martes, 3 de mayo de 2011

Noches sin ti

Demasiado azúcar, bájale un poco chico. Me estropeas las encías, hechas de mordidas, me arrancas caries con tu boca desgarradora, de tu lengua no me acuerdo, solo que era dulce y trasparente, suave como un bosque de madrugada, como unas miradas que aguardan, como el café que me serviste… déjalo así mejor. No, ahora lo quiero así, azucarado, traspuesto a una noche mágica de besos y caricias, desplomado por vidas que no son mías, por cigarros desvaneciéndose en la oscuridad de mi cuarto y de mi alma. Una culpa enorme se esconde en mi pantalón, y quiere salir, quiere salir y devolverte esa sonrisa viciosa, esos labios carnosos que se abren al compás de mi entrepierna y dejan paso a la profundidad del secreto que me brindaste, a la buena droga que nos abrazó y nos llevó de la mano y nos apretó, y nos acunó y nos lamió la vida con apéndices de todos los tamaños, con alquitrán, con nicotina muerta y aplastada en nuestras bocas jadeantes y sedientas. No podía y no puedo hacer más que mirarla a través y recordar esas curvas, esas nalgas, esa calle cuando nos abrazamos, cuando nos tiramos y del moreno de tu cuerpo se despertó mi voluntad y sin pagar hice el amor y olvidé futuros y presentes y me agarré a un sueño con ella, contigo, con las calles vacías, con las calles con peatones. El humo siguió subiendo, siguió espantando espantos, reviviendo muertos en mi cabeza y besando tu cuerpo desnudo en mi cama y acariciando mi pena con tus manos de rezar… seguimos una y otra vez, aullando placer en una colcha barata, reclamando pasión en los rincones más desaparecidos del alma, subiendo por puentes de ninfómanas con bocas enormes, cayendo en picado por picaderos desconocidos, suplicando a dioses bajo altares que me regalen la flor y nata de la vida tatuada entre tus piernas, siendo arrastrados por arena y piedras hasta que la estrella más grande nos grite silencio de madrugada. De las fantasías apareciste y de mis manos resurgiste con pezones marcados por dientes afilados, nalgas apretadas en manos grandes y un pene deseando pasear por largas avenidas castellanas. Luces sangrientas revivieron una banda de gemidos tuyos y míos, gemidos que cansados por horas alejados que despertaron unas piernas dobladas y adelantadas que terminaron con la gran muerte de un dios innombrable, con el sol desvergonzado que aparece tras un par de nubes, solo eres tu Margherita, la que Remedió mi noche, la que reclamó mi paciencia y me ocultó la vida fuera de tus senos, solo fuiste tú Remedios, inocente, criatura divina, vida mía, que me despertaste de este sueño hermoso con dos grandes y dulces lágrimas que abandonaron el puerto de mis pecados, el puerto de los olores temibles de mi guarida, de mis días y de mis cigarros.  

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