miércoles, 25 de diciembre de 2013

Son los pasos incesantes del tiempo que clavan sus uñas sobre el blanco cuero de mis cabellos, y arrimando los ojos sobre el suelo mojado que va tejiendo el azul del cielo sobre tus mejillas que al tacto de mi barba sonrojan nuestras noches. Son los pasos incesantes del tiempo sobre tu pecho abultado que carece de vida sin mis besos a su lado.
Sobre el terreno impar de tus miradas sentidas, siento el calor de la tierra que emerge en mi interior, cuando un beso tuyo me roba la sonrisa y acaricia la blanca escarcha, que aparece en el colchón, de las mañanas sin ti.

Son los cantos que te dedico y dedicaré porque eres tú y nadie más la que pasea mi vida sobre piedras rugosas, porque eres tú y nadie más la que me acurruca y me teje cada noche los sueños y acuna la tristeza sobre un manto de flores cerradas que despertarán con el sol de la mañana. 

martes, 17 de septiembre de 2013

27.

Parecía un viaje sencillo, que la ciudad no era más que una recta larga. Parecía que nada era importante.
Camino estas calles deprimidas que forman esta ciudad roñosa. Camino quedándome donde estoy. Entre los pasadizos interminables, hay dos calles, dos objetos de deseos, esta la calle Rio de Janeiro, la calle de tus ojos, la calle que me atrapó, la calle que me reventó una vez. Y después esta mi calle, la calle Paraíso, un tanto histriónica, un tanto irónica. A estas dos calles nos las separan más que un par de miles de pasos, te podría llamar vecina. Pero ya no paso por ahí, ahora te evito, te temo. Si alguna vez llegase hasta Rio, no sabría que mierda hacer, ya no podría pedirte paciencia, ni que seas buena, ya no podría ni mirarte.
Es un viaje lento, es un viaje temible, pero es mi viaje, es mi descenso al pasado como albañil de carreteras, como rompe bragas de primera.
La segunda huele a los fados que rodean mi piso, la melancolía de los últimos años, es una calle lisboeta que raja voces piadosas, que pierde el rastro de los pasos perdidos. Es el reflejo de la ventana cerrada desde la cual te buscaba entre la multitud, es el principio del paseo junto al río de cuya voz emana ese empujón perpetuo que es el correr del agua sobre las piedras que desaparecen.


Que terror sintieron mis brazos cuando al fin te tocaron, otra vez. Hoy ya no podría. Es simplemente una parálisis le dije a mi doctor, no me puedo mover, pero no se alarme, es la depresión. Es el miedo a perder lo que ya tuve y ya perdí. Es el miedo al viaje.

Y por eso ando, anduve, por todas y cada una de las calles, viendo zorras y viendo engominados chorizos con pieles bronceadas y sonrisas blanqueadas. Anduve días enteros hasta reconocer los rostros de esta inmaculada ciudad. Y no encontré nada que me hablase de ti, todo parece haberse perdido, las fotos de mi memoria trucadas para que ya no piense en ti, siendo así la propaganda que logra mover mis pasos pesados.

Pero nunca pisé esa calle, siempre rodeé Rio de Janeiro, siempre evité Brasil, olvidé que existió alguna vez.


Es un viaje de pez, un viaje de perro, un viaje de viejos. Pasos entre el tiempo y el alma que no piensan en moral ni en vicios. Es un viaje inocente hasta al lado de tu casa, un viaje paralelo a mis recuerdos. Es un viaje que nunca acaba.  

domingo, 8 de septiembre de 2013

26.

Esclavo de la desidia, rey de la parálisis, atolondrada situación que supera a listos y bandidos, que me supera y te llama. Siento roer el líquido de mis axilas rodando sobre mis brazos esmirriados, sobre mi cabeza colgada. Y no puedo. Y quiero. De verdad quiero, y el que no me crea a la mierda. 
Es la infernal espera, es el inmortal reflejo de tus ojos que sigue persiguiéndome como castigo eterno sobre un castillo enorme de barbas y ciencias. Es la peste faustiana señores, a ver si se enteran, vivimos el desaliento divino sin siquiera darnos cuenta, es más fuerte y huimos, es claro y marchamos. 
Sobre caminos enormes de robles intercalados siembro un grano de arena, y lo riego, y espero ver crecer unas dunas interminables sobre el paisaje montañoso. Sobre la inmensidad del mar veo unos ojos y unos labios que carnosos me negaron el saludo, y sobre esa colina iluminada te veo a ti mirarme con adoración y me sorprende, la hora no ha llegado y el relámpago azul me cayó de pleno en la jeta empapada de lágrimas, en un continente de prestado, en un blog de pescado al por mayor. 


lunes, 5 de agosto de 2013

25.Holiday in Spain

Una noche clavada en tus ojos que amanecen en los míos, que hacen cantar a destiempo los gallos perdidos en la ciudad. Una noche con alguna sartén en el cielo, una osa y un polo enorme que sabe a kiwi. Como en los viejos tiempos te dejas llevar por un momento con resortes en la conciencia, un trozo de cactus en la nalga derecha, la que aprietas.
Las manos de Hera entre las mías enormes que acarician como un ciego, memorizando cada centímetro de piel, cada arruga de tu sonrisa contenta, de la paz que gobierna con olor a mar y el terrible miedo al tiempo, al amanecer amenazante, que nos avisa, que no nos juzga pero nos mira desde arriba, desde una ventana temible entre columnas y helechos colgados y olor a hierba y albahaca.
Los recuerdos de la arena en el zapato, de la necesidad de abrazarte otra vez y ya no soltarte.
Que la brisa de la mañana toque otra vez esa canción cuando los pájaros todavía duermen, preparándose para la tormenta de calor y sudor.
Se hizo de tormenta mi amor y no tienes que repetírmelo, no debes repetírmelo, solo mirarme con ojos enormes, con dolor e inconsciencia.
Ahora sólo quedo yo que ya no miro al infinito, ahora soy solo yo el sudor, solo yo el malo que queda escurriendo las reses pérdidas en las horas que ya no paso contigo.

