La campana ya no se oye, sólo se oyen los pasos incansables,
el ruido de los palos contra las piedras del camino, y tu respiración al principio
de la procesión. Está oscuro porque la tristeza nubló el cielo y lo pintó con la sutileza del magenta y amarillo, la del
negro que llevas puesto. Se escuchan algunas gotas que ya no distingo, a lo
lejos la lucha mundana y el dolor causado por la depresión de cuando aún vivías.
Suena el sostén deshidratado, el himen pletórico de la humanidad...todo en la marcha
fúnebre, todo en el hilo de la vida.
Ya no se oyen sino a los mosquitos picando y saciándose de
los que aún vivimos, ahora huele todo el paseo, ahora el jazmín se une al
azahar de tu cuerpo y a la humedad que besa la arena por primera vez en meses.
El convoy silencioso me calma, tu soledad, que ahora ya no lo es tanto, ahora
se me aparece con claridad. La soledad de tu vida brilla más que nunca con tu muerte,
si, esa que es un poco la mía , el olvido, el poder que te deja
sobrevivir, seguir vivo.
Te voy a echar de menos, pienso, luego, recuerdo. Siento
como mi nariz se llena de polen, pero no es polen, es tu perfume que me posee,
siento la nariz hinchada y deseo abrazarte,
pero aún se me olvida que ya no estás, o ya no estarás, todavía no me
entero.
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