martes, 6 de septiembre de 2016

La higuera

Paseaba junto a la brisa que dejaba tu sonrisa y me apoyaba en el desván de los sueños de grandeza, por un malecón enorme perdí la perspectiva de tus ojos negros y subí la cuesta llena de mangos muertos, cuando quise fumarte entera se me apareció el humo revoltoso de tu voz aguda, cuando quise besarte desapareció enorme el mar bajo el cielo revuelto. La mañana con sus hilos atrapó mi vida en tus brazos que no se cansan de sostenerme, me empujan en un sueño tus besos al acantilado mientras tus susurros y tu sonrisa me llevan a esa colina donde la vida y la muerte se confunden en orgasmos que son mis días con tu boca, sólo por un rato.
Se fue la brisa y quedó el calor de los días solo sin el despertador. No quedan sonrisas ni queda el vapor de nuestros cuerpos recios creando la palabra amor. Me despierto del sueño y te siento lejos, muy lejos, mucho más lejos de lo que estuvo nadie y por eso me pierdo en el bosque de encinas buscando la sombra que me traiga ligero el olor que me hable de ti, que me recuerde que pese al calor, solo me falta un beso tuyo para poder matizar nuestro amor.

Noches imparables con el negro profundo de las estrellas reflejándose en los almendros muertos de la acequia, el suelo áspero acogiendo tus pies descalzos, el agua cayendo en tu piel desnuda... Te miro entre las rendijas de la puerta y quiero abrazarte y tenerte así, denuda y negra como la noche nuestra, mojada y fría como el agua de ese pozo que hace que brillen tus poros como la más tierna madrugada, como el oasis que creamos, los besos que nos damos.