Siempre será un recuerdo, siempre será otro momento que ya, como esas golondrinas, no volverá.  

jueves, 11 de julio de 2013

Otro viejo, el mismo mar

El sol, como cada mañana, se levantaba en Sabana alumbrando los árboles que daban a los gallineros en donde cientos de gallos llevaban horas cantando. El calor no había empezado a repuntar, las flores no se abrían todavía y el aroma a café invadía las calles del pueblo recién nacido, este Macondo escondido tras las olas enormes que moldeaban las rocas y los sueños de sus gentes. Las calles sin asfaltar eran testigo de grandes y estruendosas mulas que sin prisa se dirigían hacia el monte, acompañadas solemnemente por sus amos. Sondeaban el camino los campesinos montados en sus soberanos caballos sin montura. Y  los más humildes y madrugadores, los que la inmensidad del mar había corroído hasta convertirlos en sabios que luchan día a día contra la muerte vestida de Dios impetuoso, los que llevan la paciencia por credo y bandera, los pescadores.

Estos eran fácilmente reconocibles. Vestían humildemente, camisetas viejas y pantalones cortos que dejaban a la vista su piel morena y estropeada por el sol y la sal, piel con grietas blancas, piel áspera como el más vil metal, piel trabajadora, piel llena de cicatrices, llena de anzuelos, llena de vida. Caminaban lento y solos, se juntaban en el muelle. Los ojos hinchados de no dormir, la boca oliendo a café y tocino y el pelo tieso, casi no hablaban, tendrían horas interminables para hacerlo.

Arrastraban los pies, navegaban mejor que caminaban.

Ya al tocar la arena las fachas cambiaban. Ya no eran estos pequeños monigotes callados que hablaban casi susurrando, ahora funcionaban como maquinas de ingeniería, movimientos exactos, palabras precisas, parecía un vals exquisito de grandes salones vieneses, minuciosos poniendo el sedal, veloces como rayos desenredando nudos estratosféricos, rigurosos con los aprendices. Solo este rigor les prepararía para las inacabables horas con Neptuno a su lado. 

Así eran las mañanas en Sabana, nadie se sorprendía, nadie esperaba otra cosa. Cuando el sol quemaba en lo alto, ya todo había desaparecido, ya nada parecía real, la orquesta de almas no retomaría hasta la mañana siguiente, o la otra si la pesca era mala.

Pero entre todo este barullo vivía un hombre, o eso dicen algunos que era. Para mí era un dios pasado de moda, un vaquero cuyo ganado había sido expropiado por nuevas generaciones. Antes que el sol alumbrase, antes que las mulas dejasen sus huellas sobre la tierra, cuando solo los gallos cantan, él salía  descalzo con el peso de una vida de soledad, salía tarareando con sus voz habanera, una voz que era amargo dolor. Recogía unos carretes y evitando cualquier mirada se dirigía a la playa que lo esperaba tranquila. Dicen que al que madruga... 
En el pueblo hablaban mucho y de muchos, las ventanas indiscretas poblaban las casas, los chismes eran, como la ganadería o la pesca, otra religión. Pero de este viejo ya no hablaba nadie, era menos que nada, menos que un sueño, que un fantasma, que una rata. Vivía cerca de la playa en una cabaña. Seamos indulgentes y llamémoslo cabaña... Una cocina de gas, un colchón y dos sillas, una dentro y otra afuera a la derecha de la puerta. Los carretes colgados en clavos contra la pared y una cajita llena de puros, un par de fotos y unos billetes para su entierro, sobre una mesita. 

Esa mañana todo transcurrió como siempre, cogió unos cuantos puros, un par de dientes de ajo para mascar, unos cuantos carretes, la red para la carnada, las alpargatas y se dirigió hacia la barca. Desde la orilla tiró la red y fue sacando pequeñas lisas y sardinitas que puso en un cubo. Como todos los días, se encendió el puro y empujó la barquita sobre unos troncos hasta que el agua le besó las rodillas. Saltó como si no hubiese mañana y con los remos se fue impulsando hacia mar adentro.
 El mar estaba plano como una tabla, remó hasta dejar el turquesa del agua y adentrarse hacia la oscuridad del azul profundo. Cansado se sentó a fumar y a admirar como el mar dominaba ya la tierra a lo lejos, como  las olas lamían la copa de las palmeras por allá, como las gaviotas escoltaban los primeros pescadores que desenredaban sus redes, prestos a embarcar, como el mundo, desde ahí, parecía una sinfonía de perfección. Nunca creyó en nada, su único Dios era el mar.

