Mares enormes de
recuerdos tan cariñosos como bárbaros. Viajes enormes e interminables sobre
estepas que hoy me hacen llorar de haberlas visto alguna vez. Voces que se
repiten y hacen desaparecer en una nota el tiempo que nos separa. Reconociendo
a lo lejos esas personas que éramos, la felicidad de esta calurosa memoria, de
cuerpos rejuvenecidos, dientes de leche, arena roja, árboles inmensos, gente
que contaba historias, gente que las escuchaba. Princesas de barrio trabajando
en casa de mendigos prepotentes, cariños antes de dormir, arropándome ante un
frío que no era. Amigos que tomaban demasiado pero que de sus ojos y sus
palabras demasiado aprendí sin saberlo. Jugando ajedrez borracho sobre los pies
descalzos. Premiando el valor, el coraje enardecido en una sociedad donde todo
vale y todos valen.
Los culos se mueven y me
pierdo entre la timidez de un niño y los hermosos cuerpos negros alrededor del
humo de puros. El sudor saltando alrededor del carnaval de pantalones
apretados.
Y si hoy se me saltan las
lágrimas es por un día haber sido eso y estado allí, por haber sentido la
increíble humildad del niño en el paraíso, por no haber querido estar en otro
lugar ni con nadie más. Porque mis sueños me preparaban para el futuro, porque
mis días vivían por sí mismos, por querer besar la frente de ese que era yo y
decirle que todo va ir bien aunque no lo sepa, dejar que juegue conmigo y no
cambiar en nada lo que fue y lo que hizo.
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