viernes, 23 de diciembre de 2016

En la trinchera

En una trinchera, acosado por los remotos pasos que atestiguan que sigo vivo pero me queda poco, fumo un cigarro y lo disfruto como si fuera el último. Entre el humo y el frío pienso e intento repasar mi vida, mi legado tacaño porque soy joven, porque no pensaba morir tan pronto. Aunque tampoco tuve nunca la sensación de que fuese a vivir mucho.

Es raro, tenía a quinientos tipos que habían perdido a sus familiares y amigos a menos de un kilometro de distancia, nosotros no éramos más de veinte en esa trinchera y apenas teníamos munición. Sabíamos que no iban a tener piedad de nosotros y que la retirada era imposible. Teníamos un río crecido que nos cerraba el paso. El Capitán Holl se había pegado un tiro hacía diez minutos y nuestro mando más alto era un sargento, "Bebo" le decíamos, y ya nos había dicho de relajarnos y rezar.

A mi dentro de lo que cabe me daba igual. Es raro que te de igual morir. No sabía muy bien por qué pero así era. Sólo quería poner en orden y recapitular mi vida, darle un pequeño homenaje a la que lo había sido  los últimos veintiséis años. Parece más fácil hacerlo tan joven que con ochenta pero no creo que lo sea. Te cuesta encontrar algo que hayas hecho realmente, te cuesta saber si era esa chica de pelo oscuro y ojos grandes la que merecía ser la mujer de tu vida. Te costaba saber si la escueta estantería de tu habitación se mantendría en pie, si los pasos que anduviste camino al tren seguirían marcados el año que viene. Sabías que el viento borraría las lágrimas antes de la siguiente lluvia.

Me puse a pensar en ella y si realmente era esa mujer que al cerrar los ojos poblaría mi retina roja. Todo había acabado ya entre nosotros y de haber seguido viviendo cuarenta o cincuenta años más jamás entraría en la lista de las posibles candidatas a ser la mujer de mi vida. Pero dadas las terribles circunstancias en las que me veía, tenía que considerarla. Además siendo sinceros había pensado mucho en ella estos últimos días de agonía. La cuestión era saber quién era la mujer como ente mágico que había sido capaz de transportarme al más allá con el mero sonido de su ropa interior deslizándose por sus muslos y ocultando sus pies pudorosos. La idea de paradigma de la continuidad del ser humano, como objeto de guerras, de deseo y de febril excitación. La que había sido capaz de llevarme hasta Troya por recuperarla.  Me mataba la idea que fuese ella, con la que había compartido casi un año, con la que habíamos pasado seis meses de fabuloso frenesí y otros seis de auténtico infierno, la chica que me despertó soñando y me acunó llorando, la que no tuvo la valentía de quedarse a mi lado cuando la guerra llamaba a mi puerta, fuese mi Helena, mi Beatrice.
¿Pero qué sentido tiene buscar quien fue con veintiséis años? Seguramente ninguna lo había sido. Pero poco más podía tener de debatible en mi vida, a mi familia la quise sin condición alguna, mis amigos, mis perros, mis escasos estudios, mi coche, mi traje, mi trabajo o mi bosque favorito. Todo era único, todo era un paseo triunfal en mi memoria y llevaba pensando en ellos desde que me puse las botas y cargué el fusil en mi hombro el primer día en que perdí mi humanidad en esta lluvia de casquillos. Ahora quería saber quién sería a la que al cerrar los ojos le dedicaría mi última erección.

Ya casi había descartado a la de pelo oscuro, es verdad que había sido la última y que había pasado con ella momentos increíbles, pero sus energías me habían hecho daño, sus uñas se habían clavado en mi con descaro y yo siempre odié el descaro. Parecía que mi dolor la ayudaba a sentirse peor y eso la incitaba a más.

Mi cigarrillo empezaba a apagarse por la humedad, pensé que si éste duraba un poco más quizás no se darían cuenta hasta dentro de un rato que no éramos sino veinte chavales rezando y esperando que todos los cuentos chinos fuesen ciertos.