Con la misma devoción y al acabarse el puro empezó a alimentar los anzuelos con tiernos "cracs" de las lisas atravesándolos. Tiro los nylon y solo sostenía la colilla del puro en una mano y un carrete en la otra. Empezó la hermosa espera de la que solo el pescador disfruta.
Apenas picaban, cogió un par de pargos, un atún pequeño y pasó horas bajo el sol mascando los restos pastosos de los ajos. Esto lo aprendió de su padre, decía que limpiaba los dientes y evitaba la sed. Podía pasarse días enteros con el mismo diente de ajo. 
La barca no había dejado de moverse pero el viejo conocía cada una de las calas de la zona, cada una de las playas, de los islotes, puertos y pueblos de los alrededores. Se dejaba llevar, no importaba cuán lejos, luego remaba incansablemente hacia su cabaña. Tenía mil historias, mil avistamientos de ballenas, tiburones, delfines, incluso una vez dijo haber visto y escuchado una sirena, tan hermosa que su solo recuerdo limpiaba sus ojos mustios de mirar el infinito.
Y así siguió el día, un par de sargos, una mabra y un merillo. Algo sacaría por el merillo, necesitaba más puros. Nada ensuciaba la hermosura azul, nada escondía la pureza del mar. En la zona todo el mundo remaba, no había motores que hablasen de modernidad, no había barcos que ensuciasen el coral. Lo único que había era mar y solo mar.
La vida pasaba y no había dejado de pasar para el viejo, la muerte nunca le asustó, siempre estuvo ahí, abrazó a su mujer, a su hijo, a sus padres, él la esperaba con filosofía, casi con amor. Ese día no tenía nada de especial, todo había salido como era habitual, como venían siendo desde años atrás.
A veces recordaba las caras que antes miraba todos los días, sufría en silencio, apretaba la mandíbula para sacar el dolor, para aplastar el ajo o el puro, lloraba en silencio. Solo veía los ojos inmensos de peces muertos todos los días. No había besado a nadie en años y moría por sentir la suave piel de su mujer contra la suya rasgada.

Al cabo de las horas el viejo, que sin querer cerró los ojos más tiempo del habitual en cualquier ser vivo, se encontró encallado en una roca cerca de un islote paradisíaco. Asustado por su repentino desconocimiento remo hacia la orilla. Ya no estaban los peces, solo quedaba el carrete en su mano y la colilla del puro. La corriente era despiadada y no avanzaba según sus brazadas. Sintió algo debajo de la barca. Algo grande. Un tiburón pensó. Quizás era Pancho, un tiburón toro que dominaba una parte del coral, era el único que rondaba la zona día y noche y no se asustaba con la gente y no se dejaba pescar por nadie. No era Pancho.

De pronto la barca empezó a moverse desde la roca donde había encallado hacia la orilla, en línea recta dejando tras de sí una gran estela parecida a un río, a un rio inmenso, al Aqueronte podría ser. Lo que sea que estuviese debajo lo transportaba velozmente, era un balsero submarino. Cogió el plomo del carrete y lo tiro debajo de la barca. Nada. Al llegar a la orilla se bajó y vio como su barca se perdía en la inmensidad del mar y como la tranquilidad de la naturaleza lo domaba poco a poco mientras se acostaba bajo una palmera, puro en mano.
Algunos dicen que fue la sirena que lo llevo hasta ahí, otros dicen que murió en la mar pescando un enorme pez espada, lo cierto es que su barca llegó a la orilla, frente a su cabaña, dos días después, con dos sargos, un merillo, un par de pargos, los carretes enrollados, un puro a medio fumar y medio ajo sin mascar.

100. Gracias


Hoy hablo yo, ni Guillen, ni un editor, ni Alceste siquiera, Yo. Porque se cumplen 100 entradas y quería agradecer, no siendo esta la palabra más adecuada, a los lectores o paseantes que le han dedicado tiempo, a aquellos fieles y a aquellos infieles, porque en el fondo, para hablar sólos ya tenemos las noches, la multitud, las duchas, las mañanas... 
100 entradas en dos años y medio, no es gran cosa, pero hay que hacerlo igual. "Il faut le faire" como dice alguna. Muchas veces publico menos de lo que me gustaría, pero así es la vida, evito lo primero que me pasa por la cabeza, evito publicar cualquier cosa aunque muchas veces la “cosa” es inevitable.

Gracias por la paciencia y gracias por los ánimos.

Ahora estoy retocando un cuento que iba a enviar a un concurso y al final no lo hice por publicarlo en el blog como entrada "100", aunque será la 101. Hoy o mañana estará listo.

Un abrazo y muchos cariños a todos. 


Fabien G. 
 

domingo, 7 de julio de 2013

“Nos sobran los motivos” del Maestro Sabina

Este adiós no maquilla un hasta luego,
 Este nunca no esconde un ojala,
Estas cenizas no juegan con fuego,
Este ciego no mira para atrás,
Este notario firma lo que escribo,
 Esta letra no la protestaré.
Ahórrate el acuso de recibo, estas vísperas son las de después.
A este ruido, tan huérfano de padre, no voy a permitirle que taladre un corazón podrido de latir,
Este pez ya no muere por tu boca,
 Este loco se va con otra loca,
Estos ojos, no lloran más por ti…


miércoles, 3 de julio de 2013

24. Big daddy

-Lamento que sepas escribir mi apellido. Que mi cara no le sea indiferente y mis mañas con un arma, le puedan alarmar. No pretendo asustarte ni que sientas en tus carnes la perfidia que corre por mis venas, el poder que sacia mi hambre eterna. Porque sé que ya lo sientes.

Recuperó el aliento, miró hacia un lado y al otro y volvió a fijar su mirada en él.

-Me has visto una y otra vez rasgando por dentro el cuero carnoso, el cuero humano.  Me has visto ejecutar lo que amenaza lo mío, corregir con crueldad eso o esos que son  “lo mío”, me has mirado a los ojos día a día durante años, ¿de qué me serviría decirte algo que te asuste? Decirte que vas a morir, ¿Qué sentido tendría? Dímelo Ray, dímelo.

