viernes, 28 de diciembre de 2012

Carta a una admiradora


Querida,

Comienzo esta carta así porque imagino que le será querida a alguien, no a mí. Eso, cariño (aplique usted la misma regla), lo sabe muy bien y me lo ha hecho saber a través de numerosas cartas insultantes, insultosas suena mejor, pero no existe… una pena.
Déjeme decirle que tiene usted una boquita muy sucia.
A raíz de su última carta, la 36, que seguro recordará (la de “gusano violador”), me puse a pensar. Empecé pensando, como es normal, en un gusanito que subía a una planta y zas montaba a otro gusano con el salvajismo del que solo los gusanos son capaces. Una y otra vez mi gusano desgarraba la ropa interior de gusanos y gusanas ante terribles alaridos. Pero no había historia, sinceramente desconozco los rituales sexuales de los gusanos y adentrarme en tales mundos asusta a cualquier escritor novato.
Pero entonces me acordé de otra carta, la 17 creo que era, en la que “la putrefacción de mi alma hacía parecer al Diablo un buen católico”. Y entonces me vino a la mente una misa de gusanos, todos arrodillados en una iglesia,  con un pequeño libro a su lado, bien peinados, bien vestidos, que luego salían y cogían sus coches enormes, Chevrolet’s  y Ford’s en su mayoría, y se iban a comer en familia un pavo enorme. Y seguí indagando, vi a esa pareja de gusanos, llevaban casados 3 años, tenían un gusanito de 5 y una gusanita de 2, estaban todos sentados en silencio mientras la madre iba reponiendo platos enormes de comida. La casa tenía un gran jardín, con el césped más verde del vecindario (pese a que el vecino le encantaba comérselo). El padre se iba a su despacho y hacia una llamada. Cogía el coche y se plantaba en Manhattan donde bajaba a buscarlo un precioso espécimen, era artista, llevaba una falda ancha que movía al aire sin pudor. Se besaban largo rato y subían a beber y hacer el amor. El gusano parecía más feliz que nunca.
Resumiéndole la carta querida, a raíz de esos pensamientos logré estructurar una historia, se llama Manhattan, habrá oído hablar de ella (todavía espero su opinión al respecto). No sé como agradecerle tanto interés en mi trabajo, así que le adjunto un cheque de 3000 dólares que será parte de la recaudación.

Siempre suyo,
Gusano violador.

Pd: Le deseo a usted y todo el que lea esta carta, un maravilloso año entrante.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

10. Cuento de Navidad


Suenan campanas y no parecen las ruinas de una religión sino el tintinear melodioso acompañando el galope de una visita amañada. Abro los ojos y la luna alumbra el paquete de cigarros. El fuego enciende un poco más el ambiente y salgo de mi habitación guiándome con las caladas rojas de madrugada. Intento no hacer ruido mientras escucho el respirar indomable de una persona en mi sala de estar. Suenan botellas, es Santa Claus sirviéndose un trago en mi despensa.

-Buenos días Santa.
-¡Hombre Guillen! Siento entrar sin llamar pero ya sabes cómo funciona esto… me dijo sonrojado por la intromisión o por las largas horas sobrevolando el polo norte.
-Tranquilo hombre, siéntate un rato y nos hacemos compañía.

Nos servimos un par de tragos y dejamos la botella a mano. Santa no es como se dice que es. Es un tipo muy sarcástico, le gusta hablar, mucho, dice que los elfos solo estudian ingeniería y que él siempre fue de letras.

-Tienes esto hecho un asco. Y en vez de calcetines, te tuve que haber traído un buen Bourbon…
-No te quejes Santa, el error es mío por dejar de escribirte.
-¿Tienes otro? me pregunto señalando el cigarro.
-Toma el mío, luego busco más.

Estiró el brazo y con dos dedos empezó a fumar. Tenía esa expresión que sólo el que ha dejado de fumar y anhela el tabaco pone .

Nos miramos largo rato, ya nos conocíamos, nos conocíamos bien. La primera vez que me lo crucé yo ya tenía 17 años, fue una noche de navidad que volví arrastrándome a las 3 de la mañana. Le había gustado el sofá que me habían regalado, la botella de ron naranja importada directamente del país de la caña y por lo que me contó posteriormente, también le gusto la novia que tenía durmiendo plácidamente en mi cama. Hablamos largo rato y se fue al menor despiste. Venía todas las navidades y me dejaba alguna sobra de lo que tenía en el almacén. Me decía que pese a que nunca fui bueno, siempre compartía los vicios. A veces yo no estaba en casa y me dejaba una nota, su caligrafía seguía pareciéndose a la de mis padres, nunca me lo explicaré.

-Te veo solo Guillen. Jodidamente solo.
-Pensaba comprarme un perro pero luego me dio pena por él, ya ves que no hay pelos.
-Ya veo ya… en el fondo hiciste bien. ¿Has vuelto a escribir?
-De vez en cuando, un par de tonterías, por fumar y beber justificadamente.   
-Y quién no… dijo melancólico. ¿Me traes otro cigarro?

Hinqué mis rodillas y me levanté, me acabé el fondo de licor barato y con las cejas en alto me despedí del gordo. Me pareció escuchar un “Jo,Jo,Jo” que desaparecía según cogía otro cigarro.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

9. Un sueño

A veces sueño contigo y estamos solos y así tus brazos como guirnaldas me abrazan.
A veces sueño contigo y me despierto y no me acuerdo si te quería en el sueño
o te odiaba despierto.
A veces mis lágrimas se estancan y corre el polen a mis ojos
que enrojecidos explotan al caer el día, como en sueños.
No son paredes sino telas las que separan el ruido de tus bostezos
de mis nuevas noches,
las  que parecen viejas amigas dando por muerto un puñal mal dado,
un diente de oro brillando allá a lo lejos donde linchar es esa sonrisita rubia
que corre.
A veces no sueño nada y me despierto queriendo darte un beso,
será la bilirrubina, el aburrimiento
o es que tu piel es la seda de mis labios y la pantomima de mi noche.

jueves, 6 de diciembre de 2012

8. Una hora en mi vida.


Me desperté con los pies helados de caminar las calles descalzo, humillado y con vendas en las manos. Caminé calle abajo adentrándome en la memoria colectiva y vi como se reescribió la historia de mis zapatos omitiendo la desgarradora verdad de nuestro vandalismo oportuno y como nos creímos todo, como la noche anterior buscábamos sexo o pelea o en su defecto alguna droga que nos hiciese olvidar, un momento, la atenta realidad que pesaba sobre mi. 
Me senté en un banco y para el clamor y felicidad popular les diré, si, con un cigarro, porque los fumadores somos raras bestias, que hagan lo que hagan, fuman. Ya lo verán. Pero además con los días de espera que quedaban, las horas conmigo mismo que venían, la soledad, ya no la melancólica que tanto me enseñó. Se sentó a mi lado una silueta que sin inmutarme sentí, sin mirar supe que era mujer, el perfume me atravesó las narinas desacostumbradas al agudo resquemor de olores tan delicados. Me pidió fuego. Se lo di.
No la miré hasta que su “gracias” quiso llamar mi atención. La miré, me estaba mirando, quería que le hablase. Cuanto tiempo… no me acordaba lo que eran esas miradas interesadas, esas miradas remolonas que buscaban conversación. No sé si era el vino de la mañana pero esta chica era hermosa. Rondaba los 24 años, pómulos suaves, carnosos, piel oscura y ojos profundos color miel de azahar que sin saber por qué atrapaban y te hacían querer arrancarte un pedazo de ti el más grande. Tenía el pelo oscuro y rizado y me hablaba casi con susurros, con una voz tan dulce que su perfume pasó de embriagador a mera especia. Estaba inclinada hacia mí esperando respuesta. Sus ojos se clavaban en mí y la torpeza del que no está acostumbrado me invadió. Las palabras se cortaban como hielo seco, el calor de mi cara dio paso a una tez rojiza insólita en alguien que odia al mundo y pasa sus días bebiendo y fumando gracias a una triste herencia, en alguien que no espera nada de nadie. Sus pechos sobresalían en un chaleco gris, sus vaqueros dibujaban unas piernas largas que llegaban hasta sus zapatillas de deporte que hablaban de humildad. Quizás no se dio cuenta de mi estado, quizás vio al abogado que hubo un día en mi o a ese Dostoievski, Baudelaire o Hugo de mi adolescencia. O puede que fuese Cortázar…
Las palabras salieron e inundaron su cara de una belleza indescifrable llamada sonrisa y a un nombre, Isabel, que hizo que en mi boca pareciese un insulto, una broma de mal gusto. Me habló de ella, de su pasión por la gente, yo le hablé de mí, de mi caída a los infiernos, de mi familia, de mis ex novias, de mis ex amigos, vamos, de mi ex vida. Pero también le hablé algo de mi vida. 
Pasó una hora en las que me invitó a un par de cigarros y a un trago de agua y un sándwich. Compartió la misma botella conmigo… Me creí en el cielo.
Se levantó, me levanté, me dijo que le había encantado conocerme, que vendría la próxima vez a este banco a ver si me veía y volvíamos a hablar un rato. Me dio dos besos y mi barba de pronto olía a ella…
Se dio la vuelta, y ahí inmenso e intimidador, en su chaleco, una cruz roja dominaba su espalda. Tanto así que ni me fijé en su culo, culo que ya nunca sería mío, la bajada a los infiernos había sido real y este cielo momentáneo, una mera asociación benéfica creyendo ayudarme.
 Otro cigarro y a por vino. 

jueves, 29 de noviembre de 2012

7 y un poco mas


Desear que mi alma vuele otra vez sobre el papel que demasiado seco se reseca al sol e inspira con genial gramática el ojo claro de la amistad, de nuestra amistad, del arte de amar, del que un día amó, de los pajaritos que suben y bajan, los petirrojos, los azules y los beige, todos acunados, olvidando lo que un día me dijo ese viejo y sabio rufián. Adoro flotar sin fumar, adoro beber sin desvariar, odio recordar tu pelo llorando por fases porque fue un poquito más de lo que siempre quise.
Atrapados estamos en este mar que nos encarcela siendo la humanidad un deseo único del cielo que se empeña en alejarnos de la realidad. Todo esto suena demasiado rebuscado, demasiado a secas.

Y con esto empiezo presentándome ya por fin como lo que soy, un mosquetero sin espada, un sabueso sin olfato, un vendedor sin alfombras, un amante deprimido, una hoja que cayó al fin y rozando la tierra alzó la vista más allá de lo que nunca había hecho y sintiendo el viento cálido levantarla y acunarla junto a las otras, supo que su esqueleto sobresalía ya de sus colores. Todos somos todo y yo no seré menos, soy carnicero y soy pastor, soy marchante y soy rebelde de profesión, soy político y soy chapero, soy una bestia mitológica y soy el que te acurruca junto a la chimenea para que no llores y que a la salida se sonríe y te toca una teta tan asustado como miserable. Pero ante todo, soy el que defiende y defenderá las letras como la única razón de existir y crear existencia, para brillar y para hacer del anochecer la poesía que en verdad es y no un cúmulo de gases, que las carnes tiemblen y que los cigarros no sean meros palitos incandescentes que provocan tos seca y tumores innombrables.

No sé si por demostrar algo o por miedo, pero siempre adopté cierta complacencia con la gente, un ánimo de superioridad que me dio cierta ventaja, siempre tuve un libro raro, una mención especial, un autor cliché, siempre rechiné al verla con su estupidez de siempre, siempre fui un pedante sin tabaco que mascar. Todas esas cosas tan deplorables, palabras mal usadas, conjunciones, adverbios, participios malgastados por un órgano que bombea sangre al resto de órganos… Paseaba cual imberbe seguro que la vida no daba la vuelta a la esquina, la esquivaba como la esquivo hoy y todo su peso y consecuencia, como el resto, de una perfección que pasma e inquieta. Quizás por ello nunca me creí.

