lunes, 23 de julio de 2012

Jaimito el "bueno"


Eran las 6 cercanas a las 7, la hora sexi del día,  cuando la luz agrada a las gentes, remueve arrugas, adelgaza nalgas, estriñe pechos y le da ese aire de rey de España, pinta su barba de rubia, y refleja de rayos rosas sus ojos verdes. Lo sabía, y aprovechaba  cada momento de estos fantásticos minutos mirando cual perro que no ladra los sexos madrileños. Estos eran puro placer, placer revocable e infinito, placer de muecas, de gemidos, de curvas, de la suavidad de una caricia, de pieles rebosantes de sol acomodado, de la incapacidad de volver a verlas. Alguna cayó, seguro.
Una vez despachada, rugió el ego aplastado. Se miró al espejo y con la erección mantenida corrió a lo largo del apartamento ruidoso tocando el techo con las palmas y creyéndose por fin digno de este mundo.  Esto se repetía con cada conquista, con cada paja vespertina, cada imagen podrida de sudores y rencores apagados con la fuerza de una cadera que iba a hacer daño,  de compostura perdida.
Salió y sin dejar de mirarlas tomó asiento cerca de la salida del tren. Justo en frente, a su derecha, posada contra el crista,l se regocijaba de su belleza y mojaba sus labios con gotitas minúsculas de perlas de su boca, una joven. Sus ojos claros rivalizaban con el moreno de su piel, sus manos, dignas de un héroe, parecían provocar en él sus mayores deseos, su ansia de querer, su padre de familia, su corazoncito encogido de tanta bestialidad.
Esta lo miró y como dado por hecho este rechazó la mirada con un movimiento nervioso y miedoso hacia su ventana. Nada era cierto, no podía  osar mirarla, pensar en hablarle, soñar con besarla, rogar por tocar la uña que la une con el mundo, su mundo.
Quería ser otra vez el mismo, pegarle con cada palabra y enamorar sus sucios pensamientos enlazándolos con los suyos propios.
Se levantó, se fue. Con una miradita castigo su falta de valor y siguió paseando su figura por el andén despavorido de tal belleza.
Se sentó a su lado otra chica, pasable, de caderas un tanto pasadas y con cara de muchas camas pese a su evidente inocencia. Chica de poco valor para decir que no, acomplejado ángel moderno con una madre que ruega a dios por la seguridad de los condones. Con tres bromas y dos miradas se la llevó al baño del tren y pagó el error crucificándola contra el váter y huyendo al acabar. Se bajó en la siguiente estación y esperó, regocijándose de su venganza, el próximo tren.
A la media hora, camisa abotonada hasta arriba, peinado cual señorito, bendijo la mesa rectangular poblada por su enorme y fina familia. Los niños lo besaban y jugueteaban con su pariente. El “bueno” para los más mayores, el “mejor” para los más pequeños. Así era. Ni gota salía por su boca. Amén dijeron todos. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario