sábado, 31 de diciembre de 2011

La vida de Aman Ray


Aman Ray recogió su vieja gabardina y se dirigió hasta la puerta con aire resuelto y el pelo desbocado. Se apoyó al recuadro, miró lentamente hacia atrás y replicó firmemente:
-Los cabrones como tu mueren en cunetas y enterrados en maleteros.
Y de un portazo se despidió de él y de mi.
Aman Ray no llegó a la salida y fue asesinado y enterrado en un maletero adelantándose a su profecía. Y aquí llegamos a nuestra historia,  la persona que asesinó a Aman Ray era Coco Chanel, eso es señores, porque antes de dedicarse a la moda era la matona de un tal Al Papino y además soñaba con hacerle cosquillas y con una casita pequeña en la bahía de Guantánamo. 
Esta faceta de su vida nunca fue tratada, ni en películas, ni en biografías, ni en la boca de mendigos. Su paso por los bajos fondos fue muy efímero pero las palomas parisinas volaban espantadas al verla pasar con un revolver bajo sus sombreros (siempre llevaba 3, decía que así se protegería mejor si en una mudanza algún piano de cola caía sin piedad hacia ella).
Pero no deberíamos hablar tanto de Coco Chanel, porque de nuevo no va a ser ella la que marque estos minutos de su no tan valioso tiempo. De hecho no sé porque empecé a hablar de Coco, será por nostalgias de mi país, “x”, volviendo a Aman Ray y a su atropellada vida.
Nació en un Día Lluvioso pequeña localidad de la preciosa y desconocida (por lo menos para mí) ciudad de Seattle. Vivía en una casita a 30 minutos de la cuidad que poseía lo que todo psicópata nórdico deseaba, tejas rojas y radiantes, chimenea de piedra, ventanas con móviles extravagantes, pluralidad de cerámicas en todo el interior de la casa, jardines dignos de Louis XIV,  y 19 enanitos esparcidos por éste que atormentaron su niñez y parte de su adolescencia. En su niñez sentía fobia hacia estos bichitos malignos que parecían tomar vida por las noches, pero ya en su adolescencia se enamoró locamente de uno de ellos que hacía llamar Bernarda en honor a su autor favorito inglés.
Sus padres lo educaron bajo la más estricta negligencia y a la edad de 18 años lo mandaron a un internado en una pequeña localidad danesa en la que fabricaban las mejores galletas de mantequilla que Aman había probado jamás (más adelante, en unas vacaciones en Hungría probaría unas mejores, cocinadas por una polaca llamada Sra. Wusciclaw). El joven Ray pasó unos años de gran soledad y amargura lejos de Bernarda y empezó a coquetear con otros chicos del internado, lo que le valió soberanas reprimendas de la cocinera del lugar que era abiertamente homófoba y poseía un dominio increíble del rodillo austríaco también llamado “aurrrstriaaaaaaco rrrrrrodillooooo” por alemanes con graves discapacidades de habla.
El caso es que una vez graduado a los 26 años, decidió volver a Seattle y dedicarse a su verdadera vocación, escribir. El año siguiente terminó de escribir su primera novela la cual tildaron de “gran basura navideña”, “peor que un guantazo dormido” y “de la octava maravilla mundial” por un grupo de intelectuales parisinos que dos años después se suicidaron todos en grupo en lo que fue sin duda alguna su obra maestra.  Desolado por tan fría acogida de su novela decidió dedicarse a su segunda gran pasión y a su tercera, por si la anterior fracasaba. El cine y las mujeres, ya que en un viaje a España, Lorca le dio su primer beso y éste dice haber vomitado las patatas al alioli de aquél bar y se declaró pese a él, heterosexual. Tras enviarle una grosera felicitación navideña a su antigua cocinera irlandesa, empezó a escribir su primer guión cinematográfico que fue recibido con gran entusiasmo por los críticos de cine porno de los años 30 y posteriores. Una vez rodado “Los pecados de los pequeños enanitos de jardín y Bernarda” su vida se colapsó de cartas de aficionados y detractores de la entonces industria adulta. Ganó algo de dinero con el que financió su segunda película, “Una princesa en Nueva York” que además de horriblemente aburrida, no tenía ningún desnudo significativo. Perdió el dinero y el cariño de sus fans y se fue a vivir de nuevo con sus padres que después de ver su primera película habían quemado y enterrado (en una emotiva ceremonia en la que se reunieron todos los habitantes de Día Lluvioso) a sus enanitos de jardín. Al llegar y ver el panorama de su antigua morada entró en una gran depresión que solo pudo superar, años después, al conocer a Lupina, una inmigrante boliviana que no hablaba ni papa de inglés y que asentía a sus acotaciones con una dulzura y cariño nunca vistos por Aman. Ahí empezó su tercera vocación, las mujeres.