El sudoroso paciente del mal respondió con la voz marcada por la muerte que chorreaba su frente, pálida ya.

-No tendría sentido, Tony.

Y con el sombrero ya en la cabeza recogió delicadamente el expresso de la mesa, dio el último sorbo al café todavía caliente, y se marchó con una palmadita, de sincero cariño, amor, a esa persona que fue su leal empleado, su leal amigo y que en unos segundos desaparecerá.


Así era y sería por siempre el gordo Tony, el genio Tony. Un tío con muchos conocidos.
Desde luego no tenía buen corazón, pero tenía uno, que además de cuando en cuando se ablandaba con botellas de vino y cigarros de marihuana que fumaba con religiosidad.

Y voy a retratarlo para que puedan entender a este amante de la perfección, del arte y del buen gusto. Mientras vayan leyendo estas páginas, les recomiendo  buscar y escuchar “Alligator wine” de Screamin Jay Hawkins.
Elegía la más gorda, ancha y transparente copa de balón que había en su despacho, la dejaba boca abajo justo encima de una vela aromatizada de canela y madera mientras bajaba a la cava a elegir el vino de esa noche. Subía sin decir nada, fijo en sus pensamientos, huyendo de la selva de miradas. Se servía el brebaje en una vasito ligeramente más grande que el de chupito y lo miraba a contra luz. Tenía que tener el  color de la sangre coagulada ya, que pareciese zumo de mora. Si no lo tenía, tiraba la botella e iba a por otra. Cuando pasaba el primer examen, lo olía y si su olfato no dilucidaba las dudas, se mojaba los labios y acariciaba su garganta con algunas gotitas.
Servía su copa y la dejaba reposar y respirar en su escritorio.
Sacaba una bolsita de marihuana, los pelos rojizos brillaban a la luz de la lámpara, el polen volaba por todas partes, polen rojo, amarillo, incluso azul. Diamantes pegados en una flor que deshilachaba con las puntas de los dedos y los colacaba sobre una alfombra de ligero tabaco. Se chupaba los dedos y bebía el primer sorbo de vino.
Lo acostaba en un papel de liar y cuidadosamente lamía las puntas y lo cerraba haciendo un cono perfecto. Con su pluma de oro y rubíes prensaba la punta y quemaba el sobrante de papel con su Dupont de oro y laca china.
Se levantaba de su inmenso trono tras el escritorio y ponía un vinilo en el toca discos. “Pagliacci”  de Leoncavallo, interpretado por Mario Del Monaco. Ahora les recomiendo que como Tony, escuchen “Vesti la giubba” de la obra citada y por el interprete citado y se fumen un porro.  
Con las primeras notas y las primeras palabras de Mario, quemaba la cima del cigarro hasta que la fumata blanca se metía por su nariz y cerebro, babeando hasta sentirse volar con ese payaso que roba las lágrimas de este gigantón que disfruta lentamente, dejándose llevar.


Le encantaba el terciopelo al tacto, la gente y las voces que hablaban en silencio.

sábado, 15 de junio de 2013

23.

Un sólo de trompeta se interrumpía al ritmo de una puerta. Me apresuré a entrar y escuchar las 36 notas negras que chorreaban de grasientos instrumentos, respirar el humo que apenas te dejaba ser y beber el sorbo eterno del Rioja de turno. Los cachetes se iban hinchando, los ojos perdiéndose en la oscuridad de luces naranjas, los labios rojos como sangre humedecían las caras de la primera fila, las mujeres sudorosas que se relamían con la potencia de ese saxo enorme. La madera bajo sus pies saltaba al ritmo de maestros con baquetas y cuerdas y vida entre sus puños, movilizando los extraños cuerpos que como sonámbulos íbamos y veníamos. Sus cigarros, sus copas de ron blanco, la chica de ojos verdes que me miraba ahogándose en mi boca, los cigarros acaramelados, más vino, la chica de los ojos verdes tenía unos labios…

Sólo de batería, lo acompaña un piano intercalando dos notas, un La y un Sol, empieza con golpes secos que se van acelerando y ahogándose como el aliento mortal que rodea ese minuto y medio mágico, en el que la música ahoga la música, en el que no importa nada y todo importa más que nunca, en el que retoma la banda entera y el saxo vuelve a cantarnos al oído. Todo se calmó, los músicos exhaustos ante el clamor popular se resistían a dejar la escena, pero la chica insistía y yo, borracho, arrastraba mis pies apoyado en sus hombros, dejando caer mi peso muerto mientras ella, me miraba.  

domingo, 9 de junio de 2013

22.

Mentirse es inútil, las cámaras no están, no hay nadie, o eso a veces parece. Parece por el vacío de algunas noches, de algunas pesadillas recurrentes, de esos pedazos del alma que ya no volverán. Veo y siento la música perdiéndose tras  el teclado. Es un personaje que asoma delicada la cabeza por el barranco, en el desierto. Sonríe, está feliz, insultantemente feliz. Ha visto a Dios, Dios lo ha visto a él.

No hay nada, todo es mentira, no hay palabras, ni memoria, todo está mal y lo leo, y lo veo. Siento las letras como terciopelo en tu cuello, claro, como el alba misma, suave, como el lecho del ciervo.


El renacer de las cenizas, la vuelta a la vida peloteando entre orgullo y prejuicio, pedaleando en el Retiro para mantener las caderas en sus sitios, robando las miradas tristes y rogando que una me anime. Como tú, como la tuya. 

jueves, 23 de mayo de 2013

21.

