domingo, 28 de diciembre de 2014

Tus besos son como álamos inmersos en el mar de mi barba,
que cavan con cuidadoso amor las raíces en mis ojos.
Son cómo águilas que espantadas baten sus alas con estrepitosa fuerza,
 y de su viento me llega tu olor a Dios.
Son como los minutos que paso antes de levantarme,
sin ver pero tocando, tu silueta entre el calor.

Tus besos son las llamas del cielo ruidoso que margina mis miedos,
el ave fénix ahorcado por la pureza de sus plumas,
la tórtola  suicida que no tiene tus ojos,
la nota que falta en la canción para ella.

Son los minutos que siempre faltan en el calendario,
el instante en que se para y grita, aturdido, el mundo.  

Son tesoros, tus besos, tesoros inauditos, puros y únicos,
son la bondad de la Virgen y el pecado de tus carnes.
No cabría en mi vida dicha que por tus labios no pasase,
no cabría en mi vida dicha que sin tu nombre se guiase.

domingo, 14 de diciembre de 2014

Tus ojos en directo

Las ideas desaparecen en el huequito de la memoria que no tengo impresa en las retinas. Son un deseo de grandeza humilladas tras cajas y cajas de cigarros. Son cafés sobre mesas grasosas y de gusto agrio en una ciudad sucia y vieja. Y lo que el canto del profesor y su sirena decía entre rimas, no es más que la esperanza de ver coletear en la orilla, casi extinta, la cola enorme y brillante ahogando sus últimos suspiros. No fue Ulises el que amarrado logró escuchar, sino mis sueños que sin amarre avanzan moribundos hacia las rocas en que yacen, expectantes, con los dientes afilados, mis pecados.

Y me llama la nebulosa del cigarro casi filosófico, que intenta arrastrarme al abismo sin casi resistencia, perdiéndome en las ideas y viviendo el ajetreo diurno de las manchas en la piel y del chocolate sin cacao ni sexo. Me pregunto qué será de tus huesos y la respuesta llega como un puño en la nuca, Orfeo me responde sin piedad, me manda a la mierda con un ida y vuelta y a la vuelta me espera esperando que espere algo más. Y me derrito entre mi brazo y las cuerdas que sin tocarlas suenan. Me derrito de vergüenza por haber aguantado tanto, por desperdiciar mi locura con locos perdidos en la locura de otros y no en la suya. La incomprensión es el mayor regalo, el tartamudeo una muestra de alma perdida y de un rayo azul oscuro que todavía ciñe sus puntas hacia donde nos encontramos. Hábiles hemos de esquivar las diatribas que el dios del desengaño nos lanza desde su monte empinado y si nos alcanza, tener la humildad de aceptarla y venerarla para así, de una vez por todas, deshacernos de los colores de la verdad.