miércoles, 26 de octubre de 2011

Hola, soy yo.
 Quería decirte que desde que te fuiste nada ha sido lo mismo. Cuando respiro ya no siento el suculento sentir de tener un soplo más, cuando toco no siento ya mis dedos, ni mi mano, ya mi cuerpo no tiene barcas que transporten su ser, cuando bebo ya no siento la deliciosa sensación de tragar un río de vino y vida, cuando como, no respiro y caigo desde la silla rompiendo mi consciencia contra el mármol que son mis días.
Desde que marchaste mi francés empeoró y con él la memoria de París y tus besos rotos, de nuestros abrazos por allá por “le seiziéme” o en aquel parque de Montmarte. Se me van las promesas que me hiciste, se me van los primeros y últimos sueños contigo, el café con ese cigarro que nunca me negabas, con el que ponías esos labios, con ese hermoso aire del que no fuma y sufre por ello. Ya no me he despertado a media noche creyendo tenerte a mi costado, ya no nos escapamos de todos y nos sentamos en ese puente con una botella vieja de sangría. Ya no siento mi lengua recostándose en la tuya en ese instante que alimentó mi vida tantos años, ya no veo tu blanco hermoso tocándome y sintiendo endurecerse nuestros corazones extranjeros. Ya el suelo no se disloca de excitación cuando tus pies rozan mi cuarto ni del sensual temblor me despierto por las noches pensándote ahí, cerca. Mis ojos no te buscan en la penumbra de estos pasos que borrachos atraviesan sin queja, inanimados, el yugo que es este pasillo. El horrible y tedioso chirriar de tus dientes cuando nerviosa me pintabas la espalda, de rojo, a arañazos. Ya esas lágrimas no significan nada, ya no puedo besarte el cuello y ya nunca París será tan hermoso.