Luego conocí a una, nos casamos, o algo así, en realidad ni vivimos juntos, pero como si lo hubiésemos hecho porque hicimos algo más, nos inventamos, pasamos de ser una cola y un cuerpo redondo, a una cola, un cuerpo redondo y unas patas para terminar siendo en su caso una ranita de colores hermosamente llamativos y yo a perder las patas. Aprendí mucho, pero casi todo mal.

Así que nos divorciamos, o dejamos de vivir juntos, bueno se fue al carajo y me quedé solo con mi cola. Más grande que al principio, se estiró de ser mi única extremidad útil. El caso es que sin la ranita de colores que me protegía de los depredadores y con la charca cada vez más seca, decidí no decidir nada y empezar a escribir.  La charca no da para mucho, pero al lado de la charca había un cine al aire libre y en las noches frías de invierno cuando la charca helaba, me acurrucaba entre alguna pareja emanante de calor y disfrutaba de maravillosas películas cuyo fin desconozco y me trae sin cuidado. Empecé a esbozar ideas, imágenes y parajes que aturden, parajes que no he visto ni quiero ver, amores de los que huyo como la lepra, mujeres con pelos interminables y sonrisas que de blancas e inmaculadas perdieron la base del beso rasposo con sabor a hielo rancio y coca cola. Y en esas estoy, sin nombre ni país, sin familia ni amigos, sin cambios ni aspiraciones y con la única certeza cercana de no querer ser ese bicho mal pisoteado, sin querer ser esa hormiga obrera comida por su reina al morir a su servicio ni esa mantis cuyo coito por sorpresa le costó la cabeza.

Tampoco quiero llevar la vida de un trovador porque no valoro lo suficiente mis amores ni a mis superiores. No escupo sobre la sociedad porque al fin y al cabo es la que nos brindará el cartón y la botella en una bolsa de papel. No pienso portar la palabra de la humanidad, porque ni en mil años quiero terminar con un tiro en la cabeza a mitad de desfiles cutres y coches sesenteros y porque la producción de admiración es la más misteriosa e insolente mentira que nos pueda abofetear.  

domingo, 25 de noviembre de 2012

6


La sangre cae delicadamente sobre las uñas que inertes dejan que se vaya, que huya del cuerpo que fue su hogar y creador, dejando el rastro sobre el frío que mata, sobre la nieve que recibe gotitas que forman charcos y mares enormes del rojo odioso, mares nuestros, súbditos del mal. Alguien te da la mano, alguien te quiere, alguien que lleva ese dios y lo sabe sin saberlo, alguien raro, que sufre demasiado porque su alma no es de hoy, porque sus labios son demasiado buenos, porque su llanto es sincero. A veces quiere hacer daño y no lo hace. No puede.
Me acuerdo escasamente de esa ciudad en la que estuve, locura fugaz, estampida enorme de pasión que me comió literalmente. Recuerdo tocar la ventana y que el rocío cayese en mañanas de noches en vela, de pensar en alguien que hoy no existe, sintiéndome culpable por no quererla, me acuerdo de cómo París es único, me acuerdo de enamorarme sin quererlo y obviarlo hasta que quemase lo suficiente para esconderlo al fondo. Recuerdo vagamente fumar y tomarme cafecitos, pequeñitos para que el bolsillo resistiese, contigo, y sentirme empequeñecer por tu puro sadismo, tu indiferencia cruel, tus manías sureñas. Me gustaba algo por ti, viví quizás por ti y me culpaste por ello, me castigaste por eso, sufrí por tu cristianismo exacerbado y hoy por eso te olvido . Pero a veces me acuerdo de París, y me acuerdo de ti. Tú que eres una sonrisa aristócrata, que eres unos ojos de diva, una boca que domina allá por donde tus vestidos vuelan y se escapan por poco a mis manos mal pensadas. No sé cómo te llamas, no sé porqué te quise ni si lo volveré a hacer, no sé si el faro alguna vez te volverá a alumbrar los ojos conmigo enfrente y con las mejillas resplandecientes mirándome otra vez, no sé si bajaré a verte o si subirás a verme, si acallaras mi dolor o seremos dos extraños más. Pero si sé que no hay puente, ni escalera, ni canal, ni película que no me recuerde a ti, que seas tú una y otra vez decorando con tu belleza París.
Y  ya cuando volví, la olvide, olvide los canales y los paseos, había que volver a la realidad. Y así, de nuevo, la olvidas.

domingo, 18 de noviembre de 2012

5


Escucho, veo, palpo tus ojos clavados en mi figura, que se desvanece, que desaparece al son de las vibraciones de la verdad cabalgando hacia mí con tu ropa y perfume. Si, las hojas siguen cayendo en este otoño sin rival, de la extrañeza de la humedad profanando la tierra, las miradas de odio luchando por cicatrizar. Algo así como el día que la conocí. Y te lo cuento a ti, porque llevo tiempo contándote todo, bueno, casi todo.
No recordaba una sonrisa tan pura, palabras con gracia escapándose y cayendo inevitablemente en la tela araña, no recordaba preocuparme tanto por saber de alguien, olfato, intuición, alcohol, llamado a voluntad según quien.
Y no sé si escapar o no, no sé si salvarme ya o seguir engordando méritos, no sé si seguir o dejar que todo haya sido un mal sueño. Pero tampoco sé si fumarme otro cigarro o si me como algo o aguanto por el tipo. No me fiaría de la perspectiva.
Pero volviendo a ella. Pelo liso recostándose en sus hombros, pidiendo permiso para posar ante el pintor de la desnudez y colocando sus curvas en sillones de terciopelo. Rompe sus labios en la ola enorme que crea su lengua, les da brillo, los pule cerrando ligeramente los ojos y haciendo que sus pestañas se besen. Toda esa ópera de belleza siempre protagonizada por un telón rojo en cada mejilla y que aparece cuando mi mirada quema más, cuando por dentro se bombea más y con más ganas.
Algo así vi, algo así me toco el hombro el otro día y me supe feliz un instante. Pero bueno, puede que nada sea verdad, que sea una hoja y mucha imaginación, quizás un calentón.

Hoy la ventana ya está cerrada. El frío enmudece a veces.

sábado, 10 de noviembre de 2012

4


Siempre recordaré ese día. Guillen se levantó a las 6 de la tarde, yo seguía durmiendo la mona, King Kong, Gozzilla o lo que fuese que me había metido al cuerpo la noche y mañana anterior. Puso alguna especie de canción a lo Journey playero y español y se sirvió un desayuno, sol y sombra como lo llamaba, que consistía en un whisky doble con coca cola, una tostada con aspiraciones africanas, y un cigarro gordo, muy gordo, con mucha lechuga. Siempre ha sido muy vegetariano para fumar.
Imposible no oler ese hermoso y perfumado desayuno navideño, me desperté y en mi cocina saltaba y gritaba él. Todo iba bien, nada o nadie podría echar abajo tal felicidad, amaneció en un techo y con comida, esos ojos desorbitados por el entusiasmo desmedido, de la falta de aspiraciones  dirían algunos, para mí era la vida misma que desbordaba. Pero que sabe un tío como yo… sin trabajo pero subsidiado por la vida. 

Me vi de buen humor, parecíamos una película setentera de bajo presupuesto protagonizada por Cheech y Chong, la lechuga olía a vida y el reloj nos hacía felices. Evitando puñetazos pasamos la noche anterior, entre miles y miles de caderas juguetonas a las que sobabamos y nos sobaban, respondían al eco de mis envites, suplicaban con los ojos y nosotros perdimos la visión, la recuperamos, conocimos a dos tiernas muchachas de piernas sin estrías y como fallamos al intentar mostrarles la tapicería de mi casa. Las estrellas se pusieron todas de acuerdo y desaparecieron en la mañana escarchada en que la bebida corría a cuenta de mi amigo y de las latas que recogió, vaya usted a saber donde. 

Lo sorprendente de toda esta historia, señores míos, no fue nuestra capacidad de ingerir ni de engañarnos, ni siquiera las tarimas que conquistamos, nada se iguala al hecho de escuchar la misma canción la tarde siguiente, oler el porro y beberse grande y triunfal el primer trago del whisky de Guillen al abrir los ojos. Así lo recuerdo yo al menos.

viernes, 9 de noviembre de 2012

"Bocados sabrosos"

Se me habia olvidado comentar, señores lectores, que hace un tiempo salió a la venta un libro llamado "bocados sabrosos", publicado por la editorial Acen y que es el resultado de un concurso de microrrelatos. Los beneficios de la venta estan destinados integramente a una asociación de ayuda a niños con paralisis cerebral.
Uno de los 300 elegidos se llama "crisis de cuento, cuento de crisis" y está escrito por mi. Son 4 lineas pero valen esos 8 euros.... Bueno ahora en serio, me parece una bonita iniciativa pero sin ventas no se hace nada así que los animo a apoyar una linda causa.

¡Un saludo y gracias!

miércoles, 7 de noviembre de 2012

¿3?


Puedo decir sin temor a equivocarme que aunque me siga doliendo ver amanecer sin ti, escuchar los pajaritos madrugadores, cabrones, sin ti, no ver tu cara, no abrazar más que almohadones gigantes, que aunque me duela imaginarte haciéndole rizos en el pecho a otro, imaginarme solo de aquí a la guerra, aunque me duelan las mariposas y otras osas, creo poder recobrar mi vida, apilar pasito a pasito un montón de historias que contarte para la próxima, puedo escribir de nuevo sobre esa que sesea y me vuelve loco, puedo mirar unos ojos sin el miedo a verte a ti esos 19 días y 500 noches. Puede ser esta la noche 500, o no, puede que sea la 400, pero con eso me vale para seguir sin tanto vino ni tanta mierda. Y hoy hago mi cama tiesa y recojo los cuatro trapos de esta casa fría que no es mía, oculto mis errores y los limpio por fin, de la tinta de ese recuerdo borro a la cenicienta que pierde el tiempo, guardo los cartones, descansan mis pulmones.
Muchas noches quedan por venir, muchas de esas que ya había olvidado, en las que Fausto predominaba y Aureliano me arropaba con la luz encendida, adelantándose a ti con estos cartones sin historia. Noches que permitan seguir creciendo a un cuerpo demasiado magullado, a un alma que empieza a asomar y a pedir la atención de los comensales con la copa en alto, a agrandar el boquete entre mi garganta y tanto whisky doble, triple…   
Me vi sonreír al quedar atrapado entre dos miradas, sin poder escapar, aluciné al ver como ella miraba hacia mí con ternura ridícula, con tempura en los ojos pero mirando a otro, y a ese otro creyendo que al fin alguna le hacía caso y que sus problemas con el papel higiénico eran cosa del pasado. Puede que sea el aburrimiento, pero nunca pensé que podría llegar a robar un pedacito de amor ajeno para alegrar, concientemente, el resto de mi jornada. Así seremos los jornaleros rocosos que en vez de ir a la guerra o pedir en la calle, nos disfrazamos de persona y remamos hasta nuestros amigos para darles algo que leer, algo que hacer.

