el clarinete de Michel, la pierna con mis manos y me invitó a su casa.
Era bonita, típica de una estudiante de arte, con posters por todos lados, libros de egipcios, de griegos, de columnas, hasta de cerrojos de la albañilería del siglo XIII. Abrió una botella de vino cualquiera y me puso, irónicamente un disco de New Orleans Jazz Band que me petrificó en el sofá.
-¿Te gusta? Me recordó un poco a lo que tocaste antes.
-Eh, sí claro, aunque los hay mejores a esto, sobre todo el clarinetista no me gusta mucho- dije atascándome con la lengua.
-¡Pero si es Woody Allen! Como cineasta me aburre, pero como clarinetista me enamora.
-Gracias, pero exageras.
Entre risas me agarró del cuello y me estampó una sonrisa indeleble en la cara. Y así, entre besos y melodías antiguas de jazz de Nueva Orleans pasamos la noche en vela y vimos amanecer, sobre el dulce aroma de los pains aux chocolat, la ciudad del amor.
Me despedí guardándome en el bolsillo su número de teléfono y bajé tambaleándome por las escaleras, esta vez de amor. El frío hacía que estas mejillas de alquiler se convirtiesen en pequeñas farolas rojas bajo los árboles deshojados de la “Avenue Foch”, y siguieron brillando hasta llegar a lo que probablemente era mi apartamento. Ahí me descalcé, subí la calefacción, me puse lo que podía ser un pijama o un esmoquin, y me dormí con mi francesita en la cabeza, esperando a la quinta cita para decirle mi nombre, y esperando a mañana para poder averiguarlo.

Bueno esta es la historia de cómo un día me dejé llevar demasiado por una película, y pasé, o creo haber pasado la mejor noche de mi vida o el mejor sueño de mi vida. Al día siguiente busqué en todos los pantalones y no encontré ningún número, mi ropa olía a vino y marcas de pintalabios invadían mi camisa blanca que estaba colgada sobre un clarinete, el primer clarinete que había jamás visto. Todo estaba revoloteado, y en el lavamanos una notita estaba cuidadosamente colocada bajo mi cepillo, ponía:
“Gracias, enjoy your life or I’ll do it for you.”

jueves, 10 de noviembre de 2011

Otra mierda más

Y al final, siempre reduzcámonos al final, al insoportable sonido del hijo de puta tren que taladra mis oídos y mi tranquilidad toda la noche y todo el día, con choferes sin oficio que pitan al pasar junto a casitas que saben de pobres europeos que se obligan a obviar el resquebrajante ruido de la maldita revolución industrial. El final no es nada, el final puede ser la reflexión, pero hoy no es nada, el final es tan solo la deformación de un principio sin sentido. La vida suena tan idiota como se ve, juguemos al lego del dinero mientras la heroína corre libre por mis venas. Apreciemos ¡oh! las calles que empinadas muestran teta a teta las prostitutas más maravillosas de la calle montera. Cantemos, borrachos e iracundos, hooligans de la fiesta repetitiva y rastrera, al ritmo de un bombo futbolero, la canción de todos los males, el bolero que ha de abrirme el inmaculado agujero. Santa razón que te pierdo y pienso, que bien estoy sin ti, santa regla y santas puntas de navajas que abren de par en par la boca de otro inmigrante más. Jodan nos inquebrantables dioses e impenetrables mujeres que de una u otra razón nunca pude joder. Áspero el jalo con cartón reciclado, ácido que trago con el café cada mañana, suerte la del ecologista barato y retardado.
Quisiera poder ser el subjuntivo del verbo amordazar, que las amistades no fuesen medallitas que colgar en el traje de la comunión, que ni esa ni ninguna canción volviesen a jugar con la jeringa que vuela y vuela y cae en mi dirección.
Otra historia ridícula, otro sin sabor, palabras juntas sin ningún pudor, arte por metal, arte sin toque, magia negra de poderosas secuelas, la nada siendo, solo, nada, el perenne e inmortal ladrido, el tren subterráneo, la yuxtaposición de noches sin tabaco, otra mierda más.  

domingo, 6 de noviembre de 2011

Desechado

Arrúgame y bésame, insúltame y bésame, mófate y bésame, solo quiero sentir dos labios que como trampolines quemen mis lagrimas demasiado visibles, quemen mi vida sin ti, teatro maldito e inoportuno, teatro vida, vida teatro que a oscuras riegas mi vida y la enardeces, la levantas, la magullas y me das el cariño que me aúlla desgarradora la madrugada fina… la concha perdida tras toneladas de arena, la Concha Espina tras pies sucios paseantes e indigentes. Sóplame la cara mojada, sube caracol maldito de mis piernas inquietas, salta sobre el trampolín mojado en el que bailo y siento, dime sin más que palabras cómo hacer para enterrarme en tablaos y beber el último trago del beso que me prohibiste. Y tú te dijiste cráteres que engordados por pesados y asustados meteoritos brillan y broncean mis tardes y mis poros vigilantes doran días y minutos y ocultan una noche de focos bien dirigidos, de senos parloteantés en tablas abiertas por tacones puteados, por zapatos migrados de piernas morenas y velas que chillan en cumpleaños. Desvalijé bambalinas y en un entreacto vacié una bolsa entera de sentimientos que tímidos reusaron al público, y volví estreñido a bancos públicos que hablaron, me hablaron del rio de la plata y de sus tangos, que me metieron la lengua hasta rozar mi alma encerrada y encerada por musgos gigantes de una tragicomedia como la vida.

El telón subió, o se desplazó, no hay dios que lo sepa, y ahí lloré de penas que por cinco minutos fueron mi muerte adelantada, fueron un acordeón triste, fueron un tigre rallado por dentro y liso por fuera. Fuiste tú que provocaste mis primeras lagrimas atildadas por el foco directo, fuiste tú vieja amiga aterciopelada que dirigió escenas maravillosas de esta mi vida, fuiste tú alargada figura de la amistad que enardeciste mi prosa y desechó mis penas una tras otra. Súbete y bésame, abrázame y bésame, mucho más, sientes más, vives más, lloras más y del saxofón y de los libros marchitos enloqueces en bailes inoportunos, como inoportunos son los sonidos del alma traspuesta a una radiografía con migrañas, y arañas, sin tela para cocer nuestro pasado.

Que camino...

