jueves, 29 de noviembre de 2012

7 y un poco mas


Desear que mi alma vuele otra vez sobre el papel que demasiado seco se reseca al sol e inspira con genial gramática el ojo claro de la amistad, de nuestra amistad, del arte de amar, del que un día amó, de los pajaritos que suben y bajan, los petirrojos, los azules y los beige, todos acunados, olvidando lo que un día me dijo ese viejo y sabio rufián. Adoro flotar sin fumar, adoro beber sin desvariar, odio recordar tu pelo llorando por fases porque fue un poquito más de lo que siempre quise.
Atrapados estamos en este mar que nos encarcela siendo la humanidad un deseo único del cielo que se empeña en alejarnos de la realidad. Todo esto suena demasiado rebuscado, demasiado a secas.

Y con esto empiezo presentándome ya por fin como lo que soy, un mosquetero sin espada, un sabueso sin olfato, un vendedor sin alfombras, un amante deprimido, una hoja que cayó al fin y rozando la tierra alzó la vista más allá de lo que nunca había hecho y sintiendo el viento cálido levantarla y acunarla junto a las otras, supo que su esqueleto sobresalía ya de sus colores. Todos somos todo y yo no seré menos, soy carnicero y soy pastor, soy marchante y soy rebelde de profesión, soy político y soy chapero, soy una bestia mitológica y soy el que te acurruca junto a la chimenea para que no llores y que a la salida se sonríe y te toca una teta tan asustado como miserable. Pero ante todo, soy el que defiende y defenderá las letras como la única razón de existir y crear existencia, para brillar y para hacer del anochecer la poesía que en verdad es y no un cúmulo de gases, que las carnes tiemblen y que los cigarros no sean meros palitos incandescentes que provocan tos seca y tumores innombrables.

No sé si por demostrar algo o por miedo, pero siempre adopté cierta complacencia con la gente, un ánimo de superioridad que me dio cierta ventaja, siempre tuve un libro raro, una mención especial, un autor cliché, siempre rechiné al verla con su estupidez de siempre, siempre fui un pedante sin tabaco que mascar. Todas esas cosas tan deplorables, palabras mal usadas, conjunciones, adverbios, participios malgastados por un órgano que bombea sangre al resto de órganos… Paseaba cual imberbe seguro que la vida no daba la vuelta a la esquina, la esquivaba como la esquivo hoy y todo su peso y consecuencia, como el resto, de una perfección que pasma e inquieta. Quizás por ello nunca me creí.

Luego conocí a una, nos casamos, o algo así, en realidad ni vivimos juntos, pero como si lo hubiésemos hecho porque hicimos algo más, nos inventamos, pasamos de ser una cola y un cuerpo redondo, a una cola, un cuerpo redondo y unas patas para terminar siendo en su caso una ranita de colores hermosamente llamativos y yo a perder las patas. Aprendí mucho, pero casi todo mal.

Así que nos divorciamos, o dejamos de vivir juntos, bueno se fue al carajo y me quedé solo con mi cola. Más grande que al principio, se estiró de ser mi única extremidad útil. El caso es que sin la ranita de colores que me protegía de los depredadores y con la charca cada vez más seca, decidí no decidir nada y empezar a escribir.  La charca no da para mucho, pero al lado de la charca había un cine al aire libre y en las noches frías de invierno cuando la charca helaba, me acurrucaba entre alguna pareja emanante de calor y disfrutaba de maravillosas películas cuyo fin desconozco y me trae sin cuidado. Empecé a esbozar ideas, imágenes y parajes que aturden, parajes que no he visto ni quiero ver, amores de los que huyo como la lepra, mujeres con pelos interminables y sonrisas que de blancas e inmaculadas perdieron la base del beso rasposo con sabor a hielo rancio y coca cola. Y en esas estoy, sin nombre ni país, sin familia ni amigos, sin cambios ni aspiraciones y con la única certeza cercana de no querer ser ese bicho mal pisoteado, sin querer ser esa hormiga obrera comida por su reina al morir a su servicio ni esa mantis cuyo coito por sorpresa le costó la cabeza.

Tampoco quiero llevar la vida de un trovador porque no valoro lo suficiente mis amores ni a mis superiores. No escupo sobre la sociedad porque al fin y al cabo es la que nos brindará el cartón y la botella en una bolsa de papel. No pienso portar la palabra de la humanidad, porque ni en mil años quiero terminar con un tiro en la cabeza a mitad de desfiles cutres y coches sesenteros y porque la producción de admiración es la más misteriosa e insolente mentira que nos pueda abofetear.  