viernes, 2 de noviembre de 2012

2


Y por fin se fue el olor a jabón rancio, desaparecieron las rozaduras en mi piel y la esencia tuya liberó una gota de anís reventón para clavarse en mis narinas resacosas. Ya me sequé la espalda, ahí donde ninguna mujer nunca llegará, ya tomé todos los remedios de la vieja bruja que come tocino crudo y me olvidé de contar sus ojos huesudos.
Las ratas pasean entre mis pies, otra vez el olor de las teclas engrasadas de polvo me anima la noche oscura en que libro. Vuelve a mí ese sueño, del pelo cayéndose a montones, las ratas mudando el pelaje… Y me imagino que se ilumina con la luz blanca que entra de esa ventanita pequeña y alta, me veo a lo lejos con ella llenando mi boca ahumada, con ella demostrando mi dicha y siendo nada más que sonrisa, la que oculta los ojos que son tú y tu recuerdo.
Una semana más huí del pasado y lucho hoy desde esta celda libre por atar cabos, para que tres palabras suenen bien y cobren vida, sentido, algún sueldo.  Mi lucha no hace más que empezar, la llaman la búlgara, la rata, la suelta, la facilona, yo la llamo mi lucha y punto, cañón en mano la apunto y nos embarramos violentamente para olvidar la gordita, la flaquita y el resto  de mentiras que ahorcan la vida poco a poco, enseñándonos, como Akira, a vivir, a soñar, a defenestrar las buenas casas, las que se pueden robar. 

martes, 23 de octubre de 2012

Uno


Cartón en boca, alto y claro declaro, que un baile a dos es más placentero. Por eso admito que me equivoco, que bailar solo no es bailar… no. Vestido con mallas todavía, me dirijo a ustedes para escenificar el pecado de mi historia reciente. Una historia que se podría resumir en medio folio y que quizás así sea. Intentemos que no.
Para hablarles tan francamente debo conocer algo de usted lector, pero al escapárseme el individuo en tal masa, renuncio a tal pretensión. Les hablaré igual de corazón.
Me llaman Guillén y todas las semanas escribo en esta vieja máquina lo que me hizo llegar a ella. Las gotas, los rostros, las ideas y cada ajetrear de esas pestañas que como colibrís me atontaron. Es posible que les hable de algún labio que se comió al mío, de ella y de las otras. Quién sabe. Pero por fin disfruto de teclas, cigarros y buen alcohol de contrabando,  Dios los bendiga.

Llegué a esta máquina no por menos azar del que llegan las cosas maravillosas de la vida. Desde pequeño juguetee con algún libro, revista o lo que por ahí rondase. Al principio los destrozaba con dientes salientes y puntiagudos y después con dedos empolvados. Al final fueron mis ojos que desgastaron con eternas miradas las letras de años de soledad.  Así con el tiempo adquirí cierta soltura para esquivar malas balas y para comentar vida desde angostas calles, para reconocer el pulso de los pasos que voy dando. El resto del porqué me divierte teclear como un poseso durante horas puede que llegue.

Mi sangre corría y existía como en el siglo XVIII. Pero como a todos, llega una, te da todo, te lo quita, y cuando creías que era especial, que la estrellas se ponían en corro, con medio porro, a mirarte besarte, te das cuenta que fue la misma mierda que el vecino de al lado que el de en frente y del que pide en el metro. Sufrí porque todos tenemos que sufrir, y hoy con callos que parecen trompetas no me preocupa más que eso el Paraíso, Dios o los margaritas del Pórtico de Jesus.  Porqué cuando hablamos de amor, nadie da todo, nadie cree en Romeo ni en Julieta, para que morir de amor, total, mejor malvivir o ser feliz en la sombra de un romance, saltando de uno en uno para olvidar nuestra levedad. Al final siempre agradecerás al o la que te enseño nuestra fondo de armario, al que te enseñó a que sabe el suelo, por que sin ellos tardaríamos quizás 6 meses o 1 año más en averiguarlo. Y por un año de ahorro, a todos y todas.
  
Al final no me queda tiempo, si no me muero, volveré el mismo día a la misma hora.  

lunes, 22 de octubre de 2012

Fritura colonial


Empezaron a caer unas cuantas gotas, el cielo llevaba nublado un par de días y por primera vez sonrojaba a la tierra con el tacto del agua. Muchas fueron las voces que gritaron de emoción, las mujeres que trapos fuera, deshicieron sus maletas y se postraron al son de las caricias del cielo.  Las presiones se acabaron, el vacio de los campos y de las mentes agredidas había dejado paso al fresco aroma del otoño tardío.
Y entre tanto, muy lejos de donde las gotas caían, la radio encendida, pijama de corpiño de talle alto y lupa en mano, un niño jugueteaba en una gran terraza, llena de mierda de perro y del silbar auténtico de coches atrapados en el tiempo. En la habitación contigua se pudría un hombre dejado a remojo en su propio sudor en un sofá. Se oía desde la terraza la represión sufrida por este extra, tremendas peleas entre la cocinera, la madre, y la sutil imagen que pasaba los días ocultando las malas pastillas, el padre.
Era tarde de dominó, el único atisbo de vida, los únicos gritos avivados por eléctrica aguardiente, los únicos golpes que revivían el alma dormida de penes inservibles el resto del tiempo, la pasión que se traspasaba horas más tarde al dormitorio y a la fuerza bruta.
 Una sola bombilla alumbraba la mesa con los cuatro bebedores de primera. Las pieles oscuras brillaban intensamente, los labios bailaban y hacían bailar las palabras de la cultura inhóspita del alcohólico, de los parásitos que de no hacer nada, se convirtieron en filósofos a la espera de un buen editor.
La noche pasaba entre los grillos silbones y el calor húmedo que imposibilitaba las noches deshidratadas. El niño jugueteaba solo como siempre, robando colillas de cigarro, restos de cervezas o cubalibres y huyendo entre la maleza para ingerir el botín siempre de golpe. A veces aparecía el hijo de uno de los negros, Domingo, pero el alboroto era tan inaceptable para los padres de cupón, que procuraban no hacerlos coincidir.
Ese día toco cubalibre, dos cigarros, media lata de cerveza y un cigarro que olía maravillosamente bien. Se retiró cerca del río y se sentó a ver la corriente pasar.
Bebió todo de un trago y fumó atragantándose con convulsiones controladas. El cigarro aromatizado lo dejo planchado en la orilla levantada. Se dejo invadir por el chirriar de los millones de insectos que lo rodeaban, por los gritos de los monos a lo lejos, el aletear de los murciélagos que nerviosos cazaban y acallaban algunas de las voces de la noche. En la selva nunca estas solo, eso lo aprendió desde muy pequeño. Se sentía extrañamente bien cuando auscultaba la noche de la selva, cuando escuchaba y no veía, cuando sus pasos no eran más que la memoria de raíces salidas y agujeros centenarios.  Que sus ojos no sirviesen para nada era un aliciente más para adentrarse en aventuras que para él no eran, para recordar las mil historias contadas por su padre y compañía para asustar a sus hijos y que no se atreviesen a alejarse mucho, era un aliciente para así disfrutar de verdad la luz de la luna que dibujaba siluetas en el agua incansable del río vecino.
Se oyeron pasos en el agua, algunos murmullos que se acercaban. La corriente pareció estancarse. El agua yacía inmóvil y los ruidos de la selva callaron desconcertados, especantes. Se fue alumbrando un pasillo en el río y una procesión teñida de blanco, como flotando, apareció ante sus ojos.
Sus voces graves guiaban las antorchas, sus caras pálidas unían el misterio, su delicadeza, su silencio, su belleza, atrapaban al niño entre sus brazos. Inmóvil esperó, y esperó. Parecía que ya no se movían, que nada lo hacía. El tiempo parecía detenido en ese instante en el que el niño asustado, esperaba ver la manada de espíritus arrasar delante de él. Nada ocurría. Los murmullos habían cesado.  De pronto vio en su retina una gran mancha blanca y cuando recuperó algo de visión, un hombre corría detrás de él y el grupo de paseantes del río seguían, a lo lejos, el curso de la corriente recién nacida.  
Se quedó unos minutos más, intentando recordar esos minutos pasados.
Escondiendo los vasos, botellas y colillas, mareado como un demonio y vomitando en cada árbol descuidado, regresó a la única bombilla encendida del pueblo.
 Subió a su casa y en la terraza, jugó como siempre, con el cochecito de madera, a esquivar la mierda. 

viernes, 28 de septiembre de 2012


Insisto al ver a lo lejos esas manitas que trepan sobre una garrafa de vino y aprietan intensamente, beben, se llenan de rojo las manos, se llena de olor la vida, tu mirada llega a mí como mis dedos a estas letras que simulan un piano. Tu sonrisa disfrazada en cada gesto, pestañeo, bostezo. La luz brilla en tu blanco, le das sentido en tus ojos. Atrapas el ruido de la lluvia en un viaje largo que es el olvido, en el chispear sobre una flor que muriendo rocía el cielo en la tierra, en tus manos que se posan en mi oído y así, dos segundos, no oigo el palomar de mis pensamientos alejándome aún más de la distancia que te separa.

 Pero implacable siento el miedo de no tenerte más nunca, el miedo de temerte, a una noche que me besa con el filo de una navaja, me amenaza con besos, con suspiros reposando junto a mí. Reescribir una historia una y otra vez, inventándome libertad, inventando rojeces en las piernas sobrevolando lenguas felices y una lámpara que nunca se apaga.

Se suelta el amarre que abraza la loca boca que aúlla espantando sus penas. Son las venas de canciones que hablan, como no, de ti separando aguas  con fineza, levantando la humareda de raíces aplastadas que no existieron, para cuando el cielo toque al fin el suelo, se levante ese rey muerto de no tenerte, como dice aquel.

viernes, 7 de septiembre de 2012

Probando, porbando... no se escucha...


Me enfrento a ti como todos los días, sabiendo que no es uno más.
Espero distante a que termine el tour de tus bellezas, que se acabe la feria de tus secretos, para decirte que no hay verso que te dedique, que solo hay un nombre y no le sueno bien, solo una sonrisa me roba ya las lágrimas y no es la tuya, no, ya no. Que no hay rubia por Manhattan ya, no hay una cana para ser teñida, ni hay tango en Mar del Plata…
Me quito ya las costras de la cara y borroso me equivoco y te escribo. Otra vez…
Ya pasan cosas de las que no eres dueña, ya tiemblo pensando en otras, olvido constante de tus atributos, tarea fácil maldecirte en cualquier cuaderno abierto, cualquier folleto difunto y volando a ras de suelo.
Hay fotos que hablan, gracias a ti, ya no de nosotros. Dicen unos que susurran el murmullo en chino mandarín de aquél recogedor de coco, si, sabes, ese que nunca mató a nadie, el que los lanzaba con cariño y después se pasaba la tarde durmiendo con el cigarro en boca. Sabía que te acordarías, igual que me acuerdo de tu bigote, de tu espalda machucada y de dios sabe cuántas cosas, pese a los golpes.
“¡Catire!” gritaba el hombre y me preguntaba si tenía frío y me servía café en una taza de metal. A veces tiemblo de oír tu voz acentuada en la “s”, no me riñas por favor que sabes lo sensible que soy a tus besos, imagínate a tus gritos. Sigue a Ovidio y cambia de amorío regularmente, que después huele a tabaco viejo, a cenicero lleno…
Maldita incoherente historia. Se aceptan sugerencias. 