La primera vez que descubrí que la gente se te podía entregar en un maravilloso acto de confianza y sin pudor alguno fue cuando apenas tenía juicio, saliendo de mi infancia e iniciándome con pasos temblorosos en la adultez. Fueron situaciones nuevas, olores y sabores desconocidos, movimientos torpes que fueron creando mis habilidades y mis manías. Ella era una preciosura, sencilla, despreocupada, feliz como no he conocido a nadie y eso me hizo feliz. Y la felicidad siempre me aburrió. Pronto nos dieron las doce y las campanas no sonaron. Huimos de nosotros mismos con mayor o menor suerte. No podía ser ella, no. No me acordaba de su olor, no me acordaba de sus lunares ni del sabor de su boca al despertarse de madrugada buscando la mía.

Conocí muchas curvas después de ella que llenaron noches enteras sudando y babeando sabanas desconocidas, entregándome sus cuerpos únicos mientras yo e preocupaba de que calentasen sus cuerdas vocales. Pocas me duraron más allá del amanecer y con pocas caminé por ciudades alumbradas o me recosté a ver las estrellas mientras empezábamos a follar. Pocas me venían a la cabeza al menos. 


Mi cigarrillo consumido vaciaba su cuerpo sobre el suelo enfangado, se me acababan las ideas y me invadía el nerviosismo de no haber hecho nada en mi vida. Y todavía me ponía a pensar en mujeres. A decir verdad siempre había pensado más en mujeres que en cualquier otra cosa. Siempre quise ser viejo para perder mi lívido, dedicar mi tiempo a algo más individualista, a algo que no estuviese ligado con alguien, olvidarme de la sangre que cae hasta mi polla. Pero ya eso no iba a pasar y no pasaba nada. Pero decidí olvidarla a ella y a todas. En verdad me invadió la rabia. Me dio la impresión que el problema no era mío, que ya no existía el amor, que éste se había perdido en la masa de encefalogramas planos que poblaban las naciones desarrolladas. Me daba la impresión que ya no había lugar para el heroísmo en el amor entre tanta pantomima y heroína. Casi prefería morir pensándolo bien. ¿Quién se va a arriesgar por mi? ¿por él? ¿Por Bebo? No éramos más que jóvenes de clase media baja, carne de cañón, monigotes en salas de tiro. ¿Quién podía perder la cabeza por nosotros? No somos más que las semillas que quedarán en la tierra abandonada, no somos más que la ceniza que cae de nuestros cigarrillos casi extintos. El amor nos ha sido prohibido, la vida nos ha sido confiscada y con ella las balas que ya pitaban en nuestros oídos y que nos recordaban que éramos demasiado jóvenes para testamentos.  

miércoles, 30 de noviembre de 2016

Psicópata

Los nervios y la tos, el humo saliendo de mi boca rancia que sólo le habla al espejo mágico. Era otra vez de día y de nuevo se oían las voces de los actores blasfemando sobre la vida, sobre el sudor que te cae en la frente cuando sientes el miedo que te recorre cada una de las venas que pueblan tu mundo. El sonido de la idiotez que te persigue, que intentas olvidar pero no puedes porque vuelve a volver en forma de tartamudeo y de sonrisas sonrojadas.

El otro día me sonreíste en la cama y no dormía aún, el otro día me diste miedo y estremecí mi cuerpo al son de tus caderas perras. Me recordaban años viejos, días de nieve  con música navideña. Y cuando camino por la calle me miran porque me siento vivo en esta fiesta de sexos muertos. Y ahora cuento que estoy enfadado, roto por dentro por putos bailarines que sólo ven el lado bueno de la vida. Pero el lado malo está aún más lleno del relleno de muebles baratos y por eso siempre nado en ese monte Alberche, al lado del río, aquel en que juré ahogarte. Otro día escuchaba música y me pediste que te diera por culo. Así que te di por culo. Luego siguió sonando la música como si no hubiésemos hecho nada. Al final es tan difícil enfadarse como encontrar en tus palabras aquellas hojas que me acariciaban al filo de una primavera en que caían marrones y podridas.

Y luego vino ese invento increíble que me robo el tiempo en que me desaparecía tras la estela de tus besos . Tras mucho buscarlo encontré en mi pequeña habitación del norte de Escocia una pequeña navaja suiza, un pequeño juguete que traspasaba mis manos sin esfuerzo, sin casi pensar en las horas que vuelan perdiéndose en aquella maraña de agujeros que fue tu piel oculta. Se me amontonan las cosas y sólo quiero perder la conciencia de nuevo, sea como sea, que corran los puños por mi cara ensangrentada, que recorra la droga eterna mis entrañas pluriempleadas. Que mi cerebro se olvide de tu locura porque sólo pensar en ella me dan ganas de amarte el resto de mi vida o de acabarla de una vez por todas.


