martes, 7 de junio de 2016

Martes

Las pestañas de la noche brillaban cual prostituta de vacaciones ojeando revistas de moda en el hall de entrada del Musée D'Orsay.  Un ronroneo incesante me pasaba por la cabeza en ese martes como ningún otro. ¿Cómo algo tan típico como un martes puede ser tan único como un martes?

Seguramente porque te iba a ver, porque tu mirada esquiva se iba a clavar en mis ojos en esos breves pero maravillosos segundos que la vida me regala. ¡Menudo martes! Y yo, el martes pasado, lo juro por dios, no tenía ni idea. Tan sólo viví ese martes como uno más, como tantos otros antes de él, con su principio, sumido en la más profunda oscuridad, con su amanecer semi súbito del verano que asoma y asombra, con mi despertar ojeroso y algo triste y melancólico, con su mañana, su café, su cigarro, su baño y su esfuerzo, sus nubes y sus tuertos, yo el rey de todo eso, con la tierra en el zapato, apareciendo la noche entre mosquitos, suplencia del día dicen algunos, macabras imágenes de consuelo, locuras en el salón de juegos de mi perro, el estrés de no verte y dos palabras que me dieron la vida. Todo eso en un martes como cualquier otro, todo eso sin saber que era el último martes hasta este, hasta mañana, hasta hoy, hasta el martes en el que te voy a ver, sin boina pero con la sonrisa de bobo que se me queda al verte, al mirarte. ¿La boina? Hace demasiado calor, bien me lo dijiste en sueños, o en el suelo. Ya no me acuerdo.


Me asomo por la ventana y me enciendo un cigarro.  Entre el humo y las plantas intento descifrar el futuro que parece pintarse allá, detrás del cerezo y la encina. Es difícil, es como escapar de tu manada de leones. No te dejan y hacen bien. Quizás la responsabilidad sea esa, mirar por mi ventana y verte a ti pintada entre Leonarda y el cielo y no dejar de mirarte, aunque te moleste y no me cueste, porque tus pestañas, como las de la noche que brilla, cada vez me dicen más, cada vez me hablan más, cada vez se parecen más a este martes.