En tiempos de lejana Esparta se olvidaban las horas en imperdibles atardeceres, hoy cuando te veo se enmudecen los ojos de países inmensos, se retuercen los pétalos de un adiós, se derriten palabras que una vez tuvieron sentido, que fueron abrazos y hoy, se ahogan como aquel cantando en l’Olympia. Hubo un día en el que los recuerdos eran mis pasos que tropezaban con la arena, eran esas horas que me escondía y espiaba espaldas desnudas cayendome una y otra vez, hubo un día en el que fui lo que soy realmente. El tiempo mece nuestras noches, nos ahoga e imposibilita, nos hace olvidar los porqués, las rutinas… Impotentes acallamos las leyes de la naturaleza con noches enteras acompañados por Eros a tu lado. Invencibles, vencemos el olvido con besos carnosos, labios que te muerden porque otra cosa sería absurda e impensable. Rescatando así la humanidad con nuestra propia humanidad.

jueves, 2 de mayo de 2013

20.

Y dice la lluvia que te echo de menos, cuando cierras los ojos y por ende desapareces ante los míos, dice la niebla que no te veo, pero no es niebla sino mis retinas empañadas de no verte, y me dicen los astros poderosos que eres para mí, pero solo la arena bajo mis pies siente el miedo de perderte. Me lo recuerda suave. Habla el humo de mi boca, con su voz atragantada, con el rocío de tus orejas, hablan mis pestañas con las puntas de tu pelo infinito y tus uñas acarician mi pecho en llamas recitando mi futuro como Apolo travestido de pitonisa, aclarándome que yo también quiero que estés aquí durmiendo las mil y una noches que nos separan de la muerte. El viento desgarra mi piel seca y la posa sobre el ocaso infinito de un atardecer a tu lado. Los excesos nos acercan, la lluvia nos acaricia, tu piel me acuna y los rayos del sol me recuerdan que eres mía solo las mañanas que alumbra la ventana con la lumbre de primavera.  

martes, 30 de abril de 2013

Anexo del editor


Cuando lo conocí sufrí dos ataques directos, su forma tergiversada e inteligente me llenó de admiración y anhelo de imitación. Gran cosa para el que esta figurando, todavía, el principio de su técnica y espera algún día tener una personalidad literaria. Había leído muchos autores ya, había releído cuentos y algún extracto suyo sin percatar gran cosa. Me agarró tarde.  Su culteranismo es para un joven Puer de 18-19 años como un caramelo de fresa posado en el asfalto, deshecho y pegado, para una familia de hormigas. Soñaba con beber mate en cafés parisinos, con escribir a todas horas, borracho de cigarrillos, como hacía Horacio, o, simplemente tener con quien hablar de eso toda la noche. Creé así otra vez un universo tras este personaje, una escapatoria a no poder pintar como el pintaba, con bigotes y sandalias.
 El segundo ataque, que ya apareció  en el primero, eran los temas que trataba, los personajes, las tramas, el realismo mágico con sede en la vieja Europa, lo imposible. Cada vez que empezaba a leerle me divertía  creando yo su historia, inventando tramas extremadamente cuerdas ya que el posicionamiento de sus acciones, escenas,  de sus actos, eran ideales, tenían vida antes de tenerla, eran momentos de premonición en los que la diversión afloraba entre las palabras tergiversadas e irónicas. Con solo media página podías fantasear horas.
Murió 15 años antes de mi nacimiento. Murió años después que su joven amor y junto a ella se enterró. No sabía nada de esa historia hasta que él me la contó.
Un día llegando en tren a la estación Montparnasse en París, venía de visitar a unos amigos y el tren me abandonó a mi suerte. Empecé a caminar en busca del cementerio de la zona. Yo sabía que él estaba enterrado ahí, pero en 6 o 7 meses nunca lo había ido a visitar. Callejeé por uno de los tantos barrios artísticos de París, rodeando miles de teatros hasta salir a una avenida con enormes árboles a su derecha. Entré al cementerio con mi mochila y un libro suyo, regalo de una, en la mano. Durante al menos una hora  Ionesco y Sartre se divirtieron ideando una comedia en cuatro actos sobre mí increíble “patosismo” buscando su tumba. No pude encontrarla, y yacía inmóvil. Si no pasé 30 veces a su lado no pasé ninguna. Me engañó su simpleza, la contradicción flagrante que existía entre este maravilloso  literato y su enorme ego argentino, con ese pequeño lavado de humildad eterno en el que descansaba. Mi gran referencia literaria estaba sepultada bajo una pequeña lapida compartida con un nombre, una rayuelita pintada por admiradores y cientos de tickets de metro firmados sobre un lecho de firmas y algunas rosas. No sabía quién era ese nombre –Carol Dunlop- ni porque dejaban tickets de metro. Me sentí algo decepcionado. Ya sé que no fui el primero en leer a Cortázar, ni el último y mucho menos el que mejor lo conoce, pero aún así fue como encontrar a mi novia con algún compañero de universidad, el típico que se leyó a Kant cuatro veces y jura que las mandarinas jugarán un papel clave en la economía global mientras deja, lo que parecía una mente pensante, hecha un ser caliente que se muerde los labios.
Así que dejé mi billete de tren que ocultaba al menos 10 tickets. Me parece recordar dejarle escrito algo. Solo recuerdo haber puesto gracias.
Todo esto acompañado por una señora que colocaba y recolocaba palitos que había ido recogiendo para formar intentos de figuras sobre la lapida. No tengo ni la más mínima idea de porqué hacia esas formas y luego les tomaba fotos. Estuvimos juntos, callados, durante media hora o quizás más, aguantándonos, queriendo estar solos, traicionados por la fama de alguien al que sinceramente queríamos. Al principio esperábamos los dos que la devoción por Cortázar del otro fuese menor y dejase al otro con su única compañía. Aguantamos hasta cansarnos de esperar. Ella empezó su rollo de los palitos y yo me senté en otra tumba a mirar y a fumarme un cigarro y sentir que Cortázar me hablaba-no fue así- a través del humo. No le dije ni hola ni adiós. Ni a ella, ni a él. Me fumé un cigarro y me fui a despedirme de Gainsbourg que miraba la escena desde lejos, con cara de asco y tarareando. Salí del cementerio en el que Sartre seguía cagado de risa.
Ese día conocí a Cortázar y me lo contó.