¿Y si es el corazón el que me pide calma, que no ve ni soporta ser parte del hoy ni del mañana? ¿Si es mi corazón el que me susurra paciente para que no lo haga, para que deje de hacerlo, mi hermano gemelo que espera a que lo escuche?
Sueño con la lluvia que caía sobre mis cejas inundadas, con que una voz cante un poema sobre mi acostado, desnudo, sobre el suelo frío de la muerte de cerámica. Dando palmas junto al chapoteo que es el helado viento removiendo los charcos del jardín huracanado. Es el anhelo queriendo nacer de mi boca miedosa y de mi cuerpo miedoso y tembloroso, estresado, eyaculado ya, blando, débil. Son los tigres y tigresas que expulsan a los guepardos que ya no tienen sitio en las nubes. Son los caninos maullidos de esas carcajadas intimidadoras de poderosas sonrisas e incesantes negociaciones con la vida y el alma. Es Lorca en su desesperada visión, es la minoría asustada siendo absorbida y aplastada por la minoría comegente de moda, son los cigarros que me quitan el aire, son las pesadillas ilustres que mueven mis piernas nerviosamente bajo los escritorios.
El recuerdo de Wilde, de Steinbeck, de Lezama, de Pessoa y sus alter egos y de Miguel Hernandez con un cañón en la boca.
Sin duda será Hermes que se esconde y espía, que sigiloso traza el camino dejando migas de pan sobre las piedras que hoy nos guían. 

miércoles, 26 de octubre de 2011

Hola, soy yo.
 Quería decirte que desde que te fuiste nada ha sido lo mismo. Cuando respiro ya no siento el suculento sentir de tener un soplo más, cuando toco no siento ya mis dedos, ni mi mano, ya mi cuerpo no tiene barcas que transporten su ser, cuando bebo ya no siento la deliciosa sensación de tragar un río de vino y vida, cuando como, no respiro y caigo desde la silla rompiendo mi consciencia contra el mármol que son mis días.
Desde que marchaste mi francés empeoró y con él la memoria de París y tus besos rotos, de nuestros abrazos por allá por “le seiziéme” o en aquel parque de Montmarte. Se me van las promesas que me hiciste, se me van los primeros y últimos sueños contigo, el café con ese cigarro que nunca me negabas, con el que ponías esos labios, con ese hermoso aire del que no fuma y sufre por ello. Ya no me he despertado a media noche creyendo tenerte a mi costado, ya no nos escapamos de todos y nos sentamos en ese puente con una botella vieja de sangría. Ya no siento mi lengua recostándose en la tuya en ese instante que alimentó mi vida tantos años, ya no veo tu blanco hermoso tocándome y sintiendo endurecerse nuestros corazones extranjeros. Ya el suelo no se disloca de excitación cuando tus pies rozan mi cuarto ni del sensual temblor me despierto por las noches pensándote ahí, cerca. Mis ojos no te buscan en la penumbra de estos pasos que borrachos atraviesan sin queja, inanimados, el yugo que es este pasillo. El horrible y tedioso chirriar de tus dientes cuando nerviosa me pintabas la espalda, de rojo, a arañazos. Ya esas lágrimas no significan nada, ya no puedo besarte el cuello y ya nunca París será tan hermoso.  

viernes, 30 de septiembre de 2011

Resuena como tambor agridulce la rutinaria agua del rio. Adormece el atardecer que anaranjado colorea las gigantes espigas que esconden en su sequedad, en su alargada y descompuesta figura, el amarillo secreto de estos valles. El agua tranquiliza las piedras como tus dedos al piano y a las plantas con esa voz de alma hinchada. Pinta la figura que echada piso y acaricio, veo y enamorado siento como el aletargado cielo huye y colma otros atardeceres olvidándose de nosotros. La tierra seca las rocas que albergaron exquisitos pintores, el alba retrocede unos segundos regalando a dos enamorados la belleza de sentir ese momento de besos entre cigarros. El sentir de ese aliento caliente que te hace transpirar por los labios las palabras que del cielo o mar se traslucen. Una historia en donde el mar fue tierra y donde la ilusión engañó a la intuición. El niño creyó navegar por altas olas, y colmar, en el pico de la montaña, con su barco, altamar. Yo quise creer porque de sus ojos pareció salir la renacida adolescencia de mis amores. No puedo apaciguar las lenguas secas que brillan al pasar. Veo a lo lejos dos ancianos divagar, con la cámara delante siento en mi mano un pincel, que torcido pinta y pinta, y ya nadie mira, todos parecen disimular. Me siento y paseo mi mano sobre una hoja que ha de engendrar mi hijo prematuro, mi hijo sin maquillar.

domingo, 25 de septiembre de 2011

Descienden temibles las intocables lágrimas que han de brillar a la luz del flash, resbalan por entre el maquillaje encarecido abrazando al humo que aspira el ambiente.
Siento el polvo en mis narinas y me impide respirar. Siento el horrible malestar de depender de algo más, de mi debilidad, de abrirme al paso y no saber gritar.
Solo se me ocurre fumar y mi cenicero si grita, y mi cenicero si llora.
Se alumbran de luces pasajeras los pinos y las encinas, se escucha el viento besar sus ramas y componer otra vez música de mis ojos cerrándose. Y los grillos rezan toda la noche, y yo rezo toda la noche y mi familia reza toda la noche. Y me queman los labios de rezar sin quererlo, mordiéndomelos, avergonzado. Se escucha el murmullo tímido a leguas, se olvida ese murmullo sin leguas y se aplastan los murmullos que están  a leguas. Y también a un paso.
Puntadas como pinceladas atacan mi sueño y mis sueños, la temible oleada esconde el gas que iracundo recorre mi cuerpo llano. Resoplares recelosos de mala caligrafía y ortografía hedionda. Dolores en la garganta hinchada, conversaciones anónimas de gente anónima que como yo malgasta su tiempo en falsas realidades efímeras pero constantes. Siglo de luces que de sobra alumbra de una vez por todas la inquieta quietud de los obstáculos que de culo caen y se rompen los dientes contra muros de personas descuartizadas por sus sueños,  inmundos recuerdos colectivos olvidados. Sigo rezando sonrojado por no estar allá arriba ya, por soñar con balas que explotan en mi piel y me dibujan grandes estrellas rojas con grandes “splash” cual bombas de agua. Y los murmullos aumentan y acaban con el ruido del tren que afuera se ajetrea, y los murmullos llenan ya la casa y asustan al perro y a los niños que siguen ocultos. Y una grita, las oraciones vuelan por las escaleras y hacen correr lágrimas que esperaban con dolor esos gritos de locura. Y nadie se mueve, todos siguen de rodillas rojas contra el suelo afilado, con el cuello dormido hacia abajo y los labios, mojados de lágrimas, moviéndose al ritmo de un padre nuestro inventado.

martes, 13 de septiembre de 2011

ssssshhh

Dios asqueroso y repugnante, te rebajas a cualquier hora y en cualquier lugar, prostituyes tus gelatinados huesos en cada esquina y te permites ser el único verdadero. Eres la cima de una sociedad putrefacta, eres el escalón más alto de la inconsciencia humana, eres el recuerdo y el olvido, eres lo obvio, eres el todo, pero sobre todo eres la nada. Inundas las calles de basura, inundas los ojos de odio, inundas los corazones de la nada que te posee y mueve. Grietas abultadas de color marrón ocre, esa es tu deshuesada y atrofiada mirada miope y lejana, diablo vestido de marcas, diablo dirigente, diablo cercano a todos que nos destruyes con solo una fumada. No te tengo rencor, te tengo odio y pánico. Corrompes y destruyes allá donde tu paso es firme, asesinas migajas que somos y escupes sobre nuestra frente en todos los medios y bajo nuestros ojos día y noche. Y nosotros borregos, ciegos de profesión, restante malformado de una raza, te admiramos y perdonamos como a un hermano.
Nos vas a recortar en trocitos imperceptibles, pero nada es mucho, todo es merecido, lloramos y reímos por ti, vivimos y morimos por ti, copulamos y nos masturbamos por ti. Eres el necio espejo que todos los días nos muestras nuestro mal camino, eres la destrucción fétida de la humanidad y no eres ni peor ni mejor que yo, ni que nadie.  

