Los Jacintos no tienen tallos, tienen lágrimas. Al lado tuyo están, acompañándote con lilas y margaritas. Tus lilas y tus margaritas, las que soplas para que crezcan, las que sanas a besos, las que cultivaste y me enseñaste a mirar. Ahora te las traigo aunque las miras siempre, ahora al olerlas te huelo a ti, te escucho a ti.
Como una corona de flores te adornaban las hortensias rojas.
Rojas como tus rosas que aún siguen esquivando el calor, con pasos firmes,
respetando cada etapa, el dolor, dando de comer a los conejos sin olvidarse de
ellas mismas. Quizás estés tu en ellas, o en el nogal, en los groselleros o en
alguna de tus vides. O eres todas ellas. No logro entender el lugar desde el
que ahora me hablas, yo te busco entre las zarzas, en los abejorros, en mi
huerto. La tierra bebe tus años y me acompaña, me regala bocaditos de vida de
vez en cuando.
Hoy soñé contigo, me regalaste una despedida en mis brazos y
en los de papá. Tu sonrisa, como explicarlo... era amor. Dentro de ese amor vi
lo que me querías decir, vi aceptación, vi tranquilidad, vi fuerza. Y ahora
puedo empezar a entender lo que es la fuerza, mantenerte en pie, apoyarte
quizás en el marco de una puerta para no desfallecer, afrontar tu presente
ausencia todos los días, sin escapar. No sé, cada vez me explico peor.
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