Paseaba junto a la brisa que dejaba tu sonrisa y me apoyaba
en el desván de los sueños de grandeza, por un malecón enorme perdí la perspectiva
de tus ojos negros y subí la cuesta llena de mangos muertos, cuando quise
fumarte entera se me apareció el humo revoltoso de tu voz aguda, cuando quise
besarte desapareció enorme el mar bajo el cielo revuelto. La mañana con sus
hilos atrapó mi vida en tus brazos que no se cansan de sostenerme, me empujan
en un sueño tus besos al acantilado mientras tus susurros y tu sonrisa me
llevan a esa colina donde la vida y la muerte se confunden en orgasmos que son
mis días con tu boca, sólo por un rato.
Se fue la brisa y quedó el calor de los días solo sin el
despertador. No quedan sonrisas ni queda el vapor de nuestros cuerpos recios
creando la palabra amor. Me despierto del sueño y te siento lejos, muy lejos,
mucho más lejos de lo que estuvo nadie y por eso me pierdo en el bosque de
encinas buscando la sombra que me traiga ligero el olor que me hable de ti, que
me recuerde que pese al calor, solo me falta un beso tuyo para poder matizar
nuestro amor.
Noches imparables con el negro profundo de las estrellas
reflejándose en los almendros muertos de la acequia, el suelo áspero acogiendo
tus pies descalzos, el agua cayendo en tu piel desnuda... Te miro entre las
rendijas de la puerta y quiero abrazarte y tenerte así, denuda y negra como la
noche nuestra, mojada y fría como el agua de ese pozo que hace que brillen tus
poros como la más tierna madrugada, como el oasis que creamos, los besos que
nos damos.