miércoles, 23 de diciembre de 2015

En el cuarto de olvidados me puse a pensar en estas líneas que ahora ya son tuyas, y cuando digo tuyas me refiero que son de tus ojos, de tus dientes, de tus dedos, muslos, de tus alas, de tu recuerdo. Cada letra y cada mención al arte es tuya de pleno derecho, ahora sólo queda disfrutar del aire que erosiona tu sonrisa desgranando en miles de imperceptibles cristales ese croquis perfecto de la divinidad. No me olvido de nuestros amantes, no me olvido del rencor ni del dolor, no olvides tu tampoco a esas diosas.
Seguramente te vuelva a ver, no creo que se me niegue ese último deseo, esa última comida, ese devorarte con ansia el cuerpo entero, sin que me veas con la boca llena rumiando palabras incomprensibles, sentado, en el suelo de mármol, cara de morcilla, suecos y chaleco antibalas. 
No te olvides de la diferencia entre el cielo y mi amor, uno es tan alto que ni las estrellas llegan, y el otro empieza de mis pies descalzos sobre tierra roja y zurca mares en tu busqueda, sin brújula ni mapa, guiándose sólo por el aroma que dejan tus palabras con tu acento a fresa.

martes, 14 de julio de 2015

De camino a las caderas

No será tu boca la que roce los párpados de mi polla ansiosa,
No es la raíz de tus sueños que desgarra mi locura abierta
Ni las ranas de tus palmas que te acompañen viciosa.
No es el ayer el que maquillará tus ojos de experta.

Sino la desesperación de mis brazos que aturdidos no tienen respiro. Sino la vez que te ví desnuda, por error, en mi cama, la leche de medianoche, las borracheras ardientes que me obligan a abrazarte en la profundidad del alma. Serán los troncos inertes, los injertos de mi lengua en tu boca, los pétalos del rocío sobre un manto de llanto, de llano platino en las mañanas de agosto. Los recuerdos dantescos, los ojos abiertos de un abrazo a pelo con mi polla en la mano. Será el resurgir de mi piel cristiana aullando a la luna con mi garganta desgarrada, el océano bendito del rezo de la madrugada en que camino sólo, pescando en las estrellas tu cuerpo, pescando pensamientos en el puerto.

lunes, 29 de junio de 2015

Por un segundo creo que será inevitable, la explosión llegará y todo se irá a la mierda, como de costumbre. El relojero sigue ahí parado, moviendo un rosario con la mano derecha y en la izquierda, un cigarro en reposo. No vende ya relojes, ya no entra en la tienda sino a recomponerse del imponente calor. Siento el silbo al pasar a su lado, el silbo amenazante, fiel augurio de filos brillantes. La calle lo acompaña, la superioridad demostrada traza un hilo entre él y yo y perfila en sus retinas las putas que ya no se paga, las divinas curvas de la Paqui y de Rosa. Aquellas noches nacientes con un trago y el amor prestado, las caricias de quien solo quiere complacer, el olvido del juego idiota que yo sólo aguanto por ser idiota. Recuerda esas nalgas suaves que hacían cantar sus pantalones al desmoronarse en la alfombra, el negro platónico que eran sus ojos debajo de una de esas tantas. Recuerda los burdeles como los mejores momentos de su vida, cuando los relojes no eran sino una excusa, cuando el viento no quemaba las gargantas, cuando la menos puta era su mujer.
Nos encontramos como cada mañana y nos odiamos incesantemente, como cada mañana. Esa es nuestra relación, odio básico, odio como el de cualquiera, ni más ni menos. Yo no conocí a sus putas, pero no me hubiese importado. Seguramente podríamos hasta haber ido juntos, me podría haber enseñado los trucos que todo hombre debería saber y así yo, a mi vez, le enseñaría éstos a un joven odioso.
Pero la explosión en realidad no llegaba, él se limitó a verme pasar con su rosario en la mano y pensando en Rosa, y yo pensando la cantidad de polvos que no he echado y en las putas con las que no he ni hablado.
Algún día llegará, cuando del bolsillo saque una navaja ardiente y me desgarre la piel y los músculos. Porque así es el odio, al menos en mi calle.

jueves, 18 de junio de 2015

La campana ya no se oye, sólo se oyen los pasos incansables, el ruido de los palos contra las piedras del camino, y tu respiración al principio de la procesión. Está oscuro porque la tristeza nubló el cielo y lo pintó con  la sutileza del magenta y amarillo, la del negro que llevas puesto. Se escuchan algunas gotas que ya no distingo, a lo lejos la lucha mundana y el dolor causado por la depresión de cuando aún vivías. Suena el sostén deshidratado, el himen pletórico de la humanidad...todo en la marcha fúnebre, todo en el hilo de la vida.  

