sábado, 3 de marzo de 2012

Pasto, un poco.

Cómodo, acurrucado, abrigado por tu susurro incesante que me calma, visualizando tu bella sonrisa dibujándose mientras me miras, mientras piensas como me quieres, que ojalá por lo menos lo pudiese saber y así querer más los momentos juntos, nuestros besos, nuestros miedos. Me rozan tus dedos y van haciendo circulitos en mi cara, van dibujando farolas en lo negro que alumbran allá por donde tus huellas pasan y se esfuman. Me pasas el cigarro y me haces fumar de tu mano generosa e inhalo profunda la aspereza del papel quemado, del humo rascado de whiskey, manchando mis pulmones y regalándome tu figura entre la niebla de mi boca, tus ojos que brillan como estrellas en esas noches nebulosas, tus facciones contextualizadas en la pura belleza, la historia que llega a su fin, la bestia corriendo por la puerta y lanzándose a su niñez enferma.
Siento todavía tu respiración, pausada, intercalada por el cigarrillo y largos silencios que es el humo retenido contra su voluntad en lo profundo de tu ser. Los granitos que caen del cielo y que nos trasladan a una campiña solitaria y fría, las hojas cayendo y anidando en la alfombra de hojarasca.  Siento el ronroneo de tus uñas clavándose en mis muslos, los ronquidos de la cama exhausta, el dulce chirrido de tus dientes exultantes de pasión, los ojos que perdían su vida en mis ojos. Sigo sintiéndolo, sintiéndote, allá donde estés.