Y para terminar mis divagaciones del día te cuento que me senté junto a las bambalinas de un teatro callejero y me dejé querer por un perro sucio. Después vino la sección de meteorología de la Universidad de Cambridge y se ahogaron las voces mientras el telón se cerraba. Y a todo esto yo estaba tirado, borracho, viendo pasar los que fueron mis amigos, las que fueron mis novias y sí, me sentí desplazado, pisoteado, ansioso, el pecho me apretaba, el aliento me faltaba. Sentía que podía romper cuellos con solo mirarlos y encima disfrutarlo. Otra historia bonita. 

miércoles, 16 de noviembre de 2016

No sé si tu pelo es negro o era pelirrojo, quizás seas rubia. Se me nublan los ojos y ya no se porqué sufrir, si porqué ya no estás sola o porqué recién estoy sólo yo, porqué vives fuera o porqué siempre estuviste mejor sin mí. La verdad es que me siento en mi silla y veo una pila de libros que me recuerdan a ti, a ti que no sé quién eres pero te extraño, pero dueles. Te dejé caer, ya no tengo fuerzas para luchar. En otro momento lo intentaría. Hoy no. Hoy dejo que te nubles en el pasado y que escampes en estas naves muertas. El vacío parece que me llena de palabras que nunca diré, coleccionándolas, jugando sólo a explicarme que ha pasado.

Me fui, ya estoy fuera embarcándome hacia aquél cielo mustio. Ya no me rejunto, ya no me "arrasco", hoy vivo mi soledad aliviado. Siento correr mi sangre de nuevo hasta mis pies, siento que la gangrena se ha parado y que ya no se me va a caer el pie. Bueno, la pierna. El pie ya está podrido. Y huele muy mal, huele al ombligo de un recién nacido, te lo juro.


Barro mi casa otra vez y siento el miedo de lo nuevo, me emociono con el ruido de lo que perdí. Arranco a escribir para terminar mi vida en esos cuatro folios de borrador arrugado. Camino, freno y me mareo con tus versos y tu tartamudeo incesante que me quema el alma. ¡Coño! Que nunca supe a quién le hablé pero ahora me tortura la idea de hablarme a mí mismo y decirme que nada vale la pena. Tu no vales la pena. Me jode pero tengo que decirlo. ¿Y tú quién eres? Un paso atrás, uno más. Yo no tengo nombre ni apellido, no tengo tierra, no tengo nido, soy tu conciencia muerta, tu Carmensita, tu ricura, tu amor sin esperanza, el que te espera abajo, abajo del todo. Si, asómate, ahí. Persígueme a ver si llegas moviendo los brazos como Devendra y su Negrita. Pero déjame. Cuando estoy en el suelo me gusta estar tranquilo así que no me jodas Guillen. 

lunes, 14 de noviembre de 2016

De vuelta

La inmediatez con su maldito redoble de tambor, maldita realidad altruista y egoísta, eres los plenos poderes de la vanidad. Me matas, no quiero verte.

De repente me olvidé quien era, me camuflé como Zelig, ahogué mis penas en otra piel y busqué cobijo en la primera encina. Me gusta como soy porque nunca he querido pertenecer. Y me estresé por pertenecer cuando muchas mayores tareas me esperaban. Y me perdía sin saber por qué.

Una seguidilla de malos días, decepciones que en realidad fueron ilusiones mal engendradas, mal paridas.


La verdad estaba en otro lado, en la otra orilla de aquel gigantesco río. La verdad es que lo quería por las razones equivocadas ¿Sabes que te quiero no? Por eso mismo te digo, siéntate en la silla, respira hondo, fúmate un cigarro, un porro o lo que te venga en gana y deja de arrepentirte. Esto no es nada. Siento decírtelo pero ese frío que sientes por dentro no es sino un otoño medio cálido. Así que abrígate y sal a la cubierta hijo - ¡Si, Capitán! - ¡Y que no vuelva a escucharte más por aquí!. 

domingo, 6 de noviembre de 2016

Mardou no es de nadie

Eran cuatro paredes, sólo cuatro aunque pareciesen miles, eran minutos aunque parecían pequeñas vidas sin visado, era un espacio cerrado que daba a la calle, desde abajo, como se mira al cielo, un espacio blanco en donde se vivía como nunca, donde la comida era deliciosa, los miedos inexistentes, éramos y nada más. Las sonrisas colmaban nuestros ojos y los transportaban a los sueños, los sueños nos acercaban al cielo y el cielo eras tú.

