sábado, 19 de abril de 2014

Desde el jardín

Ahí donde me siento y me siento libre, escuchando el aleteo cercano de los pájaros y adorando la inmensidad del silencio que me dejaste. Claudican mis ojos ante el ronroneo de las flores, desaparecen mis miedos al tocar la tierra húmeda con mis arrugas secas.
Y cuando la noche se acerca sigilosa en su tres puertas, se abre la veda del croar de mi memoria y aparecen de nuevo tus ojos verdes sobre el iris del agua, sobre la piel descalza.
El fresco calla, los arboles miran, la selva entera permanece oculta y contraída, escondiéndose de la indiscreción de los engripados. 

Así que vuelvo adonde ya nada existe y me acuesto sobre el manta de rayas escuchando todavía la melodía del recuerdo.   

sábado, 5 de abril de 2014

Se veía rayado desde sus gafas, muy rayado, como si en vez del cristal, las piedritas hubiesen estado rozando su retina, como si el polvo se hubiese acumulado en su ojo y al limpiarlo con su manga, hubiese dejado un rastro perpetuo de niebla ocular.
Veía mal a través de sus lentes, si, pero veía, y eso, pequeños ratones de laboratorio, es bastante. Le era suficiente a él para ver como se alejaba, como su mirada iba desarrollando más y más menosprecio, como su piel rechazaba el contacto de la suya. Pero sobre todo le permitió ver esa única mirada, esa enorme mirada que a todos nos llega, un monstruo minúsculo que podría acabar con sociedades enteras de ser descifrada y ampliada a tamaño cíclope. La mirada que sorprende tanto al que la produce, como al que la recibe. La mirada que dice por primera vez “ya no te quiero”. Ojito porque es fértil, aunque desaparezca, una vez que nació se repetirá, aunque mucho menos espectacular.
Pues él, con sus gafas reventadas, vio esa mirada, la vio dura y oscura, la vio propulsar sus piernas y huir corriendo, olvidarla, quizás asesinarla.
Al ponerse lo cascos y retumbarle la cabeza al ritmo de cualquier acorde recomendado empezó a volar por las calles, planeando por las aceras sintió que el caminar era el único alivio, el único pensamiento valido en esos momentos. Se olvido de esos ojos que no amaban ya, de las cabras que lo miraban fijamente, de los hurones y de los sabuesos.

No solía ser una persona pasional, de hecho, odiaba tener que sentir en serio, prefería hacer una broma tonta y esquivar el conflicto real. No era la clase de persona que se va. Pero se fue. Se fue para no volver. Y absorto en el pensamiento único de la soledad, se cruzó con un amigo, un amigo de sus primeros años de colegio, un pecoso y revoltoso niño que lo llevo a mas castigos que risas y aún así fueron muchas las risas. Se abrazaron, hablaron y este lo invito a su casa que daba una fiesta. Y así terminó.
Suspiro tras suspiro, olvido que por un segundo, un momento, instante, soplo, vida, imagen, estoy a centímetros de tu pelo y olor que marcan como perro en la hierba mi sonrisa sobre tu vida.
A veces se me olvida como bailan de fácil los dedos y recuerdo como aquella voz dijo una vez, que el que ríe dos veces, ríe mejor.
Y a veces olvido señores míos, que tu piel me ilumina y vacía, que tú soplo vale más que todo eso y que no hace falta tanto, que con poco basta. Pero ya es muy tarde, ya no ríe el viento sobre las olas, ya calló el perro de la quinta Araujo, ya se quedó sola la del bar.

Ya sólo quedamos los de antes, ya sólo reímos de lo de antes, ya las sonrisas no sonrojan, ya las bañeras saben a vino y tu bella boca no acompaña el canto silencioso del alcaraván. Por eso te digo que entre la incoherencia de mis palabras hay algo de verdad, más de la que nunca hubo.

Escucha, el silencio borroso de nuestras miradas, aúlla cabrón por lo que me hiciste porque será el único canto que oigas y acabe con la estirpe de mi sangre. Arropa cabrón que tengo mucho que decir. Amarra el viento que me vuelo, besa el suelo que no vuelvo. 

Y ahora te cuento una historia mejor que la tuya, mejor que la de nadie, mejor que la misma historia del mismo Dios que la puso entre la punta de mi lengua y polla.
Esto era un centro comercial, un centro comercial enorme y tosco, una especie de monstruo enorme que ocultaba a la gente en su interior. Tan idiota me dirán, tan idiota les diré.
Pero de entre toda esa gente que pasaba su vida entre sus puertas, hubo, aunque no se lo crean, dos que sin conocerse se enamoraron. Y no era en blanco y negro, ni siquiera era azul y marrón, era simplemente una conexión, una especie de necesidad sin ser amor. Y la historia me dirán, y la historia les diré, sigue siendo mejor. ¿Mejor a qué? A la historia ajena.

Se conocieron y se amaron. Tan fuerte que ni las puertas obsoletas pudieron retenerlos, tan fuerte que ni los años pudieron detenerlos, tan fuerte, carajo, que mis ojos lloran de pensarlo.