miércoles, 20 de marzo de 2013

18. Carta a Mefisto otra vez



Lloro sin saber, lloro sin pensar y sin creer que las lágrimas caen por darle un respiro, una alegría a mi ego que deja escapar, románticamente, el elixir que le da vida, la poesía de mis días y de mis pasos. Saludos desde un banco húmedo y musgoso, acompañado (o acompañando) por música sin tímpanos, ojos sin retinas, cigarros con tos y bolígrafos sin talento ni voluntad. Bienvenido eres Mephisto, que sin interés ni respeto rondas mi dulce morada para robar mis sabanas, mi ropa sucia, el papel que ronda mi escritorio y si acaso, desinteresadamente, mi alma servida en un plato de plástico demasiado endeble para sujetarlo con una mano y demasiado liviano para invertir las dos. Pero cuídala, un día fue un perro fiel que admiraba a todo el mundo y que no osaba envidiar la envidia ni pensarla, ni pensarse a sí mismo como masa humana, como sangre apartada del todo con enorme dulzura por unas manos tiernas y escamadas que susurran al viento nanas y más viento. Ya sé que será difícil, hoy yace desierta y perdida, ahuecada y agujereada con tonos negros y patios traseros con horribles secretos. Hoy navega sin rumbo ni timón, sin suerte y sin parajes donde escupir palabras que pudiesen responderle y animarla, donde rasgar sus uñas sin filo, y afilarlas con un sofá, o unas cortinas, o simplemente con otra alma. Quizás gemela, quizás mejor con un alma enemiga de los amigos y de la compañías, con un alma que llora soledad y suda esperanza cada vez que cierra los ojos. Tal vez sea eso lo que pide, desgarrar piel o tela causando enorme estruendo tras las alas abiertas de un teatro a medio llenar y así conseguir de los actores un sentimiento verdadero, una reacción que anime al público, unos ojos cerrados, le frente ceñida y unos puños apretados ocultando el huequito de las orejas. O quizás simplemente no.
No me lleves de viaje, no me muestres la vida tras mi laboratorio, no me presentes a prostitutas ni a Helena, no vale la pena gastar más páginas de un maravilloso mito, de alzar una estatua conmigo y con mi nombre abrazando a mi amada de granito, con ojos de sal y belleza de azafrán.
Pero ya estoy otra vez, creyendo que me escuchas o que alguna vez lo harás. O que alguna vez lo harás… Perros blancos se acercan y me barren o me lamen los incoloros dedos que escriben sobre rojos pensamientos y lágrimas cristalinas congeladas por el frío y por el tiempo sobre el fondo de un genio. El aire y el tiempo diluyen a su vez mis palabras y la gente que se acerca envidiosa y curiosa te asusta Hermes, asusta mis ideas y a mis parpados impedidos. Gracias por tu tiempo Mephisto, que es también el mío, gracias a ti o a quien seas.
Gracias por tu paciencia, atentamente, perdido en este bosque helado, tuyo y de muchos otros, un granito de una piedra que lucha por escaparse de mi zapato.

martes, 19 de marzo de 2013

17.


Eres bueno… muy bueno… pese a todo, eres bueno tío, eres un grande. Tras litros y litros del peor alcohol, abrazado a su amigo y escuchando música mientras pensaba en deleitarse alunizando una panadería, le profesaba estas palabras. Una vez más pateaban esas calles, las patrullaban huyendo de la propia noche y si la mala suerte lo exigía, recordaban  noches mejores, noches que desde imberbes, compartían. Noches de locura, noches de pasión de uno o del otro, de vergüenza y de dolor. En todas uno y en todas el otro. Y casi siempre acabando uno apoyado en el otro, en las buenas y en las malas. El tiempo seguramente sería injusto, los separaría en sus vidas, reducirían las noches a puros recuerdos en una mesa, en una sobremesa que se alargaría tanto como la siguiente llamada. Pero la amistad cuesta, la amistad duele y hay que dejarla cambiar, porque en las malas siempre estará ahí oscureciendo vasos con hielo y ron, aplacando el dolor de las fotos de bocas abiertas de felicidad, de la carencia de oxígeno, de la falta de principios...      

lunes, 4 de marzo de 2013

16. Guillen....


Cierro la ventanita que el frío aprieta, apago la luz y tiro la correspondencia, en la que un nombre sobresalía y  que llegó a la basura con más ganas. No hay rencor que mitigue, ni por un segundo, la sensación de haberle ganado parte de una batalla a la vida, el despropósito clandestino de haber caído al infierno y haber conocido a Caronte sin ser Orfeo, siendo el Aqueronte mi sangre pasada de vueltas, mi sangre amarga. Sienta bien poder mirar a la cara a alguien y decirle lo detestable que me resulta, olvidarme por fin del esnobismo revolucionario de algunos, la hipocresía burguesa que adormece los gatitos en sus brazos y se los come en el chino mientras le chorrea la salsa de bambú y se escuchan los maullidos de la sangre de horchata que llevan por credo. Se me olvido el tuntún de esas decisiones estúpidas, la rocambolesca idea de quererla más que a nadie, cómo abrazo hoy la vida de zángano, de sanguijuela, de cebras pintadas donde sea, de conos de helado de pistacho humeantes…
Pero también abrazo los recuerdos del pasado, lo que me llevó a sentarme otra vez sólo hasta que el culo duela, los paisajes y toda clase de verbenas del estilo que aún sin devoción pero con cariño, sigue pegado en el corazón. Sueño a veces con algo de eso, deseo tal vez de compañía, así como a veces sueño con mi país, sin muchas ganas de volver a pisarlo.