Veo tu silueta y detrás, a lo lejos, una cruz enorme rodeada
de un aura anaranjada gigante. Te distingo entera, te distingo ligera
escapándote. Veo tus pezones que como flechas señalan tu camino, tus cejas que
se diluyen en tus ojos dominantes y furiosos, tus ojos que son mi vida, que son
mi arte y pasión. Mi única verdad es darte todo y mi único dominio los que
marca tu piel blanca. Mi amuleto es tu lengua que se retuerce cuando la muerdo,
es tu cadera fina que se agranda para que repose mi vida en ella.
El atardecer no acaba, tu desnudez lo mantiene en vela, tu
historia le fascina y aguanta y aguanta, mientras las mareas se desbordan y mis
ojos lloran. Siguen las sombras de tu pelo al viento marcando en el suelo
nuestra rayuela, marcando en el suelo nuestros cuerpos juntados por el calor y
el sudor, mojando el sendero por el que vinimos.
La angustia de perderte desaparece con el sol, el miedo de
verte con aquel ya no es sino tu voz en mi oído susurrándome que nunca me
dejarás. Y esta vez te creo y te creeré siempre.
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