domingo, 25 de noviembre de 2012

6


La sangre cae delicadamente sobre las uñas que inertes dejan que se vaya, que huya del cuerpo que fue su hogar y creador, dejando el rastro sobre el frío que mata, sobre la nieve que recibe gotitas que forman charcos y mares enormes del rojo odioso, mares nuestros, súbditos del mal. Alguien te da la mano, alguien te quiere, alguien que lleva ese dios y lo sabe sin saberlo, alguien raro, que sufre demasiado porque su alma no es de hoy, porque sus labios son demasiado buenos, porque su llanto es sincero. A veces quiere hacer daño y no lo hace. No puede.
Me acuerdo escasamente de esa ciudad en la que estuve, locura fugaz, estampida enorme de pasión que me comió literalmente. Recuerdo tocar la ventana y que el rocío cayese en mañanas de noches en vela, de pensar en alguien que hoy no existe, sintiéndome culpable por no quererla, me acuerdo de cómo París es único, me acuerdo de enamorarme sin quererlo y obviarlo hasta que quemase lo suficiente para esconderlo al fondo. Recuerdo vagamente fumar y tomarme cafecitos, pequeñitos para que el bolsillo resistiese, contigo, y sentirme empequeñecer por tu puro sadismo, tu indiferencia cruel, tus manías sureñas. Me gustaba algo por ti, viví quizás por ti y me culpaste por ello, me castigaste por eso, sufrí por tu cristianismo exacerbado y hoy por eso te olvido . Pero a veces me acuerdo de París, y me acuerdo de ti. Tú que eres una sonrisa aristócrata, que eres unos ojos de diva, una boca que domina allá por donde tus vestidos vuelan y se escapan por poco a mis manos mal pensadas. No sé cómo te llamas, no sé porqué te quise ni si lo volveré a hacer, no sé si el faro alguna vez te volverá a alumbrar los ojos conmigo enfrente y con las mejillas resplandecientes mirándome otra vez, no sé si bajaré a verte o si subirás a verme, si acallaras mi dolor o seremos dos extraños más. Pero si sé que no hay puente, ni escalera, ni canal, ni película que no me recuerde a ti, que seas tú una y otra vez decorando con tu belleza París.
Y  ya cuando volví, la olvide, olvide los canales y los paseos, había que volver a la realidad. Y así, de nuevo, la olvidas.

domingo, 18 de noviembre de 2012

5


Escucho, veo, palpo tus ojos clavados en mi figura, que se desvanece, que desaparece al son de las vibraciones de la verdad cabalgando hacia mí con tu ropa y perfume. Si, las hojas siguen cayendo en este otoño sin rival, de la extrañeza de la humedad profanando la tierra, las miradas de odio luchando por cicatrizar. Algo así como el día que la conocí. Y te lo cuento a ti, porque llevo tiempo contándote todo, bueno, casi todo.
No recordaba una sonrisa tan pura, palabras con gracia escapándose y cayendo inevitablemente en la tela araña, no recordaba preocuparme tanto por saber de alguien, olfato, intuición, alcohol, llamado a voluntad según quien.
Y no sé si escapar o no, no sé si salvarme ya o seguir engordando méritos, no sé si seguir o dejar que todo haya sido un mal sueño. Pero tampoco sé si fumarme otro cigarro o si me como algo o aguanto por el tipo. No me fiaría de la perspectiva.
Pero volviendo a ella. Pelo liso recostándose en sus hombros, pidiendo permiso para posar ante el pintor de la desnudez y colocando sus curvas en sillones de terciopelo. Rompe sus labios en la ola enorme que crea su lengua, les da brillo, los pule cerrando ligeramente los ojos y haciendo que sus pestañas se besen. Toda esa ópera de belleza siempre protagonizada por un telón rojo en cada mejilla y que aparece cuando mi mirada quema más, cuando por dentro se bombea más y con más ganas.
Algo así vi, algo así me toco el hombro el otro día y me supe feliz un instante. Pero bueno, puede que nada sea verdad, que sea una hoja y mucha imaginación, quizás un calentón.

Hoy la ventana ya está cerrada. El frío enmudece a veces.

sábado, 10 de noviembre de 2012

4


Siempre recordaré ese día. Guillen se levantó a las 6 de la tarde, yo seguía durmiendo la mona, King Kong, Gozzilla o lo que fuese que me había metido al cuerpo la noche y mañana anterior. Puso alguna especie de canción a lo Journey playero y español y se sirvió un desayuno, sol y sombra como lo llamaba, que consistía en un whisky doble con coca cola, una tostada con aspiraciones africanas, y un cigarro gordo, muy gordo, con mucha lechuga. Siempre ha sido muy vegetariano para fumar.
Imposible no oler ese hermoso y perfumado desayuno navideño, me desperté y en mi cocina saltaba y gritaba él. Todo iba bien, nada o nadie podría echar abajo tal felicidad, amaneció en un techo y con comida, esos ojos desorbitados por el entusiasmo desmedido, de la falta de aspiraciones  dirían algunos, para mí era la vida misma que desbordaba. Pero que sabe un tío como yo… sin trabajo pero subsidiado por la vida. 

Me vi de buen humor, parecíamos una película setentera de bajo presupuesto protagonizada por Cheech y Chong, la lechuga olía a vida y el reloj nos hacía felices. Evitando puñetazos pasamos la noche anterior, entre miles y miles de caderas juguetonas a las que sobabamos y nos sobaban, respondían al eco de mis envites, suplicaban con los ojos y nosotros perdimos la visión, la recuperamos, conocimos a dos tiernas muchachas de piernas sin estrías y como fallamos al intentar mostrarles la tapicería de mi casa. Las estrellas se pusieron todas de acuerdo y desaparecieron en la mañana escarchada en que la bebida corría a cuenta de mi amigo y de las latas que recogió, vaya usted a saber donde. 