De Trufas y topos. Julio Cortázar-Papeles inesperados-


La mano está más sola en el grabado que en el dibujo o la pintura. más sola y más inmediata en ese terreno que trabaja como un arador para quien el ojo cuenta menos que el contacto entre dos materias adversarias y cómplices a la vez.
Los dedos que empuñan la gubia ven por su cuenta, y lo que el ojo cree guiar y articular sólo vale muchas veces como mera gramática.
Hablo, por supuesto, del grabado en libertad, ese que el metal, la madera y la piedra parecen insinuar y desear en los accidentes de su materia pura.
La anécdota, la reproducción, no son más que aplicaciones específicas de algo que el dibujo y la pintura solicitan y llevan a su extremo; por su parte el grabado tiende a cerrarse a esos fastos: le basta una intimidad táctil para proyectar su propio universo, pequeño como la gota de mercurio en la que sin embargo tiembla la serpiente cósmica.
Dado que no sé grabar, todo esto puede ser falso, pero algo me dice que la escritura-otro arado contra la blanca tierra de la página- acerca un poco a ese territorio donde lo visual dista de ser omnipotente. También la pluma traza y el escritor sabe del goce de ese resbalar en el que todo es posible por dúctil, por topo, por trufa, por vena de agua.
Cuántas veces habré empezado o terminado una frase con los ojos cerrados. Algún grabador, acaso, miró un fragmento de su obra después de haberlo burilado. Para corregir, claro, todos tenemos tiempo y ojos. 

martes, 2 de abril de 2013

19.


Estás destrozada, estoy destrozado, estamos todos destrozados. Todo igual.
Leo palabras que fueron las puntas de tu lengua, me siguen sorprendiendo, me siguen asustando, que todo sea un sueño, que me despierte con los sofocos otra vez, que la ansiedad me vuelva a llevar "pa bajo". Esas puntas son hoy las puntas de mi pluma seca de no escribirte, son las puntas de no saber olvidar, las noches en la que los grillos me enamoran cantándole, a mis oídos, tu nombre. Los búhos viven por la idea de tenerte, el viento quiebra silencioso las ramas y mis brazos desahuciados por tu cuerpo. La dama de noche perfuma ahora las madrugadas, esas que antes alumbrabas con tus pasos hacia mi cama. El jazmín también te extraña, algunas noches lo oigo llorar  y empalagarme con su aroma que como tus labios, endulzan las escaleras que dan al patio.
Nada parece importante aunque todo importa, todo renace con una sonrisa, un suspiro, una caricia de una boca melosa y del jugo de tus ojos cada mañana. 

miércoles, 20 de marzo de 2013

18. Carta a Mefisto otra vez



Lloro sin saber, lloro sin pensar y sin creer que las lágrimas caen por darle un respiro, una alegría a mi ego que deja escapar, románticamente, el elixir que le da vida, la poesía de mis días y de mis pasos. Saludos desde un banco húmedo y musgoso, acompañado (o acompañando) por música sin tímpanos, ojos sin retinas, cigarros con tos y bolígrafos sin talento ni voluntad. Bienvenido eres Mephisto, que sin interés ni respeto rondas mi dulce morada para robar mis sabanas, mi ropa sucia, el papel que ronda mi escritorio y si acaso, desinteresadamente, mi alma servida en un plato de plástico demasiado endeble para sujetarlo con una mano y demasiado liviano para invertir las dos. Pero cuídala, un día fue un perro fiel que admiraba a todo el mundo y que no osaba envidiar la envidia ni pensarla, ni pensarse a sí mismo como masa humana, como sangre apartada del todo con enorme dulzura por unas manos tiernas y escamadas que susurran al viento nanas y más viento. Ya sé que será difícil, hoy yace desierta y perdida, ahuecada y agujereada con tonos negros y patios traseros con horribles secretos. Hoy navega sin rumbo ni timón, sin suerte y sin parajes donde escupir palabras que pudiesen responderle y animarla, donde rasgar sus uñas sin filo, y afilarlas con un sofá, o unas cortinas, o simplemente con otra alma. Quizás gemela, quizás mejor con un alma enemiga de los amigos y de la compañías, con un alma que llora soledad y suda esperanza cada vez que cierra los ojos. Tal vez sea eso lo que pide, desgarrar piel o tela causando enorme estruendo tras las alas abiertas de un teatro a medio llenar y así conseguir de los actores un sentimiento verdadero, una reacción que anime al público, unos ojos cerrados, le frente ceñida y unos puños apretados ocultando el huequito de las orejas. O quizás simplemente no.
No me lleves de viaje, no me muestres la vida tras mi laboratorio, no me presentes a prostitutas ni a Helena, no vale la pena gastar más páginas de un maravilloso mito, de alzar una estatua conmigo y con mi nombre abrazando a mi amada de granito, con ojos de sal y belleza de azafrán.
Pero ya estoy otra vez, creyendo que me escuchas o que alguna vez lo harás. O que alguna vez lo harás… Perros blancos se acercan y me barren o me lamen los incoloros dedos que escriben sobre rojos pensamientos y lágrimas cristalinas congeladas por el frío y por el tiempo sobre el fondo de un genio. El aire y el tiempo diluyen a su vez mis palabras y la gente que se acerca envidiosa y curiosa te asusta Hermes, asusta mis ideas y a mis parpados impedidos. Gracias por tu tiempo Mephisto, que es también el mío, gracias a ti o a quien seas.
Gracias por tu paciencia, atentamente, perdido en este bosque helado, tuyo y de muchos otros, un granito de una piedra que lucha por escaparse de mi zapato.

