Cinco luces y un platanal, bebiendo y tomando, escarbando entre ron y alma las pepas brillantes de mi ciudad. Aterradora, devoradora, cruel mercenaria de caprichosa hermosura. Sopla el viento sobre el intolerante ser, sopla deshuesado sobre la pared infranqueable. Quemas y humillas, deshumanizada figura, caminos camuflados del dolor histórico en una nación abierta al rojo vivo cuya gran vida se diluyó y diluye sobre un jugo de guanábana aguado.
Responde silenciosa a mis amenazas, reinterpreta mis quejas y palabras de dolor.
Callado de muerte salvaje. Salvajes somos y salvajes pereceremos.
Liturgia amarga, cepa ambigua de neblina y oro. Escondida tras el Ávila, temerosa, protege la violencia y desde arriba se olvida. Masa grumosa, néctar pesado, gran varón venezolano de días contados.
Protege y ahuyenta el dolor de tu cara y a santos indefensos en una corte asesina de brujería altruista y miradas intensas. Engorda la máquina de café y subraya los tiros que en el fondo son vidas perdidas.
La neblina ya es Caracas, la neblina enturbia la vista y aclara el alma mansa sobre nidos de rocío, sobre puntos cansados a lo lejos ocultos.
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