miércoles, 18 de mayo de 2011

Manifiesto de lo desigual

De asquerosos mosquetones inhalé el gas putrefacto de una ciudad en ruinas, de gente bien vestida y de bancos ladrones con garras abiertas tras logotipos flacuchos y delicados. Pudriéndonos descalzos sobre amarillos sauces de centenaria historia nos vimos mendigando migas de pan duro a gordos y bien olientes pastores corporativistas. Resoplando antes de entrar a pequeñas y mortuorias oficinas cuadradas, recogimos el valor para bajarnos los pantalones y rogar una prolongación de la pantomima, un aplazamiento de nuestra vida racional e insensata. Paseamos como cerdos idiotas ante tal falta de carisma y responsabilidad en vez de levantarnos en armas contra la más humilde muestra de liberalismo infecto y recoger las porquerías de nuestros intestinos para saltar de dos en dos los escalones manchados de rascacielos asesinos. Miramos a otro lado como las mismas moscas y compramos otro helado para convencernos que el dulce puede disuadirnos de quién somos y de dónde venimos. Vivimos sin saber que vivimos, pasamos con la mente bien en blanco sobre mantas engordadas, nos quejamos de basura inmunda mientras llenamos bolsas de nuestra propia vergüenza. Quemar a payasos con boinas rojas que osan ensuciar nuestros rejuvenecidos ideales y enardecer razones que no son suyas y que jamás les regalaremos. Escupamos sobre administraciones, pisemos la vida pública y seamos humanos y nada más, esforcémonos en masacrar todo rastro de civilización que queme nuestra humanidad. Brinquemos y fumemos, no dejemos de lado la vida para pensar en algo más, apoyemos al desabrigado y no pensemos en sucios tratos con diablos o dioses. Si no hacemos más que enturbiar nuestra existencia ¿quién nos salvará en el más allá? ¿Qué orgulloso patriarca ha de esperarnos con los brazos abiertos por ser mendigos de años de inutilidad?
Por favor… Mierda, si, mierda es la que respiramos y de la que no podemos desprendernos, de familias felices a radios de turno, en coches de turno y autopistas de turno. Muertes también de turno (sobre todo las muertes) y olvidando a cada uno de los nombres que se mueren para inflar periódicos e historiales de grandes empresas con suicidio en la cabeza. Vayamos a las plazas, mas de mil, más de tres mil, vayamos todos con la cabeza recta y rompamos con la histérica mueca de presidentes repugnantes que merecen un coscorrón o dos. Y de igual manera venzamos las mil historias que nos separan de la gloria y husmeemos sobre las tumbas de los grandes nombres para redimirnos de sus culpas. Bailemos sobre grandes cúpulas y recemos por olvidar y perdonar los años de desdicha que nos han hecho pasar, por olvidar el culto a ese maldito bastardo, por quemar los pelos teñidos y las sonrisas operadas por payasos universitarios con moral y sin sentir. Quememos este texto y quememos sus críticas, quememos el yo y el tú, el hombre importa, es lo único que importa. Hagámoslo saber.   


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