miércoles, 31 de agosto de 2011

Nevado


La ventana dividida lloraba el frio de afuera y el calor de adentro. El llanto impedía a los pequeños copos de nieve ser vistos desde el interior. La suciedad se escurría al compás del agua que inventada corría y desaparecía en forma de misterio.
Los copitos caían desde hacía una media hora, la felicidad inexplicable de todo ser humano con la nieve hizo que el joven se escapase de su casa y se propusiese caminar bajo la pequeña capa que flácida se formaba ya bajo sus píes. Caminaba distraído, dejándose llevar por el delicioso sonido de sus botas chocando con la masa inerte y por la única hilera de pasos que pintaban la reluciente nieve. Eran unos pasitos como de la talla 38, y él los destruía con sus gigantes botas del 46. Se divertía mirando para atrás y hacía delante, viendo como las huellas de aquella persona desaparecían ante la déspota dictadura de su paso militar.
Sonreía y disfrutaba del viento glaciar que chocaba contra su bufanda y se redirigía a sus cachetes rojos. Las deliciosas estrellas que caían, se derretían al tocar su cuerpo o sus lentes. Por lo que cada 15 o 20 pasos tenía que pararse, dejar su barriga al descubierto, para limpiarse los vidrios con las capas inferiores de su ropa que permanecían todavía secas. Nada le era más molesto ni sagrado que ese par de lentes rayados que eran a la vez su conexión con el mundo y su más delicada debilidad. Se mojaban y le impedían pisar con precisión las huellas. Brincaba sobre obstáculos, se resbalaba, pero seguía los pasos en el suelo con enorme dedicación. Pensó en la persona que había tras aquellas hermosas  marcas en la acera. Dedujo, o quiso deducir, por el tamaño y la sutileza de las formas, que era una mujer. Una mujer delicada, por los pequeños pasos, liviana, por lo superficial de los sellos en el piso. Empezó a estudiar a la chica. Primero pensó que debía ser joven, esquivaba los obstáculos con gran lucidez y sin pararse apenas. La piel suave, morena, espectacular, sencilla. Era decidida y no tenía prisa, posiblemente, como él, estaba paseando y disfrutando de la recién caída nieve. En un momento vio como se paró ante un afiche publicitario de una sesión Jam de jazz o de un mitin de la extrema derecha. Ahí tuvo que decidir qué camino tomar, se lo apostaba todo a una carta. Decidió seguir soñando con ella y eligió el concierto de jazz, pese a la dudosa reputación del grupo.
Se la imaginaba hermosa, con una bufanda negra, castaña de pelo, con un gorrito negro en el que se posaba, amablemente, un pompón peludo y separado del gorro por un hilito del mismo color. Era de una simplicidad sabrosa, la gente disfrutaba con la sola entonación de su sonrisa despreocupada, era de abrazos fáciles, como él, saltaba y gesticulaba mientras gritaba algún oportunista pero genial pensamiento. Cada vez la pintaba con mayor claridad, se la imaginaba en cada una de sus tareas diarias, se iba encariñando, quizás, hasta enamorándose. Se llamaría como quisiera, pero en su boca parecía que las letras corrían una a una sobre la arena y acababan bailando sobre el transparente mar de la felicidad.
 Cuando ríe y sus cachetes toman el vuelo hacia sus ojos, parece perdonar a la humanidad, parece redimir los pecados  nuestros y los ajenos, parece querer desaparecer de la tierra para dirigir con su belleza el paraíso. Temblarían sus manos al agarrar las suyas y besarlas, le temblarían las piernas en el primer beso y susurraría, melódica, la terrible perfección de las estrellas cobijándolos en ese abrazo que los uniría para siempre.
 Debía brillar el sol en su adorable cara, debía devolver a sus ojos el calor de esos rayos tímidos de invierno y enardecer cada copo, puro y blanco, de nieve que cayese. Sus ojos eran profundos y marrón oscuro, su sonrisa melódica acompañaba a la perfección a sus dientes que sin quererlo  morderían cuidadosamente sus labios al besarla. Iría de negro, con un abrigo largo y tejido a mano, con un pantalón ajustado a su perfecta cadera, que enloqueciéndolo, se trasluciría dejando a la vista sus angelicales líneas.
 Los colores empezaron a gobernar los ojos del joven, su pecho empezó a vibrar irregularmente, la respiración se le trancaba y su cabeza daba vueltas por la falta de oxigeno que esta le provocaba. Se había dejado llevar como muchas otras veces por fantasías rupestres, pastoriles. Aunque esta era diferente, era de una realidad insultante, sentía sus dedos entre los suyos, sentía su aliento calentando sus labios secos, escuchaba su voz y besaba con los miedos sus oídos.  
Por último tendría unos zapatos negros deportivos del 38, de hecho, estarían mojados, con la punta blanca y flotando en la nieve dejando el hermoso rastro de este encuentro. Hermosos tesoros hipotérmicos que permitieron que naciera el amor en una tarde nublada. Soportarían el hermoso peso de la bella figura que le robo el alma al joven durante unos minutos y durante una vida, soportarían la responsabilidad de haber unido en sagrado amor a dos personas que se amaban antes siquiera de conocerse, que se soñaban al caminar solos, que se buscaban sin descanso en cada ciudad que visitaban.
Las conversaciones volvían, su sonrisa paseaba ya sin pudor, desnuda, por los ojos del paseante que sin quererlo se vio atormentado, tropezándose y deslizándose sobre la capa cada vez más profunda del colchón blanco. Las huellas eran cada vez más escasas, se rellenaban con el paso del tiempo y de los copos que asesinaban poco a poco la figura de su reciente y verdadero amor. La última huella perceptible quedaba al lado de un banco, se agachó y con sus dedos rodeo la silueta de esta y diseñó de nuevo las marcas de las suelas que ya estaban grabadas en su cabeza de memoria.
Se levantó mirando a esta y se sentó en el banco, dejando que su mente besase una y otra vez a su hermosa estrella mientras a lo lejos, un pequeño pompón negro saltaba de paso en paso, siguiendo el rastro de unos pasos que acababan en un banco ligeramente nevado en donde reposaban unas botas del 46.  

lunes, 29 de agosto de 2011


Ya fuera de ti estoy, de tu gran seno expulsado,
Suplicando y rogando que en otra vida vuelva
A adorar y caminar por tu cadera que vuela,
Rozando mi frente, enardeciendo El Dorado.

Por tu real hermosura, llorando vago,
Resoplando de asombro sufro del ocaso
Que mi amor construyó, al que mi amor dio paso
Al día sin tus manos, a la noche, al ahogado.

Sufro muerte de tenerte al oído susurrando,
Siento que mis horas fuera de ti no cuentan,
Oigo tus memorias rotas, en el cielo, navegando.

