Y por fin se fue el olor
a jabón rancio, desaparecieron las rozaduras en mi piel y la esencia tuya
liberó una gota de anís reventón para clavarse en mis narinas resacosas. Ya me sequé la espalda, ahí donde ninguna mujer nunca llegará, ya tomé todos los remedios de la vieja bruja que come tocino crudo y me olvidé de contar sus ojos huesudos.
Las ratas pasean entre
mis pies, otra vez el olor de las teclas engrasadas de polvo me anima la noche
oscura en que libro. Vuelve a mí ese sueño, del pelo cayéndose a montones, las
ratas mudando el pelaje… Y me imagino que se ilumina con la luz blanca que
entra de esa ventanita pequeña y alta, me veo a lo lejos con ella
llenando mi boca ahumada, con ella demostrando mi dicha y siendo nada más que
sonrisa, la que oculta los ojos que son tú y tu recuerdo.
Una semana más huí del
pasado y lucho hoy desde esta celda libre por atar cabos, para que tres
palabras suenen bien y cobren vida, sentido, algún sueldo. Mi lucha no hace más que empezar, la llaman
la búlgara, la rata, la suelta, la facilona, yo la llamo mi lucha y punto, cañón en mano la apunto y nos embarramos violentamente para olvidar la gordita,
la flaquita y el resto de mentiras que
ahorcan la vida poco a poco, enseñándonos, como Akira, a vivir, a soñar, a
defenestrar las buenas casas, las que se pueden robar.
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