domingo, 6 de noviembre de 2016

Mardou no es de nadie

Eran cuatro paredes, sólo cuatro aunque pareciesen miles, eran minutos aunque parecían pequeñas vidas sin visado, era un espacio cerrado que daba a la calle, desde abajo, como se mira al cielo, un espacio blanco en donde se vivía como nunca, donde la comida era deliciosa, los miedos inexistentes, éramos y nada más. Las sonrisas colmaban nuestros ojos y los transportaban a los sueños, los sueños nos acercaban al cielo y el cielo eras tú.

El sol brillaba afuera pero dentro hacía fresco, para arroparnos mejor. Despertaba con frío y yo ahogaba el frío en su piel, éramos enemigos porque ambos queríamos ser dueños de sus poros y gané yo durante un tiempo. Pero contra el frío poco hay que hacer y la hipotermia se acercaba vertiginosa. Es curioso como esos ojos acabaron pareciéndose a un glaciar hermoso e imponente, azul y transparente, olvidado por la mente, en el que entrar te lleva a la muerte.


Eran cuatro paredes pero la luz la poníamos nosotros. Los espejos eran el reflejo que brillaba desde las mañanas hasta las noches en que de un abrazo nuevo no huías a ninguna parte sino dormías, profundamente, porque los problemas son ajenos a Juande. Así se llamaba esa porción de paraíso, subterráneo, tan subterráneo que ni el mismo Kerouac habría dibujado mejores curvas en Mardou, esa negra bella, esa negra que quiero que sea mía. Pero al igual que para Keouac, Mardou no es de nadie. 

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