La vida es una larga y
angustiosa nota de suicidio que a veces se ejecuta, otras veces no. Escribimos
nuestros males en este papel reseco, los
guardamos en pequeños cajones junto a millones de sueños y dolores y lo
cerramos con una minúscula llave de azúcar y puerro que deslizamos por el
bajante de nuestra conciencia y escondemos del alma para no llorar ante cada
reflejo de nuestra inusitada existencia. Todas nuestras sutilezas vagan por el
roble del cajón sin dejarnos ver su color marrón, nuestras mentiras, las historias, la envidia, la melancolía, los
miedos, la incertidumbre, el futuro y el pasado, los amores, las obligaciones,
los tatuajes indelebles, la muerte, la soledad rocosa que embobados aceptamos,
las lágrimas, las miradas verdaderas, los estereotipos, los pezones y culos y
penes y coños y pelos que sobresalen de las camisas arrugadas y molestan al pronunciarlos.
Somos esos exámenes a los
que no vamos, los que confirman nuestra estupidez y los que sin quererlo la
desmienten, los besos que nos hacen adúlteros, los que siendo románticos no son
menos inconsistentes que un cuento yankee o que los poros de una adolescente. Nuestra
moral que llora a cada paso y que es nuestra inconsciencia barriendo la
dignidad de estar vivos, de respirar profundamente, de bailar al ritmo de tres
tambores y sudar como un perro en una orgía que bien podría ser la más hermosa
de las misas.
Somos los granitos de
piel que quedaron tras un accidente, desgarrados entre el parachoques y el
cielo, los gritos de madres con velo que tiemblan al sentir a los dioses bajando en busca de un alma, el terrible
sonido de dos ojos que se cierran y dejan caer la maravillosa muestra de vida
en forma de bellota cristalina, la tierra húmeda, la seca que sacudimos tras
embarrarnos junto a ella, la falta de aire, la falta de amor, de vida, de un
guía allá arriba, de sexo, de gritos apasionados en un bar gay, en un bar hetero,
en mi casa que no es mía, en la vida bajo un puente, en las miradas esquivas en
las esquinas de los países de mierda, en los perros retrasados que tanto quiero,
en las ganas de vivir que a veces nos faltan, en todo lo que me cago, abrazándolo
todo en una única y resplandeciente verdad, estamos vivos y no lo sabemos, y no
queremos saberlo.
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