Un sólo de trompeta se
interrumpía al ritmo de una puerta. Me apresuré a entrar y escuchar las 36 notas
negras que chorreaban de grasientos instrumentos, respirar el humo que apenas
te dejaba ser y beber el sorbo eterno del Rioja de turno. Los cachetes se iban
hinchando, los ojos perdiéndose en la oscuridad de luces naranjas, los labios
rojos como sangre humedecían las caras de la primera fila, las mujeres sudorosas que se relamían con la potencia de
ese saxo enorme. La madera bajo sus pies saltaba al ritmo de maestros con
baquetas y cuerdas y vida entre sus puños, movilizando los extraños cuerpos que
como sonámbulos íbamos y veníamos. Sus cigarros, sus copas de ron blanco, la
chica de ojos verdes que me miraba ahogándose en mi boca, los cigarros acaramelados,
más vino, la chica de los ojos verdes tenía unos labios…
Sólo de batería, lo
acompaña un piano intercalando dos notas, un La y un Sol, empieza con golpes
secos que se van acelerando y ahogándose como el aliento mortal que rodea ese
minuto y medio mágico, en el que la música ahoga la música, en el que no
importa nada y todo importa más que nunca, en el que retoma la banda entera y
el saxo vuelve a cantarnos al oído. Todo se calmó, los músicos exhaustos ante el
clamor popular se resistían a dejar la escena, pero la chica insistía y yo, borracho,
arrastraba mis pies apoyado en sus hombros, dejando caer mi peso muerto
mientras ella, me miraba.