lunes, 17 de enero de 2011

Mira Adas

Dos miradas, quizás una entrelazada. O tal vez muchas que palpitan, que aparecen y desaparecen, que se enrollan, se desenrollan, trapecistas de sueños, vivos y muertos, rotos y sanos, de futuro y de pasado. Miradas, abundantes o no, miradas son, trapecios del hombre, juez de la memoria y de la consciencia, dulces y tajantes fueron éstas.
Fueron dos, estoy casi seguro que fueron dos. Pero que hermosas perlas de vida nacieron ese día, dos perlas que pasaron a un cuello y le dieron vida a un amor venidero, dieron a luz a dos rostros, dos almas que se vieron rápidamente traspuestas a una vida juntas, a sueños maravillosos de un amor común, le dieron paso a una única razón, apareció, como pidiendo permiso, un pequeño hilo de amor, tenue y ligero.
Una ceja alta, unos labios pensativos y unos ojos fijos. Eso fue lo que le hizo falta para acercarse a ella y preguntarle si su belleza era tan solo un regalo de los dioses, o venía incluida en una tormenta de destellos violentos cuyo amanecer traería el dulce viento de la tranquilidad. Un silbido en forma de sonrisa asintió. Dos círculos fueron tomando protagonismo en sus mejillas teñidas por la timidez de la edad. Sus corazones se llamaban el uno al otro con incesantes pálpitos de socorro, con la tierna actividad de los enamorados. Se gritaban aturdidos por el ruido del bombeo, se arrancaron la piel a mordiscos y la ropa empapada en sangre grosella oscura dio paso a esta inusual imagen. Entre charcos profundos de su sangre, revoloteaban como niños enamorados los dos corazones recién conocidos. Se miraron despertar del letargo de su esclava función en el cuerpo humano, se despegaron de venas y arterias y se juraron amor eterno ante las miradas incrédulas. Sus dulces palabras volaron por las rendijas abiertas de aquel vagón y rozaron, con infinito honor y pasión, una a una las vidas que tuvieron la suerte de escucharlas y sentir, a su vez, como sus corazones se sintieron renacer y adoptar un plano estelar. Las estrellas vigilaron la escena con dulce sacrificio de su oficio y destinaron como regalo al más bello acto humano, sus últimos e intensos brillos.  Los corazones se abrazaron y se amaron sin sospechar que en heroico acto estos dos órganos habían sacrificado sus propias vidas en homenaje al amor, en homenaje a la belleza de esas miradas que un día se encontraron y se juntaron e hicieron de la vida un simple parque en el que las almas se preparaban para amar, para anudarse por una vez por todas. Como el día en el que estos dos apasionados se amaron. 

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