La orquesta suena porque no puede sino sonar, la
oigo porque no puedo sino escucharla. Y según la escucho me convierto en un Dee
Williams cualquiera. Me dejo llevar por una brisa tenue que me recuerda a ti,
que ya no sé quién eres. Tengo miedo que me veas y me reconozcas porque entre
la multitud jamás podría acordarme de tu bella sonrisa, no podría acordarme las
palabras que me susurraste, ni la noche que me regalaste. Pero ahí en medio estás,
mirándome y yo mirándote. Me encontré conmigo y tuve miedo porque perdí el
recuerdo de tu voz, tuve miedo porque se me olvida lo esencial, me pica el
tabique y me duele la pierna. Tuve miedo porque mi garganta ya no canta y
porque te quise abrazar y sólo supe mandarte a la mierda. Tengo miedo que
olvides tus recuerdos, como yo olvidé los míos.
Te conocí en Conil de la Frontera, en un sitio blanco,
blanco y oscuro con pequeños callejones donde perdimos el horizonte. De la mano
corrimos por entre las piernas de la montaña nevada y dejándonos caer de un
lado a otro nos esfumamos del mundo para resguardarnos, para tranquilizarnos,
para no olvidar los versos que compusieron nuestros ojos esa noche. Todas las
calles se pintaban con tu sonrisa, todas las calles se convirtieron en ti. Las
tardes y las noches se escuchaban más claras pero yo ya no podía oír. Perdí el
norte y con él mis ojos perdieron brillo; las aventuras del pequeño andaluz
pusieron rumbo al desván del duende, aquél del norte.
Y hoy te veo, unos cuantos días después de haberte abrazado
y me acuerdo. Veo claro esas calles, vuelvo a ver tu reflejo, tus ojos que de
noche me enseñaban el camino, veo tu odio y lo entiendo, veo el suelo y veo tus
palabras y mi memoria. Desaparecen los caminos y pierdo las ganas de encender
el mundo otro día más. Te diría que tengo un nudo en la garganta, que yo
también me odio un poco, pero que ese ya no soy yo, ese se protege demasiado,
es cobarde y no se atreve a vivir, te diría que estoy de vuelta y te mentiría,
que tu voz sigue cantando con los jilgueros y que con cada cante que escuche
pensaré en ti, que mi condena y la tuya, será esa. Jugaremos a ser Casandra y
Apolo y perderemos la verdad en cada caricia. Seré tu marinero en tierra y tú
serás aquel barco que despega.