miércoles, 27 de febrero de 2013

15.


El alma sobresale dos centímetros, nunca más, nunca menos. Esto es lo que trataba de demostrar el doctor Marshall Roy, a partir de ahora llamado Dr. M.
Decía que todos los seres humanos poseemos alma, que es un órgano sanguíneo-energético que se puede incluso palpar en algunos momentos. Decía el hombre, que cuando llegaba el momento, un momento cualquiera de la vida en el que uno se sintiese, aunque sea un poco, superado, por todas y cada una de las cosas en su vida, si la felicidad es tan sólo un concepto flu, ni siquiera una perspectiva, pues entonces, al pensarlo fuertemente escuchando la pieza musical de mayor trastorno emocional, 4 ml de lágrimas caeran, la piel se erizará y 2 cms de alma sobresaldrá desde las caderas hasta el pelo. 
El Dr. M. afirma que es energía así que calienta y por lo tanto uno se siente abrigado, sobrecogido y notablemente más seguro de sí mismo, más tranquilo. Pero en ocasiones no, en ocasiones el dolor sigue quemando y nos obliga a luchar más fuerte que nunca con la única idea de ganar. Al tacto es suave, casi aterciopelado y su desaparición nos aturde levemente.
Evidentemente el Dr. M. será internado en el hospital psiquiátrico de Chürburing-Hönn Duus y posiblemente ejecutado desde su llegada.
Todo sigue igual en nuestra gran República ¡Viva el Líder!  

lunes, 25 de febrero de 2013

14. Divagaciones absurdas



Amaneció. Los pájaros cantaron. Los primeros  peatones se cruzaron con los últimos. Dicen que en algunos lugares no muy lejanos había tormenta de nieve. Solo tenía un poco de frío pese a todo. Horas más tarde me desperté.
Ya era hora de irme, me despedí y me fui cargado con el despertar de la soltería y un dolor de cabeza tremendo que, por experiencia, me iba a acompañar todavía un rato. Mi cuerpo aguantaba como un titán, le podía echar a las espaldas un par de fiestas más, un par de tonterías más. Una ligera llovizna clavaba gotitas en mis lentes, mojaba mis mofletes helados formando estalactitas en mi barba y nariz. Escuchaba de repente una guitarra, empalmar suave y segura, invadiendo el silencio de la calle mojada, abrazar su sólo con una voz tosca, creo que de hablar con tanta gente. Entre los nubarrones y el frío de la ciudad fui caminando y decidí gastarme mi último euro y medio en un café. No fue el mejor café que he tomado, se pasaron con la leche y yo con el azúcar, pero me dio un par de minutos muertos para pensar otra vez en ella. Deseaba que me escribiese ya saltándose la costumbre, deseaba desearla como la deseaba, susurrar nuestros males en mares bulliciosos de sudor espeso. Quería que fuese mía y dejar de compartirla. Llevarla de la mano con la frente alta como el resto de cretinos, pagar el cine “porque si” para ver una película “porque si” midiendo nuestro poder con la compra del combo de la cafetería.
Intenté no remover el fondo de azúcar de la taza, el campo de caña que había plantado por equivocación en mi bebida, pero fue inútil, el último trago me supo a rayos. Me levanté y ante la larga caminata que todavía me quedaba, me saqué un cigarro para olvidar el azúcar de mi lengua y seguí pensando en tener algo serio otra vez, de abandonar el celibato con aquél bombón. Y fue de nuevo ese último trago de café, dulce como los putos ángeles pero con un fondo de la inalienable amargura del grano de origen africano, que me solucionó el dilema.
 Mi cabeza seguro siguió flotando durante el resto del camino, pero los pensamientos de un hombre, por decencia, se quedan en él.
  

domingo, 10 de febrero de 2013

13. El numero de cabrones


El vomito amagaba, hablaba, “como abras mucho la boca salgo” me decía el cabrón iluso. Como si no hubiese luchado y ganado con vómitos más grandes y ácidos que él.
Me incorporé, tragué lento y profundo y me dirigí al baño. Meada rápida y  a desayunar. Bueno… vaso de agua y a ver si encontraba alguna naranja. El castigo de perderte seguía, cigarro que termina de destrozar la garganta y al baño a ver si salía el que no callaba. Nada, en la jaula del león escupidor no salió ni rastro del Casper parlanchín de mi estomago.
Caminé un poco intentando rememorar la noche anterior, nada me sonaba. Y ahí el recuerdo empezó a moverse en la cama. Una gran silueta se dibujaba. Pensé incluso haber ido de safari y haber sido cazado por una rinoceronte en celo. Me di cuenta que no era mi casa sino la suya. Bien, escape fácil pensé. Y ahí salió Casper, inundando el edredón de Ron y de una naranja sin digerir.
No era tan grande,  no era ese el problema de esta presa fácil.
Empezó a gritar con una voz de hiena que siguió aupando al vómito, seguía motivando a mis intestinos a vaciarse en su lecho.
Al acabar, se acercó y con un beso en las mejillas húmedas, me dijo: “no te preocupes amor, yo lo limpio”. La huída estaba cantada.   

viernes, 1 de febrero de 2013

12.


Parece que clavé mis uñas allá profundo, donde solías estar.
Parece que le eché esa mirada, que se entrecerraron mis ojos mirando lujuriosos sus labios, Parece que no deseo más que a ti, pero se escapa y a veces duele.
Parece que es como tú, parece que tiene pezones marrones, también ella,
Parece que juega con su lengua, casi como tú.
 A veces huyo y me fumo uno, como contigo.
A veces duele, a veces no tanto. 
Después sentí el sol y ya no me recordó a ti, sino a mí cuando esperaba,
Después sentí que la garganta se me atoraba, que las piernas me temblaban,
Después oí como ese recuerdo me susurraba que a veces duele, a veces en cambio,
no tanto.
 Las hojas volaron y el viento se levantó ante tal injusticia y me clavó los puñales que solo él tiene,
Atravesó mi cuerpo inerte, se despachó y se marchó, me insultó y se largó.
 Soñé con otro tal vez, me comí letras y seguí esperando lo peor de ti,
Se me atragantó otra vez una canción, se me atragantó otra vez un perdón.