domingo, 19 de agosto de 2012

Lo siento, maravillosa eres.

Eres, fuiste y seras siempre maravillosa, le dije a la piedra atascada en mi guitarra y que la hacía chirriar molestamente. Era esa piedrita, tan minúscula que ni se veía, la que componía incesantemente las más bellas melodías, la que dominaba la estepa marchita coloreando de oro sus ojos descompuestos, oscuros. Sobrevolaba la temible sombra de un recuerdo que lo echase todo a perder como siempre, que cayese de nuevo en un oasis de flores que como sus ojos lo mirasen, me mirasen, con la tristeza de ser su puro y único pasado, el común acuerdo de odiarse en uno de los cajones insalvables de su habitación.
Su paso por el tiempo era una humilde balanza que pesaba su alma junto a un mojón, su sonrisa con las migajas pisoteadas del futuro prometedor que pese a todo, nunca fue ni existió. Y si por lágrimas se midiese o por indiferencia se pesase, uno u otra ganarían de goleada. Y si son frases mal hechas, no importa un carajo por que ni tu las leerás ni yo las siento realmente, son solo mis ojos achinados oliendo hacia otro lado.

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