viernes, 27 de mayo de 2011

Solo de armónica

¿Qué el tiempo pasa y es un bastardo? Qué carajo, bastardo tu qué lloras nada y fumas y tomas cristales afilados y todavía te sorprende que vuele y perdone tus estupideces dejándote vivir. Perdonándote una y otra vez por tocar el cielo, de ver claro, de disculpar fácil. Como disculpas tus acciones, tu poesía, tu inspiración, como pasas sin ton ni son, mirando hacia arriba y preguntando y escapando. Baja con nosotros los de abajo y abre los ojos, has desaparecer tu ignorancia arrogante y recoge tu mierda, muéstramela en una servilleta y despierta tus humos y sóplalos, erudito de etiquetas.
Mierda, te estoy hablando pestilente mugre. Agarra tus extremidades y repórtalas a las autoridades que desearan arrancártelas por quejón, por llorón y por tu deliciosa esquizofrenia selectiva. Sopla el aire y mézclalos en tu garganta hasta que del pus de tu boca resalten algunas palabras graves, difíciles de repetir y de escribir en un papel lleno de menospreciada pasión. Agarra tu alma tendida en una bandeja aplastada y retírala de mi cara sudorosa. Levántate del piso que me das pena, indecente. Súbete a mi camión y cuéntame hijo bastardo de la sociedad. ¿Te lavas todos los días? ¿Limpias el suburbio que te alberga? ¿Ves poesía apagada en las esquinas prostituidas? ¿Lloras tu desgracia y tus ojos te delatan?
Levántate te digo, hazme caso pequeño, no quieras ver la furia que se esconde. Sigue, cuéntame qué tal tu vida, abre el corazón despellejado de olvidos, saca las cenizas que te alimentan y riega mi insistencia con la llovizna del infeliz. Que tus ojos se humedezcan una y otra vez, que mi opinión se mantenga y acepte tus juramentos, te regale un fado de confianza, una noche de parques y amores. Levántate por favor, no tuve que haberte dicho eso, yo también fui joven sabes, yo también quise ser algo y alejarme del puerto al llegar el tsunami, yo también quise ayudar a los míos ante la déspota sociedad. Súbete al carro y manejemos hasta el dormido malecón, hasta el arrabal de esa mejilla, hasta el sur de cualquier estado, hasta la colina de cualquier montaña, los besos de cualquier boca y los sueños de ese carioca.
Si no puedes tendré que irme, sigues ahí en el piso y no me hablas ya. Ya solo tus ojos se comunican, sirven de legado a tu vida, se despiden, en tu funeral, de los que te visitan. Ellos dejan en buen lugar la belleza que tuviste y reflejados en el blanco mármol de la funeraria me recuerdan esa calle y esas jeringas. Ya me voy amigo, quizás solo fuiste un muerto más, quizás solo te vi de reojo, o te soñé en una misa, pero sigue ahí, intenta dormirte y sacude tus cartones. 