jueves, 30 de agosto de 2012

A la shit


Que bonito es atragantarse de emoción escuchando una hermosa voz muerta, una voz que sin quererlo te crió, que bonito es el sentimiento inmortal, el pasaje a todo, el que todo llegue, el terror del futuro, que bello es ver rodar tus lágrimas por la cara, el que todo cambie, estar cambiando, que el perro y mi voz cambien, que la negra Sosa cambie y  lo cante, que bonita es la sonrisa que me animó, la mano que se apoya en mi hombro y aprieta hablándome de la normalidad de su existencia, de lo extraordinaria de la mía. Y esto se llama vida por eso, por esta libertad que se me otorga de increpar, de llorar riendo, de besar llorando, de que nuestras lágrimas se vuelvan una y sobre todo por poder mandarte al carajo y aburrirme de no ver tu cara. Piensa en que dos minutos de mierda acabas de invertir… yo solo digo… 

domingo, 26 de agosto de 2012

Poc a poc aprendió


Cuando el pelo rodea temeroso el desierto y el oso parte caminando, como abrazando, cuando el color de la playa se disimula con las dunas, ahí, en ese momento, existió el cercano presentimiento a la felicidad, con tus ojos predispuestos a un beso, mis dedos fumando cuando el antojo lo requería y la confianza regalándome la foto desde arriba. Abrió la caja de música verde por fuera, verde por dentro, tabaco, papel y las ganas de desaparecer tras el viento que acostaba la arena sobre sus píes. Debía llenar el vacío de no poder hablar cuando quería, merecía narrar las mareas, el tiempo y las nubes al mundo entero que con atención acallaría y alabaría su hermoso acento parlanchín, la Alhambra y su puta madre. 
Mirando al cielo, el roer del cono sonaba distinto, los pulmones ya arrugados atrapaban mosquitos en sus telarañas, Dios miraba para abajo, curioso, y tus ojos se ponían viscos asombrados, inestables. Fue un segundo, no más, se miró en el reflejo de un grano verdoso, resto de botella, basura artística, y vio oscura la sonrisa que como El Bosco se pintaba insolente, desfilando las manchas de nicotina sobre esqueletos vivientes. La arena subía por su pierna, estaban ya nevados sus pelos. 
Miraba al mar con el rumor de la lamparita a su lado, la pequeña música del escape de gas susurrando, proporcionándole calor y la porción de luz para cada papel, lechuga y tabaco. La luna apuntaba con su dedo al rincón solitario, donde estaba él, que se había quedado solo, él, que acompañado estaba y que de pronto, como la nada, repentina y cruel, se quedó solo, él, que vivió ese día con sobredosis de cariño, de pasión, de belleza... Aprendió a respirar, poco a poco, atragantándose con el yodo del mar. Luego, con los ojos llorosos, se arriesgó a mirararlo como la primera vez, con sorpresa, como Marianela siendo descubierta fea. Aprendió a sentir la arena fresca y sus suaves caricias como un beso que conserva calor eterno. Sintió su cuerpo ser y nada más, sintió la emoción de la novicia expulsada. Aceptó la soledad a regañadientes, pero la aceptó. La arena lo arropaba ya en la noche fresca. 

miércoles, 22 de agosto de 2012

Yo es que no sé...


Yo no sé si estás loca o si soy demasiado optimista o nihilista o un imbécil más. Me cuesta entender algo, tiro por lo de imbécil pues. Aunque no todo es malo… te lo juro. Ya sé que grito mucho, que soy ruidoso, alguna vez “flatulo”, que me pedo vamos… Y no solo eso, a veces no siento, pero tampoco padezco, lloro por dentro tantas veces y un par sólo sabiendo de las causas. Pago mis males con otros, abuso cuando puedo, sin querer maltrato, hablo mucho, me muevo mucho, me río demasiado, parezco retrasado con algunas bromas, así como Ignatius. Bebo demasiado, fumo otro tanto, me despierto con cara de perro, no me depilo y soy un poco peludo, tengo un diente de palo, soy poco musculoso y no tan atractivo como esperas.
Pero también sé decir te quiero, en un par de idiomas y con el corazón en la mano, sé darlo todo y dar un poco,  sé abrazar a un amigo cuando le hace falta y cuando no también, sé reírme de tu risa, sé viajar kilómetros para ver tu cara de loca, sé besar, sé quererte como un bobo, sé elegir bonitos regalos y hacer que los que son penosos parezcan un poco menos malos, sé estar en contra de pelear dándote besos apasionados, sé ser guapo cuando se me requiere y también que mi fealdad parezca un trámite a nosotros. Sé que la fidelidad no es lo mío, pero también que contigo no es lo mismo. Sé llorar por no tenerte pero también sé levantarme una y otra vez, sé dejarme regañar, sé pedir perdón, sé cantarte suave con cuatro acordes. Me despierto con cara de perro, pero sonrío siempre al pensarte. Me gusta viajar y me gusta tomar mate. Me gustas tú, pero mi mundo no se acaba ahí. Sé perder en el amor y no en baloncesto, sé que algún prototipo me puede ganar sin tan siquiera luchar. Y si, sé ser serio, pero necesito a alguien para serlo, sino no me renta. No sé... 

domingo, 19 de agosto de 2012

Lo siento, maravillosa eres.

Eres, fuiste y seras siempre maravillosa, le dije a la piedra atascada en mi guitarra y que la hacía chirriar molestamente. Era esa piedrita, tan minúscula que ni se veía, la que componía incesantemente las más bellas melodías, la que dominaba la estepa marchita coloreando de oro sus ojos descompuestos, oscuros. Sobrevolaba la temible sombra de un recuerdo que lo echase todo a perder como siempre, que cayese de nuevo en un oasis de flores que como sus ojos lo mirasen, me mirasen, con la tristeza de ser su puro y único pasado, el común acuerdo de odiarse en uno de los cajones insalvables de su habitación.
Su paso por el tiempo era una humilde balanza que pesaba su alma junto a un mojón, su sonrisa con las migajas pisoteadas del futuro prometedor que pese a todo, nunca fue ni existió. Y si por lágrimas se midiese o por indiferencia se pesase, uno u otra ganarían de goleada. Y si son frases mal hechas, no importa un carajo por que ni tu las leerás ni yo las siento realmente, son solo mis ojos achinados oliendo hacia otro lado.

lunes, 6 de agosto de 2012


El problema no es salir sin pillar, no es que te fume una gorda valiendo poco más, no es siquiera que un argentino se la "foche" en tu cara, el problema es no borrarla de mi mente un segundo, es llorar mis penas con una canción, es rugir o montar lágrimas con demasiado alcohol y cigarros y como dices tu, un buen porro para desahogar, olvidar… el problema es no tenerte de nuevo en mis brazos, es no volver a verte, soñar con tus besos siendo los últimos que recibiré, no imaginar tan solo la que pueda con una sonrisa borrar tus dientes hermosos, tu nariz doblada, tus kilitos que son el aliciente a quererte, tu inconsciencia, tu falta de amor que me mata mañana y noche, tu eres el problema de mis ojos, de mi boca y de mi alma que sigue derramando lágrimas estúpidas y poco llevaderas…
Llévame a casa y con un abrazo zanjamos esto. Ja! Que sencillo sería no soñar con una mirada melodiosa, una lengua juguetona, una palabra bonita… siento no haber valido la pena, pero te juro que lo superaré y algún día te reirás de mi infantilismo, de mi falta de carisma y rogarás a los santos más benévolos que vigilen mi alma enferma al borde de un barranco, de un apartamento…
En medio de gemidos te escribo porque eres la única, eres la diosa que bajó a la tierra para enseñarme que la muerte existe en vida, que el no tenerte es rodar sin camino ni destino… te quiero y no se por qué, te adoro sin razón y mis ojos te esperarán siempre para saber si es verdad, si nuestra historia será alguna vez contada. Hasta entonces, cigarro en mano, seguiré sufriendo calladito, pero bien bonito. 

jueves, 2 de agosto de 2012

Una vida


Magulladas estaban ya las estrías del calor y sudor. Caminaba con sus únicos zapatos, atravesando la miseria la frente en alto, manteniendo la dignidad intocable sobre las brasas pegajosas del suelo alocado por el sol. Andaba firme siendo narrador omnisciente de su propia historia. ¿Alguien da más?
Miraba desde la distancia de sus lentes de sol, la parafernalia de no saber qué comer,  las frentes deshechas en arrugas sin vida, las egocéntricas caladas de tabaco negro carcomiendo las gargantas sin voz del barrio obrero.
 Música sonaba en su cabeza y la sonrisa satánica aparecía al ver que su vida no estaría mucho más tiempo ligada a la penumbra de esos años nefastos de café barato, del último escalón en el que está, del cariño y desamor que vivía, de las prostitutas que se hacían llamar más que amigas.
Andaba y se sentaba sin pausa dejando respirar las suelas bajo esos madroños poblados por viejos moribundos. No sé si lo dije pero hacía calor. Un calor que producía fríos intensos, un calor que cerraba las narinas y las hervía cómo pulidas coliflores en la olla. Difícil imagen para el que no cocina el imaginar una coliflor de arboles blancos hinchándose y travistiéndose en plato marinado con sal y aceite.
Amo y señor de sus días, disfrutaba de cada segundo de ese intrigante viaje que prometía una sonrisa por cada dos lágrimas, viaje incesante en el que pasarían personas importantes, amigos que ejemplares le enseñarán el camino, mujeres que de olvidadas repatriarán los recuerdos convirtiéndolos en pequeños infiernos diarios que superar. Un viaje maravilloso lleno de poesía y rubores joviales, de bocas sedientas revoloteando lenguas de aquí para allá, de modelos a seguir, de liderazgo y de caídas difíciles de superar. Un viaje único,  ida solo, de abrazos y empujones, que es suyo y de nadie más, de ventas y compras, de parajes increíbles, un viaje que es una vida y una vida que será un viaje. En el que a veces se pedirá la cola y otras se recogerá de la cuneta a algún sombrío peatón.
Entendía todo y lo dominaba, conocía el final de la película, jugaba con ventaja. Algunas lágrimas volaban ya de pura libertad, de no tener nada, de ser su única posesión y compartirla con aquél que se lo pida.
Una vida, ni más ni menos, una de tantas. Pero tan especial. 

domingo, 29 de julio de 2012

Esas manos


Fui tocado por manos enormes, manos desmembradas al sol,
Fui tocado por dientes afilados en las puntas de los dedos,
Manos que resbalaban sobre mi frente inclinada,
Manos que aprietan rugiendo y expulsando la emoción en su dureza,
Manos que me guiaron, colocándose hacia allá arriba,
Suaves trocitos de cielo que alguna vez con alguna palabra me animó,
Insolentes que sobrevolaron con rapidez mi órbita y acabaron como un balazo en mi cara,
Amigas en mis hombros, putas en mi culo, sudorosas en mis labios,
Hambrientas en mi boca, tristes secándome las lágrimas, oliendo a atún y cigarro,
Felices sujetándome el sillín de la bicicleta y viéndome partir con viento y orgullo.
Pero solo las tuyas me tocan el pelo y me duermen, la cara y me revive, solo las tuyas me llevaron de arriba abajo, por montañas y arroyos, calles desérticas y avenidas soleadas por puro verano y frías de puro hielo, me dieron las medicinas siendo placebo ante tu brujería, que me acunaron, me acariciaron cada mañana y lo harán hasta el final de los días, solo esas serán dueñas eternas de mis lágrimas, dictadoras del sentir, serán la deuda a seguir.  
Solo ellas me dieron vida y hoy teñidas de maravilloso conocimiento me adormecen entre sus brazos con la fuerza que solo ellas tienen, me cantan una nana para olvidar esos ojos que no son manos y que dejaron de ser míos y esquivan el dolor manteniéndome en la más hermosa de las vidas.

viernes, 27 de julio de 2012

lunes, 23 de julio de 2012

Jaimito el "bueno"


