domingo, 26 de agosto de 2012

Poc a poc aprendió


Cuando el pelo rodea temeroso el desierto y el oso parte caminando, como abrazando, cuando el color de la playa se disimula con las dunas, ahí, en ese momento, existió el cercano presentimiento a la felicidad, con tus ojos predispuestos a un beso, mis dedos fumando cuando el antojo lo requería y la confianza regalándome la foto desde arriba. Abrió la caja de música verde por fuera, verde por dentro, tabaco, papel y las ganas de desaparecer tras el viento que acostaba la arena sobre sus píes. Debía llenar el vacío de no poder hablar cuando quería, merecía narrar las mareas, el tiempo y las nubes al mundo entero que con atención acallaría y alabaría su hermoso acento parlanchín, la Alhambra y su puta madre. 
Mirando al cielo, el roer del cono sonaba distinto, los pulmones ya arrugados atrapaban mosquitos en sus telarañas, Dios miraba para abajo, curioso, y tus ojos se ponían viscos asombrados, inestables. Fue un segundo, no más, se miró en el reflejo de un grano verdoso, resto de botella, basura artística, y vio oscura la sonrisa que como El Bosco se pintaba insolente, desfilando las manchas de nicotina sobre esqueletos vivientes. La arena subía por su pierna, estaban ya nevados sus pelos. 
Miraba al mar con el rumor de la lamparita a su lado, la pequeña música del escape de gas susurrando, proporcionándole calor y la porción de luz para cada papel, lechuga y tabaco. La luna apuntaba con su dedo al rincón solitario, donde estaba él, que se había quedado solo, él, que acompañado estaba y que de pronto, como la nada, repentina y cruel, se quedó solo, él, que vivió ese día con sobredosis de cariño, de pasión, de belleza... Aprendió a respirar, poco a poco, atragantándose con el yodo del mar. Luego, con los ojos llorosos, se arriesgó a mirararlo como la primera vez, con sorpresa, como Marianela siendo descubierta fea. Aprendió a sentir la arena fresca y sus suaves caricias como un beso que conserva calor eterno. Sintió su cuerpo ser y nada más, sintió la emoción de la novicia expulsada. Aceptó la soledad a regañadientes, pero la aceptó. La arena lo arropaba ya en la noche fresca. 

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