El sol brillaba afuera pero dentro hacía fresco, para arroparnos mejor. Despertaba con frío y yo ahogaba el frío en su piel, éramos enemigos porque ambos queríamos ser dueños de sus poros y gané yo durante un tiempo. Pero contra el frío poco hay que hacer y la hipotermia se acercaba vertiginosa. Es curioso como esos ojos acabaron pareciéndose a un glaciar hermoso e imponente, azul y transparente, olvidado por la mente, en el que entrar te lleva a la muerte.


Eran cuatro paredes pero la luz la poníamos nosotros. Los espejos eran el reflejo que brillaba desde las mañanas hasta las noches en que de un abrazo nuevo no huías a ninguna parte sino dormías, profundamente, porque los problemas son ajenos a Juande. Así se llamaba esa porción de paraíso, subterráneo, tan subterráneo que ni el mismo Kerouac habría dibujado mejores curvas en Mardou, esa negra bella, esa negra que quiero que sea mía. Pero al igual que para Keouac, Mardou no es de nadie. 

miércoles, 26 de octubre de 2016

Huyendo

Se sentía en el ambiente dos luces transparentes, se sentía el goteo de mis ojos al sol. Me voy en búsqueda de un rincón, me voy huyendo del frío invierno.

Pasó el ocaso entre las verdes moras, brillando sus escamas entre los pinchos, soplando viento entre sus ojos y los míos.

No has comido, lo he visto, tu mirada me habla de aquellos tiempos lisos, me habla de un futuro lejos de aquí, el verde viento me abrazó a ti. Me resbalé en el fango y cogí el candelabro, el de las siete velas, el de los establos. Aplaqué mi ira en un papel, en tus versos y en tu recuerdo, aplaqué mi vida contigo, mi amor no tiene fin.

Nuestro último beso ya nos lo hemos dado, que bien suena y que mal sienta. Los ocres ojos ya no tapan la neblina de las noches de cantina. Hoy de nuevo me voy, rió abajo, noche muerta.

El camino es largo entre las zarzas del Señor, no olvidemos comernos pues pronto desaparecerá el verano tieso, las luces que rugen tras las hojas marchitas.


Te robo las palabras que un día te di y me quedo la silueta de lo que ese día fuimos. Me baño ya en la fuente bendita hundiendo mis dientes en la piel que tirita, buenas noches señora ya dijo el gran poeta, buenas noches mi amada, se cerró ya la puerta.  

lunes, 10 de octubre de 2016

Tu libro de cabecera

Hoy me levanto con la confusión del sobrio, con el no saber qué hacer del adolescente, con la soledad del desahuciado y con las ganas de vivir del atropellado. Abandonado por la vida porque cabalgar sólo ya no es divertido, aullando a la luna extinta, la del maquillaje del lado oculto, a la letrina de alcornoque, al hocico abierto de la noche. Son nuevas las manchas de mi cara pero viejas las arrugas de mis ranas, oscuras las piernas de mis venas y rojas las semillas que voy dejando tras la senda urbana, las tablas viejas desangrándose en el suelo bajo mi atenta mirada. Las sacudidas me tatuaron el cuero cabelludo, me tatuaron un nombre junto a ti mi reina y me recuerdan cuando nos sentábamos en la hoguera, junto a ti mi teta, en medio de aquel bosque y comiendo setas, desnudos por pudor, abiertos por amor y siempre bajo el trono eterno de las estrellas que agarran las entrañas podridas y las desvanecen en el frenesí de los recuerdos, de la vida y del dulce orgullo que se apaga tras nosotros. Nosotros... un pequeño ejemplo de vida, nosotros que somos todo, todos, nosotros que somos los amigos y los amantes, todos los pájaros y todas las avispas que en realidad dan miel pero no lo saben. O no lo sé. O no lo sabes. Nosotros todos que sumamos dos, nosotros que abrazados hacemos ejércitos y que tumbados volamos en el cielo a un palmo del suelo, nosotros los carentes de vocales surcamos barrios en alfombras mágicas, nos chupamos las manos y soñamos con enanos que nos pierdan, que nos canten frente a un lago, que nos quemen por amor y que nos rían sin despertar el monstruo del lago y sin derramar una lágrima, sin torcer una décima la tierra seca que me exfolia el alma. Nosotros que en el fondo somos esos pequeños puntos que brillan a lo lejos en el cielo y que en estas noches y en todas nos acompañarán, hoy y por siempre, cobijados y vigilados, tus ojos en los míos. 

