El vomito amagaba,
hablaba, “como abras mucho la boca salgo” me decía el cabrón iluso. Como si no hubiese
luchado y ganado con vómitos más grandes y ácidos que él.
Me incorporé, tragué
lento y profundo y me dirigí al baño. Meada rápida y a desayunar. Bueno… vaso de agua y a ver si
encontraba alguna naranja. El castigo de perderte seguía, cigarro que termina
de destrozar la garganta y al baño a ver si salía el que no callaba. Nada, en
la jaula del león escupidor no salió ni rastro del Casper parlanchín de mi
estomago.
Caminé un poco intentando
rememorar la noche anterior, nada me sonaba. Y ahí el recuerdo empezó a moverse
en la cama. Una gran silueta se dibujaba. Pensé incluso haber ido de safari y
haber sido cazado por una rinoceronte en celo. Me di cuenta que no era mi casa sino
la suya. Bien, escape fácil pensé. Y ahí salió Casper, inundando el edredón de
Ron y de una naranja sin digerir.
No era tan
grande, no era ese el problema de esta presa fácil.
Empezó a gritar con una voz de hiena que siguió aupando al vómito, seguía motivando a mis intestinos a vaciarse en su lecho.
Empezó a gritar con una voz de hiena que siguió aupando al vómito, seguía motivando a mis intestinos a vaciarse en su lecho.
Al acabar, se acercó y con
un beso en las mejillas húmedas, me dijo: “no te preocupes amor, yo lo limpio”.
La huída estaba cantada.
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