Ya no se oyen sino a los mosquitos picando y saciándose de los que aún vivimos, ahora huele todo el paseo, ahora el jazmín se une al azahar de tu cuerpo y a la humedad que besa la arena por primera vez en meses. El convoy silencioso me calma, tu soledad, que ahora ya no lo es tanto, ahora se me aparece con claridad. La soledad de tu vida brilla más que nunca con tu muerte, si, esa que es un poco la mía , el olvido, el poder que te deja sobrevivir, seguir vivo.

Te voy a echar de menos, pienso, luego, recuerdo. Siento como mi nariz se llena de polen, pero no es polen, es tu perfume que me posee, siento la nariz hinchada y deseo abrazarte,  pero aún se me olvida que ya no estás, o ya no estarás, todavía no me entero. 

martes, 19 de mayo de 2015

Todavía te apareces ventajosa, sabedora de tu poder, en la cara de otras. La ligera caída entre tus ojos y tu boca que en otros son ojeras y en ti es un manifiesto al TODO. Tus ojos que sin ser negros a mi me lo parecen, porque en ellos veo el vacío reflejado, la nada, el "néant" infinito que es y fue el perderte sin nunca haberte tenido. Te imagino a lo lejos, sentada mirando hacia mi, mirando y equivocándote, moviendo tus manos maquilladas, haciendo círculos ínfinitos en tus piernas. Te imagino como si fueses esa chica de ahí,¿ la ves? Entre los asientos. Esa.

Escucho los pitidos de los trenes y entre la masa desapareces como una mala noticia que aún no te han dicho, desapareces como la vida, paulatinamente, entre pecho y espalda. Y yo me acuerdo. Como un cretino me siento entre día y día y te imagino de nuevo. Otra vez alimento la vibración de tus pechos en un bus, el blanco bendito de tu acento, tus labios que no fueron mios y que hoy duelen más que nunca.

Te veo y te pierdo cada vez más, enseño el camino hacia la pérdida de conciencia, hacia el dolor profundo del inconsciente que me enamora de todas y de ti. Olvido el déficit de tus ojos, que eran negros o verdes, pero no olvido lo que dueles, lo que faltas, lo que faltabas.

domingo, 26 de abril de 2015

El pitido, ese ruido que llevaba en su cabeza meses sonando, empezó a desaparecer, a hacerse cada vez más amigable, retórico, parecía que volvía a su origen en el inconsciente. Según el volumen bajaba más miedo le entraba. Miedo de que volviese o miedo al mismo miedo. Se paró abajo de la cuesta, miró hacia arriba del todo, fijó un punto, se sacó del pantalón la caja de cigarros, se metió uno en la boca y empezó a subir. Sus pies empezaron a sobrevolar las baldosas levantadas mientras el humo se metamorfoseaba con el paisaje infinito. Su respiración sonaba hueca, vacía, rozaba su garganta flemosa exigiéndole cada vez más y más aire. Necesitaba respirar. Malditas necesidades pensó. Y los coches pasaban a su lado inundándole de indiferencia los pulmones. Las imágenes sucedían su barba semanal y la brisa removía su cabello erizado por los recuerdos de Perséfone, a quien conoció un día de marcha. Las baldosas estaban sueltas y los coches dejaron de pasar, la soledad sobresalía y el miedo alimentaba el pitido. La cuesta cada vez era más empinada, los huecos eran ya irreparables, las baldosas se habían ido por los aires como si nunca hubiesen existido, en su lugar, un mar de granito yacía delante suyo cual montaña. Lo que antes eran pasos, ahora eran saltos al vacío. Se agarraba con inmenso esfuerzo a los salientes de las rocas cortantes. El pitido ahora eran balas intermitentes que lo rozaban, balas que astillaban las piedras y herían su piel desnuda. La ceniza del cigarro le caía en las manos morenas y fuertes mientras el cigarro quemaba sus hombros hinchados del cansancio. Las heridas teñían  su piel de rojo cual apache o yanomami preparándose para la batalla final contra los invasores, esos fantasmas, esos dioses, que siempre están pero intentas ignorar.  No parecía que esa montaña acabase en ningún lugar, parecía la historia lejana de los 100 años, sin ser más que un mal sueño. Unas cuantas gotas empezaron a mojar el ambiente, a rodar por su espalda musculosa y a volar por la punta de su polla hasta tocar su morada final en el arenoso desierto. Cuando el granito empezaba a corroerse bajo sus manos y sus fuerzas parecían haberse esfumado, un saliente apareció para socorrerlo de la lluvia y la fatiga. Allí la vio, la llamaban la Barbie de tacones. Con la cabeza entre las piernas, minifalda roja y tacones de aguja yacía muerta, disecada por la intemperie, la chica que enigmáticamente murió en lo alto de esta montaña, tan inaccesible que ni el mismo Hades se desplazó a por el cuerpo ni el alma de esta pobre criatura que vivía en este particular limbo. Se sentó a su lado y vio pasar como estrellas fugaces las balas que desfilaban ante él. El pitido desapareció. También la necesidad de respirar y de fumar. La ansiedad y el miedo ahora eran paz infinita, la ruta seguía hacia arriba, pero ya mejor compañía no hallaría.