Fueron ya los tiempos que narrados eran,
Las horas locura lisa, la belleza, rajada a rayas.
Es ya tiempo de largarme y que te vayas.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Voz nocturno


El cigarro me llama desde el borde de la mesa, me pide desesperado ocultar de una vez la vergüenza de ser el último fumado. Siente el gran dolor de ser el único en una caja demasiado grande para él solo, demasiado solitaria para pasar la noche en ella. Lo escucho, es el último, después de él no hay nada. Son dos, quizás tres minutos los que le regalo y me regala, en los que no estoy solo ya, en los que mi garganta grita y mi cerebro goza. Son minutos apasionados con un tenor aliñado a mis dedos. Son minutos que me matan dándome vida profunda y apasionada, acercándome al cielo olor de cera. Eres el último y ya te quemas entre mis dedos haciendo caso omiso a mis palabras. Burbujeante tiemblas en mis labios y en cada jalo disfrutas de tu bello anaranjado. Paseas de mano en mano y diriges la balada de tos mientras tu ceniza intenta saltar de una vez por todas y explotar contra el escritorio en un inmenso e imperceptible “plaf”. Te consumes rápido amigo mío, eres finito y por eso cada segundo contigo es un mágico delirio, es una tierna odisea, es la guerra y el regreso a casa, cabizbajo, tembloroso por las noches, paranoico. Tu muerte se anuncia en mis dedos, el calor de los últimos soplos de vida se manifiestan, ya no hay letras ni el peligro de que tu ceniza deslice de entre mis dedos. Te despides pensativo como naciste, tu tumba está regada por tu cuerpo incendiado en el cenicero, te vas entero, como llegaste. El paquete permanece vacío, totalmente inútil. Sus amenazas no me asustan, solo me asusta el vacío que lo llena.
Ahora sólo queda el umbral de tu memoria esparcido por mi cuarto ahumado, el olor en mis dedos impreso, mi boca seca por la falta de tus besos, el carrasqueo odioso que es mi voz nocturna.      

lunes, 15 de agosto de 2011

Morir de amor es jurarte el olor de mi cuerpo al pasar, es dejarte bajo el sol y sentir tu dolor. Morir de amor es jugar sobre esa flor que vio nacer a ese único y deslumbrante ser, es bailar bajo la inmensidad del pelo azul que trajo el viento al callar.
Es tenerte así como poema, es besarte cada noche cuando nacen los pájaros tempraneros, es acariciarte con perdón el pezón y acunarte en mis brazos para sentir como, uno a uno, adoro los latidos que te dan vida.
Es pasear a tu alrededor besando segundo a segundo el tiempo que tú me dejas, es fumar y olvidar que no eres yo, que no soy tú, es lo natural de tocarte el muslo y no admirar la increíble suavidad de tus ojos, es apaciguar la espera sin ti con la virtud de tenerte.
Son los silencios perezosos de noches en llanto, son los cristales empañados del calor que emanamos, son las gotas que sensuales rodean tus caderas y le dan otro nombre al amor. Eres tú sobre mi gritando en mil idiomas que me quieres o me querías, es ver en tus ojos que la realidad se nos escapa y empieza a gimotear el conejo de nuestro país de las mil maravillas, de nuestro islote de la fantasía, nuestro cuarto incendiado pero perfumado.   
Y cuando tu sonrisa no esté, cuando tus lágrimas no sean mías sino suyas, entonces sentiré como morí un día de amor y hoy solo del rocío resucito por tu solo recuerdo. 

miércoles, 10 de agosto de 2011

Eres la turbia velocidad del humo que raspado y rezagado huye como rítmico por el escape de mi garganta bailarina. Cantas, aturdida, para rehacer las noches que pretendidas o pretenciosas colmaron de alfileres mi corazón colapsado por ese son. Tu falso nombre es amor y mi falso amor se hace llamar por tu nombre. Las horas aplastadas me enseñaron a chapotear, a ahogar en unas teclas, las estrellas animadas por falta de curiosidad, las medias lunas mal pintadas, las imágenes quemadas e interrumpidas en mi memoria traviesa.
De entre tus horrendas historias imaginé, callado, las morbosas crónicas de tu sábana, la terrible gozadera de tus besos insulsos, de mi desvergonzada presencia en camas ajenas. Me enseñaste a callar mi descuido, mi desinterés mordaz, mi maullada presencia, haciendo interesadamente de ti, un títere en lencería cara, unos labios robustos, una figura que viciosa me maltrata. Lograste que más mal que bien mis ojos no llorasen al ver tu bronceada cadera despidiéndose de mi mirada caída. Lloraste mi defecto y creaste el escudo al arte de amar, a Ovidio y a Prestigio colgados en ramas de cambur. Lamiste el suelo por fantasiosa, lamiste la suave humedad de mis parpados, el retal de aventuras en un rio de arena y la deliciosa maldad de lo barato de mi vida.
Soy romántico de tu obra, ronco de tu belleza y rudo del círculo de tu pecho. La herida grita asomándose por la empinada ventana del recuerdo ingrato de ese beso. Curando a su prole, drogada y puerca, seca sus mocos llorosos en una camisa escolar.    

miércoles, 3 de agosto de 2011

Hito

El silbido viejo canta como susurrando el aire que agudo transforma los recuerdos en suaves corales de un veneno maldito. Flota receloso por entre los ojos aguados, perturbados por esa masa sin forma, esa masa que pesa y sopesa la triste realidad lejana. El silbido anciano, el sesentero, baila y acompaña. Por entre praderas desiertas retumba el negro verso altisonante, la belleza feliz y tranquila, la pradera desierta. 
El silbido de blues, de country, de jazz... 
Llama tranquilo a la tranquilidad, lame resuelto la cocina oscura, la silla delante, los dientes escasos y sucios. Paseante no hay paseo, se hace el paseo al silbar. Y sigue poco a poco, guiando al viajero.
Y se escucha a lo lejos, se escucha el Llano y se escucha melódico el olvido popular que de la ancestral batalla sólo se hundió un poco más.
Desaparece tranquilo, sin alzar la voz, sin escupir más aire vivo. Desaparece como llegó, resumiendo, trasluciendo, besando en una sola historia los miles de pasos acústicos que hacen la percusión de esta canción. Ya insonoro, se siente sólo el aliento caliente y maloliente.  

jueves, 28 de julio de 2011

Clara Vida

Calurosas llanuras agrias de vida, perfectas alas planearon sobre la peligrosa estepa que dio en un paso el salto magno. Se llenó el sentir del tiempo fuera, del calor intenso que acompañó la niñez perdida y la avanzada bandada de mártires arados. Vacilaron las dudas y el pensar calló en un resoplar, en un bostezo dulce que aulló en mi oído las agresivas palabras de coloradas lanzas. Picaron las curiosidades y avivaron el fuego en una hoja de mango que pintó mi vida de un amarillo intenso. Siendo así mi vida sin sueños ni nostalgias. Se entendieron los miedos, se entendieron los sentimientos y los recuerdos unánimes. Las locuras, las pasiones animadas claritas, navegando callos y arrinconando al viento voraz.
Vi la libertad y vi las luchas, las muertes y la barbarie que la promueve y nutre. Flotando en tierra la sutil batalla por sentirse Venezuela, por besar la amarga y bárbara mujer llanera, escapar de nosotros y provocar el duelo por su amor, por batir en la cima nuestro querer desplazado. La salvia brota por tu senos, diosa, el sudor tiembla bajo tus caderas rotas.
Y se escucha ya a los lejos dos gallos luchar, dos egos que imperan ante la arena quieta, dos picos rociando la sangre por entre tus dedos. Jugando trazas la vida y la muerte y de entre los besos reluce el olor de las gotas poderosas.       