Eran las 6 cercanas a las 7, la hora sexi del día,  cuando la luz agrada a las gentes, remueve arrugas, adelgaza nalgas, estriñe pechos y le da ese aire de rey de España, pinta su barba de rubia, y refleja de rayos rosas sus ojos verdes. Lo sabía, y aprovechaba  cada momento de estos fantásticos minutos mirando cual perro que no ladra los sexos madrileños. Estos eran puro placer, placer revocable e infinito, placer de muecas, de gemidos, de curvas, de la suavidad de una caricia, de pieles rebosantes de sol acomodado, de la incapacidad de volver a verlas. Alguna cayó, seguro.
Una vez despachada, rugió el ego aplastado. Se miró al espejo y con la erección mantenida corrió a lo largo del apartamento ruidoso tocando el techo con las palmas y creyéndose por fin digno de este mundo.  Esto se repetía con cada conquista, con cada paja vespertina, cada imagen podrida de sudores y rencores apagados con la fuerza de una cadera que iba a hacer daño,  de compostura perdida.
Salió y sin dejar de mirarlas tomó asiento cerca de la salida del tren. Justo en frente, a su derecha, posada contra el crista,l se regocijaba de su belleza y mojaba sus labios con gotitas minúsculas de perlas de su boca, una joven. Sus ojos claros rivalizaban con el moreno de su piel, sus manos, dignas de un héroe, parecían provocar en él sus mayores deseos, su ansia de querer, su padre de familia, su corazoncito encogido de tanta bestialidad.
Esta lo miró y como dado por hecho este rechazó la mirada con un movimiento nervioso y miedoso hacia su ventana. Nada era cierto, no podía  osar mirarla, pensar en hablarle, soñar con besarla, rogar por tocar la uña que la une con el mundo, su mundo.
Quería ser otra vez el mismo, pegarle con cada palabra y enamorar sus sucios pensamientos enlazándolos con los suyos propios.
Se levantó, se fue. Con una miradita castigo su falta de valor y siguió paseando su figura por el andén despavorido de tal belleza.
Se sentó a su lado otra chica, pasable, de caderas un tanto pasadas y con cara de muchas camas pese a su evidente inocencia. Chica de poco valor para decir que no, acomplejado ángel moderno con una madre que ruega a dios por la seguridad de los condones. Con tres bromas y dos miradas se la llevó al baño del tren y pagó el error crucificándola contra el váter y huyendo al acabar. Se bajó en la siguiente estación y esperó, regocijándose de su venganza, el próximo tren.
A la media hora, camisa abotonada hasta arriba, peinado cual señorito, bendijo la mesa rectangular poblada por su enorme y fina familia. Los niños lo besaban y jugueteaban con su pariente. El “bueno” para los más mayores, el “mejor” para los más pequeños. Así era. Ni gota salía por su boca. Amén dijeron todos. 

domingo, 22 de julio de 2012

Arcángel


Quiero decir lo más bonito que salga de mis dedos puntiagudos para que tus ojos lloren del dedal que me puse, que tu saliva rebote de labio en labio suspirando e hinchándote entera como esa enamorada. Querría decir alto y claro que la risa no fue lo mejor que recibí,  fueron las ganas de vivir sabiendo que el amor estaba ahí, que existe y que no me equivoqué de vocación, que cantarle a la vida no es la única razón, también está tu cuello que melodioso susurra el amor y vive de pasión. Decir que de momentos vivo y una voz llora tras de ti, la conciencia de haberte querido, el ángel de la muerte siendo el simple portavoz de tu palabra, de mi agradecimiento eterno al cielo por haberme dejado, no más que un momento, rozar tu pelo con el mío, perder mis dedos en tus cigarros, aprovechar la saliva que sobraba, oler el perfume que emanaba tu sonrisa humeante de palabras que de tiernas sonaban a algo así como amor. No nací para morir contigo, sino para que imágenes tuyas acaparasen mis últimos segundos en esta tierra. Didn't I, my dear?   

Gabriel


Sentí los pies deslizarse sobre el colchón pegajoso, el colchón manchado, ensangrentado de historias cubiertas por las sabanas sudadas de grasa y rencor. Sentí como me dejaba llevar, las hojas despertando en su polvo con el viento las cortinas excitadas por el calor de mi cuerpo.
Los minutos clavados me levantaron y recordaron la simple tarea que tocaba. Me duché pero no me lavé el pelo para que las gotas se deslizasen sin rastro. Me peiné, raya al medio, lavé los dientes y vestí como el que sabe que esa ropa le acompañará de por vida en su memoria tildada por la magnitud del acto.
Comí poco, me miré al espejo y de la figura escuálida de en frente reconocí mis ojos tristes. La barba y mi sonrisa poseían ya al muerto venidero, el estertor de sus pulmones vaciándose ante mi mano rompedora. Me gustó la idea. Sonreí más. Salí dejando un portazo tras de mi.
Caminé todo el largo del camino, el sol desaparecía mientras el frío entraba por mi chaqueta de piel de cordero, el viento helado paralizaba mis gestos asesinos, mi mente congelada se asfixiaba con cada paso.
Llegué al portal, saqué un cigarro que sujetaron mis labios temblorosos. El ruido de la piedra me recordó que iba a matar, el ruido del portal echó mi cigarro al suelo y al caer y esparcirse la ceniza, mi cuchillo se clavó en el centro del pecho haciendo rebosar de gritos su boca cerrada por mi mano. Derecha izquierda y arriba abajo, mi arma clavada escupía chorros de sangre fresca y negra, sangre aromatizada por el perfume que de su cuello emanaba. Rojo de vergüenza y muerte desaparecí por el callejón que me vio renacer, del callejón empapado por mi ira suculenta y traviesa.

jueves, 19 de julio de 2012


Entender al poeta que llorando palabras, pedía a dios muerte indolora para olvidar así el tedioso recuerdo de sus ojos de legañas y vicios, entender que llorar de amor no es sino el principio del más duro final que tus hombros puedan aguantar, entender las voces roncas que de muertas suenan a amor, cuando entenderte a ti o a ella parecía sencillo y resulta es el arar del campo abierto de mis sueños. Entender que es una mierda, entender el olor solitario de esas noches que de sexo se metamorfoseaban en años, es el simple recuerdo de haberte tenido. Las palabras no queman en mi boca porque tu saliva sigue intacta zigzagueando entre mi lengua. Y cuando por fin las horas marcaron el momento de amarte, entonces la hora desapareció y se convirtió en la más remota y dolorida flor que alguna vez creció del rojo atardecer que son tus mejillas y sus estrellas en verano. Siento cada uno de los momentos que sin existir, cabían enteritos en tu cabeza enamorada, al igual que siento la brisa trayéndome mosquitos moribundos hasta dejarlos caer en mi mesa acostumbrada a ti.

domingo, 8 de julio de 2012

Gran Noche

Los ojos irracionales cerrados por el peso de la agresiva maniobra de extinción, motiva con cada paso una conversación, las bocas chorreantes de la saliva sobrante, de ríos formados ante nuestros ojos en camisolas de baño traspuestas a noches borrachas. Presión en el pecho que florece cuando la razón nos evita, tintados los dientes de farolas con cafeína, cocaína y si apuras, restos de bebés que se multiplican odiosos en nuestros sueños. Surge la dialéctica en un debate inútil que vamos a intentar llevar a una sangrienta guerra de adjetivación barata con Ares paseando sobre el cielo azul oscuro de la noche clarificada por la indiferencia. No son más que voces chillonas aplicando nuestros conocimientos, caros y amargos recuerdos que de vez en cuando exigen el protagonismo que una supuesta madurez les ha robado. Aplicación macabra de la palabra felicidad, rubor imbécil que aparece con tu sonrisa calcinada de tanto fuego que sale y entra. Simplemente noches arraigadas en pedantes culturas desaparecidas en esta gran masa uniforme que forma por gracia de Dios y el Espíritu Santo la vida mortal, pues la suya trascendió hace por lo menos 22 años.
Una risa inflamada, consejos de que todo va mal, advertencias claras que no son tomadas en serio, tenía que pasar y pasó en una nube de increíble realismo que hasta el más pedante de los conocedores de mierdas hubiese llorado de alegría al ver su cara reventada contra el suelo del solo cansancio de escucharte otra ronda más. Chupitos de argumentación en dosis tan reducidas que la camarera se ríe de uno, trozos de madera flotando por el Sena y que cada mil años, resulta, es un pez enorme, hinchado por el calor veraniego, pudriéndose ante los ojos divertidos de las masas sobre actuadas de la capital de la arena en el zapato. Pero bueno de que sirve derramar la figura sobre cartas aburridas, soplar la botella de Gin sobre la bañera en la que solo estás tu y no te provoca más que otro hematoma. De que sirve llorar las noches si mi llanto es risa en tus sueños, si nuestra realidad no existe ni existirá, de que me sirve mentirle a todo mundo.
Simplemente, para acercarme un poquito más a ti que esperas y esperas cada vez más impaciente...

domingo, 1 de julio de 2012

Ya


Un último cigarrillo raspa nuestra noche rallada de estrellas y oculta el sabor de la derrota, del desamor, quizás melancolía. El haber perdido la batalla del ego, habiéndola ganado por goleada, permitir al rival, tan amado, que se lleve la impresión de superioridad, que me crea caído cuando aplastarla fue todo lo que hice… El humo habla pero oculta más, los tragos son amargos, las despedidas son solo el bendito principio, el anhelado, la página que aunque no nueva, si necesaria. Pasan los años y no son pronto, la realidad a veces se hace esperar y entre nota y nota pequeñas ratas escalan por tu pierna mordisqueando esos pelos de idiota, dando a la imaginación la sola libertad, que flota y flota.
No hay segundo ganado, la realidad pisotea la masa inerte que se refugia y penetra legamente en las almas despiadadas. Los rostros con hambre que se creen infelices, los rostros rebosantes de grasas que se juran felices consumiendo así la mayor de las farsas, la pequeña mitad de la naranja que se secó con esos ojos paralizados, secos a su vez del viento helado que fue su aliento. Vuela lejos hasta los picos helados, no lloraré ni una injusta más y no por mal perder, sino por haberte dejado ganar. Hoy será el adiós que sin ser dulce, no es amargo, hoy raspa menos aunque hay más y los soles salen por donde ayer se ocultaron. 

sábado, 16 de junio de 2012

Weary


Soy tu deuda se escuchó a lo lejos. Polvo revoloteando por un paisaje amargo, plantas secas, pero bien vivas, voces roncas cantando en un desierto de almas. El sol bien arriba acompañaba las tristes notas de la armónica, componiendo, a su vez, una hilera de quejidos y berrinches de niños insolados y sudorosos. El tiempo pasaba sin un límite concreto, sin un fin preciso, pero aquí todos sabían que pasaba y eso bastaba. El polvo seguiría acompañando la tediosa música y al sol en sus labores como pegamento, como la cola que une el triste mundo de este pobre desierto.
Soy tu deuda. Y qué bonito sonó, como resonó en la retina del que escuchaba y del que lo profería. La boca seca de pronto parecía respirar y recordar que aliviar sus llagas era posible con deslizar suavemente la lengua primero arriba, después abajo, para terminar escondiendo ambos labios entre los dientes. El corazón cansado del hombre parecía rechinar de alegría, parecía olvidar que algún día sus frases debían acompañar cierta acción, debían mantener una promesa forjada por la hermosura de la forma, por el calor de sus miradas y por el sacrificio ya cometido. No importaba, habría tiempo para pensar, este era tiempo de vivir y creérselo, para olvidar siempre recordando.
Caminaron juntos por un tiempo y se separaron con miradas esquivas y con la seguridad de volver a verse, la seguridad de cobrar una deuda. Uno por la izquierda, el otro siguió recto y así siguieron dos caminos, dos andanzas y parajes diferentes.

