sábado, 10 de noviembre de 2012

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Siempre recordaré ese día. Guillen se levantó a las 6 de la tarde, yo seguía durmiendo la mona, King Kong, Gozzilla o lo que fuese que me había metido al cuerpo la noche y mañana anterior. Puso alguna especie de canción a lo Journey playero y español y se sirvió un desayuno, sol y sombra como lo llamaba, que consistía en un whisky doble con coca cola, una tostada con aspiraciones africanas, y un cigarro gordo, muy gordo, con mucha lechuga. Siempre ha sido muy vegetariano para fumar.
Imposible no oler ese hermoso y perfumado desayuno navideño, me desperté y en mi cocina saltaba y gritaba él. Todo iba bien, nada o nadie podría echar abajo tal felicidad, amaneció en un techo y con comida, esos ojos desorbitados por el entusiasmo desmedido, de la falta de aspiraciones  dirían algunos, para mí era la vida misma que desbordaba. Pero que sabe un tío como yo… sin trabajo pero subsidiado por la vida. 

Me vi de buen humor, parecíamos una película setentera de bajo presupuesto protagonizada por Cheech y Chong, la lechuga olía a vida y el reloj nos hacía felices. Evitando puñetazos pasamos la noche anterior, entre miles y miles de caderas juguetonas a las que sobabamos y nos sobaban, respondían al eco de mis envites, suplicaban con los ojos y nosotros perdimos la visión, la recuperamos, conocimos a dos tiernas muchachas de piernas sin estrías y como fallamos al intentar mostrarles la tapicería de mi casa. Las estrellas se pusieron todas de acuerdo y desaparecieron en la mañana escarchada en que la bebida corría a cuenta de mi amigo y de las latas que recogió, vaya usted a saber donde. 

Lo sorprendente de toda esta historia, señores míos, no fue nuestra capacidad de ingerir ni de engañarnos, ni siquiera las tarimas que conquistamos, nada se iguala al hecho de escuchar la misma canción la tarde siguiente, oler el porro y beberse grande y triunfal el primer trago del whisky de Guillen al abrir los ojos. Así lo recuerdo yo al menos.

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