martes, 19 de julio de 2011

Arriba y cerca

Cinco luces y un platanal, bebiendo y tomando, escarbando entre ron y alma las pepas brillantes de mi ciudad. Aterradora, devoradora, cruel mercenaria de caprichosa hermosura. Sopla el viento sobre el intolerante ser, sopla deshuesado sobre la pared infranqueable. Quemas y humillas, deshumanizada figura, caminos camuflados del dolor histórico en una nación abierta al rojo vivo cuya gran vida se diluyó y diluye sobre un jugo de guanábana aguado. 
Responde silenciosa a mis amenazas, reinterpreta mis quejas y palabras de dolor. 
Callado de muerte salvaje. Salvajes somos y salvajes pereceremos.
Liturgia amarga, cepa ambigua de neblina y oro. Escondida tras el Ávila, temerosa,  protege la violencia y  desde arriba se olvida.  Masa grumosa, néctar pesado, gran varón venezolano de días contados.
Protege y ahuyenta el dolor de tu cara y a santos indefensos en una corte asesina de brujería altruista y miradas intensas. Engorda la máquina de café y subraya los tiros que en el fondo son vidas perdidas. 
La neblina ya es Caracas, la neblina enturbia la vista y aclara el alma mansa sobre nidos de rocío, sobre puntos cansados a lo lejos ocultos.  

martes, 21 de junio de 2011

De voces

No sabría esconder los milagros de mis días, de mi vida, los milagros de la creación, de la pasión con la que he vivido, con cada segundo, cada instante, cada memoria me remonta a mis amores, a mis temores.
No  podría oscurecer el cielo de esta vida que quiero tanto y de la que espero tanto. Cielo escúchame, gaviota vagabunda de ojos grises, alma en pena, no sufras tanto, no temas de las horas que no todos somos castigados.
Escucho la lluvia chocar, el cenicero inunda mis narinas, el odio me repele, el llanto me invade con solo unos acordes y corre moribunda la lagrima que no caía, Y corren dos y tres y empapan mis lentes, empapan mi vida que no es tal, que se pierde y no se encuentra, que aparece y vuelve a llorar canciones cantadas por otras voces, canciones que perturbadas matan mis vicios, que sacan cigarros y me impulsan a tallar en una hoja las blancas manos que me enamoraron, los ojos tristes de mis palabras…
Sopla tranquila que la vela es fuerte, la llama brilla en el altar que aleja los miedos del arte y del alma. Que de pronto son  años, y que de pronto se olvida, que caprichosa la voz que mata por una lagrima, que alegría le da a ella y como me impulsa a un llanto pesado e inhóspito. Trágalo todo que ya siento, que ya vivo y peno por querer tocarte y tenerte a miles de centímetros de mi boca. Que boca la tuya que intuye y huye, que vacila por querer cometer inmoral las horas que tiñen de negro mis días, que no dejan que me piquen los ojos húmedos de excitación oral. Ven otra vez y nunca te vayas, báilame y sedúceme de nuevo y que el nuevo marque tendencia en mis brazos ya casi dormidos. Cántame egoísta hasta que tu voz se extinga de pura belleza. Rózame con los pechos las manos y alza la vista para besar mis labios que son tuyos, que hablan portugués cuando tú lo pides, que hablan lo que quieras y no hablan si no lo pides por escrito, si no llenas de manchas azuladas las letras de esta carta que como yo escribes. Enséñame el secreto de tus ojos escondido en un papel, mi nombre escrito en cien idiomas y rodeado por líneas que de amor se borren. Congela tus manos en mi cara, escucha la voz, escucha el llanto que hace llanto, escucha el rio que no te moja, que no para de correr tras lunas perdidas, que no suena si no es contigo, que llora por fin con mis ojos la lagrima que no cae, la lagrima que tampoco moja. Y gotea el alma sobre el muelle de mis anhelos, sobre el mar de mis besos, de mi dolor tranquilo, suspicaz y capaz de deshacerme ante ti y todos.
Abre la puerta. 

miércoles, 8 de junio de 2011

Cloc

La carretera toda por delante ancha y gorda, con lindas curvas, con vientos huracanados en mi pelo veloz. El sonido fuerte e imponente de mi enorme maquina acompaña el calor seco y profundo que alimenta mi vida lejos de mi vida. Surco el mar de asfalto que se arrodilla ante mi libertad, balanzas estereotipadas de la felicidad, lápices, papeles, una montaña de sueños y el dulce aroma de la aglomeración de historias. Y dejo atrás la vieja, dejo atrás la ambición y el odio, dejo atrás al intelectual y dejo atrás las malditas estaciones que enserian mi existencia. No vuelvo a ver señales por todas partes ni miedosos siendo apaleados por bravucones despreocupados. Me olvido a cada momento lo cerca que estuve de ser un sir, un Monsieur, un señorito de pacotilla vestido de un traje sudoroso y besando pies olorosos… Hoy nada de eso me importa ya, en frente la selva, de lado el mar iracundo de verdad, rodeado de un llano enorme y bárbaro, empiezo una batalla a vida o muerte con la misma vida que me llama, con esos sueños de grandeza que sólo aquí se pueden lograr, con animales grotescos y finos, con caimanes oligarcas y patriarcas aquejados por la falta de caciques. Tiemblo y me tiembla la voz airosa de tantos debates. Me cuesta escribir porqué todavía no huí. Busco en mí la fuerza para volver a ser el de mis cuentos, para cumplir quizás alguno de mis sueños, para asesinar deliberadamente la soga que me ahoga y me tiende la mano para no cortarme el cuello blando y desgastado. Bendito el día en que vea todo claro, bendita la luz que ha de nutrir mi embalsamado corazón y achicar el vino en esta inmunda embarcación. El viento sigue ahí y el rugir de este Ford me hace sentir de nuevo el calor del desierto sobre mi frente descansada. ¿Cómo será vivir sin preocuparse de nada más? ¿Cómo respetar entre rezos mis sueños?
Debajo, el agua salada quiebra ya. Gotas vuelan sobre el azul oscuro y rompen cariñosas sobre mi lengua sedienta. Otra vez el mar a lo lejos, otra vez el viento roza mi alma nebulosa y arrastra sobre mí mil presentes paralelos al borde de un hilo y un anzuelo. El hilo se mueve y bailo con el tiempo y con la suerte, veo claro que no hay nada que ver, siento recio el odio de sentir, ilumino el mar para verme en él y una sombra de felicidad aparece tras enjambres de miel y luna. Todo cae, meciéndose sobre nosotros, todo vive, acurrucándose sobre el suelo, todo muere, imaginándose conmigo… 