martes, 19 de marzo de 2013

17.


Eres bueno… muy bueno… pese a todo, eres bueno tío, eres un grande. Tras litros y litros del peor alcohol, abrazado a su amigo y escuchando música mientras pensaba en deleitarse alunizando una panadería, le profesaba estas palabras. Una vez más pateaban esas calles, las patrullaban huyendo de la propia noche y si la mala suerte lo exigía, recordaban  noches mejores, noches que desde imberbes, compartían. Noches de locura, noches de pasión de uno o del otro, de vergüenza y de dolor. En todas uno y en todas el otro. Y casi siempre acabando uno apoyado en el otro, en las buenas y en las malas. El tiempo seguramente sería injusto, los separaría en sus vidas, reducirían las noches a puros recuerdos en una mesa, en una sobremesa que se alargaría tanto como la siguiente llamada. Pero la amistad cuesta, la amistad duele y hay que dejarla cambiar, porque en las malas siempre estará ahí oscureciendo vasos con hielo y ron, aplacando el dolor de las fotos de bocas abiertas de felicidad, de la carencia de oxígeno, de la falta de principios...      

lunes, 4 de marzo de 2013

16. Guillen....


Cierro la ventanita que el frío aprieta, apago la luz y tiro la correspondencia, en la que un nombre sobresalía y  que llegó a la basura con más ganas. No hay rencor que mitigue, ni por un segundo, la sensación de haberle ganado parte de una batalla a la vida, el despropósito clandestino de haber caído al infierno y haber conocido a Caronte sin ser Orfeo, siendo el Aqueronte mi sangre pasada de vueltas, mi sangre amarga. Sienta bien poder mirar a la cara a alguien y decirle lo detestable que me resulta, olvidarme por fin del esnobismo revolucionario de algunos, la hipocresía burguesa que adormece los gatitos en sus brazos y se los come en el chino mientras le chorrea la salsa de bambú y se escuchan los maullidos de la sangre de horchata que llevan por credo. Se me olvido el tuntún de esas decisiones estúpidas, la rocambolesca idea de quererla más que a nadie, cómo abrazo hoy la vida de zángano, de sanguijuela, de cebras pintadas donde sea, de conos de helado de pistacho humeantes…
Pero también abrazo los recuerdos del pasado, lo que me llevó a sentarme otra vez sólo hasta que el culo duela, los paisajes y toda clase de verbenas del estilo que aún sin devoción pero con cariño, sigue pegado en el corazón. Sueño a veces con algo de eso, deseo tal vez de compañía, así como a veces sueño con mi país, sin muchas ganas de volver a pisarlo.   

miércoles, 27 de febrero de 2013

15.


El alma sobresale dos centímetros, nunca más, nunca menos. Esto es lo que trataba de demostrar el doctor Marshall Roy, a partir de ahora llamado Dr. M.
Decía que todos los seres humanos poseemos alma, que es un órgano sanguíneo-energético que se puede incluso palpar en algunos momentos. Decía el hombre, que cuando llegaba el momento, un momento cualquiera de la vida en el que uno se sintiese, aunque sea un poco, superado, por todas y cada una de las cosas en su vida, si la felicidad es tan sólo un concepto flu, ni siquiera una perspectiva, pues entonces, al pensarlo fuertemente escuchando la pieza musical de mayor trastorno emocional, 4 ml de lágrimas caeran, la piel se erizará y 2 cms de alma sobresaldrá desde las caderas hasta el pelo. 
El Dr. M. afirma que es energía así que calienta y por lo tanto uno se siente abrigado, sobrecogido y notablemente más seguro de sí mismo, más tranquilo. Pero en ocasiones no, en ocasiones el dolor sigue quemando y nos obliga a luchar más fuerte que nunca con la única idea de ganar. Al tacto es suave, casi aterciopelado y su desaparición nos aturde levemente.
Evidentemente el Dr. M. será internado en el hospital psiquiátrico de Chürburing-Hönn Duus y posiblemente ejecutado desde su llegada.
Todo sigue igual en nuestra gran República ¡Viva el Líder!  