miércoles, 18 de mayo de 2011

Manifiesto de lo desigual

De asquerosos mosquetones inhalé el gas putrefacto de una ciudad en ruinas, de gente bien vestida y de bancos ladrones con garras abiertas tras logotipos flacuchos y delicados. Pudriéndonos descalzos sobre amarillos sauces de centenaria historia nos vimos mendigando migas de pan duro a gordos y bien olientes pastores corporativistas. Resoplando antes de entrar a pequeñas y mortuorias oficinas cuadradas, recogimos el valor para bajarnos los pantalones y rogar una prolongación de la pantomima, un aplazamiento de nuestra vida racional e insensata. Paseamos como cerdos idiotas ante tal falta de carisma y responsabilidad en vez de levantarnos en armas contra la más humilde muestra de liberalismo infecto y recoger las porquerías de nuestros intestinos para saltar de dos en dos los escalones manchados de rascacielos asesinos. Miramos a otro lado como las mismas moscas y compramos otro helado para convencernos que el dulce puede disuadirnos de quién somos y de dónde venimos. Vivimos sin saber que vivimos, pasamos con la mente bien en blanco sobre mantas engordadas, nos quejamos de basura inmunda mientras llenamos bolsas de nuestra propia vergüenza. Quemar a payasos con boinas rojas que osan ensuciar nuestros rejuvenecidos ideales y enardecer razones que no son suyas y que jamás les regalaremos. Escupamos sobre administraciones, pisemos la vida pública y seamos humanos y nada más, esforcémonos en masacrar todo rastro de civilización que queme nuestra humanidad. Brinquemos y fumemos, no dejemos de lado la vida para pensar en algo más, apoyemos al desabrigado y no pensemos en sucios tratos con diablos o dioses. Si no hacemos más que enturbiar nuestra existencia ¿quién nos salvará en el más allá? ¿Qué orgulloso patriarca ha de esperarnos con los brazos abiertos por ser mendigos de años de inutilidad?
Por favor… Mierda, si, mierda es la que respiramos y de la que no podemos desprendernos, de familias felices a radios de turno, en coches de turno y autopistas de turno. Muertes también de turno (sobre todo las muertes) y olvidando a cada uno de los nombres que se mueren para inflar periódicos e historiales de grandes empresas con suicidio en la cabeza. Vayamos a las plazas, mas de mil, más de tres mil, vayamos todos con la cabeza recta y rompamos con la histérica mueca de presidentes repugnantes que merecen un coscorrón o dos. Y de igual manera venzamos las mil historias que nos separan de la gloria y husmeemos sobre las tumbas de los grandes nombres para redimirnos de sus culpas. Bailemos sobre grandes cúpulas y recemos por olvidar y perdonar los años de desdicha que nos han hecho pasar, por olvidar el culto a ese maldito bastardo, por quemar los pelos teñidos y las sonrisas operadas por payasos universitarios con moral y sin sentir. Quememos este texto y quememos sus críticas, quememos el yo y el tú, el hombre importa, es lo único que importa. Hagámoslo saber.   


martes, 3 de mayo de 2011

Noches sin ti

Demasiado azúcar, bájale un poco chico. Me estropeas las encías, hechas de mordidas, me arrancas caries con tu boca desgarradora, de tu lengua no me acuerdo, solo que era dulce y trasparente, suave como un bosque de madrugada, como unas miradas que aguardan, como el café que me serviste… déjalo así mejor. No, ahora lo quiero así, azucarado, traspuesto a una noche mágica de besos y caricias, desplomado por vidas que no son mías, por cigarros desvaneciéndose en la oscuridad de mi cuarto y de mi alma. Una culpa enorme se esconde en mi pantalón, y quiere salir, quiere salir y devolverte esa sonrisa viciosa, esos labios carnosos que se abren al compás de mi entrepierna y dejan paso a la profundidad del secreto que me brindaste, a la buena droga que nos abrazó y nos llevó de la mano y nos apretó, y nos acunó y nos lamió la vida con apéndices de todos los tamaños, con alquitrán, con nicotina muerta y aplastada en nuestras bocas jadeantes y sedientas. No podía y no puedo hacer más que mirarla a través y recordar esas curvas, esas nalgas, esa calle cuando nos abrazamos, cuando nos tiramos y del moreno de tu cuerpo se despertó mi voluntad y sin pagar hice el amor y olvidé futuros y presentes y me agarré a un sueño con ella, contigo, con las calles vacías, con las calles con peatones. El humo siguió subiendo, siguió espantando espantos, reviviendo muertos en mi cabeza y besando tu cuerpo desnudo en mi cama y acariciando mi pena con tus manos de rezar… seguimos una y otra vez, aullando placer en una colcha barata, reclamando pasión en los rincones más desaparecidos del alma, subiendo por puentes de ninfómanas con bocas enormes, cayendo en picado por picaderos desconocidos, suplicando a dioses bajo altares que me regalen la flor y nata de la vida tatuada entre tus piernas, siendo arrastrados por arena y piedras hasta que la estrella más grande nos grite silencio de madrugada. De las fantasías apareciste y de mis manos resurgiste con pezones marcados por dientes afilados, nalgas apretadas en manos grandes y un pene deseando pasear por largas avenidas castellanas. Luces sangrientas revivieron una banda de gemidos tuyos y míos, gemidos que cansados por horas alejados que despertaron unas piernas dobladas y adelantadas que terminaron con la gran muerte de un dios innombrable, con el sol desvergonzado que aparece tras un par de nubes, solo eres tu Margherita, la que Remedió mi noche, la que reclamó mi paciencia y me ocultó la vida fuera de tus senos, solo fuiste tú Remedios, inocente, criatura divina, vida mía, que me despertaste de este sueño hermoso con dos grandes y dulces lágrimas que abandonaron el puerto de mis pecados, el puerto de los olores temibles de mi guarida, de mis días y de mis cigarros.