viernes, 27 de mayo de 2011

Solo de armónica

¿Qué el tiempo pasa y es un bastardo? Qué carajo, bastardo tu qué lloras nada y fumas y tomas cristales afilados y todavía te sorprende que vuele y perdone tus estupideces dejándote vivir. Perdonándote una y otra vez por tocar el cielo, de ver claro, de disculpar fácil. Como disculpas tus acciones, tu poesía, tu inspiración, como pasas sin ton ni son, mirando hacia arriba y preguntando y escapando. Baja con nosotros los de abajo y abre los ojos, has desaparecer tu ignorancia arrogante y recoge tu mierda, muéstramela en una servilleta y despierta tus humos y sóplalos, erudito de etiquetas.
Mierda, te estoy hablando pestilente mugre. Agarra tus extremidades y repórtalas a las autoridades que desearan arrancártelas por quejón, por llorón y por tu deliciosa esquizofrenia selectiva. Sopla el aire y mézclalos en tu garganta hasta que del pus de tu boca resalten algunas palabras graves, difíciles de repetir y de escribir en un papel lleno de menospreciada pasión. Agarra tu alma tendida en una bandeja aplastada y retírala de mi cara sudorosa. Levántate del piso que me das pena, indecente. Súbete a mi camión y cuéntame hijo bastardo de la sociedad. ¿Te lavas todos los días? ¿Limpias el suburbio que te alberga? ¿Ves poesía apagada en las esquinas prostituidas? ¿Lloras tu desgracia y tus ojos te delatan?
Levántate te digo, hazme caso pequeño, no quieras ver la furia que se esconde. Sigue, cuéntame qué tal tu vida, abre el corazón despellejado de olvidos, saca las cenizas que te alimentan y riega mi insistencia con la llovizna del infeliz. Que tus ojos se humedezcan una y otra vez, que mi opinión se mantenga y acepte tus juramentos, te regale un fado de confianza, una noche de parques y amores. Levántate por favor, no tuve que haberte dicho eso, yo también fui joven sabes, yo también quise ser algo y alejarme del puerto al llegar el tsunami, yo también quise ayudar a los míos ante la déspota sociedad. Súbete al carro y manejemos hasta el dormido malecón, hasta el arrabal de esa mejilla, hasta el sur de cualquier estado, hasta la colina de cualquier montaña, los besos de cualquier boca y los sueños de ese carioca.
Si no puedes tendré que irme, sigues ahí en el piso y no me hablas ya. Ya solo tus ojos se comunican, sirven de legado a tu vida, se despiden, en tu funeral, de los que te visitan. Ellos dejan en buen lugar la belleza que tuviste y reflejados en el blanco mármol de la funeraria me recuerdan esa calle y esas jeringas. Ya me voy amigo, quizás solo fuiste un muerto más, quizás solo te vi de reojo, o te soñé en una misa, pero sigue ahí, intenta dormirte y sacude tus cartones. 

miércoles, 18 de mayo de 2011

Manifiesto de lo desigual

De asquerosos mosquetones inhalé el gas putrefacto de una ciudad en ruinas, de gente bien vestida y de bancos ladrones con garras abiertas tras logotipos flacuchos y delicados. Pudriéndonos descalzos sobre amarillos sauces de centenaria historia nos vimos mendigando migas de pan duro a gordos y bien olientes pastores corporativistas. Resoplando antes de entrar a pequeñas y mortuorias oficinas cuadradas, recogimos el valor para bajarnos los pantalones y rogar una prolongación de la pantomima, un aplazamiento de nuestra vida racional e insensata. Paseamos como cerdos idiotas ante tal falta de carisma y responsabilidad en vez de levantarnos en armas contra la más humilde muestra de liberalismo infecto y recoger las porquerías de nuestros intestinos para saltar de dos en dos los escalones manchados de rascacielos asesinos. Miramos a otro lado como las mismas moscas y compramos otro helado para convencernos que el dulce puede disuadirnos de quién somos y de dónde venimos. Vivimos sin saber que vivimos, pasamos con la mente bien en blanco sobre mantas engordadas, nos quejamos de basura inmunda mientras llenamos bolsas de nuestra propia vergüenza. Quemar a payasos con boinas rojas que osan ensuciar nuestros rejuvenecidos ideales y enardecer razones que no son suyas y que jamás les regalaremos. Escupamos sobre administraciones, pisemos la vida pública y seamos humanos y nada más, esforcémonos en masacrar todo rastro de civilización que queme nuestra humanidad. Brinquemos y fumemos, no dejemos de lado la vida para pensar en algo más, apoyemos al desabrigado y no pensemos en sucios tratos con diablos o dioses. Si no hacemos más que enturbiar nuestra existencia ¿quién nos salvará en el más allá? ¿Qué orgulloso patriarca ha de esperarnos con los brazos abiertos por ser mendigos de años de inutilidad?
Por favor… Mierda, si, mierda es la que respiramos y de la que no podemos desprendernos, de familias felices a radios de turno, en coches de turno y autopistas de turno. Muertes también de turno (sobre todo las muertes) y olvidando a cada uno de los nombres que se mueren para inflar periódicos e historiales de grandes empresas con suicidio en la cabeza. Vayamos a las plazas, mas de mil, más de tres mil, vayamos todos con la cabeza recta y rompamos con la histérica mueca de presidentes repugnantes que merecen un coscorrón o dos. Y de igual manera venzamos las mil historias que nos separan de la gloria y husmeemos sobre las tumbas de los grandes nombres para redimirnos de sus culpas. Bailemos sobre grandes cúpulas y recemos por olvidar y perdonar los años de desdicha que nos han hecho pasar, por olvidar el culto a ese maldito bastardo, por quemar los pelos teñidos y las sonrisas operadas por payasos universitarios con moral y sin sentir. Quememos este texto y quememos sus críticas, quememos el yo y el tú, el hombre importa, es lo único que importa. Hagámoslo saber.   