Ya casi de noche, cuando el desierto se tiñe de reflejos oxidados y los animales salen de sus guaridas para buscarse mutuamente, llegó al pueblo ya dormido. Sacó un cigarro de su pantalón, entre dos dedos se lo prendió y con los ojos cerrados siguió el camino que tantas veces había hecho. Ebrio de emoción, recorrió una a una las casas que lo vieron crecer, que lo vieron tantas veces regresar y partir, a veces borracho de vino, a veces borracho del camino, pero siempre siguiendo uno. Esta vez no era diferente, o si, pero el todavía no sabía porque, bueno, ni yo tampoco, pero la historia nos ira desvelando algunos secretos que buscan a ser descubiertos entre esas casas, entre ese cigarro y el siguiente, entre mi cigarro y el siguiente.
Agachando la cabeza se empezó a fijar en sus pasos, pasos tranquilos y rectos que parecían querer decirle algo y que apuntaban siempre hacia adelante con gran precisión. Las botas se arrastraban entre la arena dejando un rastro inequívoco de cansancio, de dulce y desgraciada llegada al pueblo fantasma que es y fue su hogar. Se sentó en el porche, ya las estrellas brillaban perezosas en el cielo, ya nadie quedaba para recibirlo y por eso le dedicó a esos últimos momentos un último cigarro. Mordió el filtro delicadamente y prendió un ruidoso fósforo que cumplió y se esfumó al tiempo que el primer tiro del cigarro le traspaso a otro lugar. Las voces seguían graves y sentenciadas, las bocas seguían secas, los amigos seguían escasos y los caballos muertos. Ya estaba ahí la luna, pidiendo permiso para unirse a la orgía que se preparaba. Las mismas casas aparecían en la imagen pero en tiempos diferentes, eran tiempos de muerte. Las luciérnagas brillaban y birlaban a las farolas extintas el protagonismo de alumbrar la imagen. Los hombres escondidos decidían los pasos a seguir y lo hacían rápido. Penetraron fuerte y precisamente, atacando los puntos clave, matando a unos, a unas y otros ciertos. Pocos resolvieron a herirlos, la brutalidad del ataque había eliminado toda capacidad de reacción. Eran seis o siete, armados con simple odio y rencor, y unas cuantas pistolas y escopetas.

Una vieja guitarra sonaba, nos recordaba que el pueblo no dormía, que el pueblo estaba muerto. Con animada pasión nos contaba la historia de los bandidos que acabaron con la vida. La voz recordaba aquella promesa, nos recordaba la belleza de esa garganta que un día había intentado olvidar su vida endeudándose con un extranjero. El polvo del desierto corría ya en forma de lágrima y traspasaba las agrietadas arrugas de su cara. El sendero fue una y otra vez utilizado por las lágrimas que todavía no se habían despegado de la barbilla. El ego se sintió entonces aludido por aquella matanza, su ser se estremeció y se sintió por primera vez atacado por aquellos asesinos de pueblos, su corazón se agarrotó y vio sus músculos contraerse en forma de rabia. Rabia cansada eso sí. Rabia controlada por horas de camino y por años de olvido tajante y discreto. Vio todo más claro y decidió apagar el cigarro para dejarme a mí fumar el mío y quizás desvelar, entre el humo y la ceniza, algún secreto más.
De momento sabemos que la guitarra cesó y el solitario hombre entro en su tiroteada y abandonada casa a reposar sus músculos deseosos de venganza. La venganza, ahí está el secreto de esas voces temidas. El sentimiento renacido y noble que intentó apagar con luchas y alcohol, con cigarros y guitarras y armónicas y noches en vela. La luz de la luna entraba por la ventana entreabierta de su cuarto y permitía a miradas, las nuestras, conocer un poco al hombre que gritó aquella frase. Cubierto por una ligera sabana, yacía en la cama desecha y olvidada, apestosa y combinada con el resto de muebles antiguos y vacios, rotos y lejanos. Avanzaban entre la penumbra algunas alimañas que, sin ruido, masticaban lo que por ahí quedaba. Robert H. Wiltrow, que así se llamaba, siguió durmiendo, siguió cansándose para despertar agotado la mañana siguiente.

El día se fue despertando poco a poco, sin prisas, como quien sabe lo inevitable pero que aún así se esfuerza por alcanzarlo. Los rayos de sol teñían ya las casas, oscureciendo la madera y pintando de naranja las casas blancas, ocultando el abandono del pueblo, Weary o The Weary, nadie nunca lo supo. El viento empezaba a calentar y a levantar el sudoroso polvo que se seguiría acumulando en las fachadas de la vieja calle y que llegaría hasta Robert para susurrarle algunas palabras en sueños, palabras que lo animarían a emprender el día. Solo, se despertó y se dirigió hasta la cocina donde un austero desayuno lo esperaba. Un poco de pan reseco, un poco de agua para aguarlo y unas cuantas alubias hervidas era todo lo que en su casa quedaba. Tras ingerir, desganado, el desayuno, zarpó desierto adentro sin la voluntad de volver al pueblo sin antes encontrar a sus asesinos, sin antes luchar, morir por intentarlo, por vengar su niñez, su presente y el que hubiese sido su futuro.
El calor ya era un problema cuando dio los primeros, o los últimos, pasos fuera de su casa, cuando sus botas, descansadas, soltaron el amarre y empezaron a navegar por el desierto madrugador y a escapar de las olas de calor. Robert llevaba un traje sucio, muy sucio, los pantalones recuperados una y otra vez de sus numerosas rozaduras y caídas. Rondaría los 30 años pero bien podían ser más. La venganza lo fue motivando a seguir su viaje bajo el intenso calor, lo arrastró metro a metro entre los cactus y buitres que poblaban la temida extensión. Caminaba y caminaba y el horizonte parecía inmune a su esfuerzo. Fue cruzando el mismo paisaje paso a paso, suspiro a suspiro, impaciente, ansioso, malhumorado, cegado por la venganza.
Cuando el sudor se retiró ya exhausto y dejó paso a manchas blancas y secas en su piel, pudo divisar a lo lejos unas anomalías en el terreno y reconocer un pueblo, desconocido hasta entonces. Cosa que no dejó de asombrarle porque desde temprana edad siempre cultivó con mucha dedicación todos los rincones del desierto. Siguió firme hasta su destino, con su desinterés habitual, con su desidia, si se me permite la palabra. La horrible sequedad de su boca no le impidió sacarse un cigarro del atado y prendérselo, dejando paso al fuego de su garganta y un sabor a mañana de cigarros en la lengua.
Los montículos de cemento y madera fueron tomando forma entre el humo del cigarro y definiéndose tras el humo del mío. Una torre separaba dos grandes estructuras que a su vez eran rodeadas por pequeñas casas y grandes parcelas. La torre parecía de alguna iglesia improvisada tras largas conquistas, una de tantas (iglesias y conquistas). Mientras se acercaba al pueblo recordó la última vez que entró a uno de esos templos. Su fe no había sido interrogada aún por el castigador. Y camino un poco, y otro más.

“Bienvenidos” ponía en  un cartel en la entrada, estaba posiblemente en inglés, o puede que fuese francés o quién sabe, o a quién le importa. El caso es que le dieron paso, invitaron al gran Bob a entrar a este pequeño oasis de poca gente, a este oasis arenoso de campanarios y pequeñas bodegas y caballos estacionados frente a salones violentos o no, no lo sé. Bajó su sombrero, y encima de su cigarro brillaban dos ojos marrones, oscuros, muy oscuros, casi negros. Entrecerrados por el calor y la larga marcha, seguros de sí mismos, aparecían en la escena por primera vez, recios de dolor, pidiendo despertar, revivir esos tiempos de amigos e historias. Ya no había nada tras ellos, sus nervios estaban desviados a otras terminales, los sentimientos muertos no los dejaban expresarse ni sentirse. Y así fueron adentrándose y evaluando los diferentes rincones y a todo aquél que por ahí deambulaba. Entro a una tienda, compró algo de comer y preguntó por donde quedaba la cuidad de los bandidos. El viejo señor mostachoso le respondió que con el tren de las dos de la tarde no tardaría más que un par de horas en llegar, era la última parada de esa ruta. Ahí empezó la típica historia de espera, paseó por el pequeño pueblo y examinó hasta el último rincón de las casas que allí había. Nada extraordinario, un pueblo de la época, con gente de la época que se esforzaba por huir del calor de la época. Parecía que todos en el pueblo lo observaban escondidos tras las persianas ruinosas y polvorientas de las casas y del bar. Desconfiaban del nuevo y presentían, quizás, la venganza de su propósito, de sus ojos, pero desconocían a quien le era dirigida. Así pasaron las horas de calles vacías y visiones fantásticas, hasta que se oyó, a lo lejos, el tren que se acercaba. Lentamente y ocultando la alegría del final de su estancia, Robert se fue acercando a la estación. Esta estaba compuesta por una casita en donde se podía comprar el billete y por unos asientos alejados de unos diez metros de la única vía que daba cobijo al tren.

Humeante y ruidoso se acercó el enorme y majestuoso tren que parecía querer despertar al pueblo con sus melódicas advertencias. Se posó milimétricamente al final de la vía y los cuatro empleados uniformados se bajaron y se dirigieron a la casita mientras otros dos salían de esta y se disponían a preparar el siguiente viaje. Tras unos quince minutos de espera el relevo volvió a efectuarse y ya los pasajeros podían esmerarse en entrar a los vagones desiertos. En ese momento empezó a llegar gente a la estación, más de la que había visto en todo el pueblo y posiblemente en los últimos meses juntos (o incluso más). Como bestias empezaron a entrar, empujándose desconsideradamente, personas mayores, jóvenes, negros, blancos, ricos y pobres, todos se empeñaban en entrar primero y elegir el mejor sitio, con sus conocidos, en la ventana, cerca de la puerta para salir primero… todo valía para dictar sus respectivas voluntades. Bob, que era anticuado y rudo, pero educado, pasó el último y no le quedaron sino las sobras, los peores asientos del tren, es decir todos mirando hacia atrás, los más sucios, y al lado o demasiado cerca de algún mendigo maloliente o vómitos resecos. Miraba uno a uno los pasajeros del maleducado tren. El primero que le llamó la atención fue un negro grande como dos cactus que parecía hablar mientras dormía y olvidaba la borrachera que arrastraba enérgicamente desde hacía tres días. De vez en cuando gritaba algún descalificativo a la prole que esquivaba sus miradas, insultaba fuertemente a las personas declarando su ira y desconcierto. Pocos dientes le quedaban y sus negras encías recordaban la miseria del señalado. Mientras tanto un grupo de ocho o nueve jóvenes, que entre risas y gritos parecían rivalizar con el borracho, esperaron a que el tren diese sus primeros pasos para atacar, violenta y desprevenidamente, a una pareja de extranjeros. Entre patadas e insultos lograron aplastarlos contra el suelo y herirlos ante el desconcierto de unos, el disimulo de otros y la parálisis por desinterés de Bob. “Esta no es mi guerra” pensó desviando la mirada a un grupo de señoras que entre miedo, precaución e hipocresía se miraban gesticulando cuidadosamente para no ser vistas por los delincuentes pero si por el resto del tren. Estaban bien vestidas, su estatus social parecía ser exhibido por sus maneras y por el sitio que ocupaban en el tren. Todas juntas, en el medio y con sus maletitas bien colocadas a su lado. Pero entonces algo desconcertó al tranquilo Bob, el tren parecía ir al revés, parecía haber partido en sentido contrario, por donde no había vías. Al tiempo que los pequeños malhechores eran reprendidos cuidadosamente por un grupo de señores y desalojaban el vagón, los pantalones ensangrentados por la brutal paliza, nuestro personaje sacó la cabeza por la ventana y vio que en realidad si había raíles. Hasta yo juraría que hace unos minutos solo el desierto colmaba su vista.
Receloso volvió a su vagón y a sus personajes. Parecían ladrones, desgraciados, vagabundos, escuálidos, egocéntricos y excéntricos. Ninguno parecía viajar con él, ninguno compartía su pasión, ninguno comprendía el delirio  de su propósito ni su romanticismo. Tan repentinamente como sintió la ofensa causada, sintió a su vez el amor perdido en aquella guerra desigual, empezó a ver su pueblo en su conciencia y en su corazón. El dolor, exhausto, empezó a propagarse por sus órganos y extremidades, empezó a chupar los años de olvido e indiferencia y a engordar como un enorme y fatal tumor. Sus ojos nublados le plantaron las manos en la cara e impidieron transmitir el dolor al aire y al sol que bronceaba su brazo derecho. Las dos únicas lágrimas que salieron, una en cada ojo, lograron humedecer las raspadas manos y tatuarles dos rayas oscuras entre el blancor de sus grietas. Disimulando miró rápido hacia la ventana, el paisaje seguía en su línea, pero los colores le fueron mostrando una inusual belleza, un toque de cariño y amor fueron resaltando la hermosura del horizonte y sus habitantes. Una sonrisa alegró su alma. Su cara había perdido arrugas y sudores, mostraba la belleza oculta. Su corazón pedía aire, rogaba por deshacerse del inútil cuerpo y emprender un magnífico vuelo hacia ese verde marchito, ese amarillo respondón y ese azul embriagador que sin una nube, cubrió la dulce vida de esos ojos.
Ya no quedaba nada ni nadie en el frívolo vagón, la gente había desaparecido, las riñas y la violencia ya no viajaban rumbo a ese destino incierto. Inocentemente pensó que había pasado demasiado tiempo con el exterior y había olvidado el sucio interior. El tren parecía frenarse de momentos y retomaba la ruta con agudos estrépitos de las vías rozando con el circular metal. Hasta que por fin se detuvo por completo y se oyó una voz que proclamaba el final del trayecto. Sacando un cigarro retomó su seria postura y bajó del tren sin saber ni dónde ni cómo había llegado a este pueblo. Su desconcierto se vio inflado al mirar el tren. Solo quedaba su vagón y ni siquiera parecía al de horas atrás. No hubo preguntas ni sospechas fundadas, mientras el sol, él, empezaba a cansarse y bajo tomando el camino más corto hacia la noche. Las luces brillaban un poco más lejos, entre remolinos de arena y estrellas bailarinas.

