Escucho, veo, palpo tus
ojos clavados en mi figura, que se desvanece, que desaparece al son
de las vibraciones de la verdad cabalgando hacia mí con tu ropa y perfume. Si,
las hojas siguen cayendo en este otoño sin rival, de la extrañeza de la humedad
profanando la tierra, las miradas de odio luchando por cicatrizar. Algo así
como el día que la conocí. Y te lo cuento a ti, porque llevo tiempo contándote
todo, bueno, casi todo.
No recordaba una sonrisa
tan pura, palabras con gracia escapándose y cayendo inevitablemente en la tela
araña, no recordaba preocuparme tanto por saber de alguien, olfato, intuición,
alcohol, llamado a voluntad según quien.
Y no sé si escapar o no,
no sé si salvarme ya o seguir engordando méritos, no sé si seguir o dejar que todo haya sido un mal sueño. Pero tampoco sé si fumarme otro cigarro o si
me como algo o aguanto por el tipo. No me fiaría de la perspectiva.
Pero volviendo a ella.
Pelo liso recostándose en sus hombros, pidiendo permiso para posar ante el
pintor de la desnudez y colocando sus curvas en sillones de terciopelo. Rompe
sus labios en la ola enorme que crea su lengua, les da brillo, los pule
cerrando ligeramente los ojos y haciendo que sus pestañas se besen. Toda esa ópera
de belleza siempre protagonizada por un telón rojo en cada mejilla y que aparece
cuando mi mirada quema más, cuando por dentro se bombea más y con más ganas.
Algo así vi, algo así me
toco el hombro el otro día y me supe feliz un instante. Pero bueno, puede que
nada sea verdad, que sea una hoja y mucha imaginación, quizás un calentón.
Hoy la ventana ya está
cerrada. El frío enmudece a veces.
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