miércoles, 26 de diciembre de 2012

10. Cuento de Navidad


Suenan campanas y no parecen las ruinas de una religión sino el tintinear melodioso acompañando el galope de una visita amañada. Abro los ojos y la luna alumbra el paquete de cigarros. El fuego enciende un poco más el ambiente y salgo de mi habitación guiándome con las caladas rojas de madrugada. Intento no hacer ruido mientras escucho el respirar indomable de una persona en mi sala de estar. Suenan botellas, es Santa Claus sirviéndose un trago en mi despensa.

-Buenos días Santa.
-¡Hombre Guillen! Siento entrar sin llamar pero ya sabes cómo funciona esto… me dijo sonrojado por la intromisión o por las largas horas sobrevolando el polo norte.
-Tranquilo hombre, siéntate un rato y nos hacemos compañía.

Nos servimos un par de tragos y dejamos la botella a mano. Santa no es como se dice que es. Es un tipo muy sarcástico, le gusta hablar, mucho, dice que los elfos solo estudian ingeniería y que él siempre fue de letras.

-Tienes esto hecho un asco. Y en vez de calcetines, te tuve que haber traído un buen Bourbon…
-No te quejes Santa, el error es mío por dejar de escribirte.
-¿Tienes otro? me pregunto señalando el cigarro.
-Toma el mío, luego busco más.

Estiró el brazo y con dos dedos empezó a fumar. Tenía esa expresión que sólo el que ha dejado de fumar y anhela el tabaco pone .

Nos miramos largo rato, ya nos conocíamos, nos conocíamos bien. La primera vez que me lo crucé yo ya tenía 17 años, fue una noche de navidad que volví arrastrándome a las 3 de la mañana. Le había gustado el sofá que me habían regalado, la botella de ron naranja importada directamente del país de la caña y por lo que me contó posteriormente, también le gusto la novia que tenía durmiendo plácidamente en mi cama. Hablamos largo rato y se fue al menor despiste. Venía todas las navidades y me dejaba alguna sobra de lo que tenía en el almacén. Me decía que pese a que nunca fui bueno, siempre compartía los vicios. A veces yo no estaba en casa y me dejaba una nota, su caligrafía seguía pareciéndose a la de mis padres, nunca me lo explicaré.

-Te veo solo Guillen. Jodidamente solo.
-Pensaba comprarme un perro pero luego me dio pena por él, ya ves que no hay pelos.
-Ya veo ya… en el fondo hiciste bien. ¿Has vuelto a escribir?
-De vez en cuando, un par de tonterías, por fumar y beber justificadamente.   
-Y quién no… dijo melancólico. ¿Me traes otro cigarro?

Hinqué mis rodillas y me levanté, me acabé el fondo de licor barato y con las cejas en alto me despedí del gordo. Me pareció escuchar un “Jo,Jo,Jo” que desaparecía según cogía otro cigarro.

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