martes, 6 de septiembre de 2016

La higuera

Paseaba junto a la brisa que dejaba tu sonrisa y me apoyaba en el desván de los sueños de grandeza, por un malecón enorme perdí la perspectiva de tus ojos negros y subí la cuesta llena de mangos muertos, cuando quise fumarte entera se me apareció el humo revoltoso de tu voz aguda, cuando quise besarte desapareció enorme el mar bajo el cielo revuelto. La mañana con sus hilos atrapó mi vida en tus brazos que no se cansan de sostenerme, me empujan en un sueño tus besos al acantilado mientras tus susurros y tu sonrisa me llevan a esa colina donde la vida y la muerte se confunden en orgasmos que son mis días con tu boca, sólo por un rato.
Se fue la brisa y quedó el calor de los días solo sin el despertador. No quedan sonrisas ni queda el vapor de nuestros cuerpos recios creando la palabra amor. Me despierto del sueño y te siento lejos, muy lejos, mucho más lejos de lo que estuvo nadie y por eso me pierdo en el bosque de encinas buscando la sombra que me traiga ligero el olor que me hable de ti, que me recuerde que pese al calor, solo me falta un beso tuyo para poder matizar nuestro amor.

Noches imparables con el negro profundo de las estrellas reflejándose en los almendros muertos de la acequia, el suelo áspero acogiendo tus pies descalzos, el agua cayendo en tu piel desnuda... Te miro entre las rendijas de la puerta y quiero abrazarte y tenerte así, denuda y negra como la noche nuestra, mojada y fría como el agua de ese pozo que hace que brillen tus poros como la más tierna madrugada, como el oasis que creamos, los besos que nos damos. 

martes, 2 de agosto de 2016

Pasadas las doce

Te asomas con esas tetas medio madres medio putas, hablándome de la noche negra y sus estrellas, te acercas temerosa porque temes la ira de un hombre cómo temo yo las mujeres que bailan las curvas de carretera. Sobre mi pie descalzo quema el sol y se reparten la baraja entera, se emborrachan de placer los oscuros duendes que sin luz aparecen. Yo sólo veo tus ojos asomándose, sólo te veo a ti acercándote poco a poco, reina del sigilo, de mis noches, un paso atrás y dos para adelante, no quiero que me vuelvas a enloquecer con tu mirada ni que mi garganta te pida a gritos, no quiero dejarme llevar por tu dulce agonía ni por la más oscura de las trepadoras de aquél jardín que ya no es nuestro.
El fresco del amanecer siempre me hace perderme entre tus bragas color carne, ya no me hablan ni las sabanas ni las otras drogas, ya no me habla la soledad aturdida del momento en que te vi por primera vez, rugiendo tu pelo negro en el calor árido de esas entrepiernas, los ojos perdidos en la maraña azul  del horizonte tras mis brazos que te espantan, tras mis palabras que te hieren, la sonrisa que te mata.
Perdí el norte y ahora el sur parece hermoso, perdí el atlas que me acompañaba en la terca paciencia del pasado y hoy sin peros ni ganas, me siento en el sillón redondo, apagado el interruptor del anhelo y atrapado como un bonsái sin veneno para respirarte entre la humareda, te respiro de nuevo y hueles a olvido.

Levantemos la vista al cielo y veamos volar tu pelo sobre las cascaras plateadas de lo que parece un pleno, un lleno absoluto de mis neuronas paranoicas sobre la manta canelo de tus mentiras que enganchan. A veces me acuerdo de tu innecesaria apatía y me entra la risa, una risa nerviosa que no cambiaría por nada, que no se olvida, a veces me acuerdo de como recogí a pedazos mi locura con una pequeña espátula que compraste en un chino cerca de Úrsula, cerca de Beatrice y cerca de Callao, a la misma altura que los cuadros demacrados de nuestros abrazos pasadas las doce. 

martes, 19 de julio de 2016

Ya sin voz

Tu sí que tienes arte quilla, que sin tu lengua al aire se perdería el mismo mar buscando tu voz marina, que los torcaces llorarían su soledad en cables que parecen tristes, grises, tanto arte que las guitarras reposan en el césped verde aguantando el cielo hermoso sobre los interminables olivos y risas de esta tierra machada.