Se fue acercando poquito a poco, sin dejar de disfrutar el paisaje y su interminable belleza. Miraba embobado al cielo apocalíptico, la fusión entre el rosado que alumbraba las nubes del fondo, el azul clarito con toques blancos de un poco más arriba y observándolo todo, inmensamente arriba, el azul oscuro,  armado ya para la helada noche. Sus pasos no parecían los de antes, su vida parecía absorber un poquito de esos colores. Se quitó el sombrero y empezó a aprovechar el frescor de la noche naciente para lavarse del calor diurno. Nada parecía ya tan malo, la venganza parecía solo una excusa para poder viajar por aquellos parajes, visitar pueblos en los que después de la noche absurda, nazca un nuevo día. Parecía que ya nada de lo emprendido tenía sentido ante la belleza del momento y del pueblo que nacía tras los arbustos. La arena acolchada sopesaba sus pasos uno a uno. Estos, dejaban huellas enmarcadas por polvitos mareantes que flotaban creando una órbita en cada una. Llegó al pueblo y risas y palabras se fueron confundiendo con la bella luna que se había alzado bajo la dulce mirada de sus ojos inocentes. Entró por detrás, por la casa de los Richards. Seguían sus cerdos y sus gallinas en el corral, sus hijos jugaban como años atrás en la pequeña calle Canways. Las farolas alineadas bailaban al paso del caminante y alumbraban las miradas joviales que lo seguían gustosamente mientras saludaban. “¡Hey Bob! ¿Qué tal el día?” se podía escuchar, o también “Bob, hijo, dile a Isabelle que mañana la esperamos.”. Isabelle… su cuerpo se descompuso repentinamente y aulló a la inmensa esfera blanca pidiendo clemencia. Isabelle. Llevaba años sin escuchar su nombre, sin sentir su aureola alrededor del pecho, sin imaginar su ropa ni su pelo, ni tan siquiera esos pechos que fueron sus únicos pechos. Su pueblo había renacido y con el todos su habitantes y animales, sus recuerdos y sus paisajes. Bob aceleró, no escucho a nada ni a nadie mientras se dirigía, borrascoso, a su antigua casa. Ahí la esperaba ella, hermosa como siempre, con un vestido lila gastado y su pelo perfectamente despeinado. Su tronco imponente y delicado, sus claras imperfecciones resaltando la bondad de su adorable figura. Lo miraba, con una sonrisa entreabierta que dejaba paso a sus dientes y a su lengua suave al tacto de su lengua. Corrió y la abrazó con el resto de la fuerza que le quedaba. Empezó a llorar y a llorar sin dejar un segundo de mirarla y atragantarse con la saliva que explotaba de júbilo en su boca seca. Se sentó en el suelo, brusco y descompuesto bajo la mirada asustada de Isabelle que lo interrogaba angustiada. “¿Querido que te pasa? No llores, por favor, me estás asustando…” exclamó con lágrimas dulces y transparentes en los blancos pómulos. Su ternura viajaba a través del tiempo, el amor que les era propio los embarcó en un viaje a través del tiempo y del universo. El logró remar y remar hasta llegar hasta sus pies y besarlos y empaparlos del dolor de su cuerpo que brotaba como el humo de ese tren que lo trajo hasta acá.
Las dos rayas tatuadas en sus manos dejaron paso a una enorme mancha oscura que teñía de color su insulsa figura, las había humedecido y les había regalado una segunda y merecida juventud. Empezó a recordar los años de dejadez y tortura que lo habían convertido en lo que era, antes de volver a verla y recordarla, de regalarle las lágrimas y sufrimiento que merecía. Perdonándose se levantó titubeante, la miró a los ojos y le susurró tiernamente, con sufridas palabras directas de lo más profundo y remoto del alma humana, “Soy tu deuda. Soy tu deuda Isabelle.”.
 Entonces la abrazó de nuevo, tanto y tan fuerte que se esfumó engullida por su cuerpo y por su corazón hambriento. Todo lo que quedó fue polvo, un enorme y monstruoso polvo que lo rodeó cruel e implacable creándole un profundo dolor y dejándolo perdido en la nebulosa estepa.
Cuando logró escapar de la humareda, sintió el sol que lo azotaba en la cara ensangrentada. Le quemaba las feroces heridas y lo empujaba al suelo de donde no debía levantarse. El calor lo invadió de nuevo y las voces desalmadas lo cubrían de golpes y patadas brutales que lo acercaban un poquito más al final de la historia, al final de su historia, el final de Weary. Se calmó todo, y logró ver un rostro, un rostro familiar, podía ser ese hombre al que creía deberle algo, al que momentos atrás, prometió devolverle un favor. ¿Qué favor era ese? Ya no sabía si aquella conversación había sido real, si aquella fraternal alianza tuvo lugar, si aquella frase existió jamás. Aturdido no logró seguir pensando, ya su cabeza flotaba ajena a este mundo. El mismo rostro familiar se acercó a él y empuñando un revolver y apuntándolo directo a su ojo derecho le dijo, “Despídete Robert. ¿Tienes algo más que decir?”. Apurando el restante de su fuerza, lo miró a los ojos, sonriendo y con una voz sentida y sentenciada dijo: “Soy tu deuda.”
“Soy tu deuda”. Y los caminos no se separaron esta vez, ni sus andanzas siguieron paisajes ni parajes diferentes. Y por supuesto ya no existía la certeza de cobrarse una deuda. El polvo siguió su camino y el chispeante desierto siguió soportando la crueldad del sol, los niños siguieron llorando insolados y los animales guerreando por un día más. El tren seguiría despertando sueños oscuros, apaleando gente y ocultando verdades a gritos, los pueblos seguirían muriendo abandonados y los bandidos seguirían exterminando amores y desamores. Pero ya ni Weary ni Robert existían, quizás no existieron jamás, quizás este cuento no sea más que una invención mía, quizás solo fue el humo de mi cigarrillo, o del suyo. 

domingo, 10 de junio de 2012

Desafinando


 De nuevo resuena en esa cabecita, ese son, esa alegría descomunal que siente al bailar los dolores del fado, sus pies velan entre pata y pata de mujeres ligeras de ropa y fuertes de ánimo. Vuela la voz cantora de mil noches en vela y rodea las nubes creando las delicias de esa vida. Camina bailando sobre el barro, dibujando guitarras insolventes con los dedos de los pies. Grita bajo la lluvia sin paraguas y sin gatos, canta a voz en grito y repasa melancólico las alegrías que ha vivido, sus abrazos y dientes pelados.
Abogados ahogados en sus propios carteles, miles de hojas no leídas y sigue bailando en cantinas y bodegas, sigue tomando ese vino blanco que tanto emborracha, sigue paseando por ramblas y cruceros, por selvas y veleros, sigue usando eso que antes tenía y tanto quería. Y a ver si uno de estos días por fin suena el reflejo de tu sonrisa cayendo bajo el vendaval de gotas, y con risa nerviosa pueda por fin escapar de ese tétrico lugar al que cayó sin quererlo, el sitio donde nada tiene color y ciego chapotea la nada y las gotas refrescan las caras.
Que siente demasiado o no siente nada, no tiene ninguna importancia, siendo prácticos, no hay nadie menos que el, pudiendo lograr todo, no logrará nada. No me pregunten como lo sé, pero lo sé. Los años de curtidas guerrillas eran suyos, los años de emperadores a caballos le venían como traje a medida, los de intelectuales que barrían sus lágrimas cada noche a las 6 de la mañana para dormir hasta las 6 de la tarde, tampoco le eran malos.
Pero la luz a veces entra por su ventana, a veces de sus ojos sale una chispa humilde y preciosa que lo hace el ser más querido, es una chispa única en su género, un toque del sol de Marte que va a parar a su rostro desgastado.
Y si los bichos no le pisasen los pies cada vez que sopla para abajo, créanme que nadie hablaría de su desidia, de su blandura y blancura, nadie pondría “si” a hablar de él. Si… si no escuchase esos 5 minutitos de vez en cuando, quien sabe, se podría volver loco, podría llorar el doble, huir saltando, hablar más y con menor calidad, podría no pasar nada o podría haber nacido para, simplemente, morir contigo.

lunes, 28 de mayo de 2012

10 5 3


Es el tonto motivado que habla por mí, que oculta con dientes color carne las sonrisas que quieren llorar, que me obliga hoy a escribir unas líneas que no provocan, que sacan a relucir voces que deberían haber muerto pero que siguen en una sola bacanal disfrutando del vacío terrible que llena los términos nerviosos de mi cabeza. Podrían ser las manchas de noches pasadas que tras mis orejas acampan y susurran las incesantes verdades de vidas difíciles de vivir.  Son temas recurrentes, son círculos viciosos, paisajes evasivos, amigos que animan, los que desaniman, es un futuro mejor, incierto, sabroso, al sol, es la vida que resurge mis cenizas, los extractos vegetales que me atacan, los recuerdos que se me olvidan, la vergüenza que siento al pensarte, los mosquitos que deambulan hacia el final cada vez más cerca, las moscas cojoneras, los pétalos que nunca caen, el humo de mi vista, los cigarros, que sí, me quedan por fumar.
Quizás sean puros sueños, no de esos que son cantados, hablo de los horribles, de los de verdad, de esos que te despiertan de pura felicidad, los que esconden la realidad al inconsciente para no sufrir más. Es el hombro al que llorar, es tu propio yo dándote animo, abrazándote con esos abrazos sentidos que te sacan el aire pecho a pecho, de los que no se enseñan, de los que solo tu amigo puede darte, los que desdoblan tu alma, el espejo que grita de alegría al verte, los que hablan contigo cuando nadie más quiere, los que quedan para siempre… 

domingo, 6 de mayo de 2012

Caracas ciudad de despedidas...