martes, 3 de mayo de 2011

Noches sin ti

Demasiado azúcar, bájale un poco chico. Me estropeas las encías, hechas de mordidas, me arrancas caries con tu boca desgarradora, de tu lengua no me acuerdo, solo que era dulce y trasparente, suave como un bosque de madrugada, como unas miradas que aguardan, como el café que me serviste… déjalo así mejor. No, ahora lo quiero así, azucarado, traspuesto a una noche mágica de besos y caricias, desplomado por vidas que no son mías, por cigarros desvaneciéndose en la oscuridad de mi cuarto y de mi alma. Una culpa enorme se esconde en mi pantalón, y quiere salir, quiere salir y devolverte esa sonrisa viciosa, esos labios carnosos que se abren al compás de mi entrepierna y dejan paso a la profundidad del secreto que me brindaste, a la buena droga que nos abrazó y nos llevó de la mano y nos apretó, y nos acunó y nos lamió la vida con apéndices de todos los tamaños, con alquitrán, con nicotina muerta y aplastada en nuestras bocas jadeantes y sedientas. No podía y no puedo hacer más que mirarla a través y recordar esas curvas, esas nalgas, esa calle cuando nos abrazamos, cuando nos tiramos y del moreno de tu cuerpo se despertó mi voluntad y sin pagar hice el amor y olvidé futuros y presentes y me agarré a un sueño con ella, contigo, con las calles vacías, con las calles con peatones. El humo siguió subiendo, siguió espantando espantos, reviviendo muertos en mi cabeza y besando tu cuerpo desnudo en mi cama y acariciando mi pena con tus manos de rezar… seguimos una y otra vez, aullando placer en una colcha barata, reclamando pasión en los rincones más desaparecidos del alma, subiendo por puentes de ninfómanas con bocas enormes, cayendo en picado por picaderos desconocidos, suplicando a dioses bajo altares que me regalen la flor y nata de la vida tatuada entre tus piernas, siendo arrastrados por arena y piedras hasta que la estrella más grande nos grite silencio de madrugada. De las fantasías apareciste y de mis manos resurgiste con pezones marcados por dientes afilados, nalgas apretadas en manos grandes y un pene deseando pasear por largas avenidas castellanas. Luces sangrientas revivieron una banda de gemidos tuyos y míos, gemidos que cansados por horas alejados que despertaron unas piernas dobladas y adelantadas que terminaron con la gran muerte de un dios innombrable, con el sol desvergonzado que aparece tras un par de nubes, solo eres tu Margherita, la que Remedió mi noche, la que reclamó mi paciencia y me ocultó la vida fuera de tus senos, solo fuiste tú Remedios, inocente, criatura divina, vida mía, que me despertaste de este sueño hermoso con dos grandes y dulces lágrimas que abandonaron el puerto de mis pecados, el puerto de los olores temibles de mi guarida, de mis días y de mis cigarros.  

martes, 29 de marzo de 2011

Otro rezo

Del jardín de mis recuerdos recupero un poco del humo de la infancia y de esos primeros besos babosos, de esos abrazos asfixiantes, del amor expandido a poros y arterias. Y cuando veo el sol que nos mantiene, cuando alzo la vista y que del presente no saco más que soledad e infidelidades, no logro ver nada. Si del cuervo de mi funeral no queda más que una pluma mojada y abandonada, si de mis huesos no ríe más que un diente y de entre los dedos ruge un cigarro que no se apaga. De las lápidas de los que quise solo se mantiene la tuya, corazón, la que separa el infierno de mis días de una eternidad con tus ojos. Piedra a piedra la arreglo y la beso reclinado hacia ti y limpio mis mañanas con el rayo de tu mirada.
Quería decirte que aunque el viento se lleve mis cartas, que aunque de mis palabras solo la saliva pueda llegarte, que el otoño de mi vida no vale un minuto de un invierno a tu lado, que aunque las nubes no me dejen verte más, te oigo en cada imagen y te pienso en cada granito que pigmenta mis horas. Ven otra vez, duerme conmigo y ata mis sueños y responde mis plegarias llevándotelas adonde tú estés. Pásate por aquí, préndele fuego a mi memoria y de la hoguera negra respírame y perfuma tus poros con mi piel. Traspón el alma en la luz y me verás y podrás hablarme de ti y de tus sueños, de tus miedos y de los míos, que no son sino estar lejos de ti. Busca entre la tierra las pequeñas semillas de mi cuello, plántalas y susúrrales las palabras que te dije una vez. Oculta tu belleza y regálamela servida con Té verde y dulces con pistacho y así purifica mi alma hervida en el tazón de aquella montaña amarilla. Si crees poder escapar a este rezo, intenta correr alto y dobla tu brazo izquierdo para yo poder besarlo cien o las veces que me dejes. Cuando empiece a perder oxígeno y tu altura me haga imposible sobrevivir, suéltame, deja que me atrincheré en el primer hueco, la primera cueva o en cualquier esquina para comenzar a morir, a olvidar, a dejar de hablarte y de ser.   

sábado, 26 de marzo de 2011

Aullido (Howl) de Allen Ginsberg




Nota A Pie De Página Para “Aullido”



¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo!
¡El mundo es santo! ¡El alma es santa! ¡La piel es santa! ¡La nariz es santa! ¡La lengua y la verga y la mano y el agujero del culo son santos!
¡Todo es santo! ¡todos son santos! ¡todos los lugares son santos! ¡todo día está en la eternidad! ¡Todo hombre es un ángel!
¡El vago es tan santo como el serafín! ¡el demente es tan santo como tú mi alma eres santa!
¡La máquina de escribir es santa el poema es santo la voz es santa los oyentes son santos el éxtasis es santo!
¡Santo Peter santo Allen santo Solomon santo Lucien santo Kerouac santo Huncke santo Burroughs santo Cassady santos los desconocidos locos y sufrientes mendigos santos los horribles ángeles humanos!
¡Santa mi madre en la casa de locos! ¡Santas las vergas de los abuelos de Kansas!
¡Santo el gimiente saxofón! ¡Santo el apocalipsis del bop! ¡Santas las bandas de jazz marihuana hipsters paz peyote pipas y baterías!
¡Santa las soledades de los rascacielos y pavimentos! ¡Santas las cafeterías llenas con los millones! ¡Santos los misteriosos ríos de lágrimas bajo las calles!
¡Santo el argonauta solitario! ¡Santo el vasto cordero de la clase media! ¡Santos los pastores locos de la rebelión! ¡Quien goza Los Ángeles es Los Ángeles!
¡Santa New York santa San Francisco santa Peoria & Seattle santa París santa Tánger santa Moscú santa Estambul!
¡Santo el tiempo en la eternidad santa eternidad en el tiempo santos los relojes en el espacio la cuarta dimensión santa la quinta Internacional santo el ángel en Moloch!
¡Santo el mar santo el desierto santa la vía férrea santa la locomotora santas las visiones santas las alucinaciones santos los milagros santo el globo ocular santo el abismo!
¡Santo perdón! ¡compasión! ¡caridad! ¡fe! ¡Santos! ¡Nosotros! ¡cuerpos! ¡sufriendo! ¡magnanimidad!
¡Santa la sobrenatural extra brillante inteligente bondad del alma!
Berkeley, 1955

martes, 22 de marzo de 2011

Si supieses lo jodido que es estar orgulloso de rezos y rotos,
Si supieses que tu sola mirada mantiene mi mente en trozos,
Y si tan solo vigilases las noches en las que te busco,
Y si solo dirigieses la mirada hacia este kiosco.

Podrías imaginar, tan solo dejar a tu alma vislumbrar,
El dolor que causa tu sonrisa,
El terror que motiva tu pelo,
El pudor de tus piernas y el sudor de tus palabras…
Podrías rogar a profetas y probetas para que te enseñen,
En una lámpara dorada, las pesadillas de esos besos,
El sinrazón de mis noches
Y las lágrimas de la más inmensa soledad.

Podrías verme entrar por una puerta y preguntar que dónde escondiste los días,
Dónde mandaste a hacer esta vida que ya no es mía.
Y me respondería una vieja y guapa harpía, que en el jardín poseían
Una maquina de sueños que fue destruída y reencarnada en ti, querida.

