viernes, 28 de diciembre de 2012

Carta a una admiradora


Querida,

Comienzo esta carta así porque imagino que le será querida a alguien, no a mí. Eso, cariño (aplique usted la misma regla), lo sabe muy bien y me lo ha hecho saber a través de numerosas cartas insultantes, insultosas suena mejor, pero no existe… una pena.
Déjeme decirle que tiene usted una boquita muy sucia.
A raíz de su última carta, la 36, que seguro recordará (la de “gusano violador”), me puse a pensar. Empecé pensando, como es normal, en un gusanito que subía a una planta y zas montaba a otro gusano con el salvajismo del que solo los gusanos son capaces. Una y otra vez mi gusano desgarraba la ropa interior de gusanos y gusanas ante terribles alaridos. Pero no había historia, sinceramente desconozco los rituales sexuales de los gusanos y adentrarme en tales mundos asusta a cualquier escritor novato.
Pero entonces me acordé de otra carta, la 17 creo que era, en la que “la putrefacción de mi alma hacía parecer al Diablo un buen católico”. Y entonces me vino a la mente una misa de gusanos, todos arrodillados en una iglesia,  con un pequeño libro a su lado, bien peinados, bien vestidos, que luego salían y cogían sus coches enormes, Chevrolet’s  y Ford’s en su mayoría, y se iban a comer en familia un pavo enorme. Y seguí indagando, vi a esa pareja de gusanos, llevaban casados 3 años, tenían un gusanito de 5 y una gusanita de 2, estaban todos sentados en silencio mientras la madre iba reponiendo platos enormes de comida. La casa tenía un gran jardín, con el césped más verde del vecindario (pese a que el vecino le encantaba comérselo). El padre se iba a su despacho y hacia una llamada. Cogía el coche y se plantaba en Manhattan donde bajaba a buscarlo un precioso espécimen, era artista, llevaba una falda ancha que movía al aire sin pudor. Se besaban largo rato y subían a beber y hacer el amor. El gusano parecía más feliz que nunca.
Resumiéndole la carta querida, a raíz de esos pensamientos logré estructurar una historia, se llama Manhattan, habrá oído hablar de ella (todavía espero su opinión al respecto). No sé como agradecerle tanto interés en mi trabajo, así que le adjunto un cheque de 3000 dólares que será parte de la recaudación.

Siempre suyo,
Gusano violador.

Pd: Le deseo a usted y todo el que lea esta carta, un maravilloso año entrante.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

10. Cuento de Navidad


Suenan campanas y no parecen las ruinas de una religión sino el tintinear melodioso acompañando el galope de una visita amañada. Abro los ojos y la luna alumbra el paquete de cigarros. El fuego enciende un poco más el ambiente y salgo de mi habitación guiándome con las caladas rojas de madrugada. Intento no hacer ruido mientras escucho el respirar indomable de una persona en mi sala de estar. Suenan botellas, es Santa Claus sirviéndose un trago en mi despensa.

-Buenos días Santa.
-¡Hombre Guillen! Siento entrar sin llamar pero ya sabes cómo funciona esto… me dijo sonrojado por la intromisión o por las largas horas sobrevolando el polo norte.
-Tranquilo hombre, siéntate un rato y nos hacemos compañía.

Nos servimos un par de tragos y dejamos la botella a mano. Santa no es como se dice que es. Es un tipo muy sarcástico, le gusta hablar, mucho, dice que los elfos solo estudian ingeniería y que él siempre fue de letras.

-Tienes esto hecho un asco. Y en vez de calcetines, te tuve que haber traído un buen Bourbon…
-No te quejes Santa, el error es mío por dejar de escribirte.
-¿Tienes otro? me pregunto señalando el cigarro.
-Toma el mío, luego busco más.

Estiró el brazo y con dos dedos empezó a fumar. Tenía esa expresión que sólo el que ha dejado de fumar y anhela el tabaco pone .

Nos miramos largo rato, ya nos conocíamos, nos conocíamos bien. La primera vez que me lo crucé yo ya tenía 17 años, fue una noche de navidad que volví arrastrándome a las 3 de la mañana. Le había gustado el sofá que me habían regalado, la botella de ron naranja importada directamente del país de la caña y por lo que me contó posteriormente, también le gusto la novia que tenía durmiendo plácidamente en mi cama. Hablamos largo rato y se fue al menor despiste. Venía todas las navidades y me dejaba alguna sobra de lo que tenía en el almacén. Me decía que pese a que nunca fui bueno, siempre compartía los vicios. A veces yo no estaba en casa y me dejaba una nota, su caligrafía seguía pareciéndose a la de mis padres, nunca me lo explicaré.