Las mañanas claras en la playa con su Levante en mi cara, la arena quitándome el olor a tabaco de la boca, el mar hablándome otra vez de ti y de tus ojos grandes, hablándome como si no estuvieras en cada cuerda que amenaza con romperse, en cada tacón desnudo sobre la tierra andaluza, me habla de cómo se quieren las peras y los peros, del azul casi negro de tu pelo que me saca un Olé por Triana y acompaña esas palmas brujas.

En las noches de azahar vuelvo a buscarte y te veo lejos aún, oliendo el jazmín y mirándome, llamándome con los ojos y desapareciendo con mis pasos temblorosos. Porque tu sola mirada traiciona la vida, los enseres de tu boca brillan sin saber dónde irán, marineros de mares perdidos, sin sirenas que amenicen las noches sin viento y las olas sin tus labios. Son las noches sin voces cuando mas brilla la tuya, acercando el alba al paraíso, trayendo con un fino hilo el día que se asoma entre las cortinas de la luna.

martes, 7 de junio de 2016

Martes

Las pestañas de la noche brillaban cual prostituta de vacaciones ojeando revistas de moda en el hall de entrada del Musée D'Orsay.  Un ronroneo incesante me pasaba por la cabeza en ese martes como ningún otro. ¿Cómo algo tan típico como un martes puede ser tan único como un martes?

Seguramente porque te iba a ver, porque tu mirada esquiva se iba a clavar en mis ojos en esos breves pero maravillosos segundos que la vida me regala. ¡Menudo martes! Y yo, el martes pasado, lo juro por dios, no tenía ni idea. Tan sólo viví ese martes como uno más, como tantos otros antes de él, con su principio, sumido en la más profunda oscuridad, con su amanecer semi súbito del verano que asoma y asombra, con mi despertar ojeroso y algo triste y melancólico, con su mañana, su café, su cigarro, su baño y su esfuerzo, sus nubes y sus tuertos, yo el rey de todo eso, con la tierra en el zapato, apareciendo la noche entre mosquitos, suplencia del día dicen algunos, macabras imágenes de consuelo, locuras en el salón de juegos de mi perro, el estrés de no verte y dos palabras que me dieron la vida. Todo eso en un martes como cualquier otro, todo eso sin saber que era el último martes hasta este, hasta mañana, hasta hoy, hasta el martes en el que te voy a ver, sin boina pero con la sonrisa de bobo que se me queda al verte, al mirarte. ¿La boina? Hace demasiado calor, bien me lo dijiste en sueños, o en el suelo. Ya no me acuerdo.


Me asomo por la ventana y me enciendo un cigarro.  Entre el humo y las plantas intento descifrar el futuro que parece pintarse allá, detrás del cerezo y la encina. Es difícil, es como escapar de tu manada de leones. No te dejan y hacen bien. Quizás la responsabilidad sea esa, mirar por mi ventana y verte a ti pintada entre Leonarda y el cielo y no dejar de mirarte, aunque te moleste y no me cueste, porque tus pestañas, como las de la noche que brilla, cada vez me dicen más, cada vez me hablan más, cada vez se parecen más a este martes.  

lunes, 30 de mayo de 2016

Del Norte

Se esfumaron los molinos de viento en la sabana, en la intemperie de La Mancha, la mancha que se te dibuja en la boca inmortal, en tu sonrisa insegura que carga en brazos tus ojos que me miran desde abajo. Me veo cavando la tierra para esconderme de mi fantasma, de ti, que siendo del norte brillas como el más bello y viejo león, pareces pintada a besos de barro. Me siento en una caja de madera, saco del bolsillo un cigarro, lo huelo, me lo pongo en la boca sin fumarlo, solo sintiendo su inocencia, saboreándolo en la distancia que le da la falta de humo. Lo siento como a ti, lejos, con miedo de tocarlo, de hablarle, de tocarte, de olerte.
Empujo la puerta grande de madera, rechina vieja, rechina muerta, rechina la casa entera, la casa vacía. Camino por los rincones rezando en cada cuadro que alumbra el presente con aires de pasado. Me lleno las rodillas de polvo y esnifo lejano un perfume sagrado, entre incienso y tus muslos, me dejo llevar por el aroma de la nostalgia, por los besos de los que me hablaste, por el tiempo y por mis uñas que ya no crecen. Me apoyo en la pared imaginando la banalidad del amor que has dado, odiando las sabanas en las que duermes y susurrando todas esas cosas que no me atrevo a decirte ni a decirme.
Camino sobre las planchas verdosas que ya no suenan, camino sobre el pozo amargo y seco de la memoria. Con mi cigarro en la mano. Escucho como se escapa mi vergüenza sin poder retenerla, escucho como el mar rompe sobre las piedras póstumas de la noche. Brillan las chispas en mi retina y brilla el sonido de la punta del piti quemándose. Me voy para siempre, me olvido de tus brazos pequeños y dorados, de la letra de esa canción, del final de ese libro en el que ella era la protagonista sin saberlo, en que ella era la que yo más quería y no lo vi.