Y que de la luz de la explosión, de una dulce y fina concha,
Naciste tu, dulce cruz.

sábado, 12 de marzo de 2011

Desde el jardín

Ciñe la frente, posa tus dedos en tus ojos cerrados, cansados, arrasados por reuniones pausadas, por sonrisas y otras drogas sin prescripción e igual de dañinas. Después siéntate, agarra un bolígrafo y escríbeme una carta de auxilio, o de lo que te sientas confiado. En ella deberás hablarme de mis sueños y de mi ilusión e ilusiones. Dime que existen, que las trabaje, que debo cultivarlas como un pequeño jardín interior, al que debo regar, auxiliarlo del calor extremo, del frio dañino, debo encontrarle el sol en el momento indicado y resguardarlos cuando las hojas me lo pidan. Un pequeño y hermoso jardín que con el tiempo tendrá flores de todos los colores, tamaños, nacionalidades e historias posibles. Hojas de diferentes tonalidades y texturas, pequeños arbolitos que irán creciendo y tomando protagonismo con sus troncos bien enraizados y su madera añeja cada vez más poderosa y rocosa. Habrá paredes llenas de trepadoras y enredaderas, de parchita y de viñas con damas de noche asomando la cabeza entre los tallos. Poco a poco la diversidad y la vida se irán apoderando del jardín, las aves vendrán a pasar el día y traerán nuevas semillas que irán germinando bajo la más humilde inconsciencia, y de nuevo nacerán otros naranjos y otros tulipanes y amapolas que perdurarán en la memoria y en los campos recónditos de la vida. Pero vendrá el invierno y las flores morirán y las hojas se caerán. Hay que recoger el jardín, hay que saber estar con él y acompañarlo, colocar un columpio o un pequeño invernadero para cultivar un poco de orégano u otro poco de salvia o ir preparando, con el afán más campesino, el huerto para verano. Hay que organizar reuniones y moverse en el jardín, nunca dejarlo solo en el frío y en el mal tiempo, acurrucarlo bajo las sabanas de la compañía. Entonces vendrá lo más bonito, los primeros pasos de la primavera, las primeras palabras de la inspiración, los pequeños bulbos que asoman hermosas flores lilas y blancas entre el pasto elevado. Empezarán a salir todas las flores, los rosales competirán, los jazmines alumbrarán la noche con su precioso olor, las madreselvas emergerán y rodearán los muros olorosos con su apasionada aparición. Las hortensias gordas y flameantes radiarán el claro de luna con diferentes colores. Serán noches hermosas bajo sauces y castaños, serán hermosos días de naturaleza viva, será la madurez de un jardín sin límites. En ese momento todo estará alineado, el romanticismo aparecerá por los muros  trepados y chocará con visiones extrañas y pensamientos mundanos. El jardín brillará con luz propia y dejará a ciertos individuos pasearse por sus innombrables escondites y caminos de tierra y piedras. Estos pocos momentos encenderán páginas de niebla y olores rocosos,  aclararán a la muchedumbre escondida tras los muros del jardín. Esté regalará al exterior pequeñas porciones de vida y permitirá ver claramente, bolígrafo en mano y los ojos bien blancos.

domingo, 6 de marzo de 2011

Aplastando grietas

Ahora que no sé nada, ahora que el tiempo parece infinito y los recursos innecesarios, ahora es cuando poco a poco me voy corrigiendo, se me va corrigiendo. Los pequeños fallos se van pagando, con tranquilidad pero infalibles. Ella me corrige con cariño, todavía soy uno más que orientar, voy por buen camino. Pequeños jalones de oreja, nada más. También he de decir que no me desvío mucho de la calle, sigo los pasos normales aunque a veces dudo. A veces veo claro que la calle esta torcida, que el asfalto tiene rajas, grietas profundas que pueden abrirse y dejarme caer al vacío más amplio y terrorífico. Tiene grandes imperfectos y el desagüe no es bueno, el agua se filtra en las grietitas y le da vida a pequeñas plantitas, a un musgo verde y acolchado, a pequeños insectos que se alimentan y se esconden tras esa vegetación indeseada. Aparece vida revolucionaria en esta calle que me obliga a seguir caminando, que me prohíbe los descansos en Islava, me prohíbe los baños en grandes lagos y pequeños ríos rodeados de canónigos y hermosas jóvenes tomando el sol. Así que sigo, los pies hinchados y morados, con profundas ampollas que me llegan al alma claramente soleada. En esos momentos echo la vista al suelo y admiro como me llaman los insectos y me agacho para escucharlos mejor, repito sus versos y veo sus cuadros, lloro cuando se esconden. Toco el musgo que acaricia las puntas de mis dedos, modela a su antojo mis huellas dactilares y las pinta de colores paradisiacos. Les sopla melodías que suben por mis venas y con un gran suspiro llegan a mi corazón que no puede hacer otra cosa más que relajarse y sentarse en el asfalto que más y más se va calentando y quemando mi culo aplastado por el peso de una vida. Todo está claro, aparecen animales por los bordes de la carretera, las plantas crecen a mí alrededor y la gente pasa encima de mí y me rodea impaciente con miradas llenas de ira. Me empujan y escupen sus insultos, me multan y me maltratan pero yo no los escucho. Mis oídos se hicieron amigos de un escarabajo llamado Roberto, de la arañita Simone, del gusano Federico y de una Cigarra, John. Solo tengo que recostarme boca abajo y ver sus vidas, ver como tejen canciones y hermosos poemas, ver, cuando cae la noche, como se despiertan y cazan pequeños mosquitos o mastican tiernamente el musgo que les da cobijo. Maravilloso mundo paralelo aplastado por la muchedumbre que solo los deja respirar por la noche, cuando el frío aparece y la sociedad deja paso a la barbarie del arte. Ahí se disputa mi alma, ahí se ofende y respira hondo a la vez. Ahí desaparecen las turbulencias de los policías y aparecen los ladrones, se ocultan los políticos y dejan paso a poetisas que juegan al escondite. El cielo se estrella y se oxigenan las vidas ocultas, como la de Federico o Roberto. Y yo intento meterme en las grietas, pero soy tosco y demasiado grande. Ellos me animan. Pero no puedo y el tiempo se me acaba. Meto primero los dedos de la mano pero los pulgares se quedan afuera. Cuando los primeros pájaros hacen sonar mis alarmas, entonces me levanto, me despido de mi pequeña grieta y de sus maravillosos personajes y me voy, pisándola, a seguir mi camino. Y creo que maté a Federico, no lo sé, no miré atrás, pero oí su voz y su caparazón rompiéndose bajo mis zapatos de marca asesina, bajo el peso de mi miseria y de mis celos. Y caminé con más fuerza y fui premiado, fui recibiendo premios en las siguientes etapas y empujé y pisoteé a los que miraban las grietas, quité el musgo y asfalté kilómetros de la calle. Mi mirada a veces caía hacia abajo pero el sol abrasador se reflejaba en el gris de la calle y mostraba mi vida. Entonces seguía, seguía olvidando a Simone y a John, olvidando sus versos y sus cantos, olvidando que asesiné a Federico y que Roberto ya no me decía nada. Las grietas se fueron cerrando una a una y ella me alentaba a seguir empujando y aplastando a los que se me interpusieran con castigos ejemplares.