martes, 17 de abril de 2012

Rarezas


Es esta pues, dada las temidas presiones, la historia de la que tanto se ha hablado en ciertos sectores de la alta sociedad europea actual. Pero antes de adentrarnos en tan inusual aventura, precisaré que mis dotes literarios se deben únicamente a factores de crecimiento personal y genéticos, en ningún caso verificaré diccionario alguno ni utilizaré sinónimos absurdos que entorpezcan esta, nuestra historia. Para verificar la validez de este logro sin parangón, he solicitado la presencia y revisión simultánea de su excelentísimo Don Javier Rodríguez de Soto, notario de Madrid, colegiado y ejerciendo en Rodríguez e Hijos Notaría y Registros.  
Dejando atrás la parte legal y volviendo al sujeto que nos reúne hoy, el infortunio de ese pobre joven…
Era una mañana hace tres meses, se despertó sudoroso y rabioso, hervía su frente, le estallaban los puños de soportarlos con tanto ahínco. Partiría el mundo en dos con un puñetazo bien dirigido, tiraría rascacielos enteros con una simple mirada. Sentía la desdicha profunda de la traición más baja y dolorosa. Esto duró lo que tardaron sus manos en desbloquear sus ojos obstruidos por incomodas legañas. La sangre empezó a adormecerse otra vez, todo había sido un sueño, una cruel pesadilla corregiría yo. Continuó durmiendo y un par de horas después se vistió y partió a la universidad como todos los días.
Todo fue normal, las bromas, los cigarros, la cerveza, nada que subrayar. Ya en el autobús empezó a darle vueltas al sueño de su novia adultera, le roía la idea de que esos labios no fuesen de su única pertenencia, que todas esas sonrisas y besos escondiesen ese secretito inocente. Se imaginaba años de alta traición, largas horas de dolor, una rabia enorme traspasándole el alma con cada imagen infiel, marrullera. Decidió bajarse del autobús y agarrar el que llevaba a casa de la novia.
Aquí y contra todo pronóstico se encontró a su novia con la cabeza entre las piernas de un conocido mutuo. La situación, aunque parezca de un ridículo enorme y les pueda provocar carcajadas desmesuradas, fue un poco dura para nuestro protagonista (me dirán, y con razón, que muchos otros no tienen ni historia…).
Empezó a gritar mientras se largaba del apartamento, ella disfrutaba del pene de otra persona. Si, lo sé, es absurdo pero espérense hasta el final que la moraleja es lo realmente constructivo.
El joven parecía un Cristo, lloraba, babeaba mientras injuriaba a voces contra la, y cito textualmente, “perra esa, jodida puta”. Disculpen ustedes por la expresión, Don Rodríguez de Soto ya me ha excusado con profesionalidad bendita (“Doy Fe de ello” DRdS).
El caso es que este último corrió y corrió por la calle desesperado expulsando su odio y despecho a los cuatro vientos, rompiendo las ramas de esos bonitos frutales que daban a la calle y regalaban cada principio de verano algún níspero o ciruela al paseante.
Pues todos jodidos, tiraba las hojas como trofeos de la desesperación. La gente lo miraba, extrañada, pero cosas más raras se han visto dijo una vieja mientras comía un yogurt en la acera de enfrente. Cada vez lloraba menos, gritaba menos y corría menos. Los cigarrillos empezaron a notarse y empezó a perder el aire. Se sentó inhalando grandes bocanadas, le entró flato e intentó levantarse. Algunos niños se reían, unos adolecentes empezaron a cuchichear sonriendo, los mayores simplemente pasaban sin percatar la pobre alma cándida que gemía su dolor y falta de ejercicio. Se levantó, vomitó y caminó hasta el autobús.

Así pasó una semana que parecieron siglos, no volvió a hablar con ella, no se molestó ni en llamarlo ni reconfortarlo con excusas tan típicas como esperadas. La semana siguiente y bajo las incesantes suplicas de sus amigos, decidió irse de fiesta con estos. Se emborrachó lo más que pudo, fumó lo más que pudo y al entrar a la discoteca empezó a dominar el ambiente con pasos maravillosos provocados por los coros animados de sus amigos. Sudó, cantó y bailó hasta que sintió la necesidad de cazar alguna presa fácil, se sentía el amo del local pero aún así quiso asegurarse y se dirigió hacia una morenita, bajita y anchita que bailaba sola y aburrida con lo que parecía su enésimo Gin tonic.
Empezaron a bailar, sentía el alcohol rugir por sus venas y acercarlo cada vez más a esas caderitas anchas y bien rellenas que con enorme esfuerzo producían movimientos monótonos de un lado para otro y exaltaban su cara de deseada elevada al séptimo cielo por ciervos desesperados de discoteca. Su top quería reventar, todavía hoy dudo si por el grosor de su tronco o por los pocos (pero muy visibles) pelos que se deslizaban fuera del sujetador. La imagen carecía de hilo conductor, un borracho despechado con el autoestima de niño de trece años y una gorda idealizada por ella misma que paseaba sus vergüenzas entre la muchedumbre monosilábica de la noche madrileña. Pasaron unos minutos hasta que descifró en su rostro el ansia de su boca risueña. Como un cohete separó sus labios, asomó la lengua y recibió un bofetón que desarticuló su expresión confiada en 25 pedazos de humillación.
En lo que su cabeza giró, vio como su ex novia yacía en los brazos del puerta de la discoteca y le comía la boca como si no hubiese comido en 2 meses. Las manos del orangután le sujetaban el culo queriendo exprimirle las horas de gimnasio. Del rebote su cabeza regresó y dio a parar al otro lado donde sus amigos, rebosándose entre los restos de alcohol del suelo inmundo, reían a carcajadas perdiendo el sentido. Paralizado, pensó asesinar a la que más lo merecía, pero estaba ya rebotando sus enormes atributos con otro engendro de la noche.   
Hundido salió de la discoteca y fumándose un cigarro tras otro, caminó hasta llegar, cuando el sol asomaba, a su casa. Se acostó y durmió la borrachera. Se despertó la noche siguiente, se hizo un porro, se fue a la terraza y fumó.
Ahí fue donde lució la marihuana, “A todos nos pasa, hay que joderse esta mierda.”.
 (“Doy fe que esta historia es real, y por el deber que me concede el estado he de apuntar que el autor uso el diccionario a escondidas para encontrar la palabra “ahínco”, la que creía una bebida energética india”DRdS)     

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