En el cuarto de olvidados me puse a pensar en estas líneas que ahora ya son tuyas, y cuando digo tuyas me refiero que son de tus ojos, de tus dientes, de tus dedos, muslos, de tus alas, de tu recuerdo. Cada letra y cada mención al arte es tuya de pleno derecho, ahora sólo queda disfrutar del aire que erosiona tu sonrisa desgranando en miles de imperceptibles cristales ese croquis perfecto de la divinidad. No me olvido de nuestros amantes, no me olvido del rencor ni del dolor, no olvides tu tampoco a esas diosas. Seguramente te vuelva a ver, no creo que se me niegue ese último deseo, esa última comida, ese devorarte con ansia el cuerpo entero, sin que me veas con la boca llena rumiando palabras incomprensibles, sentado, en el suelo de mármol, cara de morcilla, suecos y chaleco antibalas. No te olvides de la diferencia entre el cielo y mi amor, uno es tan alto que ni las estrellas llegan, y el otro empieza de mis pies descalzos sobre tierra roja y zurca mares en tu busqueda, sin brújula ni mapa, guiándose sólo por el aroma que dejan tus palabras con tu acento a fresa.
“[…]es un poema; es alboroto, podredumbre, rutina, es una cierta irisación de la luz, una vibración particular, es nostalgia, es sueño. La Calle de la Sardina, es el caos.". John Steinbeck.
miércoles, 23 de diciembre de 2015
martes, 14 de julio de 2015
De camino a las caderas
No será tu boca la que roce los párpados de mi polla
ansiosa,
No es la raíz de tus sueños que desgarra mi locura abierta
Ni las ranas de tus palmas que te acompañen viciosa.
No es el ayer el que maquillará tus ojos de experta.
lunes, 29 de junio de 2015
Por un segundo creo que será inevitable, la explosión llegará y todo se irá a la mierda, como de costumbre. El relojero sigue ahí parado, moviendo un rosario con la mano derecha y en la izquierda, un cigarro en reposo. No vende ya relojes, ya no entra en la tienda sino a recomponerse del imponente calor. Siento el silbo al pasar a su lado, el silbo amenazante, fiel augurio de filos brillantes. La calle lo acompaña, la superioridad demostrada traza un hilo entre él y yo y perfila en sus retinas las putas que ya no se paga, las divinas curvas de la Paqui y de Rosa. Aquellas noches nacientes con un trago y el amor prestado, las caricias de quien solo quiere complacer, el olvido del juego idiota que yo sólo aguanto por ser idiota. Recuerda esas nalgas suaves que hacían cantar sus pantalones al desmoronarse en la alfombra, el negro platónico que eran sus ojos debajo de una de esas tantas. Recuerda los burdeles como los mejores momentos de su vida, cuando los relojes no eran sino una excusa, cuando el viento no quemaba las gargantas, cuando la menos puta era su mujer.
Nos encontramos como cada mañana y nos odiamos incesantemente, como cada mañana. Esa es nuestra relación, odio básico, odio como el de cualquiera, ni más ni menos. Yo no conocí a sus putas, pero no me hubiese importado. Seguramente podríamos hasta haber ido juntos, me podría haber enseñado los trucos que todo hombre debería saber y así yo, a mi vez, le enseñaría éstos a un joven odioso.
Pero la explosión en realidad no llegaba, él se limitó a verme pasar con su rosario en la mano y pensando en Rosa, y yo pensando la cantidad de polvos que no he echado y en las putas con las que no he ni hablado.
Algún día llegará, cuando del bolsillo saque una navaja ardiente y me desgarre la piel y los músculos. Porque así es el odio, al menos en mi calle.
Nos encontramos como cada mañana y nos odiamos incesantemente, como cada mañana. Esa es nuestra relación, odio básico, odio como el de cualquiera, ni más ni menos. Yo no conocí a sus putas, pero no me hubiese importado. Seguramente podríamos hasta haber ido juntos, me podría haber enseñado los trucos que todo hombre debería saber y así yo, a mi vez, le enseñaría éstos a un joven odioso.
Pero la explosión en realidad no llegaba, él se limitó a verme pasar con su rosario en la mano y pensando en Rosa, y yo pensando la cantidad de polvos que no he echado y en las putas con las que no he ni hablado.
Algún día llegará, cuando del bolsillo saque una navaja ardiente y me desgarre la piel y los músculos. Porque así es el odio, al menos en mi calle.
jueves, 18 de junio de 2015
La campana ya no se oye, sólo se oyen los pasos incansables,
el ruido de los palos contra las piedras del camino, y tu respiración al principio
de la procesión. Está oscuro porque la tristeza nubló el cielo y lo pintó con la sutileza del magenta y amarillo, la del
negro que llevas puesto. Se escuchan algunas gotas que ya no distingo, a lo
lejos la lucha mundana y el dolor causado por la depresión de cuando aún vivías.
Suena el sostén deshidratado, el himen pletórico de la humanidad...todo en la marcha
fúnebre, todo en el hilo de la vida.
Ya no se oyen sino a los mosquitos picando y saciándose de
los que aún vivimos, ahora huele todo el paseo, ahora el jazmín se une al
azahar de tu cuerpo y a la humedad que besa la arena por primera vez en meses.
El convoy silencioso me calma, tu soledad, que ahora ya no lo es tanto, ahora
se me aparece con claridad. La soledad de tu vida brilla más que nunca con tu muerte,
si, esa que es un poco la mía , el olvido, el poder que te deja
sobrevivir, seguir vivo.
