domingo, 6 de marzo de 2011

Aplastando grietas

Ahora que no sé nada, ahora que el tiempo parece infinito y los recursos innecesarios, ahora es cuando poco a poco me voy corrigiendo, se me va corrigiendo. Los pequeños fallos se van pagando, con tranquilidad pero infalibles. Ella me corrige con cariño, todavía soy uno más que orientar, voy por buen camino. Pequeños jalones de oreja, nada más. También he de decir que no me desvío mucho de la calle, sigo los pasos normales aunque a veces dudo. A veces veo claro que la calle esta torcida, que el asfalto tiene rajas, grietas profundas que pueden abrirse y dejarme caer al vacío más amplio y terrorífico. Tiene grandes imperfectos y el desagüe no es bueno, el agua se filtra en las grietitas y le da vida a pequeñas plantitas, a un musgo verde y acolchado, a pequeños insectos que se alimentan y se esconden tras esa vegetación indeseada. Aparece vida revolucionaria en esta calle que me obliga a seguir caminando, que me prohíbe los descansos en Islava, me prohíbe los baños en grandes lagos y pequeños ríos rodeados de canónigos y hermosas jóvenes tomando el sol. Así que sigo, los pies hinchados y morados, con profundas ampollas que me llegan al alma claramente soleada. En esos momentos echo la vista al suelo y admiro como me llaman los insectos y me agacho para escucharlos mejor, repito sus versos y veo sus cuadros, lloro cuando se esconden. Toco el musgo que acaricia las puntas de mis dedos, modela a su antojo mis huellas dactilares y las pinta de colores paradisiacos. Les sopla melodías que suben por mis venas y con un gran suspiro llegan a mi corazón que no puede hacer otra cosa más que relajarse y sentarse en el asfalto que más y más se va calentando y quemando mi culo aplastado por el peso de una vida. Todo está claro, aparecen animales por los bordes de la carretera, las plantas crecen a mí alrededor y la gente pasa encima de mí y me rodea impaciente con miradas llenas de ira. Me empujan y escupen sus insultos, me multan y me maltratan pero yo no los escucho. Mis oídos se hicieron amigos de un escarabajo llamado Roberto, de la arañita Simone, del gusano Federico y de una Cigarra, John. Solo tengo que recostarme boca abajo y ver sus vidas, ver como tejen canciones y hermosos poemas, ver, cuando cae la noche, como se despiertan y cazan pequeños mosquitos o mastican tiernamente el musgo que les da cobijo. Maravilloso mundo paralelo aplastado por la muchedumbre que solo los deja respirar por la noche, cuando el frío aparece y la sociedad deja paso a la barbarie del arte. Ahí se disputa mi alma, ahí se ofende y respira hondo a la vez. Ahí desaparecen las turbulencias de los policías y aparecen los ladrones, se ocultan los políticos y dejan paso a poetisas que juegan al escondite. El cielo se estrella y se oxigenan las vidas ocultas, como la de Federico o Roberto. Y yo intento meterme en las grietas, pero soy tosco y demasiado grande. Ellos me animan. Pero no puedo y el tiempo se me acaba. Meto primero los dedos de la mano pero los pulgares se quedan afuera. Cuando los primeros pájaros hacen sonar mis alarmas, entonces me levanto, me despido de mi pequeña grieta y de sus maravillosos personajes y me voy, pisándola, a seguir mi camino. Y creo que maté a Federico, no lo sé, no miré atrás, pero oí su voz y su caparazón rompiéndose bajo mis zapatos de marca asesina, bajo el peso de mi miseria y de mis celos. Y caminé con más fuerza y fui premiado, fui recibiendo premios en las siguientes etapas y empujé y pisoteé a los que miraban las grietas, quité el musgo y asfalté kilómetros de la calle. Mi mirada a veces caía hacia abajo pero el sol abrasador se reflejaba en el gris de la calle y mostraba mi vida. Entonces seguía, seguía olvidando a Simone y a John, olvidando sus versos y sus cantos, olvidando que asesiné a Federico y que Roberto ya no me decía nada. Las grietas se fueron cerrando una a una y ella me alentaba a seguir empujando y aplastando a los que se me interpusieran con castigos ejemplares.     

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