Mentirse es inútil, las cámaras
no están, no hay nadie, o eso a veces parece. Parece por el vacío de algunas
noches, de algunas pesadillas recurrentes, de esos pedazos del alma que ya no
volverán. Veo y siento la música perdiéndose tras el teclado. Es un personaje que asoma delicada
la cabeza por el barranco, en el desierto. Sonríe, está feliz, insultantemente
feliz. Ha visto a Dios, Dios lo ha visto a él.
No hay nada, todo es
mentira, no hay palabras, ni memoria, todo está mal y lo leo, y lo veo. Siento
las letras como terciopelo en tu cuello, claro, como el alba misma, suave, como
el lecho del ciervo.
El renacer de las
cenizas, la vuelta a la vida peloteando entre orgullo y prejuicio, pedaleando
en el Retiro para mantener las caderas en sus sitios, robando las miradas
tristes y rogando que una me anime. Como tú, como la tuya.
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