Esperando, sin esperar, no darme cuenta demasiado tarde que mi humo es tu humo que me sale por la nariz. Esperando que tus besos en mi piel desnuda no sean otro espejismo de agua sobre Lepanto. Esperando que mi cigarro no se prenda, no, que el humo no vuelva a desaparecer sobre la madera muerta de tus pechos.    

30-10-2015

sábado, 2 de abril de 2016

La orquesta suena porque no puede sino sonar, la oigo porque no puedo sino escucharla. Y según la escucho me convierto en un Dee Williams cualquiera. Me dejo llevar por una brisa tenue que me recuerda a ti, que ya no sé quién eres. Tengo miedo que me veas y me reconozcas porque entre la multitud jamás podría acordarme de tu bella sonrisa, no podría acordarme las palabras que me susurraste, ni la noche que me regalaste. Pero ahí en medio estás, mirándome y yo mirándote. Me encontré conmigo y tuve miedo porque perdí el recuerdo de tu voz, tuve miedo porque se me olvida lo esencial, me pica el tabique y me duele la pierna. Tuve miedo porque mi garganta ya no canta y porque te quise abrazar y sólo supe mandarte a la mierda. Tengo miedo que olvides tus recuerdos, como yo olvidé los míos.
Te conocí en Conil de la Frontera, en un sitio blanco, blanco y oscuro con pequeños callejones donde perdimos el horizonte. De la mano corrimos por entre las piernas de la montaña nevada y dejándonos caer de un lado a otro nos esfumamos del mundo para resguardarnos, para tranquilizarnos, para no olvidar los versos que compusieron nuestros ojos esa noche. Todas las calles se pintaban con tu sonrisa, todas las calles se convirtieron en ti. Las tardes y las noches se escuchaban más claras pero yo ya no podía oír. Perdí el norte y con él mis ojos perdieron brillo; las aventuras del pequeño andaluz pusieron rumbo al desván del duende, aquél del norte.

Y hoy te veo, unos cuantos días después de haberte abrazado y me acuerdo. Veo claro esas calles, vuelvo a ver tu reflejo, tus ojos que de noche me enseñaban el camino, veo tu odio y lo entiendo, veo el suelo y veo tus palabras y mi memoria. Desaparecen los caminos y pierdo las ganas de encender el mundo otro día más. Te diría que tengo un nudo en la garganta, que yo también me odio un poco, pero que ese ya no soy yo, ese se protege demasiado, es cobarde y no se atreve a vivir, te diría que estoy de vuelta y te mentiría, que tu voz sigue cantando con los jilgueros y que con cada cante que escuche pensaré en ti, que mi condena y la tuya, será esa. Jugaremos a ser Casandra y Apolo y perderemos la verdad en cada caricia. Seré tu marinero en tierra y tú serás aquel barco que despega.  

sábado, 6 de febrero de 2016

La nariz tapada, el humo en la tráquea, me desentiendo del mundo oyendo esas voces, fumando marihuana, no la de los Subterráneos sino la mía propia, sueño con esa tierra arenosa y suelta, sueño contigo tierra mía, pasar mis dedos por tus nubes, oliendo el temporal con la nariz tapada. Quiero meditar tus colinas y el verde de tus pinos, rezar las higueras acordándome del acorde que faltaba y sin embargo no pienso en nadie más cuando estoy contigo, o sin ti, o es que el no pensar se me está escapando.
Quizás sea plagio, quizás las vidas no se diferencian tanto como quisiéramos, los quijotes y los panchos, el olor de un jazmín y una gardenia no son más que manchas de hermosura, letras queridas, recuerdos en el museo de cera.

Porque todo me recuerda a ti y de ti me acuerdo poco.