Hoy me levanto con la confusión del sobrio, con el no saber
qué hacer del adolescente, con la soledad del desahuciado y con las ganas de
vivir del atropellado. Abandonado por la vida porque cabalgar sólo ya no es
divertido, aullando a la luna extinta, la del maquillaje del lado oculto, a la
letrina de alcornoque, al hocico abierto de la noche. Son nuevas las manchas de
mi cara pero viejas las arrugas de mis ranas, oscuras las piernas de mis venas
y rojas las semillas que voy dejando tras la senda urbana, las tablas viejas
desangrándose en el suelo bajo mi atenta mirada. Las sacudidas me tatuaron el
cuero cabelludo, me tatuaron un nombre junto a ti mi reina y me recuerdan
cuando nos sentábamos en la hoguera, junto a ti mi teta, en medio de aquel
bosque y comiendo setas, desnudos por pudor, abiertos por amor y siempre bajo
el trono eterno de las estrellas que agarran las entrañas podridas y las
desvanecen en el frenesí de los recuerdos, de la vida y del dulce orgullo que
se apaga tras nosotros. Nosotros... un pequeño ejemplo de vida, nosotros que
somos todo, todos, nosotros que somos los amigos y los amantes, todos los
pájaros y todas las avispas que en realidad dan miel pero no lo saben. O no lo
sé. O no lo sabes. Nosotros todos que sumamos dos, nosotros que abrazados
hacemos ejércitos y que tumbados volamos en el cielo a un palmo del suelo,
nosotros los carentes de vocales surcamos barrios en alfombras mágicas, nos
chupamos las manos y soñamos con enanos que nos pierdan, que nos canten frente
a un lago, que nos quemen por amor y que nos rían sin despertar el monstruo del
lago y sin derramar una lágrima, sin torcer una décima la tierra seca que me
exfolia el alma. Nosotros que en el fondo somos esos pequeños puntos que
brillan a lo lejos en el cielo y que en estas noches y en todas nos acompañarán,
hoy y por siempre, cobijados y vigilados, tus ojos en los míos.
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