Ahí donde me siento y me siento libre, escuchando el aleteo cercano de los
pájaros y adorando la inmensidad del silencio que me dejaste. Claudican mis
ojos ante el ronroneo de las flores, desaparecen mis miedos al tocar la tierra
húmeda con mis arrugas secas.
Y cuando la noche se acerca sigilosa en su tres puertas, se abre la veda
del croar de mi memoria y aparecen de nuevo tus ojos verdes sobre el iris del
agua, sobre la piel descalza.
El fresco calla, los arboles miran, la selva entera permanece oculta y
contraída, escondiéndose de la indiscreción de los engripados.
Así que vuelvo adonde ya nada existe y me acuesto sobre el manta de rayas
escuchando todavía la melodía del recuerdo.
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