-Te veo solo Guillen. Jodidamente solo.
-Pensaba comprarme un perro pero luego me dio pena por él, ya ves que no hay pelos.
-Ya veo ya… en el fondo hiciste bien. ¿Has vuelto a escribir?
-De vez en cuando, un par de tonterías, por fumar y beber justificadamente.   
-Y quién no… dijo melancólico. ¿Me traes otro cigarro?

Hinqué mis rodillas y me levanté, me acabé el fondo de licor barato y con las cejas en alto me despedí del gordo. Me pareció escuchar un “Jo,Jo,Jo” que desaparecía según cogía otro cigarro.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

9. Un sueño

A veces sueño contigo y estamos solos y así tus brazos como guirnaldas me abrazan.
A veces sueño contigo y me despierto y no me acuerdo si te quería en el sueño
o te odiaba despierto.
A veces mis lágrimas se estancan y corre el polen a mis ojos
que enrojecidos explotan al caer el día, como en sueños.
No son paredes sino telas las que separan el ruido de tus bostezos
de mis nuevas noches,
las  que parecen viejas amigas dando por muerto un puñal mal dado,
un diente de oro brillando allá a lo lejos donde linchar es esa sonrisita rubia
que corre.
A veces no sueño nada y me despierto queriendo darte un beso,
será la bilirrubina, el aburrimiento
o es que tu piel es la seda de mis labios y la pantomima de mi noche.

jueves, 6 de diciembre de 2012

8. Una hora en mi vida.


Me desperté con los pies helados de caminar las calles descalzo, humillado y con vendas en las manos. Caminé calle abajo adentrándome en la memoria colectiva y vi como se reescribió la historia de mis zapatos omitiendo la desgarradora verdad de nuestro vandalismo oportuno y como nos creímos todo, como la noche anterior buscábamos sexo o pelea o en su defecto alguna droga que nos hiciese olvidar, un momento, la atenta realidad que pesaba sobre mi. 
Me senté en un banco y para el clamor y felicidad popular les diré, si, con un cigarro, porque los fumadores somos raras bestias, que hagan lo que hagan, fuman. Ya lo verán. Pero además con los días de espera que quedaban, las horas conmigo mismo que venían, la soledad, ya no la melancólica que tanto me enseñó. Se sentó a mi lado una silueta que sin inmutarme sentí, sin mirar supe que era mujer, el perfume me atravesó las narinas desacostumbradas al agudo resquemor de olores tan delicados. Me pidió fuego. Se lo di.
No la miré hasta que su “gracias” quiso llamar mi atención. La miré, me estaba mirando, quería que le hablase. Cuanto tiempo… no me acordaba lo que eran esas miradas interesadas, esas miradas remolonas que buscaban conversación. No sé si era el vino de la mañana pero esta chica era hermosa. Rondaba los 24 años, pómulos suaves, carnosos, piel oscura y ojos profundos color miel de azahar que sin saber por qué atrapaban y te hacían querer arrancarte un pedazo de ti el más grande. Tenía el pelo oscuro y rizado y me hablaba casi con susurros, con una voz tan dulce que su perfume pasó de embriagador a mera especia. Estaba inclinada hacia mí esperando respuesta. Sus ojos se clavaban en mí y la torpeza del que no está acostumbrado me invadió. Las palabras se cortaban como hielo seco, el calor de mi cara dio paso a una tez rojiza insólita en alguien que odia al mundo y pasa sus días bebiendo y fumando gracias a una triste herencia, en alguien que no espera nada de nadie. Sus pechos sobresalían en un chaleco gris, sus vaqueros dibujaban unas piernas largas que llegaban hasta sus zapatillas de deporte que hablaban de humildad. Quizás no se dio cuenta de mi estado, quizás vio al abogado que hubo un día en mi o a ese Dostoievski, Baudelaire o Hugo de mi adolescencia. O puede que fuese Cortázar…
Las palabras salieron e inundaron su cara de una belleza indescifrable llamada sonrisa y a un nombre, Isabel, que hizo que en mi boca pareciese un insulto, una broma de mal gusto. Me habló de ella, de su pasión por la gente, yo le hablé de mí, de mi caída a los infiernos, de mi familia, de mis ex novias, de mis ex amigos, vamos, de mi ex vida. Pero también le hablé algo de mi vida. 
Pasó una hora en las que me invitó a un par de cigarros y a un trago de agua y un sándwich. Compartió la misma botella conmigo… Me creí en el cielo.
Se levantó, me levanté, me dijo que le había encantado conocerme, que vendría la próxima vez a este banco a ver si me veía y volvíamos a hablar un rato. Me dio dos besos y mi barba de pronto olía a ella…
Se dio la vuelta, y ahí inmenso e intimidador, en su chaleco, una cruz roja dominaba su espalda. Tanto así que ni me fijé en su culo, culo que ya nunca sería mío, la bajada a los infiernos había sido real y este cielo momentáneo, una mera asociación benéfica creyendo ayudarme.
 Otro cigarro y a por vino.