Una vez Lupina aprendió a hablar inglés, se marchó con el padre de Aman dejando a éste de nuevo deprimido y a su madre religiosamente contenta. Ésta empezó a frecuentar bares de mala muerte y a llevarse a casa a los capos de las mafias más sangrientas de Seattle. Uno de ellos había matado una golondrina con un palo caído y no lloró hasta 4 horas más tarde, cuando el espíritu de esta se le apareció mientras pasaba el rato en el baño. Así Aman tuvo sus primeros contactos, a la edad de 33 años, con el crimen organizado y el tráfico de estatuillas de indios amazónicos. Pero de momento siguió buscando y buscando la mujer que colmaría su vacío y quisiese casarse con él pese a todo. En vez de ello conoció a Billy Ramm, un ex golfista amateur que fue expulsado de su club de golf al cavar una fosa en el hoyo 15 y construir 4 chalets adosados que luego vendió por doscientos mil dólares a los abuelos de Donald Trump.
Éste fue una gran fuente de inspiración para Aman, cada vez que recaía en su depresión éste lo animaba con su pronunciación incorrecta de eructo, que decía molusco. Salían todos los días por los bares de la ciudad hasta que decidieron irse juntos a Nueva York y empezar una nueva vida vendiendo perros calientes en frente de un puesto de perros calientes en Central Park. Al ser apaleados por una banda persa de venta al por menor de salchichas, empezaron a trabajar en el Yankee Stadium vendiendo casquería diversa, desde patas, callos, morros, orejas, etc… El negocio iba mal, dos tejanos les abrieron la cabeza al rehusarse estos a devolverles el dinero por unas patitas de cordero poco hechas. Pero fue ahí donde conoció a Beatriz. Esta joven aristócrata Española vivía desde hacía 2 años en Nueva York y se enamoró del morro al ajillo que preparaba Aman todos los días. Empezó a ir a todos los partidos de los Yankees pese a su gran odio por este deporte al que tachaba de sopífero, machista y para gordos escupidores. Aman confesó más adelante en su biografía nunca publicada (por falta de biógrafo) que esa fue una de las razones por las que se enamoró de ella, además de parecer un torero con vestido (uno de sus sueños homosexuales).  Así empezó su relación. Ya nada podía frenar el desenfreno amoroso que vivían estos dos, hacían el amor a todas horas y en todas partes. Ella lo obligaba a desvestirse y ponerse dos limones en el lugar de los pezones y un pomelo cubriéndole el pene. Esto a él le irritaba mucho, pero aún así no se atrevía a contradecir a una española. Una vez lo hizo y a partir de ahí todo el mundo lo empezó a llamar cabeza de paellera. Así pasaron su 36 y 37 cumpleaños hasta que un día Bobby lo encontró atado a la caldera de gas y se lo llevó en un barco a España.
Allí se fueron directamente a Madrid en donde la casquería era casi una religión. Empezaron ambos la escuela superior de cocina madrileña en donde se hicieron grandes amigos de su profesor, Paco Bogavant Gracia Ferró. Este catalán había viajado por todo el mundo hasta que en el Tíbet halló la mejor manera de hacer los callos a la madrileña. 10 gramos más de tomillo. Al volver a Madrid inauguró su propio restaurant en la calle Quevedo y en seguida revolucionó este tipo de comida. Al conocer a estos se vio rápidamente identificado por la cicatriz de paellera y supo que Beatriz había apaleado a Aman. Les enseñó todo lo que sabía y 3 años más tarde los dos amigos volvieron a Seattle y montaron, con la ayuda de algunos amantes de la anciana madre (que aún causaba furor en la ciudad), un precioso restaurant Español que llamarón “Beatriz Zorra” pero que por la presión política tuvieron que llamar “Beatriz Animal de Compañía”. Les fue bien y saldaron sus deudas con la mafia y vivieron juntos en un gran apartamento hasta que Bobby se casó con una neoyorkina a la que Aman odiaba. Se tuvo que ir del apartamento y de nuevo con el dinero de la mafia se compró una palacete de 1 millón de dólares. A los 2 años la mafia le pisaba los talones y con 53 años su única salida fue ingresar en el mundo del hampa.
