miércoles, 10 de agosto de 2011

Eres la turbia velocidad del humo que raspado y rezagado huye como rítmico por el escape de mi garganta bailarina. Cantas, aturdida, para rehacer las noches que pretendidas o pretenciosas colmaron de alfileres mi corazón colapsado por ese son. Tu falso nombre es amor y mi falso amor se hace llamar por tu nombre. Las horas aplastadas me enseñaron a chapotear, a ahogar en unas teclas, las estrellas animadas por falta de curiosidad, las medias lunas mal pintadas, las imágenes quemadas e interrumpidas en mi memoria traviesa.
De entre tus horrendas historias imaginé, callado, las morbosas crónicas de tu sábana, la terrible gozadera de tus besos insulsos, de mi desvergonzada presencia en camas ajenas. Me enseñaste a callar mi descuido, mi desinterés mordaz, mi maullada presencia, haciendo interesadamente de ti, un títere en lencería cara, unos labios robustos, una figura que viciosa me maltrata. Lograste que más mal que bien mis ojos no llorasen al ver tu bronceada cadera despidiéndose de mi mirada caída. Lloraste mi defecto y creaste el escudo al arte de amar, a Ovidio y a Prestigio colgados en ramas de cambur. Lamiste el suelo por fantasiosa, lamiste la suave humedad de mis parpados, el retal de aventuras en un rio de arena y la deliciosa maldad de lo barato de mi vida.
Soy romántico de tu obra, ronco de tu belleza y rudo del círculo de tu pecho. La herida grita asomándose por la empinada ventana del recuerdo ingrato de ese beso. Curando a su prole, drogada y puerca, seca sus mocos llorosos en una camisa escolar.    

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