lunes, 25 de febrero de 2013

14. Divagaciones absurdas



Amaneció. Los pájaros cantaron. Los primeros  peatones se cruzaron con los últimos. Dicen que en algunos lugares no muy lejanos había tormenta de nieve. Solo tenía un poco de frío pese a todo. Horas más tarde me desperté.
Ya era hora de irme, me despedí y me fui cargado con el despertar de la soltería y un dolor de cabeza tremendo que, por experiencia, me iba a acompañar todavía un rato. Mi cuerpo aguantaba como un titán, le podía echar a las espaldas un par de fiestas más, un par de tonterías más. Una ligera llovizna clavaba gotitas en mis lentes, mojaba mis mofletes helados formando estalactitas en mi barba y nariz. Escuchaba de repente una guitarra, empalmar suave y segura, invadiendo el silencio de la calle mojada, abrazar su sólo con una voz tosca, creo que de hablar con tanta gente. Entre los nubarrones y el frío de la ciudad fui caminando y decidí gastarme mi último euro y medio en un café. No fue el mejor café que he tomado, se pasaron con la leche y yo con el azúcar, pero me dio un par de minutos muertos para pensar otra vez en ella. Deseaba que me escribiese ya saltándose la costumbre, deseaba desearla como la deseaba, susurrar nuestros males en mares bulliciosos de sudor espeso. Quería que fuese mía y dejar de compartirla. Llevarla de la mano con la frente alta como el resto de cretinos, pagar el cine “porque si” para ver una película “porque si” midiendo nuestro poder con la compra del combo de la cafetería.
Intenté no remover el fondo de azúcar de la taza, el campo de caña que había plantado por equivocación en mi bebida, pero fue inútil, el último trago me supo a rayos. Me levanté y ante la larga caminata que todavía me quedaba, me saqué un cigarro para olvidar el azúcar de mi lengua y seguí pensando en tener algo serio otra vez, de abandonar el celibato con aquél bombón. Y fue de nuevo ese último trago de café, dulce como los putos ángeles pero con un fondo de la inalienable amargura del grano de origen africano, que me solucionó el dilema.
 Mi cabeza seguro siguió flotando durante el resto del camino, pero los pensamientos de un hombre, por decencia, se quedan en él.
  

domingo, 10 de febrero de 2013

13. El numero de cabrones


El vomito amagaba, hablaba, “como abras mucho la boca salgo” me decía el cabrón iluso. Como si no hubiese luchado y ganado con vómitos más grandes y ácidos que él.
Me incorporé, tragué lento y profundo y me dirigí al baño. Meada rápida y  a desayunar. Bueno… vaso de agua y a ver si encontraba alguna naranja. El castigo de perderte seguía, cigarro que termina de destrozar la garganta y al baño a ver si salía el que no callaba. Nada, en la jaula del león escupidor no salió ni rastro del Casper parlanchín de mi estomago.
Caminé un poco intentando rememorar la noche anterior, nada me sonaba. Y ahí el recuerdo empezó a moverse en la cama. Una gran silueta se dibujaba. Pensé incluso haber ido de safari y haber sido cazado por una rinoceronte en celo. Me di cuenta que no era mi casa sino la suya. Bien, escape fácil pensé. Y ahí salió Casper, inundando el edredón de Ron y de una naranja sin digerir.
No era tan grande,  no era ese el problema de esta presa fácil.
Empezó a gritar con una voz de hiena que siguió aupando al vómito, seguía motivando a mis intestinos a vaciarse en su lecho.
Al acabar, se acercó y con un beso en las mejillas húmedas, me dijo: “no te preocupes amor, yo lo limpio”. La huída estaba cantada.   

viernes, 1 de febrero de 2013

12.


Parece que clavé mis uñas allá profundo, donde solías estar.
Parece que le eché esa mirada, que se entrecerraron mis ojos mirando lujuriosos sus labios, Parece que no deseo más que a ti, pero se escapa y a veces duele.
Parece que es como tú, parece que tiene pezones marrones, también ella,
Parece que juega con su lengua, casi como tú.
 A veces huyo y me fumo uno, como contigo.
A veces duele, a veces no tanto. 
Después sentí el sol y ya no me recordó a ti, sino a mí cuando esperaba,
Después sentí que la garganta se me atoraba, que las piernas me temblaban,
Después oí como ese recuerdo me susurraba que a veces duele, a veces en cambio,
no tanto.
 Las hojas volaron y el viento se levantó ante tal injusticia y me clavó los puñales que solo él tiene,
Atravesó mi cuerpo inerte, se despachó y se marchó, me insultó y se largó.
 Soñé con otro tal vez, me comí letras y seguí esperando lo peor de ti,
Se me atragantó otra vez una canción, se me atragantó otra vez un perdón. 

jueves, 17 de enero de 2013

11. Guayabera y machete


Las olas rompiendo sobre el Malecón parecían cantarte al oído y regalarte dos gardenias porque te adoraba, porque te quería. Porque solo en las terrazas viejas de suelo milenario te pueden querer, solo ahí te pueden cantar y bailar y solo esa sangre puede sentir que hierve al ver tu estrepitosa figura imitando el tumbao, dándole toquecitos del patetismo neurológico de tu tierra. A veces te imagino disfrutando como siempre has hecho de ese baile sabroso, obligándolos, como solías hacerme, a bailarte noches enteras sin reposo, dejando que tu cadera quebrase las suyas, si catira, lo tuyo es el baile preñado de antaño, las gotas cayendo en tu escote y reviviendo pesadillas, el dolor de píes del tambor y el guateque rumbero con sancocho de pollo. Tu lo que quieres es que te apaguen el fuego como a Tula, lo que tú tienes es tremenda prisa rubia, el robótico caminar de tus hombros rechonchos  es la biblia hispana de ese calor húmedo y chorreante del chocolate con leche que es lo que queda. A ti lo que te gusta, mujer, es el cacao todavía fresco, la pulpa dulce que se deshace entre tu lengua y tus dientes. Un negro fuerte con guayabera y machete que te aguante la noche entera.