miércoles, 24 de agosto de 2011

Voz nocturno


El cigarro me llama desde el borde de la mesa, me pide desesperado ocultar de una vez la vergüenza de ser el último fumado. Siente el gran dolor de ser el único en una caja demasiado grande para él solo, demasiado solitaria para pasar la noche en ella. Lo escucho, es el último, después de él no hay nada. Son dos, quizás tres minutos los que le regalo y me regala, en los que no estoy solo ya, en los que mi garganta grita y mi cerebro goza. Son minutos apasionados con un tenor aliñado a mis dedos. Son minutos que me matan dándome vida profunda y apasionada, acercándome al cielo olor de cera. Eres el último y ya te quemas entre mis dedos haciendo caso omiso a mis palabras. Burbujeante tiemblas en mis labios y en cada jalo disfrutas de tu bello anaranjado. Paseas de mano en mano y diriges la balada de tos mientras tu ceniza intenta saltar de una vez por todas y explotar contra el escritorio en un inmenso e imperceptible “plaf”. Te consumes rápido amigo mío, eres finito y por eso cada segundo contigo es un mágico delirio, es una tierna odisea, es la guerra y el regreso a casa, cabizbajo, tembloroso por las noches, paranoico. Tu muerte se anuncia en mis dedos, el calor de los últimos soplos de vida se manifiestan, ya no hay letras ni el peligro de que tu ceniza deslice de entre mis dedos. Te despides pensativo como naciste, tu tumba está regada por tu cuerpo incendiado en el cenicero, te vas entero, como llegaste. El paquete permanece vacío, totalmente inútil. Sus amenazas no me asustan, solo me asusta el vacío que lo llena.
Ahora sólo queda el umbral de tu memoria esparcido por mi cuarto ahumado, el olor en mis dedos impreso, mi boca seca por la falta de tus besos, el carrasqueo odioso que es mi voz nocturna.      

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