Cuando el pelo rodea temeroso el desierto y el oso parte
caminando, como abrazando, cuando el color de la playa se disimula con las
dunas, ahí, en ese momento, existió el cercano presentimiento a la felicidad,
con tus ojos predispuestos a un beso, mis dedos fumando cuando el antojo lo requería
y la confianza regalándome la foto desde arriba. Abrió la caja de música
verde por fuera, verde por dentro, tabaco, papel y las ganas de desaparecer
tras el viento que acostaba la arena sobre sus píes. Debía llenar
el vacío de no poder hablar cuando quería, merecía narrar las mareas,
el tiempo y las nubes al mundo entero que con atención acallaría y
alabaría su hermoso acento parlanchín, la Alhambra y su puta madre.
Mirando al cielo, el roer del cono sonaba distinto, los pulmones
ya arrugados atrapaban mosquitos en sus telarañas, Dios miraba para abajo,
curioso, y tus ojos se ponían viscos asombrados, inestables. Fue un segundo, no
más, se miró en el reflejo de un grano verdoso, resto de botella, basura
artística, y vio oscura la sonrisa que como El Bosco se pintaba
insolente, desfilando las manchas de nicotina sobre esqueletos
vivientes. La arena subía por su pierna, estaban ya nevados sus pelos.
Miraba al mar con el rumor de la lamparita a su lado, la pequeña
música del escape de gas susurrando, proporcionándole calor y la
porción de luz para cada papel, lechuga y tabaco. La luna apuntaba con su dedo
al rincón solitario, donde estaba él, que se había quedado solo, él, que
acompañado estaba y que de pronto, como la nada, repentina y cruel, se quedó solo,
él, que vivió ese día con sobredosis de cariño, de pasión, de belleza...
Aprendió a respirar, poco a poco, atragantándose con el yodo del mar.
Luego, con los ojos llorosos, se arriesgó a mirararlo como la primera vez, con sorpresa,
como Marianela siendo descubierta fea. Aprendió a sentir la arena fresca y sus suaves
caricias como un beso que conserva calor eterno. Sintió su cuerpo ser y nada
más, sintió la emoción de la novicia expulsada. Aceptó la soledad a
regañadientes, pero la aceptó. La arena lo arropaba ya en la noche
fresca.
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