Lo sorprendente de toda esta historia, señores míos, no fue nuestra capacidad de ingerir ni de engañarnos, ni siquiera las tarimas que conquistamos, nada se iguala al hecho de escuchar la misma canción la tarde siguiente, oler el porro y beberse grande y triunfal el primer trago del whisky de Guillen al abrir los ojos. Así lo recuerdo yo al menos.

viernes, 9 de noviembre de 2012

"Bocados sabrosos"

Se me habia olvidado comentar, señores lectores, que hace un tiempo salió a la venta un libro llamado "bocados sabrosos", publicado por la editorial Acen y que es el resultado de un concurso de microrrelatos. Los beneficios de la venta estan destinados integramente a una asociación de ayuda a niños con paralisis cerebral.
Uno de los 300 elegidos se llama "crisis de cuento, cuento de crisis" y está escrito por mi. Son 4 lineas pero valen esos 8 euros.... Bueno ahora en serio, me parece una bonita iniciativa pero sin ventas no se hace nada así que los animo a apoyar una linda causa.

¡Un saludo y gracias!

miércoles, 7 de noviembre de 2012

¿3?


Puedo decir sin temor a equivocarme que aunque me siga doliendo ver amanecer sin ti, escuchar los pajaritos madrugadores, cabrones, sin ti, no ver tu cara, no abrazar más que almohadones gigantes, que aunque me duela imaginarte haciéndole rizos en el pecho a otro, imaginarme solo de aquí a la guerra, aunque me duelan las mariposas y otras osas, creo poder recobrar mi vida, apilar pasito a pasito un montón de historias que contarte para la próxima, puedo escribir de nuevo sobre esa que sesea y me vuelve loco, puedo mirar unos ojos sin el miedo a verte a ti esos 19 días y 500 noches. Puede ser esta la noche 500, o no, puede que sea la 400, pero con eso me vale para seguir sin tanto vino ni tanta mierda. Y hoy hago mi cama tiesa y recojo los cuatro trapos de esta casa fría que no es mía, oculto mis errores y los limpio por fin, de la tinta de ese recuerdo borro a la cenicienta que pierde el tiempo, guardo los cartones, descansan mis pulmones.
Muchas noches quedan por venir, muchas de esas que ya había olvidado, en las que Fausto predominaba y Aureliano me arropaba con la luz encendida, adelantándose a ti con estos cartones sin historia. Noches que permitan seguir creciendo a un cuerpo demasiado magullado, a un alma que empieza a asomar y a pedir la atención de los comensales con la copa en alto, a agrandar el boquete entre mi garganta y tanto whisky doble, triple…   
Me vi sonreír al quedar atrapado entre dos miradas, sin poder escapar, aluciné al ver como ella miraba hacia mí con ternura ridícula, con tempura en los ojos pero mirando a otro, y a ese otro creyendo que al fin alguna le hacía caso y que sus problemas con el papel higiénico eran cosa del pasado. Puede que sea el aburrimiento, pero nunca pensé que podría llegar a robar un pedacito de amor ajeno para alegrar, concientemente, el resto de mi jornada. Así seremos los jornaleros rocosos que en vez de ir a la guerra o pedir en la calle, nos disfrazamos de persona y remamos hasta nuestros amigos para darles algo que leer, algo que hacer.

viernes, 2 de noviembre de 2012

2


Y por fin se fue el olor a jabón rancio, desaparecieron las rozaduras en mi piel y la esencia tuya liberó una gota de anís reventón para clavarse en mis narinas resacosas. Ya me sequé la espalda, ahí donde ninguna mujer nunca llegará, ya tomé todos los remedios de la vieja bruja que come tocino crudo y me olvidé de contar sus ojos huesudos.
Las ratas pasean entre mis pies, otra vez el olor de las teclas engrasadas de polvo me anima la noche oscura en que libro. Vuelve a mí ese sueño, del pelo cayéndose a montones, las ratas mudando el pelaje… Y me imagino que se ilumina con la luz blanca que entra de esa ventanita pequeña y alta, me veo a lo lejos con ella llenando mi boca ahumada, con ella demostrando mi dicha y siendo nada más que sonrisa, la que oculta los ojos que son tú y tu recuerdo.
Una semana más huí del pasado y lucho hoy desde esta celda libre por atar cabos, para que tres palabras suenen bien y cobren vida, sentido, algún sueldo.  Mi lucha no hace más que empezar, la llaman la búlgara, la rata, la suelta, la facilona, yo la llamo mi lucha y punto, cañón en mano la apunto y nos embarramos violentamente para olvidar la gordita, la flaquita y el resto  de mentiras que ahorcan la vida poco a poco, enseñándonos, como Akira, a vivir, a soñar, a defenestrar las buenas casas, las que se pueden robar.