domingo, 25 de septiembre de 2011

Descienden temibles las intocables lágrimas que han de brillar a la luz del flash, resbalan por entre el maquillaje encarecido abrazando al humo que aspira el ambiente.
Siento el polvo en mis narinas y me impide respirar. Siento el horrible malestar de depender de algo más, de mi debilidad, de abrirme al paso y no saber gritar.
Solo se me ocurre fumar y mi cenicero si grita, y mi cenicero si llora.
Se alumbran de luces pasajeras los pinos y las encinas, se escucha el viento besar sus ramas y componer otra vez música de mis ojos cerrándose. Y los grillos rezan toda la noche, y yo rezo toda la noche y mi familia reza toda la noche. Y me queman los labios de rezar sin quererlo, mordiéndomelos, avergonzado. Se escucha el murmullo tímido a leguas, se olvida ese murmullo sin leguas y se aplastan los murmullos que están  a leguas. Y también a un paso.
Puntadas como pinceladas atacan mi sueño y mis sueños, la temible oleada esconde el gas que iracundo recorre mi cuerpo llano. Resoplares recelosos de mala caligrafía y ortografía hedionda. Dolores en la garganta hinchada, conversaciones anónimas de gente anónima que como yo malgasta su tiempo en falsas realidades efímeras pero constantes. Siglo de luces que de sobra alumbra de una vez por todas la inquieta quietud de los obstáculos que de culo caen y se rompen los dientes contra muros de personas descuartizadas por sus sueños,  inmundos recuerdos colectivos olvidados. Sigo rezando sonrojado por no estar allá arriba ya, por soñar con balas que explotan en mi piel y me dibujan grandes estrellas rojas con grandes “splash” cual bombas de agua. Y los murmullos aumentan y acaban con el ruido del tren que afuera se ajetrea, y los murmullos llenan ya la casa y asustan al perro y a los niños que siguen ocultos. Y una grita, las oraciones vuelan por las escaleras y hacen correr lágrimas que esperaban con dolor esos gritos de locura. Y nadie se mueve, todos siguen de rodillas rojas contra el suelo afilado, con el cuello dormido hacia abajo y los labios, mojados de lágrimas, moviéndose al ritmo de un padre nuestro inventado.

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