martes, 23 de octubre de 2012

Uno


Cartón en boca, alto y claro declaro, que un baile a dos es más placentero. Por eso admito que me equivoco, que bailar solo no es bailar… no. Vestido con mallas todavía, me dirijo a ustedes para escenificar el pecado de mi historia reciente. Una historia que se podría resumir en medio folio y que quizás así sea. Intentemos que no.
Para hablarles tan francamente debo conocer algo de usted lector, pero al escapárseme el individuo en tal masa, renuncio a tal pretensión. Les hablaré igual de corazón.
Me llaman Guillén y todas las semanas escribo en esta vieja máquina lo que me hizo llegar a ella. Las gotas, los rostros, las ideas y cada ajetrear de esas pestañas que como colibrís me atontaron. Es posible que les hable de algún labio que se comió al mío, de ella y de las otras. Quién sabe. Pero por fin disfruto de teclas, cigarros y buen alcohol de contrabando,  Dios los bendiga.

Llegué a esta máquina no por menos azar del que llegan las cosas maravillosas de la vida. Desde pequeño juguetee con algún libro, revista o lo que por ahí rondase. Al principio los destrozaba con dientes salientes y puntiagudos y después con dedos empolvados. Al final fueron mis ojos que desgastaron con eternas miradas las letras de años de soledad.  Así con el tiempo adquirí cierta soltura para esquivar malas balas y para comentar vida desde angostas calles, para reconocer el pulso de los pasos que voy dando. El resto del porqué me divierte teclear como un poseso durante horas puede que llegue.

Mi sangre corría y existía como en el siglo XVIII. Pero como a todos, llega una, te da todo, te lo quita, y cuando creías que era especial, que la estrellas se ponían en corro, con medio porro, a mirarte besarte, te das cuenta que fue la misma mierda que el vecino de al lado que el de en frente y del que pide en el metro. Sufrí porque todos tenemos que sufrir, y hoy con callos que parecen trompetas no me preocupa más que eso el Paraíso, Dios o los margaritas del Pórtico de Jesus.  Porqué cuando hablamos de amor, nadie da todo, nadie cree en Romeo ni en Julieta, para que morir de amor, total, mejor malvivir o ser feliz en la sombra de un romance, saltando de uno en uno para olvidar nuestra levedad. Al final siempre agradecerás al o la que te enseño nuestra fondo de armario, al que te enseñó a que sabe el suelo, por que sin ellos tardaríamos quizás 6 meses o 1 año más en averiguarlo. Y por un año de ahorro, a todos y todas.
  
Al final no me queda tiempo, si no me muero, volveré el mismo día a la misma hora.  

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