Te voy a echar de menos, pienso, luego, recuerdo. Siento
como mi nariz se llena de polen, pero no es polen, es tu perfume que me posee,
siento la nariz hinchada y deseo abrazarte,
pero aún se me olvida que ya no estás, o ya no estarás, todavía no me
entero.
martes, 19 de mayo de 2015
Todavía te apareces ventajosa, sabedora de tu poder, en la cara de otras. La ligera caída entre tus ojos y tu boca que en otros son ojeras y en ti es un manifiesto al TODO. Tus ojos que sin ser negros a mi me lo parecen, porque en ellos veo el vacío reflejado, la nada, el "néant" infinito que es y fue el perderte sin nunca haberte tenido. Te imagino a lo lejos, sentada mirando hacia mi, mirando y equivocándote, moviendo tus manos maquilladas, haciendo círculos ínfinitos en tus piernas. Te imagino como si fueses esa chica de ahí,¿ la ves? Entre los asientos. Esa.
Escucho los pitidos de los trenes y entre la masa desapareces como una mala noticia que aún no te han dicho, desapareces como la vida, paulatinamente, entre pecho y espalda. Y yo me acuerdo. Como un cretino me siento entre día y día y te imagino de nuevo. Otra vez alimento la vibración de tus pechos en un bus, el blanco bendito de tu acento, tus labios que no fueron mios y que hoy duelen más que nunca.
Te veo y te pierdo cada vez más, enseño el camino hacia la pérdida de conciencia, hacia el dolor profundo del inconsciente que me enamora de todas y de ti. Olvido el déficit de tus ojos, que eran negros o verdes, pero no olvido lo que dueles, lo que faltas, lo que faltabas.
Escucho los pitidos de los trenes y entre la masa desapareces como una mala noticia que aún no te han dicho, desapareces como la vida, paulatinamente, entre pecho y espalda. Y yo me acuerdo. Como un cretino me siento entre día y día y te imagino de nuevo. Otra vez alimento la vibración de tus pechos en un bus, el blanco bendito de tu acento, tus labios que no fueron mios y que hoy duelen más que nunca.
Te veo y te pierdo cada vez más, enseño el camino hacia la pérdida de conciencia, hacia el dolor profundo del inconsciente que me enamora de todas y de ti. Olvido el déficit de tus ojos, que eran negros o verdes, pero no olvido lo que dueles, lo que faltas, lo que faltabas.
domingo, 26 de abril de 2015
El pitido, ese ruido que llevaba en su cabeza meses sonando,
empezó a desaparecer, a hacerse cada vez más amigable, retórico, parecía que
volvía a su origen en el inconsciente. Según el volumen bajaba más miedo le
entraba. Miedo de que volviese o miedo al mismo miedo. Se paró abajo de la
cuesta, miró hacia arriba del todo, fijó un punto, se sacó del pantalón la caja
de cigarros, se metió uno en la boca y empezó a subir. Sus pies empezaron a
sobrevolar las baldosas levantadas mientras el humo se metamorfoseaba con el
paisaje infinito. Su respiración sonaba hueca, vacía, rozaba su garganta
flemosa exigiéndole cada vez más y más aire. Necesitaba respirar. Malditas
necesidades pensó. Y los coches pasaban a su lado inundándole de indiferencia
los pulmones. Las imágenes sucedían su barba semanal y la brisa removía su
cabello erizado por los recuerdos de Perséfone, a quien conoció un día de
marcha. Las baldosas estaban sueltas y los coches dejaron de pasar, la soledad
sobresalía y el miedo alimentaba el pitido. La cuesta cada vez era más
empinada, los huecos eran ya irreparables, las baldosas se habían ido por los
aires como si nunca hubiesen existido, en su lugar, un mar de granito yacía
delante suyo cual montaña. Lo que antes eran pasos, ahora eran saltos al vacío.
Se agarraba con inmenso esfuerzo a los salientes de las rocas cortantes. El pitido ahora
eran balas intermitentes que lo rozaban, balas que astillaban las piedras y
herían su piel desnuda. La ceniza del cigarro le caía en las manos morenas y
fuertes mientras el cigarro quemaba sus hombros hinchados del cansancio. Las
heridas teñían su piel de rojo cual
apache o yanomami preparándose para la batalla final contra los invasores, esos
fantasmas, esos dioses, que siempre están pero intentas ignorar. No parecía que esa montaña acabase en ningún
lugar, parecía la historia lejana de los 100 años, sin ser más que un mal sueño. Unas
cuantas gotas empezaron a mojar el ambiente, a rodar por su espalda musculosa y
a volar por la punta de su polla hasta tocar su morada final en el arenoso
desierto. Cuando el granito empezaba a corroerse bajo sus manos y sus fuerzas
parecían haberse esfumado, un saliente apareció para socorrerlo de la lluvia y
la fatiga. Allí la vio, la llamaban la Barbie de tacones. Con la cabeza entre
las piernas, minifalda roja y tacones de aguja yacía muerta, disecada por la
intemperie, la chica que enigmáticamente murió en lo alto de esta montaña, tan
inaccesible que ni el mismo Hades se desplazó a por el cuerpo ni el alma de
esta pobre criatura que vivía en este particular limbo. Se sentó a su lado y
vio pasar como estrellas fugaces las balas que desfilaban ante él. El pitido desapareció.
También la necesidad de respirar y de fumar. La ansiedad y el miedo ahora eran
paz infinita, la ruta seguía hacia arriba, pero ya mejor compañía no hallaría.
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