Aquí llegamos al último capítulo de la vida de Aman Ray, un capítulo que se diluyó en los últimos 10 años de su vida, a lo mejor los más estresantes e interesantes en la vida de este hombrecito de bigote fino y cara de paellera. Se reunían todos los días en el cabaret de Al Papino o como lo llamaba su hija, Al Papito. Ahí se encontraban todas las estrellas del submundo, desde Jacqueline Fierro, mujer de diversos hombres con una habilidad increíble para fumar con boquillas infinitas y por las orejas hasta Johnny “el cuchara”, llamado así por la forma en que comía el yogur  con la cuchara al revés. Estaba el joven Peter Peterssen, el inmigrante noruego más duro de la ciudad, podía partir nueces con sus orificios nasales, el gran “Chapusclo” que sobresalía por ser el único en haberse leído Mark Twain traducido al alemán antiguo y por supuesto Casimiro Legrand que dominaba todos los puestos de churro de la ciudad. Se sentaban siempre en la misma mesa encabezada por Al Papino y escuchaban gran variedad de músicos de Jazz que traían especialmente de Nueva Orleans, Chicago y Nueva York con promesas de la mejor pasta al pesto, aunque solo les daban una buena bolognesa. Fumaban todos bajo las lamparitas anaranjadas que flotaban desde el techo y que alumbraban las copas y las cartas de los ahí presentes pero obscureciendo sus caras, lo que creaba gran confusión al no saber quien hablaba. Al Papino tuvo que establecer como regla que todos debían agacharse al momento de hablar y esto ocasionó más de un golpe entre cabezas. Salían tarde y completamente borrachos y se dirigían con 3 o 4 mujeres hasta sus casitas con jardín de bromelias.
Aman se sentía bien, tenía poder, chicas y una pistolita de aire comprimido que una vez espanto a un perro grosero cerca de la licorería del tío Jam. Poco a poco, robo tras robo, extorsión tras extorsión, fue pagando su deuda ante la organización y fue ganando galones atropelladamente. El jefe lo quería como a un hijo pese a que su madre llevase un par de años muerta y no dudaba en recomendarlo para las misiones más sencillas y siempre le daba algún caramelo si la misión llegaba a buen fin. Esto suplía los muchos años de negligencia que había vivido de pequeño y volaba en un mar de felicidad cada vez que Al metía su mano en el bolsillo, aunque fuese para sacarse un cigarrillo o las llaves. El tiempo fue pasando y Aman se convirtió en la mano derecha del gran capo de Seattle, todos lo respetaban y temían, caminaba por el medio de las aceras y la gente se retorcía de miedo al verlo. Tenía a las mujeres que deseaba, el dinero que deseaba, el poder que deseaba. Pero llegó el buen día en que Al Papino, enfermo y en sus últimos días, le delegó el poder en una reunión con los capos de las otras mafias. Todos lo felicitaron, en su grupo se quitaron el  sombrero al verlo, Coco se quitó los tres que llevaba.  Se sentó presidiendo por primera vez. La silla se rompió dejándolo caer ante las carcajadas de todos. Su furia fue enorme, cogió a Peterssen y le apuntó con la pistolita en el ojo y gritó “¿Quién ríe ahora noruego cabrón?”. No sentó muy bien en el grupo y Peterssen lo denunció a las autoridades laborales alegando discriminación por razón de origen.
A la siguiente cumbre entre capos logró negociar a su favor el monopolio de restaurantes indios de la ciudad (eran sólo 2 y en uno hacían el pollo al curry con demasiadas uvas pasas entonces no iba nadie), en vez de la droga, la prostitución y los contactos políticos. Al llegar de nuevo a su restaurant con la gran noticia y con una sonrisa enorme en la cara fue convocado de inmediato a casa de Al Papino. Tenía ya 64 años. Tumbado en la cama tuvieron ésta conversación:
-Aman, ¿te quedaste con los restaurantes indios?
-Si jefe, me costó pero al final me los dejaron a dos mil dólares, una ganga.
-Aman, eres un estúpido-dijo débilmente.
-Pero Al ¡esto será una bomba en algunos años, todo el mundo querrá ser dueño de uno, querrá comer en uno, habrá una gran población india en el mundo.
-Eres muy, muy estúpido.
-Ya verás que ganaremos a largo plazo, las drogas no tienen futuro, las mujeres están muy vistas y lo hacen gratis, además acabaremos en una sociedad autorregulada por el pueblo, a los políticos le quedan dos primaveras ¡¿para qué sobornarlos!?
-De verdad, piénsalo, eres demasiado estúpido. Tardaremos años en recuperar la supremacía entre las bandas y ¡tú te vas a atragantar con arroz al curry! He decidido nombrar a Peterssen mi sucesor y así además nos quita la denuncia. Estas fuera Aman y ten mucho cuidado que Peter te tiene ganas.  
-Lo mataré, siempre quise matarlo, y a ti también te mataré Al.
-Anda vete y no digas tonterías, que por lo que yo sé estas más muerto tu que yo. 
- Los cabrones como tu mueren en cunetas y enterrados en maleteros.
Y estas fueron las ya famosas últimas palabras de Aman Ray, aunque Coco dice haber oído algo así como “Bernarda… pronto estaremos juntos…” cuando yacía en el suelo esperando las balas finales. Y así acaba la triste historia de un hombre que nunca encontró una mujer que supliese la belleza de la barba de su enanito de jardín, la suavidad de su cerámica, las curvas de sus pantalones anchos. 

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