La noche respira por mis narices el fresco del verano que
nace, mis ojos viven viendo el alboroto que abarrota las calles alumbradas de
Madrid. La princesa engulle coches y peatones que bajan hacia cervezas frías y
cigarros en terrazas históricas, hacia las niñas con sus vestidos cortos y sus vasos
todavía vacíos. Todo dirigido por el calor que llega para quedarse, todo eso es
el verano que asoma en un país que lo necesita, en un país que sin él no
existe, desaparece.
La vida muere y renace, todo se paraliza en las gotas que
caen por su frente sudorosa y por esos labios que de cuando en cuando se
remojan suavemente y tiran un beso y desaparece para siempre. El verano no
quiere hablarte de futuro ni de pasado ni de hombres que por otras camas han
pasado, te habla como abrazándote de las noches frescas bajo un cerezo y con
unos ojos brillantes que hablan de amor y ternura, que habla como besando las
cartas que deja cada mañana con su perfume bajo mi almohada. El verano te habla
de ti y de mi respirando Azahar y Jazmín, en un jardín que podría ser de
Salambó, de un amor que podría ser de Stendhal o Baudelaire, pero es solo tuyo
y mío. La sensación del viento contra tu cara, de las carreteras secas y del
humo de tu boca que vuela en el coche, tu mano tocando mi pierna marrón
clara.