Insisto al ver a lo lejos
esas manitas que trepan sobre una garrafa de vino y aprietan intensamente,
beben, se llenan de rojo las manos, se llena de olor la vida, tu mirada llega a
mí como mis dedos a estas letras que simulan un piano. Tu sonrisa disfrazada en
cada gesto, pestañeo, bostezo. La luz brilla en tu blanco, le das sentido en
tus ojos. Atrapas el ruido de la lluvia en un viaje largo que es el olvido, en
el chispear sobre una flor que muriendo rocía el cielo en la tierra, en tus
manos que se posan en mi oído y así, dos segundos, no oigo el palomar de mis
pensamientos alejándome aún más de la distancia que te separa.
Pero implacable siento el miedo de no tenerte
más nunca, el miedo de temerte, a una noche que me besa con el filo de una
navaja, me amenaza con besos, con suspiros reposando junto a mí. Reescribir una
historia una y otra vez, inventándome libertad, inventando rojeces en las
piernas sobrevolando lenguas felices y una lámpara que nunca se apaga.
Se suelta el amarre que
abraza la loca boca que aúlla espantando sus penas. Son las venas de canciones
que hablan, como no, de ti separando aguas con fineza, levantando la humareda de raíces
aplastadas que no existieron, para cuando el cielo toque al fin el suelo, se
levante ese rey muerto de no tenerte, como dice aquel.