“Patéticos”, “sifrinos”, “analfabetos”, “oligarcas”… me iría demasiado. ¿¡Y qué coño!? Yo también me iría demasiado, yo también quiero vivir una vida plena, tener la posibilidad de luchar por mi país y no pasear mi falta de orgullo por boleíta o por la cota mil… Yo también quiero ver como termina este peo.
Hoy siento vergüenza, más que nunca siento vergüenza del país del que vengo, un país corrupto, de asesinos, de estafadores, de jodedores, de playas bonitas, de mujeres bellas “pal coño”, de mi querida Ávila y de mis queridos Andes… pero sobre todo de un país que se ríe sin pudor de sus jóvenes por que se atrevieron a decir lo que les salió del estomago y ahora tienen que esconderse o justificar sus palabras… No hay mejor signo para evaluar la salud de un país que escuchando a sus jóvenes.
Siento como las entrañas se me revuelven leyendo esa cantidad de porquerías, tapadas y escondidas por el anonimato de las redes sociales, el anonimato de internet que protegen su desfachatez y agresividad…
Esas palabras tienen emoción y sinceridad, son palabras de “veintegenarios”, “veintegenarios” que hablan de una ciudad podrida y un país enfermo.
Defiendo cada una de ellas, esas que osaron hablar aunque solo fuese para un trabajo universitario, grito hoy desde mi propio anonimato para que se respete la opinión en una sociedad acostumbrada a desprestigiar las no compartidas, lloro que pocos sean los que no lapiden la realidad llena de emoción por expresarse así o asa …
Yo me iría demasiado de un país en el que sus jóvenes sean puestos en jaque por los mismos que se llaman defensores de la democracia, porque de algunos me lo espero…
Miremos lo que nos rodea y saquemos nuestras propias conclusiones pero señores, no caigamos en la crítica fácil, no crucifiquemos a unos chamos sin pelos en la lengua porque no somos ni fuimos mejores…  Dejemos de ser la vergüenza mundial partiendo desde nosotros y juzguemos nuestras opiniones por su casi nulo valor, no seamos así de engreídos… por favor.  

martes, 17 de abril de 2012

Rarezas


Es esta pues, dada las temidas presiones, la historia de la que tanto se ha hablado en ciertos sectores de la alta sociedad europea actual. Pero antes de adentrarnos en tan inusual aventura, precisaré que mis dotes literarios se deben únicamente a factores de crecimiento personal y genéticos, en ningún caso verificaré diccionario alguno ni utilizaré sinónimos absurdos que entorpezcan esta, nuestra historia. Para verificar la validez de este logro sin parangón, he solicitado la presencia y revisión simultánea de su excelentísimo Don Javier Rodríguez de Soto, notario de Madrid, colegiado y ejerciendo en Rodríguez e Hijos Notaría y Registros.  
Dejando atrás la parte legal y volviendo al sujeto que nos reúne hoy, el infortunio de ese pobre joven…
Era una mañana hace tres meses, se despertó sudoroso y rabioso, hervía su frente, le estallaban los puños de soportarlos con tanto ahínco. Partiría el mundo en dos con un puñetazo bien dirigido, tiraría rascacielos enteros con una simple mirada. Sentía la desdicha profunda de la traición más baja y dolorosa. Esto duró lo que tardaron sus manos en desbloquear sus ojos obstruidos por incomodas legañas. La sangre empezó a adormecerse otra vez, todo había sido un sueño, una cruel pesadilla corregiría yo. Continuó durmiendo y un par de horas después se vistió y partió a la universidad como todos los días.
Todo fue normal, las bromas, los cigarros, la cerveza, nada que subrayar. Ya en el autobús empezó a darle vueltas al sueño de su novia adultera, le roía la idea de que esos labios no fuesen de su única pertenencia, que todas esas sonrisas y besos escondiesen ese secretito inocente. Se imaginaba años de alta traición, largas horas de dolor, una rabia enorme traspasándole el alma con cada imagen infiel, marrullera. Decidió bajarse del autobús y agarrar el que llevaba a casa de la novia.
Aquí y contra todo pronóstico se encontró a su novia con la cabeza entre las piernas de un conocido mutuo. La situación, aunque parezca de un ridículo enorme y les pueda provocar carcajadas desmesuradas, fue un poco dura para nuestro protagonista (me dirán, y con razón, que muchos otros no tienen ni historia…).
Empezó a gritar mientras se largaba del apartamento, ella disfrutaba del pene de otra persona. Si, lo sé, es absurdo pero espérense hasta el final que la moraleja es lo realmente constructivo.
El joven parecía un Cristo, lloraba, babeaba mientras injuriaba a voces contra la, y cito textualmente, “perra esa, jodida puta”. Disculpen ustedes por la expresión, Don Rodríguez de Soto ya me ha excusado con profesionalidad bendita (“Doy Fe de ello” DRdS).
El caso es que este último corrió y corrió por la calle desesperado expulsando su odio y despecho a los cuatro vientos, rompiendo las ramas de esos bonitos frutales que daban a la calle y regalaban cada principio de verano algún níspero o ciruela al paseante.
Pues todos jodidos, tiraba las hojas como trofeos de la desesperación. La gente lo miraba, extrañada, pero cosas más raras se han visto dijo una vieja mientras comía un yogurt en la acera de enfrente. Cada vez lloraba menos, gritaba menos y corría menos. Los cigarrillos empezaron a notarse y empezó a perder el aire. Se sentó inhalando grandes bocanadas, le entró flato e intentó levantarse. Algunos niños se reían, unos adolecentes empezaron a cuchichear sonriendo, los mayores simplemente pasaban sin percatar la pobre alma cándida que gemía su dolor y falta de ejercicio. Se levantó, vomitó y caminó hasta el autobús.

Así pasó una semana que parecieron siglos, no volvió a hablar con ella, no se molestó ni en llamarlo ni reconfortarlo con excusas tan típicas como esperadas. La semana siguiente y bajo las incesantes suplicas de sus amigos, decidió irse de fiesta con estos. Se emborrachó lo más que pudo, fumó lo más que pudo y al entrar a la discoteca empezó a dominar el ambiente con pasos maravillosos provocados por los coros animados de sus amigos. Sudó, cantó y bailó hasta que sintió la necesidad de cazar alguna presa fácil, se sentía el amo del local pero aún así quiso asegurarse y se dirigió hacia una morenita, bajita y anchita que bailaba sola y aburrida con lo que parecía su enésimo Gin tonic.
Empezaron a bailar, sentía el alcohol rugir por sus venas y acercarlo cada vez más a esas caderitas anchas y bien rellenas que con enorme esfuerzo producían movimientos monótonos de un lado para otro y exaltaban su cara de deseada elevada al séptimo cielo por ciervos desesperados de discoteca. Su top quería reventar, todavía hoy dudo si por el grosor de su tronco o por los pocos (pero muy visibles) pelos que se deslizaban fuera del sujetador. La imagen carecía de hilo conductor, un borracho despechado con el autoestima de niño de trece años y una gorda idealizada por ella misma que paseaba sus vergüenzas entre la muchedumbre monosilábica de la noche madrileña. Pasaron unos minutos hasta que descifró en su rostro el ansia de su boca risueña. Como un cohete separó sus labios, asomó la lengua y recibió un bofetón que desarticuló su expresión confiada en 25 pedazos de humillación.
En lo que su cabeza giró, vio como su ex novia yacía en los brazos del puerta de la discoteca y le comía la boca como si no hubiese comido en 2 meses. Las manos del orangután le sujetaban el culo queriendo exprimirle las horas de gimnasio. Del rebote su cabeza regresó y dio a parar al otro lado donde sus amigos, rebosándose entre los restos de alcohol del suelo inmundo, reían a carcajadas perdiendo el sentido. Paralizado, pensó asesinar a la que más lo merecía, pero estaba ya rebotando sus enormes atributos con otro engendro de la noche.   
Hundido salió de la discoteca y fumándose un cigarro tras otro, caminó hasta llegar, cuando el sol asomaba, a su casa. Se acostó y durmió la borrachera. Se despertó la noche siguiente, se hizo un porro, se fue a la terraza y fumó.
Ahí fue donde lució la marihuana, “A todos nos pasa, hay que joderse esta mierda.”.
 (“Doy fe que esta historia es real, y por el deber que me concede el estado he de apuntar que el autor uso el diccionario a escondidas para encontrar la palabra “ahínco”, la que creía una bebida energética india”DRdS)     

viernes, 13 de abril de 2012


Estoy exhausto, me tiemblan las piernas, no pienso y cuando lo hago me pesa el vivir buscando olvidar, no dormir, reprimir horrendos sentimientos que no bastan para mi… El aire vegetal corre en bocanadas hinchadas por las corrientes de mi cuerpo. El temblor pobre agotando la vida esquelética de las vistas hinchadas de calor y tiempo, el paseo nupcial del humo apalabrando el coste del gas este mes, de si habrá luz o simplemente se dejará caer otra más de buena historia. Y si volando me choco con una clavo afilado y levantándome veo mi cuerpo bañado por lava roja, veré el alma profunda del mundo de abajo, el aire nauseabundo de las inmundicias paganas en días de poca fe.
El oleo bárbaro que riega la tierra seca del sur, los profanos ronquidos de la droga y el vicio  que son el pegamento destructor de estas ventanas, el pudor de dejarte tirada como mártir, como perra. Tambaleando palabras que una vez, en boca de otro, significaron algo. Serpenteando el dolor con cualquier antídoto, olvidando que ya no hablas, que nada significa lo mismo, que la bañera hoy se llena, sola, con lágrimas inútiles que no podían caer más bajo… 

viernes, 6 de abril de 2012


Hoy lloro mis derrotas que caen como palos entonados por clavos rojizos y afilados que apabullan mi supuesta lejanía. Solo mis quejas oigo, solo el caer de las horas que retocan el espejo desgarrado de maquillaje, solo un par de ojos ocupan mis horas, un par de chirridos agónicos transcritos por mis dedos. El querer estar contigo y en cambio estar solo, el no poder evitar hablar con alguien porque mis palabras me acercan demasiado a tu recuerdo. La desgraciada soledad anhelada, la inspiración tan dolida y absurda…
Los faros pasan alumbrando mi ventana y arqueando una curva perfecta rodeada de barrancos intimidadores donde te espero. El silencio, el inaudito, el que se escapa con pensarlo, vuelve a mi cabeza derretida. Los tragos vacios, las bocanadas de aire en la cara, los gemidos que son el ruido de esta noche, desvisten con una mirada la luna y apuntan su desvergonzada silueta proyectándola en tu vientre desnudo. Y aunque solo un segundo, quiero regresar a tus brazos y llorar escuchando esta canción y viéndome sin ti y mostrarte mi inusitado querer, mi fidelidad pese a todo, mis ganas de volar contigo hasta el rastrillo más perdido del universo. En mi miedo y en tus faldas esta mi sufrimiento, en mi tos yace tu foto desnuda, en mi inquietud pasea tu tranquilidad.   
Nunca he querido hablar de amor pero siempre me obligaste, siempre recé nuestras noches en estas páginas y siempre como dije, fui agnóstico, ateo, anti creyente, paseante, pesado, irritante, yo mismo…