martes, 30 de abril de 2013

De Trufas y topos. Julio Cortázar-Papeles inesperados-


La mano está más sola en el grabado que en el dibujo o la pintura. más sola y más inmediata en ese terreno que trabaja como un arador para quien el ojo cuenta menos que el contacto entre dos materias adversarias y cómplices a la vez.
Los dedos que empuñan la gubia ven por su cuenta, y lo que el ojo cree guiar y articular sólo vale muchas veces como mera gramática.
Hablo, por supuesto, del grabado en libertad, ese que el metal, la madera y la piedra parecen insinuar y desear en los accidentes de su materia pura.
La anécdota, la reproducción, no son más que aplicaciones específicas de algo que el dibujo y la pintura solicitan y llevan a su extremo; por su parte el grabado tiende a cerrarse a esos fastos: le basta una intimidad táctil para proyectar su propio universo, pequeño como la gota de mercurio en la que sin embargo tiembla la serpiente cósmica.
Dado que no sé grabar, todo esto puede ser falso, pero algo me dice que la escritura-otro arado contra la blanca tierra de la página- acerca un poco a ese territorio donde lo visual dista de ser omnipotente. También la pluma traza y el escritor sabe del goce de ese resbalar en el que todo es posible por dúctil, por topo, por trufa, por vena de agua.
Cuántas veces habré empezado o terminado una frase con los ojos cerrados. Algún grabador, acaso, miró un fragmento de su obra después de haberlo burilado. Para corregir, claro, todos tenemos tiempo y ojos. 

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