Las olas rompiendo sobre
el Malecón parecían cantarte al oído y regalarte dos gardenias porque te
adoraba, porque te quería. Porque solo en las terrazas viejas de suelo
milenario te pueden querer, solo ahí te pueden cantar y bailar y solo esa
sangre puede sentir que hierve al ver tu estrepitosa figura imitando el tumbao,
dándole toquecitos del patetismo neurológico de tu tierra. A veces te imagino
disfrutando como siempre has hecho de ese baile sabroso, obligándolos, como
solías hacerme, a bailarte noches enteras sin reposo, dejando que tu cadera
quebrase las suyas, si catira, lo tuyo es el baile preñado de antaño, las gotas
cayendo en tu escote y reviviendo pesadillas, el dolor de píes del tambor y el
guateque rumbero con sancocho de pollo. Tu lo que quieres es que te apaguen el
fuego como a Tula, lo que tú tienes es tremenda prisa rubia, el robótico
caminar de tus hombros rechonchos es la
biblia hispana de ese calor húmedo y chorreante del chocolate con leche que es
lo que queda. A ti lo que te gusta, mujer, es el cacao todavía fresco, la pulpa
dulce que se deshace entre tu lengua y tus dientes. Un negro fuerte con
guayabera y machete que te aguante la noche entera.